PIB per cápita, 2015
Hace ya cuatro décadas que la desigualdad regional en España empezó a aumentar y desde entonces esta tendencia no ha hecho más que reforzarse. Éste es uno de los resultados que destaca un libro recientemente publicado en el que hemos analizado la evolución de la desigualdad regional en España desde el inicio del proceso de desarrollo económico, allá  por mitad del siglo XIX, hasta la actualidad (aquí). Además, y aún teniendo en cuenta que siempre es difícil anticiparse al desarrollo futuro de un fenómeno económico, hay motivos para pensar, especialmente cuando se aproxima el tema desde una perspectiva de largo plazo, que el aumento de la desigualdad territorial no ha hecho más que comenzar y que quizá ha llegado para quedarse, al menos por un tiempo.
Antes de desgranar algunos de los resultados obtenidos para el caso español, creemos que conviene remarcar un par de aspectos que sitúen en un contexto más amplio la discusión. Por un lado, el aumento de la desigualdad regional desde principios de los años ochenta no es exclusivo de la economía española, sino que atiende a un fenómeno más general. En un par de entradas recientes (aquí y aquí) ya comentamos la situación actual en la Unión Europea y mostramos que en economías de nuestro entorno como Francia e Italia el repunte que marca el final de la convergencia regional en las últimas décadas es también claramente visible. Por otro lado, ante esta situación, resulta difícil no vincular, dada la similitud en la cronología, el aumento de la desigualdad interpersonal, tal y como han señalado Milanovic (aquí) o Atkinson, Piketty y sus coautores (aquí y aquí), con el aumento de la desigualdad territorial.
En este contexto, hay razones de peso que explican que la desigualdad territorial haya atraído la atención de académicos, políticos e instituciones internacionales en los últimos años. De una parte, las exitosas experiencias de crecimiento de países emergentes como China o India han venido acompañadas de un notable avance en la desigualdad económica territorial. Por otra, la preocupación por las desigualdades territoriales también está presente en economías desarrolladas como la Unión Europea (UE), que destina una parte importante de su presupuesto a políticas de cohesión. A su vez, las recientes victorias electorales de los partidarios del Brexit en el Reino Unido o de Donald Trump en Estados Unidos no son sólo reflejo de una creciente desigualdad económica y polarización social, sino que también muestran unos marcados patrones espaciales. Un ejemplo de este patrón espacial sería el declive relativo que han experimentado zonas antaño prósperas y dinámicas como el norte de Inglaterra o el cinturón industrial de EEUU y que en las últimas décadas han sufrido un intenso declive económico; en ambos casos, estos territorios han nutrido las urnas de votos a favor del Brexit y de Trump apostando por un cambio radical en el status quo. De hecho, en la Europa actual la cuestión territorial presenta además otras aristas que generan tensiones añadidas que trascienden a la propia economía. Lejos de ser el único motivo, la cuestión territorial se manifiesta en el auge de movimientos políticos que promueven cambios profundos en las estructuras territoriales y de decisión política en diversos países como el propio Reino Unido (con el referéndum de independencia que tuvo lugar en Escocia en 2014), Bélgica, o con el auge del movimiento independentista catalán.
En cualquier caso, el aumento de la desigualdad regional de las últimas décadas es resultado de un largo proceso histórico. Mientras la historia económica (aquí) muestra que las primeras fases del desarrollo suelen ir acompañadas de un aumento de la desigualdad territorial, que posteriormente tiende a disminuir, la teoría del crecimiento económico ha explicado esta pauta de U-invertida (aquí). Los shocks tecnológicos que alimentan el crecimiento económico se concentran inicialmente en aquellas regiones con mejor dotación de factores o instituciones y la desigualdad territorial tiende inicialmente a crecer. No obstante, la difusión de las nuevas tecnologías desde la región líder a las seguidoras provoca el inicio de un proceso de convergencia regional impulsado por el catch-up tecnológico y los flujos de factores. En este contexto, las desigualdades territoriales pueden ser mayores en un entorno económico de mayor globalización, es decir, existe una relación positiva entre apertura comercial y desigualdad territorial. Estos trabajos (aquí, aquí y aquí), señalan, asimismo, que con el aumento de la desigualdad regional en las últimas décadas se está fraguando una relación en forma de N entre desigualdades territoriales y desarrollo económico (similar a la curva en forma de elefante de Milanovic).
