II- Inflación: una mirada bajo el capó -BIS- Junio 2022

 

Annual Economic Report 2022

At its Annual General Meeting on Sunday 26 June 2022, the BIS released its Annual Economic Report and its Annual Report.

https://www.bis.org/publ/arpdf/ar2022e.htm

I. Old challenges, new shocks

https://www.bis.org/publ/arpdf/ar2022e1.htm

II. Inflation: a look under the hood 

https://www.bis.org/publ/arpdf/ar2022e2.htm

III. The future monetary system

A burst of creative innovation is under way in money and payments, opening up vistas of a future digital monetary system that adapts continuously to serve the public interest

https://www.bis.org/publ/arpdf/ar2022e3.htm

 Inflation: a look under the hood

 
Mirar "bajo el capó" de la inflación ofrece nuevas perspectivas sobre el proceso de inflación, representado por dos regímenes muy diferentes y transiciones autorreforzadas de tonos bajos a altos, dice Claudio Borio, al presentar el Informe Económico Anual del BPI.

La mirada "bajo el capó" de la inflación ofrece nuevas perspectivas sobre el proceso de inflación, representado por dos regímenes muy diferentes y transiciones autorreforzadas de tonos bajos a altos, dice Claudio Borio, al presentar el Informe Económico Anual del BPI.

BIS Annual Economic Report  | 

26 June 2022

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Expertos del Banco de Pagos Internacionales (BPI) explican su trabajo y debaten sobre temas de actualidad para la economía mundial. Como centro de operaciones para los bancos centrales y otras autoridades de regulación y supervisión financiera, el BPI trata de construir una mayor comprensión colectiva de la economía mundial, fomentar la cooperación internacional y apoyar la formulación de políticas.
 

https://bispodcast.libsyn.com/inflation-looking-under-the-hood

Key takeaways

  •     Para comprender mejor la inflación, es fundamental ir más allá del análisis agregado para separar las variaciones de precios relativas de las generalizadas y examinar su dinámica conjunta.
  •     Los periodos de alta y baja inflación son muy diferentes, sobre todo en lo que respecta a sus propiedades autoestabilizadoras y a la forma en que las empresas y los trabajadores responden a las variaciones de los precios relativos.
  •     Preservar un entorno de baja inflación es primordial y requiere garantizar que las variaciones de los precios relativos no se traduzcan en una inflación arraigada. Las transiciones de regímenes de baja inflación a regímenes de alta inflación son especialmente difíciles porque tienden a reforzarse a sí mismas.
  •     La política monetaria desempeña un papel esencial a la hora de garantizar la durabilidad de un régimen de baja inflación a través de las características de su marco operativo, así como mediante ajustes flexibles y oportunos de la orientación de la política.


El reciente y notable repunte de la inflación, tras su larga inactividad, ha suscitado preguntas apremiantes sobre la dinámica de la inflación en general. Al mismo tiempo, ha puesto de relieve la importancia de los acontecimientos sectoriales, como el persistente desplazamiento de los servicios a los bienes inducido por la pandemia, los cuellos de botella sectoriales en las cadenas de valor mundiales y el aumento de los precios de los alimentos y la energía (véase el capítulo I). Una cuestión urgente es si el aumento de la inflación se afianzará.

Estos acontecimientos han puesto de manifiesto la necesidad de ir más allá de la dinámica agregada de la inflación para arrojar más luz sobre el funcionamiento de su motor, es decir, mirar "bajo el capó".

¿Qué significa esto, concretamente? Muchos modelos de inflación se basan en la relación de la curva de Phillips entre la inflación y la actividad económica. Según este enfoque, las fluctuaciones de la inflación reflejan las presiones de la demanda agregada sobre la capacidad productiva, las perturbaciones temporales de la oferta y los cambios en las expectativas de inflación. Mirar bajo el capó complementa esta perspectiva. Distingue claramente entre una multitud de cambios en los precios relativos y la propia inflación subyacente. Examina detalladamente cómo, y en qué condiciones, esas variaciones de los precios relativos pueden transformarse en una inflación más amplia. Y presta especial atención al proceso de formación de los precios de los salarios -el núcleo del motor de la inflación-, explicando cómo depende de la propia tasa de inflación y cómo está vinculada a las percepciones y expectativas de inflación. Esto también significa ir más allá de los conocidos factores cíclicos de la inflación para examinar las influencias estructurales en la fijación de los salarios y los precios. Éstas suelen ser de carácter global.

La distinción entre las variaciones de los precios relativos y la inflación subyacente es fundamental. Los cambios en los precios relativos reflejan los de los artículos individuales, en igualdad de condiciones. Esto puede estar relacionado o no con la inflación subyacente, es decir, con un aumento más amplio y en gran medida sincrónico de los precios de los bienes y servicios que erosiona el valor del dinero y devalúa la "unidad de cuenta" a lo largo del tiempo.

Looking under the hood reveals some important features of the inflation process.

Los regímenes de baja inflación resultan ser muy diferentes de los de alta inflación.1 Cuando la inflación se asienta en un nivel bajo, refleja principalmente los cambios en los precios específicos del sector y presenta ciertas propiedades de autoequilibrio. Las variaciones de la inflación son menos sensibles a las perturbaciones de los precios relativos y la dinámica de los salarios y los precios está menos vinculada. Además, hay indicios de que el impacto de los cambios en la orientación de la política monetaria se vuelve menos potente.

Las transiciones de regímenes de baja inflación a regímenes de alta inflación tienden a reforzarse a sí mismas. A medida que la inflación aumenta, se convierte naturalmente en un punto de atención para los agentes e induce cambios de comportamiento que tienden a afianzarla, sobre todo influyendo en la dinámica de los salarios y los precios. Por ello, es importante comprender mejor el funcionamiento de las transiciones para poder identificarlas con la suficiente antelación a medida que se desarrollan los acontecimientos. La transición de un régimen de baja inflación a uno de alta inflación a finales de los años 60 y principios de los 70 ilustra algunas de las posibles fuerzas en juego. Entre ellas se encuentran los grandes y persistentes aumentos de los precios relativos - especialmente del petróleo - en un contexto de fuerte demanda cíclica y en un entorno estructuralmente propicio a las espirales de precios salariales, es decir, el elevado poder de fijación de precios de la mano de obra y de las empresas, unido a la pérdida del ancla monetaria proporcionada por el sistema de Bretton Woods.

La política monetaria desempeña un papel fundamental a la hora de establecer y consolidar un régimen de baja inflación y de evitar las transiciones a un régimen de alta inflación. Una vez establecido un régimen de baja inflación, la política monetaria puede permitirse ser más flexible y tolerar desviaciones más persistentes, aunque moderadas, de la inflación respecto a los objetivos. Al haber ganado una valiosa credibilidad, puede cosechar los beneficios. Al mismo tiempo, la política monetaria debe asegurarse de que el régimen no se ponga en peligro. Una cosa es tolerar desviaciones moderadas de los objetivos puntuales y otra muy distinta poner a prueba las propiedades de autoequilibrio del sistema. Los costes de volver a controlar la inflación pueden ser muy elevados. Calibrar la política para evitar transiciones es especialmente difícil.

En este capítulo se examina la inflación en profundidad, desde una perspectiva de los entresijos de la misma. Comienza definiendo la inflación y caracterizando su comportamiento en función de su nivel, basándose en los datos de precios desagregados que la sustentan. A continuación, ofrece un análisis sistemático del comportamiento de la fijación de los salarios y los precios y de cómo los cambios en los precios relativos pueden dar lugar a la inflación, facilitando las transiciones entre regímenes. Por último, explora el papel clave de la política monetaria para asegurar un régimen de baja inflación y prevenir las transiciones a uno de alta inflación.
 

Inflation: a look under the hood

BIS Annual Economic Report  | 

26 June 2022

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Experts from the Bank for International Settlements (BIS) explain their work and discuss current issues for the global economy. As a hub for central banks and other financial regulatory and supervisory authorities, the BIS seeks to build a greater collective understanding of the world economy, foster international cooperation and support policy making.

 

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Key takeaways

  • To better understand inflation, it is key to go beyond aggregate analysis in order to separate relative from generalised price changes and examine their joint dynamics.
  • Periods of high and low inflation are very different, notably with respect to their self-stabilising properties and how firms and workers respond to relative price shifts.
  • Preserving a low inflation environment is paramount and requires ensuring that relative price changes do not translate into entrenched inflation. Transitions from low- to high-inflation regimes are especially challenging because they tend to be self-reinforcing.
  • Monetary policy has an essential role to play in ensuring the durability of a low-inflation regime through the features of its operating framework as well as through flexible and timely adjustments in the policy stance.

Introduction

The recent remarkable surge in inflation after its long quiescence has raised pressing questions about the dynamics of inflation more generally. In the process, it has put the spotlight on the importance of sector-specific developments including the persistent pandemic-induced shift from services to goods; sectoral bottlenecks in global value chains; and soaring food and energy prices (see Chapter I). An urgent question is whether higher inflation will become entrenched.

These developments have underscored the need to go beyond the aggregate dynamics of inflation in order to shed further light on how its engine works, ie to look "under the hood".

What does this mean, concretely? Many workhorse models of inflation build on a Phillips curve relationship between inflation and economic activity. Taking this approach, inflation fluctuations reflect aggregate demand pressures on productive capacity, temporary supply shocks and changes in inflation expectations. Looking under the hood complements this perspective. It distinguishes clearly between a multitude of relative price changes and underlying inflation itself. It examines in detail how, and under which conditions, such relative price changes can morph into broader-based inflation. And it pays close attention to the wage-price formation process – the core of the inflation engine – illuminating how this depends on the rate of inflation itself and how it is linked to inflation perceptions and expectations. This also means going beyond the well known cyclical drivers of inflation to examine the structural influences on wage- and price-setting. These are often global in nature.

The distinction between relative price changes and underlying inflation is critical. Relative price changes reflect those in individual items, all else equal. This may or may not be related to underlying inflation, ie a broader-based and largely synchronous increase in the prices of goods and services that erodes the value of money and devalues the "unit of account" over time.

Looking under the hood reveals some important features of the inflation process.

Low-inflation regimes turn out to be very different from high-inflation ones.1 When inflation settles at a low level, it mainly reflects changes in sector-specific prices and exhibits certain self-equilibrating properties. Changes in inflation become less sensitive to relative price shocks, and wage and price dynamics are less closely linked. Moreover, there is evidence that the impact of changes in the monetary policy stance becomes less powerful.

Transitions from low- to high-inflation regimes tend to be self-reinforcing. As inflation rises, it naturally becomes more of a focal point for agents and induces behavioural changes that tend to entrench it, notably by influencing wage and price dynamics. This puts a premium on better understanding how transitions work in order to be able to identify them early enough as events unfold. The transition from a low- to a high-inflation regime in the late 1960s and early 1970s illustrates some of the possible forces at play. These include large and persistent relative price increases – notably oil – in a context of strong cyclical demand and in an environment structurally conducive to wage-price spirals, ie high pricing power of labour and firms coupled with the loss of the monetary anchor provided by the Bretton Woods system.

