Los objetivos básicos de un buen diseño:
1) Un sistema electoral que asegure la gobernabilidad. Al final del día el fin último de un sistema electoral es tener un gobierno en un plazo razonable de tiempo sin que unas minorías reducidas puedan condicionar a todo el país.
2) Un sistema electoral que refleje, de manera aproximada, la diversidad de opiniones en España. En nuestro país esto tiene que incluir diferencias ideológicas pero también, por mucho que a alguno no le haga gracia, las innegables diferencias territoriales. Hay que encontrar un punto de equilibrio entre el punto 1) anterior y este deseo de diversidad.
3) Un sistema electoral que evite los excesos de las burocracias partidistas que hemos visto estos últimos años en España.
4) Pero también un sistema electoral que reconozca que los partidos políticos son importantes, que minimizan costes de información, que cumplen un papel de disciplina necesario y que las grandes burocracias centrales de los partidos suelen centrar y moderar la vida política, haciéndola más aburrida y quizás frustrante pero también más sensata.
Lo segundo que tenemos que hacer es reconocer que TODO sistema electoral va a tener serios defectos (por una vez en este artículo déjenme que sea más técnico: esto se puede demostrar matemáticamente, incluso si todos los votantes son sinceros, serios y altruistas, es una propiedad de los sistemas de agregación de preferencias). Nuestra labor ha de ser encontrar un sistema que minimice, en lo posible, esos defectos dada la estructura de nuestra sociedad y la idiosincrasia de España.
Lo tercero que tenemos que hacer es olvidarnos por un momento de lo que diga o no la Constitución y otras leyes. El ordenamiento jurídico está para servir a la sociedad, no al revés. Si se tiene que cambiar, se cambia y se acabó. Igualmente, me voy a olvidar de si se podría o no convencer a los partidos políticos de aceptar el nuevo sistema. Si uno no sabe a dónde quiere ir uno no puede resolver los problemas de ejecución del plan.
Basándome en estos tres conjuntos de consideraciones, y en lo que creo que es la mejor tradición constitucionalista de equilibrios y balances, mi sistema es mixto entre el mayoritario y el proporcional. Estos son los detalles:
1.) El Congreso de los Diputados seguiría teniendo 350 diputados, como ahora. No creo que aumentar el número de diputados sirva para mucho y reducirlo, crearía, como explicaré en un momento, circunscripciones demasiado grandes (en realidad sería mejor subirlo a 351 para evitar empates, pero bueno…)
2.) La mitad de los diputados, 175, se elegirían por distritos unipersonales con sistema mayoritario a vuelta única. Esto permitiría una conexión directa entre los diputados y los electores y, lo más probable, sobre-representar al partido ganador de las elecciones para permitir mayorías de gobierno que puedan funcionar.
a) Cada distrito, dada nuestra población actual, tendría unos 200.000 votantes (una relación sensata entre población y diputado). Una junta electoral de expertos independientes diseñaría los distritos para evitar manipulaciones, mantener la igualdad aproximada de tamaño y tener distritos en unidades territoriales con sentido común (aunque algún distrito raro siempre saldría).
b) Los partidos políticos pueden “apoyar” a uno o varios candidatos, pero estos se presentarían siempre a nivel personal, lo que facilita la entrada de candidatos alternativos. El puesto, si lo ganan, es del diputado, no del partido.
3.) La otra mitad de los diputados, 175, se elegirían por un sistema proporcional. Este segundo componente de elección busca representar a las minorías y corregir los posibles defectos de la cuota mayoritaria.
a) Si la circunscripción es nacional, como me parece lo más simple, el tener un sistema proporcional puro o un sistema D’Hondt es un tanto irrelevante ya que en circunscripciones con más de 50 diputados los resultados de ambos son casi iguales. Se podría pensar en mantener circunscripciones autonómicas (las provinciales con solo 175 diputados serían casi todas cuasi-mayoritarias lo que mata el objetivo de corregir los problemas de representación de la cuota mayoritaria) pero muchas de las comunidades (La Rioja, Cantabria, Navarra) elegirían tan pocos diputados que de nuevo frustramos el objetivo de esta segunda mitad de diputados. Por tanto recomendaría irnos a la circunscripción nacional.
