En el post ``Balón de Oxígeno’’ tuve un intercambio con un lector sobre la naturaleza de la investigación económica que acabó más o menos con una recomendación suya: La lectura de un antiguo artículo del profesor José Luis Sampedro titulado “El reloj, el gato y Madagascar” sobre el tema. Es artículo se publicó en la Revista de Estudios Andaluces (no. 1, 1983, pp. 119-126). Prometí hacerlo y comentar sobre ello. Aquí va.
Lo primero es que el artículo es una pequeña joya de escritura. Este hombre es un grandísimo escritor; lleva al lector como de paseo y con imágenes realmente ingeniosas y, porqué no decirlo, bellísimas trata de transmitir sus ideas al lector no experto. En esto es de una efectividad que ya me gustaría tener en mis escritos.
Vaya por delante también que el artículo del profesor Sampedro expresa de forma temprana el sentir de algunos, una minoría de los economistas y que son argumentos que merecen reflexión. El artículo del Profesor Sampedro tiene por tanto una sorprendente actualidad y habla bien de su inteligencia el que aún hoy puede leerse con provecho.

En lo conceptual hay dos ideas y otras cosas sueltas. Pero antes de nada el autor formula la proposición de la que quiere convencer al lector y es que el método de estudio debe adaptarse a la naturaleza del objeto estudiado. De ahí la imagen del reloj, que se puede montar y desmontar, el gato, que obviamente, más allá de la vivisección definitiva no hay vuelta y Madagascar donde el concepto de “desmontar” no aplica. No soy un filosofo de la ciencia y  he de confesar que mis lecturas en estos temas se quedaron en las que hice de estudiante (y que no pasaron de lo básico: Popper, Kuhn y poco más) pero tratare de argüir que aquí hay una confusión entre lo que es factible como instrumento (eso de “desmontar”) y lo metodológico, que para lo que aquí me interesa voy a definir de forma poco precisa como lo que nos permite formular proposiciones falsificables. Yo creo que lo que quiere decir es que hay determinados instrumentos y prácticas que son factibles y útiles según el objeto de estudio, proposición con la que es difícil estar en desacuerdo. Pero el salto lo da cuando dice que el “error de muchos economistas actuales consiste en entrenarse en relojería para actuar sobre la social.” Y es en esto en lo que estoy completamente en desacuerdo.
Las dos ideas en las que se apoya para argumentar esto son, uno, que a los economistas nos atraen los métodos matemáticos que nos dan una falsa sensación de confort y control, una certidumbre que no es posible y, dos, que estos métodos matemáticos tienen en su esencia un sesgo que precisamente excluye determinadas proposiciones.