Monetary policy plays a key role in establishing and hardwiring a low-inflation regime and in avoiding transitions to a high-inflation one. Once a low-inflation regime is established, monetary policy can afford to be more flexible and tolerate more persistent, if moderate, deviations of inflation from targets. Having gained precious credibility, it can reap the benefits. At the same time, monetary policy must ensure that the regime is not jeopardised. It is one thing to tolerate moderate deviations from point targets; it is quite another to put the system's self-equilibrating properties to the test. The costs of bringing inflation back under control can be very high. Calibrating policy to prevent transitions is especially challenging.

This chapter examines inflation in depth, from an under the hood perspective. It starts by defining inflation and characterising its behaviour as a function of its level, drawing on the disaggregated price data that underpin it. It then provides a systematic analysis of wage- and price-setting behaviour and of how changes in relative prices can give rise to inflation, facilitating transitions across regimes. Finally, it explores the key role of monetary policy in securing a low-inflation regime and preventing transitions to a high-inflation one.

Inflation: stylised facts

Conceptually, the term "inflation" encapsulates the notion of an erosion of the purchasing power of money.2 Inflation can be thought of as a change in the value of the numeraire vis-à-vis all goods and services. When looked at from this perspective, in its purest form, inflation would imply a proportional and synchronous change in all prices.3 As such, it would leave the relative prices of all goods and services unchanged: only their prices expressed in terms of the numeraire would vary.

In practice, however, price changes are never perfectly synchronous. Different goods and services have different adjustment speeds. This is because the process of changing prices uses valuable firm resources and very frequent adjustments need not be optimal, especially in the presence of long-term relationships between buyers and sellers ("nominal rigidities").4 For example, the prices of commodities are much more variable than those of, say, manufactured goods and, even more so, of services.

Therefore, inflation, measured as the change in some general and comprehensive price index, will always reflect changes in relative prices in addition to underlying inflation. Some measures of inflation seek to partly disentangle the two, in a very rough fashion, most commonly by excluding the most volatile items. This, however, still misses the rich nature of granular price changes, both transitory and long-lasting, if not permanent. Longer-lasting ones tend to be driven by structural "real" forces, such as changes in consumer preferences and relative productivity trends.

From a historical perspective, focusing on countries with a long history of price data, extended phases of high inflation have been relatively rare. The Great Inflation of the 1970s is the archetypal example. High rates of inflation have also typically followed wars. A look at cross-country historical data since 1870 (Graph 1.A) reveals that inflation was low, although volatile, over the years of the first globalisation era (1870–1914) but surged during World War I and World War II. In the aftermath of World War II, most belligerents experienced high inflation for some years (Graph 1.B). Again, the 1970s stand out for both the length and global reach of inflationary forces.

Extremely high-inflation episodes, or hyperinflations,5 are even less frequent. These typically follow periods of major political upheavals and a generalised loss of confidence in institutions. The defining characteristics of hyperinflations are large budget deficits that are increasingly directly financed by central banks (often due to the inability to collect sufficient revenues via taxes). One consequence is spiralling exchange rate depreciations.6 Telling examples include post-revolutionary France and the aftermath of World War I in the Soviet Union and Germany. More recently, some countries in Latin America experienced hyperinflation in the wake of the debt crisis of 1982, while Russia saw an inflation rate of around 2,500% in 1992 following the collapse of the Soviet Union.

The dynamics of inflation vary systematically with its level along a number of dimensions, pointing to important differences between low- and high-inflation regimes. In particular, it is well known that when inflation becomes durably low, its volatility tends to fall, as does its persistence.7 However, looking under the hood at more granular price increases reveals several additional striking features.

 

Graph 1

 

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First, the reduction in inflation volatility at low levels of inflation is not due to a decline in the volatility of individual price changes but rather to the decline in the correlation between them (Graph 2). This bears a close analogy with the return on a portfolio of securities: the variance of the return is overwhelmingly determined not by the variance of the individual components, but by the correlation across them.

The mirror image of this stylised fact is that, once inflation is tamed, idiosyncratic relative price changes rather than price co-movements explain much of the change in the overall price index. Thus, the common component in the cross section of price changes declines. This is best illustrated with the personal consumer expenditure price index for the United States, for which a long time series of very granular data is available. The common component explains a large share of the total variance of inflation up until the mid-1980s, corresponding to the period when inflation was high, but little thereafter (Graph 2.A).

 

Graph 2

 

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Second, and closely related, the degree to which individual price changes spill over into inflation also declines as inflation becomes durably lower. For example, the pass-through of outsize price changes to core inflation falls substantially (Graph 3.A). The same is true of the pass-through to inflation of changes in prices that are especially "salient", either because of their pervasive role in production chains (eg oil; Graph 3.B) or because of their weight in consumption baskets (eg food, especially in EMEs). And the same holds for the exchange rate – the relative price of two units of account – given its far-reaching impact on prices in the economy (Graph 3.C).8

Third, and consistent with the previous findings, the spillovers across all prices tend to decline in low-inflation regimes. This is illustrated in Box A and Graph 4.A, which documents the phenomenon for a group of advanced economies (AEs) and emerging market economies (EMEs). The transmission of disaggregated sectoral price changes to other sectors, measured by the share of the total variance that these account for, is much higher and more pervasive in high-inflation regimes.

Finally, a more granular perspective sheds further light on the well documented decline in the persistence of aggregate inflation in low-inflation regimes.9 It shows that this decline is not just a by-product of aggregation, but also reflects less persistent individual price changes. This is quite a general phenomenon, visible for most sectoral prices across a range of countries (Graph 4.B).

Overall, these findings highlight important differences between high- and low-inflation regimes. In a low-inflation regime, relative price changes, even the salient ones, tend to fade away without leaving a noticeable imprint on aggregate inflation. Hence, the regime is, to a certain extent, self-equilibrating. As such, it tends to become entrenched unless subjected to major shocks that are not met with a sufficient policy response. By contrast, a high-inflation regime does not have such desirable properties and inflation becomes increasingly sensitive to relative price shocks – including large exchange rate depreciations. It is therefore more likely to increase further (see also below).

 

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What explains the inflation process?

What lies behind these stylised price dynamics? How do relative price changes translate into self-sustained increases in the aggregate price level? More generally, what explains the inflation process?

Sustained inflation ultimately involves a self-reinforcing feedback between price and wage increases – so-called wage-price spirals. Changes in individual prices can broaden into aggregate inflation. And they can also erode real wages and profit margins for very long spells. But, ultimately, they cannot be self-sustaining without feedback between prices and wages: profit margins and real wages cannot fall indefinitely. So, beyond the important impact of aggregate demand conditions on wage- and price-setting, a key question is how changes in relative prices that pass through to the aggregate price index ("first-round effects") can trigger feedback between price and wage increases ("second-round effects").

To unravel this process, we need to go beyond the canonical stylised Phillips curve. The Phillips curve provides a useful and relatively easy-to-grasp framework but has a number of features that limit its ability to shed light on the forces behind inflation dynamics (see Box B for a detailed discussion). First, by construction, and for simplicity, it focuses only on an aggregate price index and hence leaves out sectoral developments. While the framework can include some key relative prices, such as those of oil or the exchange rate, these have only a transitory impact on inflation.

Second, the Phillips curve focuses on aggregate cyclical factors as the key drivers of prices (and, implicitly, wages) and does not account for structural forces. Third, inflation expectations are assumed to affect inflation directly, rather than through their impact on individual pricing decisions.10  Moreover, the various relationships are assumed to be invariant to the level of inflation. While this is a tenable assumption in a stable inflationary environment, it can be more problematic when inflation is liable to shifts across regimes.

Box A

Measuring price spillovers across sectors

Examining how shocks to prices in certain sectors transmit and propagate to others can help shed light on how individual price changes are able to morph into broad-based inflation. One relatively simple way to do this is to look at how shocks affecting certain sectoral price indices affect the variability of prices in other sectors within a certain horizon. This box presents indices of price spillovers across different sectors. It does so, first, in the context of sector-level personal consumption expenditure (PCE) deflators for the United States. The analysis is then extended to producer price indices (PPI) categories, to see how the price changes of inputs percolate downstream to those of final goods and services.

The key ingredient for the construction of the spillover indices is the generalised forecast error variance decomposition (GFEVD) matrix. This measures the share of the variance of each PCE sector (the rows) explained by shocks to each of the sectors (the columns). Graph A1 visualises this for a horizon of 12 months for two estimation samples: the first includes the Great Inflation of the 1970s (Graph A1.A), and the second the "Great Moderation", beginning in 1986 (Graph A1.B). Consider, for example, the dark red square in the row "Food services" corresponding to the column for "Food and beverages": it indicates that the bilateral spillovers from the former to the latter are sizeable, as one would expect. Obviously, the diagonal elements of the GFEVD matrix explain the lion's share of each sector's variance. But these are in fact "own" shocks, and do not correspond to spillovers across sectors, and so they are excluded from the heat map.

Going beyond bilateral spillovers, an index of total spillovers can be constructed by summing all the off-diagonal elements of the GFEVD matrix. Given that the matrix in Graph A1.A ("Great Inflation") has overall darker colouring compared with Graph A1.B ("Great Moderation"), the index of total spillovers is higher in the high-inflation regime than in the later low-inflation one, as was also reported in Graph 4.A in the main text. Spillovers across sectors explain about 20% of the total variance over a 12-month horizon in the post-1986 sample, down from more than 45% in the pre-1986 sample.

 

Graph A1

 

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By summing the elements of the variance decomposition in Graph A1 by column and by row, respectively, one obtains a measure of the extent of spillovers "exported to" and "imported from" each of the different sectors. These are visualised in Graph A2. Comparing directional spillovers across sectors between high- and low-inflation regimes indicates that they have diminished and have become more concentrated in a few sectors that remain strong exporters of spillovers, such as food and gasoline. This highlights their centrality in driving overall price developments. In line with the finding that total spillovers are lower in a low-inflation regime, it is also the case that directional spillovers are smaller in the post-1986 sample. That said, there are two categories – housing and financial services – in which the size of exported spillovers has increased.

 PCE measures purchases of final products and services. A natural question to ask is how price changes in items that are upstream in the value chain, which constitute inputs to the production of final goods and services, transmit downstream. This can be answered by including PPI sub-indices in the analysis and constructing a larger matrix of contributions to the variance.

 

 

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The results are presented in Graph A3. The GFEVD matrix can now be divided in four blocks. The top-left block represents spillovers within PCE categories, and is conceptually the same as discussed above. The bottom-right block instead displays spillovers within PPI categories. Its generally darker shading, compared with the top-left block, indicates that spillovers among PPI components tend to be larger than those among PCE components. The other blocks represent spillovers from PPI to PCE (top right) and from PCE to PPI (bottom left). Not surprisingly, those from PPI to PCE are stronger than vice versa. Note that the columns of PPI items are ordered based on their (increasing) degree of upstreamness, so that the darker shades appearing on the right side correspond to sectors further upstream, indicating that they tend to be the source of stronger system-wide spillovers.