b) Se establecería un mínimo de votos para entrar en el reparto proporcional y así evitar una excesiva fragmentación del Congreso y la entrada de los partidos más radicales. El 3% que se utiliza ahora en muchas elecciones es sensato y garantizaría a cualquier partido que lo alcance unos 5 diputados. Siempre se podría aumentar a 5% si fuera preciso.
c) Los partidos nacionalistas podrían agruparse, como ahora hacen para las europeas, con listas conjuntas. Por otra parte CiU y PNV probablemente se llevasen bastantes diputados de la cuota mayoritaria y CC arrancase uno o dos (por Tenerife). ERC, EA o BNG lo tendrían más difícil y probablemente solo entrasen en el reparto proporcional en una lista conjunta.
d) Con 175 diputados por lista es casi imposible tener posibilidad de listas abiertas pero un sistema limitado como el Holandés o el Sueco, donde el votante puede seleccionar 1 o 2 diputados favoritos (o eliminar 1 o 2) puede permitir cierta satisfacción del deseo popular de mayor control sobre las listas. Mientras que yo no lo recomendaría, es una posibilidad que bien implementada puede tener efectos inocuos.
4.) No se establecerían primarias para las circunscripciones unipersonales. La experiencia en EE.UU. deja bastante claro que, para votaciones de importancia menor como las circunscripciones unipersonales, el día de la primaria solo aparecen a votar los más radicales de cada partido (esto pasa incluso en las primarias presidenciales). Una solución alternativa sería tener primarias pero con voto obligatorio (para evitar el efecto de radicalización) o lo que se llaman primarias instantáneas: en la circunscripción uno elige la papeleta del partido (por ejemplo, PSOE) y dentro de ella vota, de entre todos los afiliados que se hayan postulado, a su favorito. El distrito lo gana el partido con más votos y, condicional en el partido, el candidato con más votos de entre los del partido. No soy un gran partidario de ninguna de las dos alternativas pero, dado que tenemos los 175 diputados de couta proporcional, podemos dar mayor margen en las circunscripciones unipersonales (sobre todo si no introducimos ningún elemento de diputados favoritos en la lista nacional).
5.) La elección del presidente del gobierno sería como es ahora, por el Congreso. Siempre se podría imponer la obligación de que este fuera un cabeza de lista de una de las listas nacionales (o el segundo en caso de incapacidad) para reforzar el sentimiento de legitimidad. La elección directa del Presidente del Gobierno es compleja en un sistema como el nuestro que no es presidencialista.
6.) Se suprime el Senado, que actualmente no cumple ningún papel excepto malgastar dinero. En caso de que la oposición de las CC.AA. fuera excesiva (aunque yo resistiría la tentación tanto como pudiera), se puede crear un Senado con muchos menos senadores, unos 51, elegidos por las Asambleas autonómicas con cierta proporción a la población de cada una. Pero si este es el caso, el Senado solo debería tratar temas muy específicos directísimamente relacionados con la estructura territorial del Estado.
7.) Se fija el día de la elección de manera sistemática (por ejemplo, el segundo domingo de Octubre o similar cada 4 años). Si queremos dar autonomía a los diputados de las circunscripciones unipersonales, estos tienen que tener un calendario claro que les permita organizarse sin depender totalmente del partido.
8.) Se eliminan restricciones como la prohibición de encuestas en la última semana o el día de reflexión que no tienen mucho sentido en un mundo con internet.
9.) Se establece un sistema de financiación más similar al de EE.UU., con un porcentaje público y uno privado. Las donaciones privadas, limitadas en una cantidad razonable, serían gestionadas por una comisión que publicaría la información de cada donación.
Espero no dejarme ningún aspecto importante del diseño. El lector más agudo habrá visto que lo que propongo se parece mucho al sistema alemán con préstamos del americano. No es casualidad. De igual manera, deberíamos mantener los ojos abiertos a cómo el sistema se comporte en la práctica y permitir ajustes con el tiempo. La sociedad cambia y con ella nuestra vida política.
Por otra parte no he hablado ni de las elecciones municipales ni de las autonómicas. Dejo eso para otro día (aunque este es un post mío sobre como re-organizar las municipales).
Para concluir solo aventurar que no creo que el sistema que he propuesto opere milagros. Sí, pienso que existe una posibilidad razonable que mejore la vida política en España pero muchas otras reformas son importantes y al final, nos guste o no, las democracias modernas son asuntos siempre un poco “descorazonadores”. Seamos pragmáticos.
