Hace 300 años que nació A.Smith

 Hace 300 años que nació A.Smith


 

Valor y actualidad de Adam Smith

Hace ya 300 años que el que es comúnmente considerado el padre de la ciencia económica naciera en Kirkaldy, un pequeño pueblo escocés de pescadores que pasaría a la historia, precisamente, por haber sido el lugar de nacimiento de este insigne liberal que fue profesor de Filosofía Moral en Glasgow (la Economía no existía entonces como disciplina separada y autónoma), y que escribió no solo su célebre obra sobre la riqueza de las naciones, sino también 'La teoría de los sentimientos morales', sin la que no se puede comprender correctamente su pensamiento, porque para Smith las cuestiones económicas se entrelazaban con la moral, la política, el derecho y la justicia.

Retrato póstumo de Adam Smith por autor anónimo, c. 1795 (Galería Nacional de Escocia)
Retrato póstumo de Adam Smith por autor anónimo, c. 1795 (Galería Nacional de Escocia)

Sin embargo, la imagen que comúnmente se tiene del liberalismo económico que defendía Smith es la de un sistema que se basa y favorece la avaricia y el egoísmo. El individuo se mueve en el mercado como un 'homo economicus' frío y calculador, siempre corriendo tras sus intereses materiales y egoístas, lo que produce en muchos un profundo rechazo, algo que seguramente habría causado un gran asombro a nuestro autor, que había dedicado su primer libro a defender toda una filosofía moral. Una moral que, reconociendo el deseo natural del hombre de «mejorar su condición», explica que éste tiene también unos sentimientos morales que le inducen a preocuparse de los demás: la simpatía (hoy diríamos la compasión) y la benevolencia (la preocupación por el bienestar del prójimo). Y todavía más: nosotros mismos buscamos casi desesperadamente la aprobación de los que nos rodean; queremos ser queridos y reconocidos, lo que nos induce a realizar aquellas acciones –también en el mercado– que nos procuren una buena reputación porque «el hombre desea no solo ser amado, sino merecerlo (…) Desea no solo la alabanza sino ser merecedor de ella». No en vano, dentro de nosotros mismos existe un 'espectador imparcial' que aprueba o no nuestra conducta; una voz de la conciencia que nos incita al autocontrol, la limitación de nuestro egoísmo y la búsqueda de la virtud.

Y es que el mercado es un lugar de sociabilidad en el que, cada uno buscando su propio interés (entendido en un sentido amplio que incluye el de la familia, amigos o vecinos), contribuye, incluso sin proponérselo, al bienestar general. Se trata de la famosa metáfora de 'la mano invisible' que, a pesar de no aparecer apenas en su obra, ha generado toda una literatura académica, como también lo ha hecho el llamado 'problema Adam Smith', que se refiere a las contradicciones que se aprecian entre las dos grandes obras citadas del autor de la Ilustración escocesa, aunque más bien ambas se complementan.

En última instancia, porque la legítima búsqueda del propio interés sobre la que se basa el buen funcionamiento de una economía libre de mercado redunda en el bienestar general si se cumplen ciertas condiciones, como que los intercambios económicos se realicen bajo ciertas instituciones y reglas de Derecho que garanticen el orden y la justicia (Smith creía que existía un derecho natural al que el derecho positivo debía someterse).

No fue nunca lo que hoy llamaríamos un 'libertario', como no lo fue ninguno de los liberales clásicos ni muchos de los llamados 'neoliberales'. No sólo creía que el Estado tenía unas funciones que cumplir, sino que el mercado tenía que basarse en unos principios morales para funcionar bien. De ahí que criticase a los empresarios que «conspiran contra el público» para evitar la competencia y subir los precios, ciertos comportamientos de los ricos, así como a los políticos y funcionarios corruptos.

Aún más: Smith, como otros pensadores de la época dentro y fuera de Inglaterra, se oponía al mercantilismo y defendía la libertad económica, precisamente porque creía que esa era la única manera de sacar a los pobres de la miseria. Sólo esa libertad permitiría un aumento de la producción y la competencia y una disminución de los precios que acabaría con el hambre y la extrema pobreza que todavía en el siglo XVIII asolaba muchos lugares de Europa. En una sociedad en la que florece la libertad económica, habrá más oportunidades para todos, sobre todo para los más pobres porque «ninguna sociedad puede ser próspera y feliz si la mayoría de sus miembros son pobres y miserables», escribe en su 'Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones' (1776). Asimismo, esa libertad vendría acompañada de la innovación y el progreso; del bienestar material y el disfrute de la vida, y no sólo a nivel nacional, sino que, como muchos otros filósofos ilustrados, estaba convencido de que el libre comercio internacional uniría a los pueblos y favorecería el desarrollo de la civilización y la paz.