The methodology follows that proposed by Diebold and Yilmaz (2012) and Lombardi et al (2013). The generalised forecast error variance decomposition is constructed by first modelling monthly growth rates in sector-level PCE deflators as a Bayesian VAR with six lags controlling for common, economy-wide explanatory factors such as economic slack, inflation expectations and oil prices. Generalised impulse responses to shocks to each of the variables are then used to construct the decomposition of forecast errors over a horizon of 12 months. For further technical details, see Lombardi and Zakrajšek (2022). The index of upstreamness is computed following Antràs et al (2012).

Wage and price formation

All this suggests that it is worth more closely examining the wage and price formation process. This can also more clearly bring out the role of inflation expectations of workers and firms.

There are many similarities in the way wages and prices adjust. First, both are sensitive to the same cyclical and structural forces. Second, their adjustment varies systematically with the level of inflation itself, helping to entrench the high- and low-inflation regimes. Finally, both are deeply influenced by inflation expectations.

These factors play somewhat different roles. Cyclical and structural forces shape the pricing power of workers and firms – in particular, firms' ability to raise prices when profit margins are squeezed and workers' ability to obtain higher wages when their purchasing power is eroded. Inflation expectations provide a key incentive to do so. And the level of inflation influences both their ability and incentives, not least because of its impact on structural features of contracting arrangements and on the sensitivity of expectations to relative price changes.

Let's consider in more detail the roles of pricing power and inflation in wage-price formation.

Pricing power

The pricing power of economic agents is ultimately determined by perceptions of the consequences of charging a higher price or asking for a higher wage. How will customers and employers react? How will "competitors", be these other firms or workers, respond? Will firms see their profit margins or market shares squeezed? Will workers lose their jobs? Explaining pricing power means explaining how cyclical and structural forces exert their impact on wage and price dynamics.

Cyclical forces

Cyclical forces are those that have generally attracted most attention. The main such force is aggregate demand pressures. When the economy is running hot, it is generally more likely for labour to have their wage demands accepted and for firms to have their customers tolerate higher prices.

Box B

The Phillips curve and inflation under the hood

The Phillips curve first emerged as an empirical relationship between wages and the level of unemployment (Phillips (1958)). Since this seminal contribution, the empirical regularity has been extended to prices (Samuelson and Solow (1960)) and further explored and broadened. It has now come to play a key role in many macroeconomic models as the main device to explain inflation.

In its simplest, prototypical version, a Phillips curve relates inflation (typically for a broad price index) to a measure of economic slack (typically the output or unemployment gap). When this reduced-form relationship is brought to the data, it turns into a linear regression in which inflation is expressed as a function of a chosen proxy for economic slack. The other elements in the model are a constant, representing the level around which inflation hovers, and residuals, capturing temporary, if possibly persistent, inflation deviations from their mean that are not explained by slack ("shocks"). More formally, a prototypical Phillips curve takes the following form:

Such a framework is obviously too stylised to provide a faithful representation of inflation. Thus, the most typical approach is to extend it to capture the role of expectations and relate the residuals to some key observable variables (key sources of shocks). Expectations are assumed to influence inflation directly; they can be thought of as replacing the constant, allowing it to move systematically over time. The variables included to capture prominent shocks are salient relative price changes, most often oil prices or exchange rates. The prototypical Phillips curve thus becomes:

where is a measure of inflation expectations over a certain horizon h, and st is a (vector of) relative price changes.

This approach is a very useful parsimonious way of capturing key relationships behind the inflation process. However, from an under the hood perspective, it misses some important elements.

Aggregation has obvious consequences.

For one, a single measure of economic slack cannot capture sectoral developments and differences in the sensitivity of prices to sectoral slack. For example, sectors may differ in their exposure to global conditions – the tradeable/non-tradeable distinction is an obvious example. And even differences across purely domestic sectors can matter, as highlighted by the post-Covid developments.

In addition, there is a lot that can be learnt about the dynamics of inflation from the behaviour of individual prices. A valuable insight is the much bigger role of (mostly transitory) idiosyncratic or relative price changes when inflation settles at a low level. The importance of secular relative price trends is another, most prominently the long-term increase in the price of non-tradeables, including many services, relative to that of tradeables, which are mainly goods.

The other implications are more closely related to the wage- and price-setting mechanisms and their interactions. These are at the very heart of the inflation process but are necessarily glossed over in the Phillips curve representation.

First, the framework considers explicitly only the cyclical forces that influence the pricing power of labour and firms, working through economic slack. As a result, it obscures the role of structural factors. Notable examples include globalisation, technology, demographics and other features of labour and product markets.

Second, inflation expectations affect inflation directly. One implication is that there is no role for attempts to recoup losses in purchasing power, or to compensate for squeezes in profit margins. In other words, unless inflation expectations adjust, bygones are bygones, so that wage-price spirals cannot occur.

Third, there is no role for shocks to feed into the wage-price process and generate permanent, or even persistent, changes in the inflation rate. For example, a large oil price increase does not directly affect economic slack, and hence the cyclical component of pricing power. Nor does it induce attempts to compensate for losses in purchasing power or squeezes in profit margins.

Finally, there is no room for the level of inflation to systematically influence its dynamics. For instance, the response of wages and prices to slack or to changes in salient prices is modelled the same way, irrespective of whether the economy is operating in a high- or low-inflation regime.

These omitted factors tend to show up as changes in equation coefficients. For instance, structural changes that diminish the sensitivity of inflation to slack (eg globalisation, technology, a weakening in workers' bargaining power), will result in a "flattening" of the Phillips curve, a well documented stylised fact.

One way of putting agents' pricing decisions centre stage is to resort to "microfounded" versions of the Phillips curve, that is, ones in which the relationship is derived directly from pricing decisions (see eg Roberts (1995)). In these models, inflation results from the optimising behaviour of individual economic agents in the presence of "nominal rigidities", ie impediments to instantaneous price adjustments. This also allows for a multiplicity of prices. These so-called "New Keynesian Phillips curves" describe a relationship between inflation, inflation expectations and marginal production costs, mct ie

While appealing from a theoretical standpoint, such a version of the Phillips curve suffers from serious practical shortcomings. As neither inflation expectations nor marginal costs can be directly observed, bringing a New Keynesian Phillips curve to the data requires additional assumptions. Marginal costs are typically proxied using the output or unemployment gap, or even real unit labour costs. Inflation expectations can either be estimated in a model-consistent way, or proxied using survey-based measures (eg forecasts of inflation). So, even starting from the microfounded version of the Phillips curve, a researcher typically ends up estimating a reduced-form relationship between inflation and a measure of slack that looks a lot like the prototypical version described above. Moreover, the standard version only features a bundled consumer good, and hence does not allow a role for relative price changes. And even in versions with multiple sectors, relative price changes only reflect different adjustment speeds in prices, so that longer-run trends play no role.

That said, sectoral demand pressures, and differences across them, also matter. Whenever sectoral imbalances take centre stage, aggregate measures of slack are an insufficient indicator of the impact of cyclical factors on inflation. Given differences in the strength of sectoral forces and in the response of prices to those forces, a given measure of aggregate demand may be associated with quite different inflationary pressures.

Probably the most important distinction in this context is the one between tradeables and non-tradeables – one that has a long tradition in economics. Tradeable prices are more directly exposed to external factors, including international demand and supply imbalances and global financial conditions; non-tradeable prices are more sensitive to domestic conditions.11 Of course, domestic demand conditions affect the exchange rate, and hence have an important indirect impact on the prices of tradeables.

The implication is that, as countries have become more open over time because of globalisation, one would expect their inflation rates to have become more sensitive to cyclical global factors as well.12 For individual countries, these forces may show up as changes in relative prices, especially those of commodities. Since these are often treated as "supply shocks", there can be a tendency to underestimate the role of aggregate demand in inflation whenever these pressures affect several countries simultaneously.13

But the impact of the distinction between tradeables and non-tradeables goes further. Just as in the domestic context, supply chains can act as a transmission channel of global sectoral forces and facilitate their propagation. For instance, there is evidence that the exposure of countries to global value chains helps explain the relative importance of domestic and (suitably weighted) global measures of economic slack, both across countries and over time.14

Furthermore, sectoral factors, domestic and global, can interact. Their interaction has been very much in evidence in the unexpected recent flare-up in inflation (Chapter I). The pandemic has induced a surprisingly persistent rotation from services to goods, and the prices of many commodities have reflected global demand pressures and dislocations in global value chains ("bottlenecks"), which have made it harder for supply to keep up with the strong rebound in demand.

Structural forces

Structural forces have a major influence on wage- and price-setting. The previous discussion highlights one channel through which they can influence the sensitivity of inflation to domestic demand pressures, ie the openness of the economy. But there are other examples, including structural features that may hinder the reallocation of labour across sectors (eg the design of the pension system or unemployment benefits).

The evolution of labour markets vividly illustrates how broad and deep the influence of structural forces can be. Labour markets have seen major structural changes since the Great Inflation of the 1970s. Their net effect has been to reduce the pricing power of labour. This secular decline reflects many factors, including a declining role of the public sector in setting wages; dwindling unionisation; a wave of labour market deregulation; the gradual opening of markets due to globalisation; and demographics. For instance, it is hard to imagine that the bargaining power of labour, especially in advanced economies, could have remained immune to the entry of large numbers of (predominantly low-wage) workers into the the global trading system. China and former members of the Soviet bloc are the most prominent examples. A quickening of technological change is yet another possible factor, in this case increasing the competition between labour and capital.

Measuring pricing power is not straightforward. For example, it may not be the actual entry of firms that determines their pricing power but the threat of entry ("contestability"). Similarly, the actual extent to which jobs are relocated to foreign countries may be less important than the threat thereof.

Again, labour markets can help illustrate the point. One possible, albeit imperfect, indicator of labour's decreasing structural pricing power is the secular decline in the degree of centralisation of wage negotiations (Graph 5.A). Another is the reduction in the number of countries adopting binding norms in the coordination of wage-setting (Graph 5.B).

Based on these indicators, there is indeed evidence that workers' bargaining power is important in shaping the response of wages to both prices and economic slack (Graph 5.C). When workers' bargaining power is high, the cyclical sensitivity of inflation to the unemployment gap increases, reflecting greater pricing power for any given degree of tightness in labour markets.15 Moreover, workers are better placed to successfully negotiate higher wages to reap the benefits of increases in labour productivity as well as to recoup losses in purchasing power due to past inflation.

 

Graph 5

 

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The inflation environment

In addition to cyclical and structural factors, the level of inflation itself can influence wage- and price-setting and hence the likelihood and intensity of wage-price spirals. In general, a high-inflation regime, if it persists, induces behavioural changes which raise the probability that it will become entrenched, not least by amplifying the impact of relative price increases. Several mechanisms are at work.