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http://www.fedeablogs.net/economia/?p=11819
1) Un sistema electoral que asegure la gobernabilidad. Al final del día el fin último de un sistema electoral es tener un gobierno en un plazo razonable de tiempo sin que unas minorías reducidas puedan condicionar a todo el país.
2) Un sistema electoral que refleje, de manera aproximada, la diversidad de opiniones en España. En nuestro país esto tiene que incluir diferencias ideológicas pero también, por mucho que a alguno no le haga gracia, las innegables diferencias territoriales. Hay que encontrar un punto de equilibrio entre el punto 1) anterior y este deseo de diversidad.
3) Un sistema electoral que evite los excesos de las burocracias partidistas que hemos visto estos últimos años en España.
4) Pero también un sistema electoral que reconozca que los partidos políticos son importantes, que minimizan costes de información, que cumplen un papel de disciplina necesario y que las grandes burocracias centrales de los partidos suelen centrar y moderar la vida política, haciéndola más aburrida y quizás frustrante pero también más sensata.
Lo segundo que tenemos que hacer es reconocer que TODO sistema electoral va a tener serios defectos (por una vez en este artículo déjenme que sea más técnico: esto se puede demostrar matemáticamente, incluso si todos los votantes son sinceros, serios y altruistas, es una propiedad de los sistemas de agregación de preferencias). Nuestra labor ha de ser encontrar un sistema que minimice, en lo posible, esos defectos dada la estructura de nuestra sociedad y la idiosincrasia de España.
Lo tercero que tenemos que hacer es olvidarnos por un momento de lo que diga o no la Constitución y otras leyes. El ordenamiento jurídico está para servir a la sociedad, no al revés. Si se tiene que cambiar, se cambia y se acabó. Igualmente, me voy a olvidar de si se podría o no convencer a los partidos políticos de aceptar el nuevo sistema. Si uno no sabe a dónde quiere ir uno no puede resolver los problemas de ejecución del plan.
Basándome en estos tres conjuntos de consideraciones, y en lo que creo que es la mejor tradición constitucionalista de equilibrios y balances, mi sistema es mixto entre el mayoritario y el proporcional. Estos son los detalles:
1.) El Congreso de los Diputados seguiría teniendo 350 diputados, como ahora. No creo que aumentar el número de diputados sirva para mucho y reducirlo, crearía, como explicaré en un momento, circunscripciones demasiado grandes (en realidad sería mejor subirlo a 351 para evitar empates, pero bueno…)
2.) La mitad de los diputados, 175, se elegirían por distritos unipersonales con sistema mayoritario a vuelta única. Esto permitiría una conexión directa entre los diputados y los electores y, lo más probable, sobre-representar al partido ganador de las elecciones para permitir mayorías de gobierno que puedan funcionar.
a) Cada distrito, dada nuestra población actual, tendría unos 200.000 votantes (una relación sensata entre población y diputado). Una junta electoral de expertos independientes diseñaría los distritos para evitar manipulaciones, mantener la igualdad aproximada de tamaño y tener distritos en unidades territoriales con sentido común (aunque algún distrito raro siempre saldría).
b) Los partidos políticos pueden “apoyar” a uno o varios candidatos, pero estos se presentarían siempre a nivel personal, lo que facilita la entrada de candidatos alternativos. El puesto, si lo ganan, es del diputado, no del partido.
3.) La otra mitad de los diputados, 175, se elegirían por un sistema proporcional. Este segundo componente de elección busca representar a las minorías y corregir los posibles defectos de la cuota mayoritaria.
a) Si la circunscripción es nacional, como me parece lo más simple, el tener un sistema proporcional puro o un sistema D’Hondt es un tanto irrelevante ya que en circunscripciones con más de 50 diputados los resultados de ambos son casi iguales. Se podría pensar en mantener circunscripciones autonómicas (las provinciales con solo 175 diputados serían casi todas cuasi-mayoritarias lo que mata el objetivo de corregir los problemas de representación de la cuota mayoritaria) pero muchas de las comunidades (La Rioja, Cantabria, Navarra) elegirían tan pocos diputados que de nuevo frustramos el objetivo de esta segunda mitad de diputados. Por tanto recomendaría irnos a la circunscripción nacional.
