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La existencia en una ciencia de diversas escuelas que no se ponen de acuerdo supone un toque de atención, puesto que puede significar que no hay datos suficientes para confirmar cuál está en lo correcto. En el mejor de los casos hay un cuerpo de conocimientos comunes más allá de los cuales las distintas escuelas extrapolan de distinta manera para opinar sobre las partes que el estado de la cuestión no alcanza a iluminar. La mayoría de las escuelas económicas son así: unas hacen hincapié en las instituciones, otras en la política monetaria o en la fiscal, otras en el crecimiento, la desigualdad y así sucesivamente. Las razones por las que un economista se adscribe a una escuela o a una línea de investigación son irrelevantes para la ciencia económica. Puede hacerlo porque crea que le dará instrumentos para llevar a cabo unos objetivos que considera deseables, porque crea tener una ventaja relativa en el avance de esa línea de investigación o por haberse encontrado un maestro que le ha señalado un camino. Al final, solo importará lo que pueda demostrar.
Algunas escuelas tienen claramente una componente ideológica. Es decir, prefieren un tipo de sociedad a otro. No debería ser problema si, de nuevo, separan lo que está probado de lo que no lo está. Posiblemente sorprenda al lector saber que economistas célebres y de notoria adscripción ideológica son, en sus artículos publicados, poco reconocibles como representantes de su ideología. Normalmente definen los rasgos más marcados de su escuela en libros o artículos en prensa, fuera de la revisión por pares. En cambio, sí tendremos un problema cuando la ideología oscurece la actividad científica y un número grande de economistas de una escuela presentan una visión sesgada de los hechos para justificar las conclusiones que favorecen su propia ideología. Esto ocurre, por ejemplo, cuando un marxista señala como prueba de la pauperización del proletariado cualquier descenso de los salarios y desestima con justificaciones ad hoc sus aumentos. También será un problema si la escuela económica se dedica a exponer su opinión sobre lo que debe ser. Por ejemplo, si un economista de la escuela austriaca defiende que los impuestos deben ser mínimos porque son un robo estará exponiendo una postura moral, si acaso, pero no estará haciendo ciencia. La ciencia económica debería tener como objeto el decir, modelo en mano, qué consecuencias hay de tener tal o cual impuesto y, con ello, ayudará a que la sociedad, según su organización política y, ahora sí, según sus preferencias morales, tome sus decisiones.

Hoy en día las definiciones de lo que constituye una escuela son demasiado difusas. ¿Qué es un economista marxista? Si alguien, inspirado por Marx, estudia las desigualdades económicas, ¿es marxista incluso si ni sus métodos ni sus conclusiones tienen que ver con los análisis de Marx en El Capital? No abriré una discusión semántica, simplemente señalaré lo dicho anteriormente: si sus estudios sobre la desigualdad satisfacen los criterios científicos, se incorporarán al acervo de la ciencia económica. Si no, no. Empeñarse, sin embargo, en defender el análisis en El Capital de Marx como manera de entender el funcionamiento de una economía capitalista sí será un acto acientífico. Después de siglo y medio de su publicación sabemos que ese análisis era no solo incompleto, sino también inconsistente.
De igual manera, si un economista encuentra inspiración en von Mises, uno de los padres de la escuela austriaca, para sus investigaciones, no hay nada que objetar mientras siga el método científico. Pero si insiste en usar la praxeología como supuesta alternativa al método científico, estará cayendo en una maraña de pensamiento similar a la metafísica, donde al final se acaban justificando las intuiciones con retórica y sin ciencia. Cualquier fuente de inspiración puede ser generadora de hipótesis, pero solo el método científico podrá validarlas.