First and foremost, when inflation is very low, it may cease to be a significant factor influencing economic decisions. After all, agents' bandwidth is limited and acquiring information is costly – leading to so-called "rational inattention".16 Indeed, this is the very definition that Paul Volcker, and later Alan Greenspan, gave of price stability: "a situation in which expectations of generally rising (or falling) prices over a considerable period are not a pervasive influence on economic and financial behavior."17

Second, and closely related, it stands to reason that the degree to which the general price level becomes relevant for individual decisions increases with the level of inflation. When inflation rises, price changes become more similar (Graphs 6.A and 6.B). As a result, differences in consumption patterns matter less. After all, wage earners do not care about the general price level per se, but only about their own cost of living. Similarly, firms care about the general price level only insofar as it carries information about how competitors might react or about their own costs. Since wages, in turn, are an essential component of costs, the stronger link of wages to general prices reinforces the relevance of inflation for firm decisions, and vice versa.

Third, the level of inflation is bound to influence the importance of inflation expectations. Once the general price level becomes a focus of attention, workers and firms will initially try to make up for the erosion of purchasing power or profit margins that they have already incurred. This, in and of itself, could trigger wage-price spirals if background conditions are sufficiently favourable. And, once inflation becomes sufficiently high and is expected to persist, they will also try to anticipate future changes in the general price level, as these will erode purchasing power and profit margins before contracts can be renegotiated.18

 

Graph 6

 

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Fourth, if sufficiently high and persistent, inflation will influence the structural features of wage- and price-setting. The higher the inflation rate, the greater the incentive for workers to unionise, and for wage negotiations to be centralised, as the inflation rate acts as a stronger focal point.19 And, the more persistent the inflation rate, the greater the incentive to index wages and, more generally, to reduce the length of contracts that are fixed in nominal terms.20 These forces are amplified by the stylised fact that higher inflation rates tend to go hand in hand with higher volatility and hence uncertainty.

There is considerable evidence supporting the impact of the inflation regime on contractual arrangements.21 For instance, indexation practices tend to be more prevalent in countries with a higher inflation history (eg in EMEs in Latin America relative to those in Asia). And reliance on indexation has declined along with the inflation rate (Graph 6.C).22 In other words, since the 1980s, structural forces and a decline in inflation itself have arguably reinforced each other in reducing the bargaining power of labour.

It is not hard to find the footprint of inflation regimes on wage- and price-setting.

Consider price-setting first. As one example, across countries, the pass-through from wages to inflation becomes more muted at lower inflation rates (Graph 7.A). This finding is corroborated by US-specific evidence: unanticipated changes in wages estimated over a sample starting in 1986 transmit less to both the producer and consumer price indexes than they did in the preceding high-inflation regime (Graphs 7.B and 7.C).

 

Graph 7

 

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Similarly, wages have become less responsive to inflation over time. For instance, corroborating evidence emerges from a simple empirical model in which wage growth is a function of past inflation, the unemployment gap and labour productivity growth estimated on a panel of advanced economies. Past inflation has become less reflected in wage gains (Graph 8.A) as its average level has declined over time (Graph 8.B).

 

Graph 8

 

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Putting these various pieces of evidence together suggests that the link between wages and prices has become looser. A statistical exercise that captures their joint dynamics illustrates the point. When wages, say, fall behind their long-term relationship with prices, they tend to subsequently catch up, although more slowly in the low-inflation regime (Graph 9.A). The same holds for prices (Graph 9.B).

Taken together, all these findings may help explain why high- and low-inflation regimes are self-reinforcing. This is largely through their impact on wage and price adjustments and hence on the likelihood and intensity of wage-price spirals. In a low-inflation regime, both the inflation rate and individual price changes are less noticeable and the general price level is less representative of the prices that matter for individual agents. Further, inflation expectations play a smaller role, and inflation induces changes in structural features of wage- and price-setting that help keep it low. High-inflation regimes are the mirror image.

Inflation expectations in financial markets

While the expectations of firms and households directly affect price- and wage-setting, those in financial markets play an important indirect role through a variety of channels.

 

Graph 9

 

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First, they influence financial conditions and hence aggregate demand. A key factor behind any decision to borrow or save is the interest rate, ie the amount the borrower will need to pay to service their debt and the return to the saver for postponing consumption. Apart from the short-term policy rate, which is set by the central bank, the inflation expectations of market participants help determine nominal interest rates at longer maturities, as investors need to be compensated for the expected erosion of their purchasing power. In turn, expenditures are shaped partly by nominal rates, which have a first-order impact on cash flows, and by inflation-adjusted ("real") interest rates, which reflect the real value of the resources transferred over time. Long-term mortgage rates are a good example.

Second, through their impact on interest rates, the inflation expectations embedded in financial markets have a major effect on the exchange rate – probably the most salient and important relative price for open economies. This is because they affect the returns across currencies, and hence the investment and borrowing decisions of market participants that have access to both domestic and foreign funds. These decisions will, in turn, be an important driver of exchange rates, as sudden capital outflows can trigger large depreciations. Moreover, through exchange rates, inflation expectations also affect the value of both assets and debts denominated in foreign currencies. This is especially important in EMEs, where the use of a foreign currency to denominate contracts can be common and where currency mismatches – discrepancies between the currency denominations of assets and liabilities – can be widespread.23

The impact on the servicing costs and debt burden of the government is especially important. One possible mechanism is through financial market perceptions of the sustainability of fiscal positions. For instance, there is evidence from EMEs that when the share of public debt denominated in foreign currency is high, an increase in the fiscal deficit results in a depreciation of the currency (Graph 10.A). This depreciation is one reason why deficits, more generally, shift the whole distribution of future inflation outcomes, increasing the likelihood of higher inflation (Graph 10.B). This effect is stronger in EMEs, where debt sustainability tends to be more of a challenge and the exchange rate plays a bigger role. The effect of deficits on inflation is also bigger where debt levels are higher (Graph 10.C).

 

Graph 10

 

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Third, financial markets' inflation expectations are useful in and of themselves. While they may not be a good proxy for the expectations of wage- and price-setters, they can help forecast inflation. After all, they aggregate the information of a myriad of investors, who "put their money where their mouths are". Moreover, their timeliness can be of great value. And so is the fact that, through option prices, it is possible to tease out information about the perceived risks around the average or most likely future outcomes. To be sure, extracting inflation expectations from asset prices is not without pitfalls. Since expectations are not observable, some "model" is necessary to estimate them. Moreover, they are "contaminated" by the compensation investors require for bearing inflation risk as well as by market characteristics, including the underlying liquidity. Even so, at the end of the day, what matters is their predictive content.

The empirical evidence indicates that financial market measures of inflation expectations can indeed be valuable. While household expectations tend to be biased on the upside when compared with those made by professional forecasters (Graph 11.A), financial market expectations perform relatively well (Graph 11.B). They also have the advantage of timeliness: in contrast to surveys that generally take place regularly at fixed intervals, financial market expectations can be monitored in real time. As such, they may prove especially useful when economic conditions change rapidly.

The timeliness of market-based inflation expectations is one reason why they are useful to central banks when setting monetary policy. As such, they serve not only as indicators of the future path of inflation, but also as real-time gauges of the credibility of the central bank's commitment to price stability. Their use in this context provides a valuable additional piece of information, although it needs to be managed properly (see below).

 

Graph 11

 

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The role of monetary policy

The imprint of monetary policy on inflation can be easily traced through history. It can be found in the relative stability of the price level under the Gold Standard, the costly deflation of the Great Depression, the occasional hyperinflations, the Great Inflation of the 1970s under a fiat standard and the subsequent Great Disinflation from the 1990s. This phase ushered in a long period of low and stable inflation, as central banks gave clear priority to inflation control – the era of inflation targeting.

Monetary policy influences inflation in two ways.

First, through the policy regime, ie the rules of the game that define the monetary policy framework itself. These include the relative weight of different objectives; the core features of the systematic policy response to the evolution of the economy (the central bank's "reaction function"); the tools employed; transparency, accountability and, most importantly, the degree of autonomy ("independence") from the government, which offers insulation from short-term political pressures. These features ultimately determine the central bank's credibility and ability to deliver on its objectives. The conjunction of inflation targeting with central bank independence is the most recent and widespread example of such a framework. It is the monetary policy framework that has the biggest influence on inflation expectations as well as on the features of wage and price formation.

Second, through changes in the monetary policy stance within a regime. These operate mainly through aggregate demand in the economy. It is through changes in the stance that the central bank calibrates the degree of accommodation or tightness to steer economic activity, and hence inflation. These adjustments help fine-tune the systematic policy response and its flexibility to evolving circumstances, sometimes requiring significant departures from the typical reaction function.

What light can the under the hood perspective shed on these issues? Consider, in turn, the operation of monetary policy in a low-inflation rate regime and transitions to a higher one.

Box C

Comparing different measures of inflation

Measuring inflation involves a balancing act between constructing a useful guidepost to assess price stability (and hence inform central banks' decisions) and identifying an index that is comprehensive, transparent and easy to communicate to the public, whose experience of price changes it should duly reflect. Most price indices are indeed based on the prices of goods and services in a typical consumption basket of a median household. As such, they reflect the cost of consumption, rather than the cost of living per se.

Central banks look at price indices partly to extract signals about imbalances between aggregate demand and supply capacity that might require a monetary policy response. In addition, persistent movements in price levels can serve as a warning indicator that inflation expectations may be at risk of de-anchoring. Yet, as argued in the chapter, price indices mechanically reflect all price changes, including those that have limited predictive value for future inflation, or are not influenced by monetary policy. In principle, monetary authorities would like to react differently to different types of price change.

Some prices are particularly volatile and hence liable to be misleading. This happens for goods that are more subject to large exogenous shocks, for example energy prices (eg due to conflicts or disruptions) and food (subject to weather events and seasonality). These make up a particularly large share of overall consumption, especially in some emerging market economies (Graph C1.A). One way to minimise their impact on inflation is to rely on measures of "core" inflation that reduce the effect of specific components, by excluding categories like food and energy that tend to be exogenously driven. Another is to rely on trimmed measures that drop the most volatile components at each point in time, irrespective of their source.

 

Graph C1

 

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The distribution of inflation outcomes, however measured, becomes much more concentrated around low values when inflation is firmly in control of central banks (Graph C1.B). Under high-inflation regimes, both core and headline inflation appear very volatile, while in a low-inflation regime core inflation tends to be more stable, as one would expect.

A notable exception is the US Personal Consumption Expenditure (PCE) deflator. Prices administered by government agencies are an important source of prices not affected by monetary policy in some economies.

Monetary policy in a low-inflation regime

The dynamics of prices in a low-inflation regime offer considerable flexibility to the central bank. In such a regime, inflation has valuable self-equilibrating properties. Its evolution largely reflects changes in sector-specific, relative prices that are, for the most part, transitory. Because of the lack of frequent and persistent salient price changes that could drive inflation durably higher, agents need not pay much attention to inflation. Partly as a result, wages and prices do not tend to chase each other higher. Flexibility in this context could mean greater tolerance for moderate, even if persistent, deviations of inflation from narrowly defined targets. It is as if, having succeeded in bringing inflation under control, the central bank can enjoy the fruits of its hard-earned credibility.