b) Se establecería un mínimo de votos para entrar en el reparto proporcional y así evitar una excesiva fragmentación del Congreso y la entrada de los partidos más radicales. El 3% que se utiliza ahora en muchas elecciones es sensato y garantizaría a cualquier partido que lo alcance unos 5 diputados. Siempre se podría aumentar a 5% si fuera preciso.
c) Los partidos nacionalistas podrían agruparse, como ahora hacen para las europeas, con listas conjuntas. Por otra parte CiU y PNV probablemente se llevasen bastantes diputados de la cuota mayoritaria y CC arrancase uno o dos (por Tenerife). ERC, EA o BNG lo tendrían más difícil y probablemente solo entrasen en el reparto proporcional en una lista conjunta.
d) Con 175 diputados por lista es casi imposible tener posibilidad de listas abiertas pero un sistema limitado como el Holandés o el Sueco, donde el votante puede seleccionar 1 o 2 diputados favoritos (o eliminar 1 o 2) puede permitir cierta satisfacción del deseo popular de mayor control sobre las listas. Mientras que yo no lo recomendaría, es una posibilidad que bien implementada puede tener efectos inocuos.
4.) No se establecerían primarias para las circunscripciones unipersonales. La experiencia en EE.UU. deja bastante claro que, para votaciones de importancia menor como las circunscripciones unipersonales, el día de la primaria solo aparecen a votar los más radicales de cada partido (esto pasa incluso en las primarias presidenciales). Una solución alternativa sería tener primarias pero con voto obligatorio (para evitar el efecto de radicalización) o lo que se llaman primarias instantáneas: en la circunscripción uno elige la papeleta del partido (por ejemplo, PSOE) y dentro de ella vota, de entre todos los afiliados que se hayan postulado, a su favorito. El distrito lo gana el partido con más votos y, condicional en el partido, el candidato con más votos de entre los del partido. No soy un gran partidario de ninguna de las dos alternativas pero, dado que tenemos los 175 diputados de couta proporcional, podemos dar mayor margen en las circunscripciones unipersonales (sobre todo si no introducimos ningún elemento de diputados favoritos en la lista nacional).
5.) La elección del presidente del gobierno sería como es ahora, por el Congreso. Siempre se podría imponer la obligación de que este fuera un cabeza de lista de una de las listas nacionales (o el segundo en caso de incapacidad) para reforzar el sentimiento de legitimidad. La elección directa del Presidente del Gobierno es compleja en un sistema como el nuestro que no es presidencialista.
6.) Se suprime el Senado, que actualmente no cumple ningún papel excepto malgastar dinero. En caso de que la oposición de las CC.AA. fuera excesiva (aunque yo resistiría la tentación tanto como pudiera), se puede crear un Senado con muchos menos senadores, unos 51, elegidos por las Asambleas autonómicas con cierta proporción a la población de cada una. Pero si este es el caso, el Senado solo debería tratar temas muy específicos directísimamente relacionados con la estructura territorial del Estado.
7.) Se fija el día de la elección de manera sistemática (por ejemplo, el segundo domingo de Octubre o similar cada 4 años). Si queremos dar autonomía a los diputados de las circunscripciones unipersonales, estos tienen que tener un calendario claro que les permita organizarse sin depender totalmente del partido.
8.) Se eliminan restricciones como la prohibición de encuestas en la última semana o el día de reflexión que no tienen mucho sentido en un mundo con internet.
9.) Se establece un sistema de financiación más similar al de EE.UU., con un porcentaje público y uno privado. Las donaciones privadas, limitadas en una cantidad razonable, serían gestionadas por una comisión que publicaría la información de cada donación.
Espero no dejarme ningún aspecto importante del diseño. El lector más agudo habrá visto que lo que propongo se parece mucho al sistema alemán con préstamos del americano. No es casualidad. De igual manera, deberíamos mantener los ojos abiertos a cómo el sistema se comporte en la práctica y permitir ajustes con el tiempo. La sociedad cambia y con ella nuestra vida política.
Por otra parte no he hablado ni de las elecciones municipales ni de las autonómicas. Dejo eso para otro día (aunque este es un post mío sobre como re-organizar las municipales).
Para concluir solo aventurar que no creo que el sistema que he propuesto opere milagros. Sí, pienso que existe una posibilidad razonable que mejore la vida política en España pero muchas otras reformas son importantes y al final, nos guste o no, las democracias modernas son asuntos siempre un poco “descorazonadores”. Seamos pragmáticos.
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