Pues bien, en un momento en el que se da por supuesta la crisis de la democracia y del liberalismo en el que se apoya, recuperar la obra y el pensamiento de este ilustre escocés –insistiendo sobre todo en su vertiente más humanista– puede servir, quizá, para renovar este liberalismo en crisis que anda muy necesitado de principios legitimadores en un mundo en el que muy a menudo se lo identifica con la corrupción, la explotación, la competencia despiadada o el aumento escandaloso de la desigualdad.

Una recuperación que debe hacerse desde la humildad, la sensatez y la moderación que practicaba Smith tanto en su vida profesional como en su tranquila y sencilla vida privada. Su liberalismo se basaba en el estudio y análisis racional de los hechos sociales y económicos, así como de los históricos. No se dejaba llevar por pasiones exaltadas ni utilizaba una retórica apasionada. Confiaba en convencer a sus adversarios con argumentos racionales, y como buen liberal huía del espíritu de facción y del fanatismo que, en sus propias palabras, «han sido con diferencia los mayores corruptores de los sentimientos morales».

Puede que sea cierta la afirmación de lord Acton de que los amigos sinceros de la libertad han sido muy pocos en todas las épocas, pero también es cierto que no siempre esos mismos amigos saben cómo defenderla.

Paloma de la Nuez es profesora de Historia de las Ideas Políticas en la Universidad Rey Juan Carlos.


Este artículo se publicó originalmente en ABC.

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No sabemos el día en que nació, pero Adam Smith fue bautizado alrededor de estas fechas hace 300 años. Desde entonces, las ideas de quien es considerado el padre de la economía moderna cambiaron el mundo y siguen siendo tan vigentes como nunca.

Siendo la figura central de la iluminación escocesa, Smith es más conocido por La riqueza de las naciones, la obra en que reta al sistema económico que predominaba en el mundo. Él se oponía a los privilegios impuestos por la ley, que incluían el proteccionismo comercial, y calificaba de “absurdo” al mercantilismo –doctrina que sustentaba que, para acumular riqueza, los países deben exportar más de lo que importan–.

Siendo un gran observador de la realidad, Smith explicó que “lo que es prudencia en la conducta de cualquier familia privada, apenas puede ser locura en la de un gran reino”. Si otra familia (o nación) puede producir un bien más barato de lo que le cuesta a uno mismo producirlo, mejor comprar lo menos costoso. Smith aseveraba que en Escocia se podría producir buen vino, pero calculó que su costo sería 30 veces aquel de los buenos vinos que se podrían importar de otros países.

Para Smith, no solo es fallido el proteccionismo, sino cualquier intento por parte de las autoridades de dirigir la economía. El verdadero origen de la riqueza se explica por un concepto contraintuitivo basado en otra observación de Smith: la búsqueda del interés propio en el mercado, y no la mera benevolencia o un plan impuesto por los gobernantes, termina produciendo prosperidad y bienestar nacional.

Pero Smith, profesor de filosofía moral, entendió que las personas son complejas y no solo materialistas. “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de los otros y que hacen que la felicidad de estos les resulte necesaria, aunque no derive de ella más que el placer de contemplarla”. Así escribió en su primer libro, La teoría de los sentimientos morales. Según él, la empatía surge del interactuar en la sociedad, lo que también hace que las personas quieran ser amadas y quieran merecerlo. La experiencia, no el razonamiento intelectual, da origen a los sentimientos morales y a actitudes como la benevolencia.

¿Cómo reconciliar el interés propio con la simpatía hacia los demás? Para Smith, no hay contradicción. En el mercado libre, solo se puede actuar teniendo en cuenta los intereses de los demás, ya que los intercambios son voluntarios. Como nos dice Smith en sus Lecciones de jurisprudencia, tal intercambio se basa en “la inclinación natural que todos tenemos a persuadir. El ofrecimiento de un chelín, que a nosotros nos parece tener un significado tan llano y simple, es en realidad ofrecer un argumento para persuadir”.

Donde hay justicia, pilar que según Smith es esencial para hacer funcionar la sociedad, hasta los intercambios impersonales de un mercado cada vez más extenso se caracterizan por la colaboración y un trato respetuoso al otro. Estos alientan también la benevolencia. De acuerdo al profesor Smith, hasta un mendigo que recibe caridad monetaria depende en última instancia del mercado.

En sus escritos, Smith se preocupaba por la dicha de los pobres, que en ese entonces conformaban casi toda la población escocesa y del mundo. Se oponía a los imperios, a la esclavitud y al maltrato de los indígenas en ultramar. Desde su muerte, en la medida en que el mundo se ha liberalizado, se ha desplomado la pobreza mundial, se disparó la riqueza, cayeron los imperios, se eliminó la esclavitud y se han extendido los derechos humanos a una creciente porción de la población global.

¡Viva el progreso moral y material! ¡Viva Adam Smith!

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 13 de junio de 2023.

 

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