Emilio Lledó.
"Amistad y memoria"
Lección Magistral con motivo de la Concesión del nombramiento de Doctor Honoris Causa por la Universitat de les Illes Balears (solo parrafos)
"Nuestra forma de querer, las perspectivas que acogen cada historia de amor y de amistad, arrancan, fundamentalmente, de un tiempo pasado en el que nuestras decisiones y elecciones han ido dibujando los contornos de una personalidad. Somos desde la memoria y no sólo desde el pequeño espacio del puntual recuerdo, sino desde el tejido que nuestros actos han ido formando y que dicen cómo hemos llegado a ser. Pero queremos y deseamos también como ha querido y desea esa memoria; queremos desde nuestra concreta y determinada esencia, desde las fibras que han urdido nuestra personal biografía, desde los rincones en que nuestro cerebro ha aprendido, o le han enseñado, a movilizar o a paralizar sus neuronas."
.....La memoria inventa y descubre el espacio que va cobijando la contextura de nuestra ideología, de lo que pensamos del mundo y de los otros seres, la voz de ese lenguaje interior en el que hablamos con nosotros mismos y en el que, continuamente, nos reconocemos. Y esa memoria, que reconoce, habla y da sentido a la monotonía de la naturaleza, está hecha del diálogo que llevamos con las informaciones que nos llegan del mundo exterior. Un proceso de maduración en el que la educación desempeña una parte fundamental. Educar será, sobre todo, construir el argumento que sostiene el incesante acopio de signos y lenguajes que, a veces, nos desborda; sintetizar las múltiples experiencias en un rostro homogéneo, en una «persona»."
La mirada hacia sí mismo no es nunca una mirada neutra, sino que en ella se hace patente no sólo la apetencia del ser, sino su aceptación
El interés que para los filósofos griegos tuvo el problema de la amistad, de la philía, lo pone de manifiesto el hecho de que en los diez libros de la Ética nicomaquea de Aristóteles, dos de esos libros están dedicados a la amistad. Que en el primer escrito en el que se plantea esta fundamental cuestión de la filosofía práctica y en el que se analizan, por primera vez, las estructuras más sutiles del obrar humano, aparezca la philía como un componente esencial de ese obrar, indica la importancia que, para la ética y la política, tuvo ese conocimiento. Aristóteles que exploró, por primera vez, el inmenso territorio de la amistad, creó también una parte de la terminología que la expresaba como, por ejemplo, el términophilautós. Traducido de una manera muy esquemática, diríamos amor «a sí mismo», «amor propio»; pero esa traducción deja fuera algunos componentes esenciales de esta palabra, compuesta del adjetivophílos, «tendencia amistosa», «amado», «querido» y el pronombre personal o adjetivo de identidad, autós
....el libro VIII de la Ética Nicomaquea, donde Aristóteles comienza su larga reflexión sobre la amistad, se abra con una impresionante afirmación: «La amistad es lo más necesario para la vida» (anankaiótaton eis ton bíon). Muchas veces me he preguntado por el sentido de esta necesidad y he buscado en los textos clásicos los matices de este adjetivo, anankaíon. En la Metafísica(V. 5, 1015 a2o ss.) explica Aristóteles que «lo necesario es aquello sin lo cual no se puede vivir, por ejemplo, el respirar, o la alimentación».
Esta amistad, necesaria para la vida, que encuentra en las páginas de la Ética Nicomaquea uno de los análisis más detenidos y certeros en toda la historia de la filosofía, va a enraizar su necesidad en un espacio distinto de aquél que configura el clan familiar. Precisamente porque se trata ya de levantar una teoría democrática de la amistad, las referencias familiares –el amor de los padres a los hijos, por ejemplo- tendrán un papel secundario. La amistad nace, sin duda, desde ese modelo natural que determina y crea las relaciones paterno-filiales; pero esto es, como decía, el modelo de la naturaleza. Una sociedad nueva, sobre vínculos mucho más abiertos, no podía aceptar sólo los afectos que proclamaban la defensa del clan.