A low-inflation regime also confers flexibility regarding the specific measure of inflation that the central bank can target. In an environment in which relative price changes are dominant, and possibly disconnected from the dynamics of underlying inflation, there is a premium on measures that abstract, to the extent possible, from the most volatile relative price changes (see Box C for a detailed discussion).

There are good reasons for the central bank to make use of flexibility. For one, with inflation low, supply side forces driving price changes become relatively more important. These forces reflect natural adjustments in the economy that monetary policy should accommodate, unless they threaten the low-inflation regime itself. In addition, the evidence suggests that it becomes difficult for monetary policy to steer inflation precisely. This, in turn, increases the possible costs of trying.

One reason behind the difficulties in steering inflation reflects the very nature of the price changes. One would expect monetary policy to operate through the common component of inflation, which tends to reflect the driver common to all price changes. Empirical evidence supports this conjecture. Changes in the policy stance have a persistent impact on the common component of price changes but have little impact on idiosyncratic elements in US data (Graphs 12.A and 12.B). Thus, as the common component declines relative to the sector-specific one when inflation settles at a low level, the traction of changes in the policy stance declines with it.

In addition, the evidence suggests that, at least when inflation is low, monetary policy operates through a rather narrow set of prices. The results of an exercise on US data indicate that its impact is statistically different from zero for only around one third of sectors, even after three years (Graph 12.C). Not surprisingly perhaps, the prices that exhibit a response are mainly in the cyclically sensitive services subsectors, which are more affected by domestic than foreign demand.24

Another piece of corroborating evidence is that monetary policy loses traction when nominal interest rates are very low.25 Because nominal interest rates and inflation rates tend to move together, this implies more limited monetary policy traction in low-inflation regimes. This loss of traction holds even after filtering out the influence of other factors – the state of the economy, the level of debt and the apparent trend decline in "equilibrium" real interest rates. Moreover, the effect tends to intensify the longer interest rates remain low.26

The more limited traction of monetary policy at low levels of inflation means that bigger moves in the policy instrument are needed to produce the same inflationary effect, with larger side effects for the real economy. This has been in evidence in the post-Great Financial Crisis period, during which central banks have faced difficulties in lifting inflation back to target, partly owing to the structural disinflationary forces at play. Hence the need to keep an exceptionally easy policy stance for exceptionally long – the so-called low-for-long phenomenon. This has been one factor behind the build-up in risk-taking and financial vulnerabilities (Chapter I).

 

Graph 12

 

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Transitions across inflation regimes

What about transitions across regimes?

Bringing inflation under control has generally proven costly. And the higher and more entrenched the initial inflation rate, and hence the larger the required disinflation, the greater the cost is likely to be. As the previous analysis indicates, once wage-price spirals set in, they develop an inertia that is not easy to break. Expectations of persistent inflation become embedded in labour contracts and wage negotiations, requiring a larger reduction in aggregate demand, and hence higher unemployment, to break the back of persistent inflation. Monetary policy's task becomes much harder. This is true not only from a technical standpoint, but also from a political one. A broad political consensus that inflation must be brought back under control would greatly help the central bank's task. For example, it could be instrumental in inducing trade unions to accept the abandonment of indexation clauses, as it did in the 1980s.27 But this consensus may take time to form and, in the meantime, central bank actions will inflict necessary near-term costs on the economy.

Thus, a key challenge for the central bank is to avoid transitions from low- to high-inflation regimes in the first place – to nip inflation in the bud. To be sure, a low-inflation regime has some self-equilibrating properties, which allow a credible central bank to enjoy a considerable degree of flexibility. But, if the system is subjected to too much pressure, those properties vanish. The Great Inflation of the 1970s is a case in point. This historical phase was preceded by several years of moderately high inflation, which left the inflation regime vulnerable to the 1973 oil price shock.28 Once the oil price soared, inflation accelerated and entrenched the transition.

A tough test central banks face in this context is how to identify transitions sufficiently promptly and reliably and then to calibrate policy accordingly. Both tasks are clouded in uncertainty. The under the hood perspective sheds light on these challenges and points to ways in which they may be addressed. Ultimately, though, central banks have little choice but to consider the broadest set of information possible, both hard and soft, and form a judgment about the risks ahead. The current environment helps illustrate some of these difficulties.29

A first warning indicator is large and persistent changes in salient relative prices, such as those of energy and food. Large exchange rate depreciations play a similar role. For instance, recently the war in Ukraine has triggered major increases in the prices of energy and food, adding to previous upward pressures, in part related to the broader rebound in global demand (Chapter I). To be sure, such price increases are neither necessary nor sufficient to trigger a transition. But they do test the self-equilibrating properties of the system and require special attention.

A common practice to deal with such price shifts is to exclude them from the measures of underlying or core inflation, because of their high volatility. The idea is to capture only the more long-lasting influence of the inflation path. One possible drawback, however, is that it may take time for their effect to filter through.

The under the hood perspective suggests another, complementary approach: looking more closely at the degree of commonality across all price changes. A simple such indicator is the degree of spillovers across sectors based on rolling windows. Adding just a few post-Covid observations to the long estimation period indicates that spillovers have increased in several countries in the sample (Graph 13.A). A more timely indicator, which does not require long estimation windows, is an index of similarity of price changes across sectors. This measure reinforces the previous message: monthly observations point to an increase in similarity since mid-2021 (Graph 13.B).

A limitation of all such indicators is that they cover only short horizons and that the underlying changes may not be long-lasting. A complementary approach, therefore, is to consider inflation expectations. These provide a better sense of the possible evolution of inflation at different horizons, at least as perceived by economic agents. That said, as noted earlier, these indicators are not foolproof either. Expectations of economic analysts may provide little information over and above central banks' own forecasts. Those of financial market participants may also be excessively influenced by the central bank's own assessments and credibility – in these cases, they could even lull the central bank into a false sense of security.30 And those of households and firms tend to be very backward-looking. In the current context, these indicators point to significant risks (Chapter I).

Econometric models, not least those based on stylised relationships like the standard Phillips curve, are the main tool to make longer-term forecasts, beyond one year. But they can only go so far. The reason is that they are less well equipped to address turning points (Box B). In part, this is because they tend to assume that relative price shocks, even if large, have only a temporary impact on inflation. Additionally, they may have been estimated over a long, low-inflation regime. More generally, it is because they have a hard time capturing the specific inflation dynamics during transitions, in which the level of inflation itself can alter well established relationships.

Ultimately, the most reliable warning indicator is signs of second-round effects, with wages responding to price pressures, and vice versa. These can be especially worrying if they go hand in hand with incipient changes in inflation psychology. Examples include demands for greater centralisation of wage negotiations or indexation clauses, or surveys indicating that firms have regained pricing power, as part of broader changes in the competitive environment, as observed in some countries recently (Chapter I).

 

Graph 13

 

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This gives rise to a dilemma. Central banks may wish to wait to obtain the most reliable signals and to avoid overreacting. But waiting until signals are unequivocal heightens the risk that inflation will become entrenched, and the system will reach a tipping point. This is particularly important given that monetary policy affects inflation only with a lag. Thus the risk of waiting too long should not be underestimated, especially after a prolonged period in a low-inflation regime. If the central bank has not had to tighten significantly for a long time, it will be more uncertain about the impact of the removal of accommodation. All the more so if, in the meantime, there have been signs of aggressive risk-taking and debt has built up, not least reflecting the very low interest rates that may go hand in hand with a low-inflation regime. These challenges loom large in the current environment.

In fact, transitions may be reliably identified only ex post. Central banks, however, have no such luxury. This puts a premium on flexibility and timeliness. When faced with high risks of a transition from a low- to a high-inflation regime, the costs of falling behind the curve are likely to be high.

In considering these risks, country-specific features and circumstances are important. For structural reasons, some countries are more vulnerable than others to drifting from a low- to a high-inflation regime. The previous analysis points to several relevant features. A large weighting of salient items in the consumption basket can make increases in the inflation rate more likely to stick. Weak public finances and large currency mismatches, especially in more open economies, can make the exchange rate more sensitive to deteriorating conditions and amplify the damage a depreciation can inflict. Formal or informal wage indexation practices, and centralised bargaining, can make it easier for wage increases to recoup losses in purchasing power. Above all, a history of high inflation could increase the likelihood that inflation expectations will become unanchored, inducing broader behavioural adjustments. The actions of those in financial markets could quickly push the system beyond the point of no return. This suggests that, in economies with such features, there is a premium on a prompt monetary policy response. EMEs are more likely to fall into this category. Not surprisingly, central banks in many EMEs have responded more promptly than their AE peers to rising inflation over the past year.

The prominent role of the history of inflation in influencing transitions highlights the importance of policy frameworks and institutions. They hold the key to the credibility of monetary policy. Credibility is essential to anchor expectations firmly and, more generally, to strengthen the resilience of the economy to inflationary shocks. In this context, central bank independence is critical. It reinforces the self-equilibrating properties of a low-inflation regime, thereby granting the central bank time to assess the situation more thoroughly. And, even more importantly, it shields the institution from political economy pressures that would delay, or even prevent, the necessary remedial policy response.

Conclusion

Understanding the nature and the mechanics of the inflation process is fundamental to the conduct of monetary policy. Looking under the hood at disaggregated price developments and at wage-price formation in depth is particularly valuable. It sheds light on how waves of broad-based inflation can arise and propagate from sector-specific relative price shocks and on the relative roles of cyclical and structural forces in determining the likelihood and intensity of wage-price spirals.

The analysis highlights major differences between low- and high-inflation regimes and hence the criticality of transitions.

A low-inflation regime has significant self-stabilising properties. What is measured as inflation is, in large part, the reflection of relative or sector-specific price changes that tend to have a transitory impact on the inflation level. In such an environment, inflation has little effect on the wage and price formation as it loses significance as a factor influencing behaviour. Central bank credibility is instrumental in hardwiring the regime and increasing its robustness.

High-inflation regimes do not have such self-stabilising properties. Inflation becomes a focal point for agents' behaviour and wage-price formation becomes more sensitive to relative price shocks. Higher inflation, in turn, induces changes in more structural features of wage formation, such as indexation and centralised wage bargaining, which help entrench the regime. It also undermines central bank credibility, further unmooring the inflation process. The experience with the oil price shocks of the 1970s illustrates the mechanisms at work.

Because of the sensitivity of agents' behaviour to the level of inflation, transitions are self-reinforcing and hence challenging. They are challenging for the models typically used to explain and forecast inflation, which are ill-suited to capturing such behavioural changes. And they are especially challenging for policymakers, because of endemic uncertainty and the possibility of tipping points.

