La efectividad de la estrategia monetaria de los últimos diez años y sus implicaciones en la lucha contra la inflación o sobre los mercados financieros se someten a análisis en Jackson Hole
				
						
				
				
					
						
						
							
														
							
Esta semana se celebra el Simposio de 
Jackson Hole, lugar idílico de Wyoming, donde se reúnen cada agosto los 
banqueros centrales de medio mundo, convocados por la Reserva Federal de
 EE UU. Es similar al que organiza el Banco Central Europeo (BCE) en la 
ciudad portuguesa de Sintra, a finales de junio cada año. En esta 
ocasión ha tenido que compartir protagonismo —y de qué manera— con la 
Convención Demócrata en Chicago que termina hoy. El debate económico 
será central en las elecciones presidenciales de noviembre, algo que se 
ha notado también en los debates que han llevado a proclamar a Kamala Harris como la candidata demócrata.
Esta edición en Jackson Hole tiene un 
título muy ilustrativo: ‘Reevaluando la efectividad y la transmisión de 
la política monetaria’. Llega en pleno debate en los bancos centrales 
sobre la posibilidad de comenzar los descensos en los tipos de interés, 
algo que ya han iniciado BCE, Banco de Inglaterra y el mucho menos 
ortodoxo Banco Popular de China. El foco está ahora en la Fed —algo 
lógico además al ser el anfitrión de la reunión— y si, tras tantas ideas
 y venidas, bajará el precio oficial del dinero en su próxima reunión. 
También recibirá atención el Banco de Japón, otro generador reciente de 
incertidumbre, tras su desconcertante subida de tipos hace unas semanas,
 justo antes del derrumbe de las Bolsas del lunes 5 de agosto.
Los bancos centrales continúan en el punto
 de mira, con muchos inversores y analistas mostrando fuertes críticas a
 sus decisiones desde 2022, que comenzó con una tardía reacción a la 
inflación, más persistente de lo inicialmente pronosticado y que 
continuó con un encarecimiento notable del precio del dinero (bien por 
encima de lo que se pensaba que era el nivel neutral de los mismos) y 
que ahora, una vez el consumo se ha resentido y hay señales de 
desaceleración, la estrategia sigue sin ser suficientemente clara.
Las miradas se centrarán en Jerome Powell,
 presidente de la Fed, quien se espera que apunte a esa disminución de 
tipos en septiembre, pero que no se comprometerá más allá. Todo 
permanecerá como hasta ahora, reunión a reunión, dependiendo de cómo 
evolucionen los datos. Lo normal es que los tipos sigan bajando tanto en
 Estados Unidos como en Europa, una vez la inflación está algo más 
controlada y la actividad económica da alguna muestra de agotamiento, 
aunque por ahora sin dramatismos. El BCE, por su parte, seguirá muy 
pendiente de los precios de los servicios en la zona euro, su mayor 
quebradero de cabeza. Con Alemania flirteando con la recesión (suave) de
 nuevo, la bajada de tipos estará sobre la mesa más de una vez en lo que
 resta de año. En septiembre, si los precios de los servicios se 
comportan, la segunda caída del precio del dinero es muy probable.
Volviendo al título del simposio, bien 
harán los banqueros centrales en reevaluar la efectividad de sus medidas
 desde 2021 y cómo se han transmitido al sistema financiero y la 
economía. No ha sido necesario provocar una recesión para atajar la 
inflación, pero la economía y los mercados financieros reflejan 
disfuncionalidades. Después de un periodo entre treinta y cuarenta años 
—dependiendo del país— sin inflación, esta llegó y a pesar de aplicar 
una dosis de la medicina intensa (fuertes subidas de tipos), la economía
 no ha tenido que entrar en recesión, ni siquiera suave, en la mayoría 
de los países.
Esta generación que desconocía las 
repercusiones de un proceso inflacionario, puede llegar a interpretar 
que con un incremento significativo del precio oficial del dinero 
durante dos o tres años es suficiente para combatir los crecimientos de 
precios. La economía actualmente tiene características diferentes —o 
mayor resiliencia, sobre todo en el mercado de trabajo— que en la década
 de 1980 o 1990. Sin embargo, lo que haya podido funcionar esta vez para
 combatir la inflación puede no ser suficiente en el futuro, sobre todo 
si ese rebrote de precios se produce en poco tiempo. Tampoco es 
definitiva la victoria sobre la inflación y los excesos de confianza se 
pagan caros. Aun así, mejor haber tenido una inflación elevada durante 
un par de años que durante casi una década, como era la norma alrededor 
de 1980.
La efectividad y transmisión de la 
estrategia monetaria de los últimos diez años ha tenido también 
implicaciones para los mercados financieros. Sin clara hoja de ruta 
sobre las decisiones que se tomarán en las próximas reuniones 
monetarias, pueden surgir turbulencias como las del 5 de agosto. El 
sector privado, sobre todo, el empresarial estadounidense, está muy 
endeudado. Cualquier decisión que afecte a sus costes financieros tiene 
gran importancia en su desempeño futuro. Las Bolsas de medio mundo ya 
andan sobrevaloradas desde hace tiempo —a pesar del derrumbe de 5 de 
agosto—, sobre todo las compañías tecnológicas, algo que vino apoyado en
 unos tipos bajos durante años.
Ahora el precio del dinero es más elevado 
y, a pesar de las correcciones bursátiles, la percepción es que sus 
valores continúan exagerados. Los bancos centrales no están para quebrar
 burbujas de activos —vivienda o valores—, aunque deben hacer un buen 
seguimiento de la situación —y tenerlo en su radar de decisiones— para 
evitar situaciones parecidas a la crisis financiera de 2008. Jackson 
Hole, sin duda, nos aportará una visión de los pesos que los banqueros 
centrales otorgan a todos estos desafíos y riesgos.