Una de las primeras lecciones de esta amistad democrática dictaba su sabiduría bajo la forma de otro de los conceptos esenciales de la, también, nueva ética: el concepto de «elección» – proaíresis-. Porque las identidades de la tribu o la familia se alimentaban de tajantes principios de exclusión y de discriminación. El individuo discriminado, por muy excelente que sea, jamás podrá pasar, aunque se esfuerce, la barrera que los otros le han levantado. El «no eres de los nuestros», no sólo fija una fórmula de exclusión y rechazo sino, en el peor de los casos, de condena. El valor del individuo, su victoria democrática que, con la educación, tiende a encontrar la igualdad y la libertad entre los seres humanos, choca contra ese principio discriminador que ya no se funda en el ser, en la elección, en la honestidad, en la inteligencia, y la cultura, sino en el pasivo estar dentro de la muralla infranqueable de los distintos, de los «mejores», de los que han llegado a creerse mejores. La philía era, pues, la posibilidad de romper con esa ideología de la exclusión al pretender, con la posibilidad de una elección voluntaria y libre, limpiar la asfixia y la irracionalidad que producían los intereses egoístas del clan.
«Sin amigos, nadie elegiría la vida» (Ética Nicomaquea, VIII, 1155 a 5). La vida se elige, se sueña y se construye ante el horizonte amplísimo de la amistad. Y esto es lo que le presta su dramatismo y su interés. El poder elegir es el fundamento de la existencia y el principio esencial de una cultura democrática. Por eso la sociedad humana que, de verdad, pretenda seguir una vía de progreso –a pesar de lo deteriorado que pueda parecer el término- tiene que mantener viva esa posibilidad de elección. Porque no sólo elegimos desde una siempre clara y jugosa racionalidad. Elegimos desde el conglomerado de razón y sentimientos que, a veces, manipulados por las informaciones que nos hacen llegar, coagulan y paralizan nuestra facultad de pensar. Nuestra mente, nuestra personalidad, se convierte, así, en un esperpento ideológico, en un amasijo de reflejos condicionados, de tergiversaciones inconscientemente asumidas, que nos impiden vivir.
La sociedad democrática tiene que luchar contra esos fantasmas que la oprimen, y que producen un efecto devastador en la inteligencia y la sensibilidad de los individuos. La filosofía política de la modernidad inventó un término muy expresivo para señalar este hecho, el término de alienación que, entre otras cosas, manifestaba la pérdida total de consciencia de sí, de reconocimiento, de sustancia personal.
La deliberación, como momento previo a la elección, sólo es posible si la mente alcanza, de hecho, a reflexionar; si es capaz de mirar, de descubrir, de pensar, fuera de esos cauces que han construido la sinrazón y la arbitrariedad. Por eso tiene sentido la elección. «Lo elegible es, necesariamente, algo que depende de nosotros», dice Aristóteles (Ética Eudemia II, 10, 1225 b 36-37). Y esta dependencia implica, en primer lugar, libertad. Elegimos porque somos libres, porque el mundo se nos ofrece como el territorio de una posibilidad que la elección determina y realiza. Para ejercitar esa libertad, necesitamos poder elegir. Y esa posibilidad no es algo exterior a nosotros mismos. La posibilidad es forma también del tiempo, que es nuestra posibilidad suprema.
La teoría del bien aparente es una de las más sugestivas aportaciones de Aristóteles porque, en ella, se nos hace presente, además, el fenómeno global de nuestro tiempo: la maravillosa visualización del mundo; pero, a la par, la terrible amenaza de su global manipulación y falsificación. Ese bien que queda supeditado «a lo que a cada uno le parece» nos permite descubrir el desgarro de esa pretendida unidad del individuo. El «uno» que ve la apariencia de bien y que, en esa visión, contribuye a la constitución de lo deseable, está compuesto por una amalgama de tensiones e informaciones que podrían, por un lado, estimular el contenido de ese bien armonizando y enriqueciendo las consciencias que reflexiona y elige o, por el contrario, podrían atrofiarla y disolverla.