The under the hood perspective sheds light on how monetary policy can best secure a low-inflation regime. The perspective underscores the importance of navigating the transitions and the associated difficulties. Transitioning back from a high-inflation regime can be very costly once it becomes entrenched. All this puts a premium on a timely and firm response. Central banks fully understand that the long-term benefits far outweigh any short-term costs. And that credibility is too precious an asset to be put at risk.

traducido:
Conceptualmente, el término "inflación" engloba la noción de una erosión del poder adquisitivo del dinero.2 La inflación puede concebirse como un cambio en el valor del numerario con respecto a todos los bienes y servicios. Desde este punto de vista, en su forma más pura, la inflación implicaría un cambio proporcional y sincrónico de todos los precios3 . Como tal, dejaría los precios relativos de todos los bienes y servicios sin cambios: sólo variarían sus precios expresados en términos del numerario.

En la práctica, sin embargo, los cambios de precios nunca son perfectamente sincrónicos. Los diferentes bienes y servicios tienen diferentes velocidades de ajuste. Esto se debe a que el proceso de cambio de precios utiliza valiosos recursos de las empresas y los ajustes muy frecuentes no tienen por qué ser óptimos, especialmente en presencia de relaciones a largo plazo entre compradores y vendedores ("rigideces nominales").4 Por ejemplo, los precios de los productos básicos son mucho más variables que los de, por ejemplo, los bienes manufacturados y, aún más, los de los servicios.

Por lo tanto, la inflación, medida como la variación de algún índice de precios general y completo, siempre reflejará los cambios en los precios relativos además de la inflación subyacente. Algunas mediciones de la inflación intentan separar parcialmente ambas, de forma muy aproximada, normalmente excluyendo los artículos más volátiles. Sin embargo, esto sigue sin tener en cuenta la riqueza de los cambios de precios granulares, tanto transitorios como duraderos, si no permanentes. Las más duraderas suelen estar impulsadas por fuerzas estructurales "reales", como los cambios en las preferencias de los consumidores y las tendencias de la productividad relativa.

Desde una perspectiva histórica, centrándonos en los países con un largo historial de datos sobre precios, las fases prolongadas de alta inflación han sido relativamente raras. La Gran Inflación de los años 70 es el ejemplo arquetípico. Las altas tasas de inflación también han seguido normalmente a las guerras. Un examen de los datos históricos de los distintos países desde 1870 (gráfico 1.A) revela que la inflación fue baja, aunque volátil, durante los años de la primera era de la globalización (1870-1914), pero se disparó durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Tras la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países beligerantes experimentaron una alta inflación durante algunos años (Gráfico 1.B). De nuevo, la década de 1970 destaca tanto por la duración como por el alcance global de las fuerzas inflacionistas.

Los episodios de inflación extremadamente alta, o hiperinflación5 , son aún menos frecuentes. Suelen producirse tras períodos de grandes convulsiones políticas y una pérdida generalizada de confianza en las instituciones. Las características que definen a las hiperinflaciones son los grandes déficits presupuestarios que financian cada vez más directamente los bancos centrales (a menudo debido a la incapacidad de recaudar suficientes ingresos a través de los impuestos). Una de las consecuencias es la espiral de depreciaciones del tipo de cambio6 . Entre los ejemplos más claros se encuentran la Francia post-revolucionaria y las secuelas de la Primera Guerra Mundial en la Unión Soviética y Alemania. Más recientemente, algunos países de América Latina experimentaron una hiperinflación a raíz de la crisis de la deuda de 1982, mientras que en Rusia se registró una tasa de inflación de alrededor del 2.500% en 1992 tras el colapso de la Unión Soviética.

La dinámica de la inflación varía sistemáticamente con su nivel a lo largo de una serie de dimensiones, señalando importantes diferencias entre los regímenes de baja y alta inflación. En particular, es bien sabido que cuando la inflación es baja de forma duradera, su volatilidad tiende a disminuir, al igual que su persistencia7 .

 

Graph 1

 
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En primer lugar, la reducción de la volatilidad de la inflación a niveles bajos no se debe a una disminución de la volatilidad de las variaciones individuales de los precios, sino a la disminución de la correlación entre ellas (Gráfico 2). Esto guarda una estrecha analogía con la rentabilidad de una cartera de valores: la varianza de la rentabilidad viene determinada en su gran mayoría no por la varianza de los componentes individuales, sino por la correlación entre ellos.

El reflejo de este hecho estilizado es que, una vez controlada la inflación, las variaciones idiosincrásicas de los precios relativos, más que los movimientos conjuntos de los precios, explican gran parte de la variación del índice de precios global. Así, el componente común en la sección transversal de las variaciones de precios disminuye. Esto se ilustra mejor con el índice de precios del gasto de consumo personal de Estados Unidos, para el que se dispone de una larga serie temporal de datos muy detallados. El componente común explica una gran parte de la varianza total de la inflación hasta mediados de la década de 1980, correspondiente al periodo en que la inflación era elevada, pero poco después (gráfico 2.A).

 

Graph 2

 
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En segundo lugar, y estrechamente relacionado con lo anterior, el grado en que las variaciones de precios individuales se transmiten a la inflación también disminuye a medida que la inflación se reduce de forma duradera. Por ejemplo, la transmisión de las grandes variaciones de precios a la inflación subyacente disminuye sustancialmente (Gráfico 3.A). Lo mismo ocurre con la transmisión a la inflación de las variaciones de precios especialmente "destacadas", ya sea por su papel generalizado en las cadenas de producción (por ejemplo, el petróleo; Gráfico 3.B) o por su peso en las cestas de consumo (por ejemplo, los alimentos, especialmente en las EME). Y lo mismo ocurre con el tipo de cambio - el precio relativo de dos unidades de cuenta - dado su gran impacto en los precios de la economía (Gráfico 3.C).8

En tercer lugar, y en consonancia con las conclusiones anteriores, los efectos indirectos sobre todos los precios tienden a disminuir en los regímenes de baja inflación. Esto se ilustra en el Recuadro A y en el Gráfico 4.A, que documenta el fenómeno para un grupo de economías avanzadas (EA) y economías de mercado emergentes (EME). La transmisión de las variaciones de los precios sectoriales desagregados a otros sectores, medida por la proporción de la varianza total que representan, es mucho mayor y más generalizada en los regímenes de alta inflación.

Por último, una perspectiva más granular arroja más luz sobre la bien documentada disminución de la persistencia de la inflación agregada en los regímenes de baja inflación9 . Se trata de un fenómeno bastante general, visible para la mayoría de los precios sectoriales en toda una serie de países (Gráfico 4.B).

En general, estos resultados ponen de manifiesto importantes diferencias entre los regímenes de alta y baja inflación. En un régimen de baja inflación, los cambios en los precios relativos, incluso los más destacados, tienden a desaparecer sin dejar una huella perceptible en la inflación agregada. Por lo tanto, el régimen es, hasta cierto punto, autoequilibrante. Como tal, tiende a afianzarse a no ser que se vea sometido a grandes choques que no reciban una respuesta política suficiente. Por el contrario, un régimen de alta inflación no tiene esas propiedades deseables y la inflación se vuelve cada vez más sensible a las perturbaciones de los precios relativos, incluidas las grandes depreciaciones del tipo de cambio. Por tanto, es más probable que siga aumentando (véase también más adelante).
 

Graph 3

 
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Qué hay detrás de esta dinámica estilizada de los precios? ¿Cómo se traducen las variaciones de los precios relativos en aumentos autosostenidos del nivel de precios agregado? En términos más generales, ¿qué explica el proceso de inflación?

La inflación sostenida implica, en última instancia, una retroalimentación que se refuerza entre los aumentos de precios y de salarios, las llamadas espirales de precios y salarios. Los cambios en los precios individuales pueden ampliar la inflación agregada. Y también pueden erosionar los salarios reales y los márgenes de beneficio durante períodos muy largos. Pero, en última instancia, no pueden ser autosuficientes sin la retroalimentación entre precios y salarios: los márgenes de beneficio y los salarios reales no pueden caer indefinidamente. Así pues, más allá del importante impacto de las condiciones de la demanda agregada en la fijación de los salarios y los precios, una cuestión clave es cómo los cambios en los precios relativos que se transmiten al índice de precios agregado ("efectos de primera ronda") pueden desencadenar la retroalimentación entre los aumentos de precios y de salarios ("efectos de segunda ronda").

Para desentrañar este proceso, debemos ir más allá de la canónica curva de Phillips estilizada. La curva de Phillips proporciona un marco útil y relativamente fácil de entender, pero tiene una serie de características que limitan su capacidad para arrojar luz sobre las fuerzas que subyacen a la dinámica de la inflación (véase el recuadro B para un análisis detallado). En primer lugar, por su construcción, y para simplificar, se centra sólo en un índice de precios agregado y, por tanto, deja fuera la evolución sectorial. Aunque el marco puede incluir algunos precios relativos clave, como los del petróleo o el tipo de cambio, éstos sólo tienen un impacto transitorio en la inflación.

En segundo lugar, la curva de Phillips se centra en los factores cíclicos agregados como principales impulsores de los precios (e, implícitamente, de los salarios) y no tiene en cuenta las fuerzas estructurales. En tercer lugar, se supone que las expectativas de inflación afectan directamente a la inflación, en lugar de hacerlo a través de su impacto en las decisiones individuales de fijación de precios10 . Si bien este es un supuesto defendible en un entorno inflacionario estable, puede ser más problemático cuando la inflación es susceptible de cambios entre regímenes.

 

Box A

Measuring price spillovers across sectors

El examen de la forma en que las perturbaciones de los precios en determinados sectores se transmiten y propagan a otros puede ayudar a aclarar cómo las variaciones individuales de los precios pueden transformarse en una inflación generalizada. Una forma relativamente sencilla de hacerlo es observar cómo las perturbaciones que afectan a determinados índices de precios sectoriales repercuten en la variabilidad de los precios de otros sectores dentro de un determinado horizonte.En este recuadro se presentan índices de propagación de precios entre distintos sectores. Lo hace, en primer lugar, en el contexto de los deflactores del gasto de consumo personal (PCE) a nivel sectorial para Estados Unidos. A continuación, el análisis se amplía a las categorías de los índices de precios del productor (IPP), para ver cómo las variaciones de los precios de los insumos se filtran a los de los bienes y servicios finales.

El ingrediente clave para la construcción de los índices de propagación es la matriz de descomposición generalizada de la varianza del error de previsión (GFEVD). El Gráfico A1 visualiza esto para un horizonte de 12 meses para dos muestras de estimación: la primera incluye la Gran Inflación de los años 70 (Gráfico A1.A), y la segunda la "Gran Moderación", que comienza en 1986 (Gráfico A1.B). Consideremos, por ejemplo, el cuadrado rojo oscuro de la fila "Servicios de alimentación" correspondiente a la columna de "Alimentos y bebidas": indica que los efectos indirectos bilaterales de los primeros a los segundos son considerables, como cabría esperar. Obviamente, los elementos diagonales de la matriz GFEVD explican la mayor parte de la varianza de cada sector. Pero se trata de choques "propios" y no corresponden a desbordamientos entre sectores, por lo que se excluyen del mapa de calor.