El primer punto es argumento repetido y puede ser válido, aunque yo lo matizaría y diría que los malos economistas lo son precisamente porque no son conscientes de los supuestos de los modelos con los que trabajan y por tanto malinterpretan las conclusiones de los mismos y tienen más fe en los resultados de estos modelos de la que tendrían si fueran completamente conscientes de las hipótesis de partida.  El profesor Sampedro sostiene que esto es enfermedad generalizada de la profesión, sobre todo en su rama anglosajona, pero estoy en desacuerdo. Yo creo que aquí el profesor Sampedro tiene, o tenía en su momento, poca experiencia con los métodos que utilizamos en las universidades estadounidenses y merece la pena detenerse, aunque sea brevemente, en ello. Dos ejemplos.
Acabo de regresar de las reuniones de American Economic Association and American Finance Association donde me he pasado tres días en una habitación entrevistando a posibles candidatos para dos puestos que tenemos en el grupo de finanzas de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia. ¿Cómo funcionan estas entrevistas? Durante media hora un candidato nos cuenta su investigación y los resultados de la misma y los catedráticos y profesores de la escuela (cuatro o cinco) les hacemos preguntas para averiguar precisamente la naturaleza del resultado. Pues bien, lo fundamental, lo que intentamos averiguar es precisamente si el candidato es consciente de los supuestos de partida que le han llevado a determinadas conclusiones. Y estos supuestos pueden ser teóricos (por ejemplo, un supuesto sobre una determinada forma funcional que sesga los resultados en una dirección) o empíricos (por ejemplo, un supuesto que una determinada variable permite identificar el efecto objeto de estudio en la muestra utilizada). Una de las cosas que es motivo de rechazo de una candidato es que no sea consciente de dichos supuestos; que enamorado de la elegancia formal de su modelo o diseño empírico olvide todo lo que hay detrás de ellos y llegue con menos escepticismo del deseable a sus conclusiones. No son pocas las ocasiones en las que hemos desestimado a un candidato con la frase “no era consciente de que es este el supuesto crítico para obtener el resultado de su trabajo” o “este supuesto de identificación no considera esta alternativa.” Somos tan conscientes del primer punto que hace el profesor Sampedro que una condición imprescindible para la contratación de un candidato, en Columbia y en todas partes, es que esté libre del sesgo que le preocupa.
El segundo ejemplo es la práctica del seminario, experiencia, que estoy convencido, han tenido muchos de nuestros lectores. ¿Qué es lo que ocupa la mayor parte de un seminario de economía? La discusión de los supuestos. Es precisamente porque una vez que se empieza la discusión de los modelos que los resultados siguen como un torbellino que los asistentes a un seminario “hacen la vida imposible” al ponente para averiguar todo lo que hay escondido detrás de los supuestos y así evitar el confort que tanto le preocupa al profesor Sampedro. En conclusión que la profesión ha construido unas salvaguardas importantes para evitar la crítica que constituye el primer punto del artículo. Siempre es recordatorio importante pero aquí al menos tenemos poca sensación de confort.
La utilidad de los modelos, que el profesor Sampedro, de forma equivocada en mi opinión, no reconoce, es precisamente que permite aclarar los supuestos; mostrar de forma clara lo que se asume. Esto es fundamental: Un modelo no es sino una forma de resumir los datos y la experiencia de la profesión; es un depósito de conocimiento que los economistas utilizamos para empujar la investigación en una dirección novedosa, relajando supuestos, generalizándolos. Esto permite la comunicación efectiva entre nosotros; puede ser impenetrable para el lego en la materia pero esto no es distinto que con cualquier rama del saber. Para ello es imprescindible ser preciso en la  definición de los conceptos. Y esto es la fundamental: Los modelos son tanto un depósito de conocimiento como un método de comunicación efectivo entre investigadores. Y como el conocimiento se incrementa, también los modelos que se vuelven más complejos y exigentes. Deje de leer una literatura y uno se queda irremediablemente rezagado. Esto es exigente e inevitable.
Pero es más los modelos proveen de disciplina al investigador, atando su intuición a la disciplina impuesta por la notación y la lógica del modelo que se ha elegido para desarrollar sus ideas.  El modelo incluso en ocasiones puede llevarnos a conclusiones inesperadas pero igualmente válidas. Tantas son las ventajas de la modelización matemática que está bien implantada en nuestra disciplina. Para aquellos estudiantes de economía que esto lean, les animo a que inviertan su tiempo en dominar las muchas herramientas que están ahora a disposición del economista.
(Nota: Me advierte Jesús, cuyas lecturas son inagotables, de un artículo de Krugman con puntos muy parecidos y que podéis leer aquí.)
Si el primer punto es válido y requiere siempre estar alerta contra este sesgo, el segundo, me temo, no lo es en absoluto. Aquí el profesor Sampedro da “un salto” sin más evidencia que el considerable poder de su prosa, que no es poco. Pero es más este es punto extrañísimo y que denota que no tenía el pulso de la profesión en su momento. Un teorema que es punto de partida, es cierto, es que bajos determinados supuestos la competencia perfecta resulta en una asignación óptima de los recursos (el primer teorema del bienestar). Pero al economista le sorprende la cantidad de imperfecciones en el mundo real (información asimétrica, costes de transacción, restricciones de riqueza, …) y todas ellas impiden que el teorema citado opere como predice la teoría. Cuando un economista ve una asignación de recursos que no es eficiente se pregunta ¿qué imperfección del mercado impide que opere el teorema del bienestar? Y este es el arranque de toda la investigación de economía moderna. Aquí va un ejemplo que muestra lo anticuado del punto ya en el año 1983, cuando se publicó el artículo del profesor Sampedro.
En la entrega de Junio de 1980 del American Economic Review  se publicó uno de esos artículos fundamentales en el pensamiento económico moderno “On the Impossibility of Informationally Efficient Markets” de Sandy Grossman y Joseph Stiglitz (aclaración: el profesor Stiglitz es mi vecino en la oficina de al lado así que hay algo de parcialidad en la elección de este ejemplo; Jesús en un post anterior ya había hablado de este artículo en este post). En él estos dos verdaderos genios de la economía mostraban como la única forma de incentivar la costosa adquisición de información, que una vez incorporada a los precios permita la distribución eficiente de los recursos, es precisamente si estos precios no transmiten la totalidad de la información. ¿Por qué? Porque así se permite que aquellos que hayan sufridos los costes de adquirir dicha información puedan recuperarlos mediante el uso en condiciones oligopolísticas de la misma. Esto es el mercado tiene que ser ineficiente para que transmita algo de información. Esta maravillosa observación sólo puede entenderse como la culminación de un profundo esfuerzo por parte de los economistas estadounidenses de incorporar en sus modelos los problemas de información y procesamiento de la misma que ya por aquel entonces tenían más de una década de historia. Es este un esfuerzo de investigación revolucionario y que tiene vertientes múltiples: Desde los modelos de expectativas racionales desarrollados desde que Muth hiciera su contribución fundamental en su artículo en Econometrica en el año 1961, en el origen del trabajo de Lucas, Sargent, Prescott, y tantos otros a la literatura sobre información asimétrica que desde el principio la identificó como el origen de la falta de eficiencia de los equilibrios competitivos. Y es una literatura que arranca con Akerloff (1970), Spence (1973), Rothschild y Stiglitz (1976), Wilson (1977) y Riley (1979).  Es por ello por lo que aún juzgando el artículo del profesor Sampedro desde la perspectiva del año 1983 resulta extraña tal omisión.  Es un artículo ausente de lo que en aquel momento se estaba cocinando en el mundo de la investigación económica.
Declarar que la utilización de estos modelos sesgaba las conclusiones a las que se podía llegar en un intento malicioso de justificar el mercado no hacía sino mostrar los sesgos de los que así pensaban. Y por cierto nótese que entre estos investigadores se encuentra varios premios Nóbeles, gente fundamental en la profesión desde hace décadas y de toda condición ideológica.

