Crónica de una crisis (II) Urrutia

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Tres crisis solapadas

Crónica de una Crisis | Julio 2008

Prólogo

Mantiene todavía aquí JU un optimismo, si bien cada vez más matizado («La sugerencia de que nos dirigimos a una crisis nunca vista me parece excesivamente alarmista (…). Poseemos uno de los sistemas financieros más sólidos del mundo lo que, entre otras cosas, nos permite sostener un déficit exterior enormemente alto como % del PIB…»).
Pero no las tiene todas consigo: del Gobierno no parece sentirse muy seguro («La oportunidad de dar un golpe de timón es ahora que comienza una legislatura. Espero que el gobierno no la desaproveche…») y tampoco le parecen idóneos los asesores que se busca para que le ayuden a reflexionar y le asesoren sobre la crisis (cfr. el post «Panel de Economistas»).
Por otra parte, le resulta a JU «alarmante la cacofonía desafinada de opiniones liberales pidiendo intervenciones inmediatas y de opiniones intervencionistas resistiéndose a la aplicación de un poco de ingeniería macroeconómica o/ y microeconómica…»
En conclusión, decide él seguir aportando lo que puede para ayudar a la comprensión y resolución de esta crisis.
Según JU, empieza a ser un lugar común el afirmar que las dificultades de la economía global son el resultado enredado de tres crisis solapadas: la inmobiliaria, la financiera y la de las materias primas (singularmente la petrolífera).
En varios artículos recientes de esta Crónica (y en particular en el de Expansión del mes anterior y en el post del 17 de julio) ha abordado la crisis financiera, que es esencialmente una crisis de confianza; y a la prognosis y terapia de la misma le aplica tanto la Teoría de Redes como conceptos provenientes de la economía de la información (signallingscreening, …).
En cuanto a los problemas de oferta que tienen presencia en esta crisis, en su artículo de mayo ya los abordó («¿Qué reformas? ¿Qué orden?»), poniendo su foco en las reformas de los mercados laboral y de bienes.
En lo tocante a la política monetaria, y ya que no hay más remedio que plegarse a la independencia del BCE, JU preferiría que éste se restringiera a su papel y que, de una u otra manera, controlara la oferta monetaria y, consecuentemente, la inflación sin perder de vista el tipo de cambio.
En consecuencia, pone ahora su foco en la política fiscal. En su faceta de ingresos públicos JU no efectuaría grandes cambios fiscales y se preocuparía del impuesto de sociedades y del IRPF. Rebajaría el tipo efectivo del primero en tanto en cuanto las empresas cooperen con la innovación de manera no oportunística, sino franca y contundente. Respecto al segundo, el IRPF, «lo utilizaría simplemente para conseguir la cohesión social, paliando las enormes diferencias salariales que desmotivan a la mano de obra».
Pero donde cree que el gobierno tiene que ser audaz es en el gasto público, para cambiar el modelo de crecimiento: inversión pública en infraestructuras (ya programadas o nuevas, abiertas a la participación privada y en sectores de futuro) en formación continuada y en capital humano investigador.
Y añade JU que habrá que dedicar atención especial a la «reputación exterior de nuestra economía y de la inevitable exigencia sobre la calidad de nuestro sector financiero». En su opinión, «nuestra reputación dependería de la forma de comunicación de nuestras reformas en los foros adecuados…» (algo que, p.e., los hechos de la primavera de 2010 vendrían a confirmar…).

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