Más allá de los desbordamientos bilaterales, se puede construir un índice de desbordamientos totales sumando todos los elementos no diagonales de la matriz GFEVD. Dado que la matriz del Gráfico A1.A ("Gran Inflación") tiene una coloración más oscura en comparación con el Gráfico A1.B ("Gran Moderación"), el índice de los efectos indirectos totales es mayor en el régimen de alta inflación que en el posterior de baja inflación, como también se informó en el Gráfico 4.A del texto principal. Los efectos indirectos entre sectores explican aproximadamente el 20% de la varianza total en un horizonte de 12 meses en la muestra posterior a 1986, frente a más del 45% en la muestra anterior a 1986.

Sumando los elementos de la descomposición de la varianza en el Gráfico A1 por columna y por fila, respectivamente, se obtiene una medida de la magnitud de los efectos indirectos "exportados a" e "importados de" cada uno de los diferentes sectores. Esto se visualiza en el Gráfico A2. La comparación de los efectos indirectos por sectores entre los regímenes de alta y baja inflación indica que han disminuido y se han concentrado más en unos pocos sectores que siguen siendo fuertes exportadores de efectos indirectos, como los alimentos y la gasolina. Esto pone de manifiesto su importancia en la evolución general de los precios. En consonancia con la conclusión de que los efectos indirectos totales son menores en un régimen de baja inflación, también se da el caso de que los efectos indirectos direccionales son menores en la muestra posterior a 1986. Dicho esto, hay dos categorías - vivienda y servicios financieros - en las que el tamaño de los efectos indirectos exportados ha aumentado.

 

 

Graph A2

 
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El PCE mide las compras de productos y servicios finales. Una pregunta natural que cabe hacerse es cómo se transmiten hacia abajo las variaciones de los precios de los artículos que se encuentran en las fases anteriores de la cadena de valor y que constituyen insumos para la producción de bienes y servicios finales. Esto puede responderse incluyendo los subíndices del IPP en el análisis y construyendo una matriz más amplia de contribuciones a la varianza.
 

Los resultados se presentan en el gráfico A3. La matriz GFEVD puede dividirse ahora en cuatro bloques. El bloque superior izquierdo representa los desbordamientos dentro de las categorías del PCE, y es conceptualmente el mismo que el discutido anteriormente. El bloque inferior derecho, en cambio, muestra los efectos indirectos dentro de las categorías del IPP. Su sombreado generalmente más oscuro, comparado con el bloque superior izquierdo, indica que los efectos indirectos entre los componentes del IPP tienden a ser mayores que los de los componentes del PCE. Los otros bloques representan los desbordamientos del IPP al PCE (arriba a la derecha) y del PCE al IPP (abajo a la izquierda). No es de extrañar que los que van del IPP al PCE sean más fuertes que a la inversa. Obsérvese que las columnas de los artículos del IPP se ordenan en función de su grado (creciente) de ascendencia,icon de modo que los tonos más oscuros que aparecen en el lado derecho corresponden a los sectores más ascendentes, lo que indica que tienden a ser la fuente de unos desbordamientos más fuertes en todo el sistema.

icon La metodología sigue la propuesta por Diebold y Yilmaz (2012) y Lombardi et al (2013). icon La descomposición de la varianza del error de previsión generalizada se construye modelando primero las tasas de crecimiento mensuales de los deflactores del PCE a nivel sectorial como un VAR bayesiano con seis rezagos que controlan factores explicativos comunes a toda la economía, como la holgura económica, las expectativas de inflación y los precios del petróleo. A continuación, se utilizan respuestas al impulso generalizadas a las perturbaciones de cada una de las variables para construir la descomposición de los errores de previsión en un horizonte de 12 meses. Para más detalles técnicos, véase Lombardi y Zakrajšek (2022). icono El índice de ascendencia se calcula siguiendo a Antràs et al (2012).
 

Wage and price formation

Todo esto sugiere que merece la pena examinar más de cerca el proceso de formación de salarios y precios. Esto también puede poner de manifiesto con mayor claridad el papel de las expectativas de inflación de los trabajadores y las empresas.

Hay muchas similitudes en la forma en que se ajustan los salarios y los precios. En primer lugar, ambos son sensibles a las mismas fuerzas cíclicas y estructurales. En segundo lugar, su ajuste varía sistemáticamente con el nivel de la propia inflación, lo que contribuye a afianzar los regímenes de alta y baja inflación. Por último, ambos están profundamente influidos por las expectativas de inflación.

Estos factores desempeñan papeles algo diferentes. Las fuerzas cíclicas y estructurales determinan el poder de fijación de precios de los trabajadores y las empresas, en particular, la capacidad de las empresas para subir los precios cuando los márgenes de beneficio se reducen y la capacidad de los trabajadores para obtener salarios más altos cuando su poder adquisitivo se ve erosionado. Las expectativas de inflación proporcionan un incentivo clave para hacerlo. Y el nivel de inflación influye tanto en su capacidad como en sus incentivos, sobre todo por su impacto en las características estructurales de los acuerdos de contratación y en la sensibilidad de las expectativas a las variaciones de los precios relativos.

Consideremos con más detalle el papel del poder de fijación de precios y de la inflación en la formación de los precios de los salarios.

 

Pricing power

El poder de fijación de precios de los agentes económicos viene determinado en última instancia por la percepción de las consecuencias de cobrar un precio más alto o pedir un salario más elevado. ¿Cómo reaccionarán los clientes y los empresarios? ¿Cómo responderán los "competidores", ya sean otras empresas o trabajadores? ¿Verán las empresas cómo se reducen sus márgenes de beneficio o sus cuotas de mercado? ¿Perderán los trabajadores su empleo? Explicar el poder de fijación de precios significa explicar cómo las fuerzas cíclicas y estructurales ejercen su impacto en la dinámica de los salarios y los precios.

Fuerzas cíclicas

Las fuerzas cíclicas son las que generalmente han atraído más atención. La principal fuerza de este tipo son las presiones de la demanda agregada. Cuando la economía va viento en popa, suele ser más probable que los trabajadores acepten sus demandas salariales y que las empresas toleren precios más altos.

Box B

The Phillips curve and inflation under the hood

La curva de Phillips surgió por primera vez como una relación empírica entre los salarios y el nivel de desempleo (Phillips (1958)). Desde esta contribución seminal, la regularidad empírica se ha extendido a los precios (Samuelson y Solow (1960)) y se ha seguido explorando y ampliando. Ahora ha llegado a desempeñar un papel clave en muchos modelos macroeconómicos como principal dispositivo para explicar la inflación.

En su versión más sencilla y prototípica, una curva de Phillips relaciona la inflación (normalmente para un índice de precios amplio) con una medida de la holgura económica (normalmente la brecha de producción o de desempleo). Cuando esta relación de forma reducida se traslada a los datos, se convierte en una regresión lineal en la que la inflación se expresa en función de una aproximación elegida para la holgura económica. Los demás elementos del modelo son una constante, que representa el nivel en torno al cual gira la inflación, y los residuos, que recogen las desviaciones temporales, aunque posiblemente persistentes, de la inflación con respecto a su media que no se explican por la holgura ("shocks"). Más formalmente, una curva de Phillips prototípica tiene la siguiente forma:

Such a framework is obviously too stylised to provide a faithful representation of inflation. Thus, the most typical approach is to extend it to capture the role of expectations and relate the residuals to some key observable variables (key sources of shocks). Expectations are assumed to influence inflation directly; they can be thought of as replacing the constant, allowing it to move systematically over time. The variables included to capture prominent shocks are salient relative price changes, most often oil prices or exchange rates. The prototypical Phillips curve thus becomes:

where is a measure of inflation expectations over a certain horizon h, and st is a (vector of) relative price changes.

Este enfoque es una forma parsimoniosa muy útil de captar las relaciones clave que subyacen al proceso de inflación. Sin embargo, desde el punto de vista interno, pasa por alto algunos elementos importantes.

La agregación tiene consecuencias obvias.

Por un lado, una única medida de la holgura económica no puede captar la evolución sectorial ni las diferencias en la sensibilidad de los precios a la holgura sectorial. Por ejemplo, los sectores pueden diferir en su exposición a las condiciones globales - la distinción entre comercializables y no comercializables es un ejemplo obvio. E incluso las diferencias entre los sectores puramente nacionales pueden ser importantes, como pone de manifiesto la evolución posterior a la crisis de Covid.

Además, se puede aprender mucho sobre la dinámica de la inflación a partir del comportamiento de los precios individuales. Un dato valioso es el papel mucho más importante que desempeñan los cambios de precios idiosincrásicos o relativos (en su mayoría transitorios) cuando la inflación se asienta en un nivel bajo. La importancia de las tendencias seculares de los precios relativos es otra, sobre todo el aumento a largo plazo del precio de los bienes no comercializables, incluidos muchos servicios, en relación con el de los comercializables, que son principalmente bienes.

Las otras implicaciones están más relacionadas con los mecanismos de fijación de salarios y precios y sus interacciones. Estos mecanismos están en el centro del proceso de inflación, pero son necesariamente ignorados en la representación de la curva de Phillips.

En primer lugar, el marco considera explícitamente sólo las fuerzas cíclicas que influyen en el poder de fijación de precios del trabajo y de las empresas, trabajando a través de la holgura económica. En consecuencia, oculta el papel de los factores estructurales. Algunos ejemplos notables son la globalización, la tecnología, la demografía y otras características de los mercados de trabajo y de productos.

En segundo lugar, las expectativas de inflación afectan directamente a la inflación. Una de las implicaciones es que no hay ningún papel para los intentos de recuperar las pérdidas de poder adquisitivo, o para compensar las reducciones de los márgenes de beneficio. En otras palabras, a menos que las expectativas de inflación se ajusten, lo pasado, pasado está, por lo que no pueden producirse espirales de precios salariales.

En tercer lugar, las perturbaciones no pueden alimentar el proceso de los precios de los salarios y generar cambios permanentes, o incluso persistentes, en la tasa de inflación. Por ejemplo, un gran aumento del precio del petróleo no afecta directamente a la holgura económica y, por tanto, al componente cíclico del poder de fijación de precios. Tampoco induce intentos de compensar las pérdidas de poder adquisitivo o las reducciones de los márgenes de beneficio.

Por último, no hay margen para que el nivel de inflación influya sistemáticamente en su dinámica. Por ejemplo, la respuesta de los salarios y los precios a la holgura o a los cambios en los precios destacados se modela de la misma manera, independientemente de si la economía está operando en un régimen de alta o baja inflación.

Estos factores omitidos tienden a aparecer como cambios en los coeficientes de las ecuaciones. Por ejemplo, los cambios estructurales que disminuyen la sensibilidad de la inflación a la holgura (por ejemplo, la globalización, la tecnología, el debilitamiento del poder de negociación de los trabajadores), darán lugar a un "aplanamiento" de la curva de Phillips, un hecho estilizado bien documentado.