Dentro de este contexto, nuestro trabajo estudia la evolución de la desigualdad regional en España en el largo plazo. La observación del gráfico 1 permite extraer algunas conclusiones. En primer lugar, que la desigualdad territorial en la actualidad es más baja que la registrada al inicio del proceso de desarrollo económico español. Segundo, que ha habido periodos de divergencia y de convergencia: la desigualdad regional aumentó entre 1860 y 1910, y se redujo a lo largo de los periodos 1910-1950 y, especialmente, 1950-1980. Tercero, que la etapa que se abre con el acceso de la economía española a la UE, ha contemplado un nuevo avance de las desigualdades territoriales. Como consecuencia de todo ello, la desigualdad económica regional en España dibuja también una curva en forma de N, de manera que desde los años ochenta se asiste a un incipiente crecimiento de la desigualdad territorial.
Gráfico 1. Desigualdad regional en PIB por habitante en España, 1860-2015.
Para profundizar en esta visión general, hemos examinado también el conjunto de la distribución, con objeto de captar las diferencias entre regiones ricas y pobres, así como sus cambios a lo largo del tiempo. Del gráfico 2 se desprenden algunas pautas que permiten entender mejor la evolución que ha seguido la desigualdad regional en España. Al inicio del proceso de desarrollo económico, cuando la desigualdad regional era todavía relativamente baja, un grupo numeroso de provincias se agrupaba en torno a la media española. Sin embargo, a partir de entonces se observa que el inicial avance en la desigualdad constatado en el gráfico 1 se explicaría por el despegue de unas pocas regiones que se distanciaron del resto de la economía (Cataluña, País Vasco, Madrid). En las primeras décadas del siglo XX, la distribución empezaría a mostrar un cambio de tendencia, que se manifiesta en el acercamiento de las regiones con mayor renta a valores cercanos a la media. Desde mitad del siglo XX se va conformando, no obstante, una estructura cada vez más bimodal o polarizada, lo cual indica la existencia de un considerable número de regiones que tienen niveles de renta por encima de la media frente a otras que se agrupan en valores marcadamente inferiores a ésta. Es decir, desde los años ochenta, el aumento de la desigualdad ha venido acompañado por un reforzamiento de la polarización. O, dicho en otras palabras, los niveles de renta provinciales se agrupan en torno a dos medias que se están distanciando.
Gráfico 2. Densidades de Kernel del PIB por habitante (provincias), España 1860-2015.
Finalmente, cabe preguntarse si existen patrones geográficos en la distribución de la desigualdad regional y su evolución en el tiempo. El siguiente mapa muestra las provincias coloreadas siguiendo una escala de grises en función de su nivel de renta. Esta primera aproximación permite constatar que en el arranque del proceso industrializador a mitad del XIX no se observa patrón geográfico alguno en los niveles de renta. No obstante, a lo largo de la primera mitad del siglo XX, se conforma, de forma gradual, un patrón espacial caracterizado por la existencia de un gradiente de rentas que recorre la península desde el noreste (ricas) hacia el suroeste (pobres), y que se fue consolidando hasta los años ochenta. Desde entonces, el mapa va mostrando una mayor división norte-sur, en el que los territorios de menor renta se van concentrando en un territorio (creciente) que recorre, de este a oeste, todo el sur peninsular. Conjuntamente, pues, se puede definir esta realidad como un caso de polarización espacial.
Mapa 1. PIB por habitante por provincias, España 1860-2015.
La situación descrita hasta aquí se ha de enmarcar dentro del contexto general de la economía mundial. En este sentido, las primeras décadas del siglo XXI se caracterizan por el intenso cambio tecnológico, vinculado a las TICs, y una creciente globalización de los mercados de bienes y servicios, y de los mercados de capitales, pero sin grandes flujos migratorios internacionales o regionales. Es en un escenario como éste en el que hay que situar los tres elementos claves vinculados a la desigualdad regional en España: primero, que la desigualdad regional está creciendo; segundo, que se está dando una polarización de rentas entre territorios relativamente ricos y pobres (en este sentido, el ejemplo europeo muestra una situación general de mayor protagonismo de las regiones que albergan las capitales de los estados); y tercero, que se está conformando un marcado y persistente patrón geográfico norte-sur.
En un contexto como el descrito, se dan las condiciones para la aparición de nuevas tensiones sociales y políticas de las que son claro reflejo el ascenso de fenómenos que ponen en cuestión los ámbitos institucionales y territoriales de toma de decisiones (el anti-europeísmo) o de repliegue ante los efectos territoriales de la globalización (regreso al discurso proteccionista o anti-inmigratorio). En este sentido, el empobrecimiento relativo de regiones tradicionalmente prósperas o la creciente brecha de rentas existente entre las regiones más ricas y las más desfavorecidas, ha asentado la percepción de que, en palabras de Andrés Rodríguez-Pose (aquí), en el actual contexto de cambio tecnológico y globalización, hay territorios que “no importan” y ello está motivando su “venganza política”.

Nota de los editores: Si le ha interesado esta entrada, por favor acuérdese de hacer una donación a NeG para que podamos continuar escribiéndolas.