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Las actitudes no científicas no están solo en los extremos. Tomemos por ejemplo a Milton Friedman. Recibió el premio Nobel por sus influyentes artículos en los que estudiaba la política monetaria —la inflación y su control— y la manera en que afecta al comportamiento económico de los individuos y empresas. Por otra parte, sus opiniones sobre la capacidad de autorregulación de los mercados y sobre la libertad económica, de reconocida influencia austriaca, son de sobra conocidas, pero no se exponen en artículos científicos. Todo esto lo recuerda y pone de relieve Paul Krugman en un famoso artículo publicado en el New York Times (y reproducido en español aquí por El País), lo que no deja de ser paradójico, puesto que al propio Krugman le ocurre lo mismo. Recibió el premio Nobel por sus estudios sobre el comercio internacional y sus modelos de localización de la actividad económica. Sus artículos de opinión le confieren su rasgo más conocido para el gran público, artículos que llevan las recomendaciones keynesianas más allá de lo que es dado deducir de la investigación reciente, como le recuerdan y le reprochan sus colegas (por ejemplo, aquí). Por supuesto, Friedman y Krugman tienen derecho a sus opiniones, pero no deberían confundir al público pretendiendo que tienen más base científica de la que en realidad tienen. Y si en algún momento no tienen base científica y son solo intuiciones o extrapolaciones de lo que sabemos, no pasa nada, se dice así y ya está, que todos reconocemos que a veces hay que tomar decisiones con muy poca información.
Después de todo lo anterior, debo decir que no sé a qué escuela se adscriben la mayoría de mis colegas. Sospecho que a ninguna. Desde fuera se acusa a los economistas académicos que publican en las mejores revistas de ser mainstream u ortodoxos que, al parecer, es algo así como “neoclásico”, “neoliberal” o “cientista”, dependiendo de si la crítica la hace alguien que directamente no sabe qué ha hecho la ciencia económica en los últimos 50 años (aquí), un marxista o cercano al marxismo (aquí) o un austriaco (aquí), respectivamente. Desde dentro, siempre propongo a quien no me cree que venga a cualquiera de los seminarios que organiza mi departamento y trate de deducir la ideología del ponente o de los que hacen comentarios o preguntas. Yo no puedo. En cambio, suele ser muy fácil deducir la ideología de la mayoría de economistas que se definen heterodoxos.
Después de todo esto, el lector que no está al tanto de la investigación económica y que en algún momento quiere saber a quién hacer caso, ¿qué puede hacer? No puede estudiar toda la Economía, pero sí puede buscar los indicios y evidencias de buenas y malas prácticas. No son distintas de las que hay en cualquier otra ciencia. En Nada es Gratis hemos hablado de ellas. Lo hace, por ejemplo, Juan Francisco, en sus recomendaciones (o no) de lectura (la última, aquí), o yo mismo en mi entrada sobre el negacionismo económico (aquí). Pero nunca está de más recordar las preguntas clave: ¿dónde están los avances de esa escuela? ¿Cuándo han corregido un error? ¿Cuándo han descartado una hipótesis por encontrar otra mejor? (En este punto, a veces, me han querido vender discrepancias y discusiones como avances). ¿Dónde publican, en una gran variedad de revistas académicas o en libros, artículos de periódico, blogs o, como mucho, sus propias revistas? (En este otro punto, me han querido vender publicaciones que no tienen que ver con los postulados de la escuela). ¿A quién convencen, a una generalidad de economistas o a sus seguidores? ¿Qué datos necesitan para invalidar alguna de sus hipótesis? ¿Acuden a los congresos generales de economía? ¿Se presentan como los únicos que conocen la verdad y todos los demás están en el error? ¿Achacan su escasa presencia académica a una conspiración? ¿Presumen de tener una alternativa al método científico? No hace falta saber Economía para responder a estas preguntas, con prestar un poco de atención uno puede hacerse una idea de dónde hay investigación bien hecha y dónde una agenda ideológica, por muy buenas intenciones que tenga. Tampoco hace falta que falle en todas las preguntas; si no hay enmienda, con hacer una cosa mal basta.