En el texto de la Ética Nicomaquea , se indica, además, una característica esencial que nos permite descubrir en qué consiste esa bondad: «lo que más distingue al hombre bueno es el ver la verdad en todas las cosas» (1113 a 28-31). Juzgar rectamente y ver la verdad son partes constitutivas de la bondad. Estas cualidades que acentúan el aspecto intelectual de los seres humanos no son sólo manifestación de un predominio exclusivamente cognoscitivo. Juzgar y descubrir la verdad tienen una vertiente moral, porque es en la inteligencia y en su capacidad de elegir donde radica, sobre todo, la capacidad de ser.
El bien que le aparece al ser humano, el bien que ve, es parte, en cierto sentido, de sí mismo. El bien con el que se enfrenta es, por consiguiente, el bien que hace, desde ese juicio recto y desde esa visión de la verdad. Un bien que brota entre las estructuras de sus propios juicios y de su aproximación a lo verdadero. Para que esa visión de la verdad sea posible, la mente tiene que estar libre de esa amalgama ideológica que imposibilita el contacto con ella. Porque la verdad, a su vez, consiste, por muy utópico que pudiera parecernos, en la capacidad de entender el mundo y a los seres humanos, sobre un territorio de libertad, de progreso, de lucha por la solidaridad y la racionalidad.
La amistad es la forma más intensa de nuestro encuentro con los otros,que es, al mismo tiempo, la forma más enriquecedora de encontrarnos con nosotros mismos. Pero precisamente porque ese encuentro hace real la presencia del bien, del bien construido en esa imprecisa frontera a la que, anteriormente, me había referido,la amistad, como la inteligencia, se educan.
En una sociedad como la nuestra, acosada y acogotada,en buena parte por principios utilitarios y agresivos, donde la nueva ideología insiste en los aspectos económicos, como exclusivo fundamento de una globalización desinflada y sin sustancia, hay que esforzarse en globalizar –por seguir con tan desagradable y desafortunada palabra- la inteligencia y la amistad. Sé que no es fácil, y que muchos de estos deseos pueden quedar en el etéreo dominio de las jaculatorias más o menos piadosas. Pero si, a pesar de todos los miserables principios de la pragmacia imperante, somos capaces de idealizar y de soñar, estaremos apuntando a un horizonte posible de desarrollo y de futuro.
Por eso es tan importante mimar la educación, crear escuelas, sostener universidades donde se forme la inteligencia y los sentimientos de los que en ellas trabajen, e inventar nuevas formas de una cultura moral: idear cauces por donde discurra la philía, la amistad, hacia el saber, hacia el lenguaje que nos abre la puerta de nuestra visión del mundo, hacia ese ser humano, nacido en la indigencia, pero también en la posibilidad del conocimiento y del amor.
Es ésta una responsabilidad de la política, de la amistad política, a la que se refería Aristóteles. Es verdad que la lucha y la guerra son el padre de todas las cosas. Pero el viejo dicho de Heráclito añadía que a unos les hace dioses y a otros hombres, a unos esclavos y a otros libres. La guerra de los seres esclavos es la guerra del dolor y la destrucción. La guerra, en cambio, por la memoria y la amistad es la que tensa el deseo de los hombres libres.
De la maravillosa memoria de la cultura, de la lucha por el conocimiento, del recuerdo de los mil ideales que han surgido en los seres humanos, nace una amistad que nos ayudará a construir esa forma de bien inventado desde una inteligencia en lucha por la sabiduría y la concordia.
Esta trozeado en parrafos sueltos, esta entero en:
http://www.ddooss.org/articulos/textos/E_Lledo.htm
http://www.rtve.es/alacarta/videos/pienso-luego-existo/emilio-lledo-pienso-luego-existo/1210025/
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