Una nota sobre Friedman

El profesor Sampedro un poco sin venir a cuento critica algunas de las ideas de Milton Friedman con motivo de un viaje que al parecer hizo a Madrid por aquellos años. Nada tengo que decir sobre las críticas que parecen un poco metidas de forma incómoda en el artículo pero sí decir una cosa que es curiosa. El profesor Sampedro hace una recomendación acertadísima y que yo interpreto como una recomendación de que el economista “sepa más historia,” que coteje supuestos y modelos con la “revisión histórica” y esto es algo que también recomiendo yo también a los estudiantes de economía que estén leyendo esto: Es importantísimo un buen conocimiento de la historia económica para entender muchas cosas y es fuente de ideas e intuiciones constantes (un capítulo de mi tesis doctoral fue sobre la historia del seguro marítimo y la utilizaba para informar un modelo teórico sobre innovaciones financieras).
Pero por ello resulta tan extraño, una vez más, el que el único nombre que se incluya de entre los economistas anglosajones sea el de Friedman, de los grandes economistas el más apegado a la historia como método de revisión. De hecho puede decirse que la contribución más importante de Milton Friedman es precisamente un libro de historia y en particular de revisión histórica “A Monetary History of the United States, 1867-1960” (con Anna Schwartz) que ha influido sobremanera en pensamiento de los economistas no sólo en lo monetario sino también en la interpretación de las causas de la gravedad de la Gran Depresión. De hecho no se puede entender la política monetaria seguida por Bernanke durante este episodio sin entender a su vez el impacto que la obra magna e histórica de Friedman ha tenido sobre todo el pensamiento macroeconómico, como el mismo Bernanke ha reconocido en más de una ocasión.

Una última observación

El profesor Sampedro termina su artículo con una espléndida imagen, evocativa y divertida a la vez: La de él, y otros “economistas no convencionales” (su expresión) viajando en un carro tirado por un jamelgo en la dirección adecuada, “el sur” mientras que los economistas, se supone que los convencionales, viajan en un lujoso tren pero, que como todo tren solo puede ir en una dirección, “el norte (es decir hacia la justificación y asentamiento del poder establecido).” ¡Qué imagen tan inteligente! Inmediatamente se asocia al no convencional el sacrificio, la pobreza y el sur, y a los convencionales el lujo del norte expropiador y establecido. Esto no es un argumento. Es simplemente lo que el profesor Sampedro tanto critica: una preconcepción, un supuesto de partida del que ni siquiera se está dispuesto a dudar. La investigación de la economía, sobre todo en el mundo anglosajón, no es un tren: lo describe mejor un globo, o mejor una multitud de globos, que pueden ir en todas direcciones explorando cosas, intentando averiguar cómo hacer de este mundo uno donde lo material no sea la constante preocupación del hombre, con todas las herramientas y la seriedad que tal propósito merecen, quizás empujados por aquí o por allá por vientos que a veces no nos llevan a ningún lado y otros a paisajes espléndidos. Hubiera sido maravilloso haber tenido al profesor Sampedro en cualquiera de esos globos.