Una forma de situar las decisiones de precios de los agentes en el centro de la escena es recurrir a versiones "microfundamentadas" de la curva de Phillips, es decir, aquellas en las que la relación se deriva directamente de las decisiones de precios (véase, por ejemplo, Roberts (1995)). En estos modelos, la inflación es el resultado del comportamiento optimizador de los agentes económicos individuales en presencia de "rigideces nominales", es decir, de impedimentos a los ajustes instantáneos de los precios. Esto también permite una multiplicidad de precios. Estas llamadas "curvas de Phillips neokeynesianas" describen una relación entre la inflación, las expectativas de inflación y los costes marginales de producción mct ie
Aunque es atractiva desde un punto de vista teórico, esta versión de la curva de Phillips adolece de graves deficiencias prácticas. Dado que ni las expectativas de inflación ni los costes marginales pueden observarse directamente, la aplicación de una curva de Phillips neokeynesiana a los datos requiere supuestos adicionales. Los costes marginales se suelen aproximar utilizando la brecha de producción o de desempleo, o incluso los costes laborales unitarios reales. Las expectativas de inflación pueden estimarse de forma coherente con el modelo, o aproximarse utilizando medidas basadas en encuestas (por ejemplo, previsiones de inflación). Así pues, incluso partiendo de la versión microfundamentada de la curva de Phillips, un investigador suele acabar estimando una relación de forma reducida entre la inflación y una medida de holgura que se parece mucho a la versión prototípica descrita anteriormente. Además, la versión estándar sólo presenta un bien de consumo agrupado y, por lo tanto, no permite que haya cambios en los precios relativos. E incluso en las versiones con múltiples sectores, los cambios en los precios relativos sólo reflejan las diferentes velocidades de ajuste de los precios, por lo que las tendencias a largo plazo no desempeñan ningún papel.

Dicho esto, las presiones de la demanda sectorial, y las diferencias entre ellas, también son importantes. Cuando los desequilibrios sectoriales ocupan el centro de la escena, las medidas agregadas de holgura son un indicador insuficiente del impacto de los factores cíclicos sobre la inflación. Dadas las diferencias en la fuerza de las fuerzas sectoriales y en la respuesta de los precios a esas fuerzas, una medida determinada de la demanda agregada puede estar asociada a presiones inflacionistas muy diferentes.

Probablemente, la distinción más importante en este contexto es la que existe entre bienes comerciables y no comerciables, una distinción que tiene una larga tradición en economía. Los precios de los bienes comerciables están más directamente expuestos a factores externos, como los desequilibrios de la oferta y la demanda internacionales y las condiciones financieras mundiales; los precios de los bienes no comerciables son más sensibles a las condiciones internas11 .

La consecuencia es que, a medida que los países se han ido abriendo con el paso del tiempo debido a la globalización, cabría esperar que sus tasas de inflación se volvieran también más sensibles a los factores cíclicos mundiales12 . Dado que a menudo se tratan como "choques de oferta", puede haber una tendencia a subestimar el papel de la demanda agregada en la inflación cuando estas presiones afectan a varios países simultáneamente.13

Pero el impacto de la distinción entre bienes comerciables y no comerciables va más allá. Al igual que en el contexto nacional, las cadenas de suministro pueden actuar como canal de transmisión de las fuerzas sectoriales globales y facilitar su propagación. Por ejemplo, hay pruebas de que la exposición de los países a las cadenas de valor mundiales ayuda a explicar la importancia relativa de las medidas nacionales y (convenientemente ponderadas) mundiales de la holgura económica, tanto entre países como a lo largo del tiempo14.

Además, los factores sectoriales, nacionales y mundiales, pueden interactuar. Su interacción ha sido muy evidente en el inesperado repunte reciente de la inflación (capítulo I). La pandemia ha inducido una rotación sorprendentemente persistente de los servicios a los bienes, y los precios de muchos productos básicos han reflejado las presiones de la demanda mundial y las dislocaciones de las cadenas de valor mundiales ("cuellos de botella"), que han dificultado que la oferta siga el ritmo del fuerte repunte de la demanda.
 

Structural forces

Las fuerzas estructurales tienen una gran influencia en la fijación de los salarios y los precios. El análisis anterior destaca un canal a través del cual pueden influir en la sensibilidad de la inflación a las presiones de la demanda interna, es decir, la apertura de la economía. Pero hay otros ejemplos, como las características estructurales que pueden dificultar la reasignación de la mano de obra entre sectores (por ejemplo, el diseño del sistema de pensiones o las prestaciones de desempleo).

La evolución de los mercados de trabajo ilustra claramente lo amplia y profunda que puede ser la influencia de las fuerzas estructurales. Los mercados de trabajo han experimentado importantes cambios estructurales desde la Gran Inflación de los años setenta. Su efecto neto ha sido la reducción del poder de fijación de precios del trabajo. Este declive secular refleja muchos factores, como el papel cada vez menor del sector público en la fijación de los salarios, la disminución de la sindicalización, una ola de desregulación del mercado laboral, la apertura gradual de los mercados debido a la globalización y la demografía. Por ejemplo, es difícil imaginar que el poder de negociación de la mano de obra, especialmente en las economías avanzadas, haya permanecido inmune a la entrada de un gran número de trabajadores (predominantemente de bajos salarios) en el sistema de comercio mundial. China y los antiguos miembros del bloque soviético son los ejemplos más destacados. Otro posible factor es la aceleración del cambio tecnológico, que en este caso aumenta la competencia entre el trabajo y el capital.

Medir el poder de los precios no es sencillo. Por ejemplo, puede que no sea la entrada real de empresas lo que determine su poder de fijación de precios, sino la amenaza de entrada ("contestabilidad"). Del mismo modo, el grado real de deslocalización de los puestos de trabajo a países extranjeros puede ser menos importante que la amenaza de la misma.

Una vez más, los mercados de trabajo pueden ayudar a ilustrar este punto. Un posible indicador, aunque imperfecto, de la disminución del poder estructural de fijación de precios del trabajo es el descenso secular del grado de centralización de las negociaciones salariales (gráfico 5.A). Otro es la reducción del número de países que adoptan normas vinculantes en la coordinación de la fijación de salarios (gráfico 5.B).

A partir de estos indicadores, hay pruebas de que el poder de negociación de los trabajadores es importante a la hora de determinar la respuesta de los salarios a los precios y a la holgura económica (gráfico 5.C). Cuando el poder de negociación de los trabajadores es elevado, aumenta la sensibilidad cíclica de la inflación a la brecha de desempleo, lo que refleja un mayor poder de fijación de precios para cualquier grado de tensión en los mercados de trabajo15 .
 
 

Graph 5

 
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The inflation environment

El entorno de la inflación

Además de los factores cíclicos y estructurales, el propio nivel de inflación puede influir en la fijación de salarios y precios y, por tanto, en la probabilidad e intensidad de las espirales de precios y salarios. En general, un régimen de alta inflación, si persiste, induce cambios de comportamiento que aumentan la probabilidad de que se consolide, sobre todo al amplificar el impacto de los aumentos de los precios relativos. Hay varios mecanismos en juego.

En primer lugar, cuando la inflación es muy baja, puede dejar de ser un factor significativo que influya en las decisiones económicas. Al fin y al cabo, el ancho de banda de los agentes es limitado y la adquisición de información es costosa, lo que conduce a la denominada "falta de atención racional "16. De hecho, ésta es la misma definición que Paul Volcker, y posteriormente Alan Greenspan, dieron de la estabilidad de precios: "una situación en la que las expectativas de subida (o bajada) generalizada de los precios durante un periodo considerable no ejercen una influencia dominante en el comportamiento económico y financiero "17.

En segundo lugar, y estrechamente relacionado con lo anterior, es lógico que el grado de relevancia del nivel general de precios para las decisiones individuales aumente con el nivel de inflación. Cuando la inflación aumenta, las variaciones de los precios se vuelven más similares (gráficos 6.A y 6.B). En consecuencia, las diferencias en los patrones de consumo importan menos. Al fin y al cabo, a los asalariados no les importa el nivel general de precios en sí, sino sólo su propio coste de la vida. Del mismo modo, las empresas se preocupan por el nivel general de precios sólo en la medida en que éste conlleva información sobre cómo podrían reaccionar los competidores o sobre sus propios costes. Dado que los salarios, a su vez, son un componente esencial de los costes, la mayor vinculación de los salarios con los precios generales refuerza la relevancia de la inflación para las decisiones de las empresas, y viceversa.

En tercer lugar, el nivel de la inflación está destinado a influir en la importancia de las expectativas de inflación. Una vez que el nivel general de precios se convierte en el centro de atención, los trabajadores y las empresas tratarán inicialmente de compensar la erosión del poder adquisitivo o de los márgenes de beneficio que ya han sufrido. Esto, en sí mismo, podría desencadenar espirales de precios salariales si las condiciones de fondo son suficientemente favorables. Y, una vez que la inflación sea lo suficientemente alta y se prevea que va a persistir, también tratarán de anticiparse a los futuros cambios en el nivel general de precios, ya que éstos erosionarán el poder adquisitivo y los márgenes de beneficio antes de que se puedan renegociar los contratos18.

 
 

Graph 6

 
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En cuarto lugar, si es suficientemente alta y persistente, la inflación influirá en las características estructurales de la fijación de salarios y precios. Cuanto más alta sea la tasa de inflación, mayor será el incentivo para que los trabajadores se sindicalicen y para que las negociaciones salariales se centralicen, ya que la tasa de inflación actúa como un punto focal más fuerte.19 Y, cuanto más persistente sea la tasa de inflación, mayor será el incentivo para indexar los salarios y, en general, para reducir la duración de los contratos que se fijan en términos nominales.20 Estas fuerzas se amplifican por el hecho estilizado de que las tasas de inflación más altas tienden a ir acompañadas de una mayor volatilidad y, por lo tanto, de incertidumbre.

Por ejemplo, las prácticas de indexación tienden a ser más frecuentes en los países con un historial de inflación más elevado (por ejemplo, en las EME de América Latina en comparación con las de Asia). Y la utilización de la indexación ha disminuido junto con la tasa de inflación (Gráfico 6.C).22 En otras palabras, desde la década de 1980, las fuerzas estructurales y la propia disminución de la inflación se han reforzado mutuamente para reducir el poder de negociación de los trabajadores.

No es difícil encontrar la huella de los regímenes de inflación en la fijación de salarios y precios.

Consideremos primero la fijación de precios. Por ejemplo, en todos los países, la transmisión de los salarios a la inflación es más débil cuando las tasas de inflación son más bajas (gráfico 7.A). Esta conclusión se ve corroborada por la evidencia específica de Estados Unidos: los cambios imprevistos en los salarios estimados en una muestra que comienza en 1986 transmiten menos a los índices de precios al productor y al consumidor que en el régimen anterior de alta inflación (Gráficos 7.B y 7.C).
 

 

Graph 7

 
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Del mismo modo, los salarios se han vuelto menos sensibles a la inflación a lo largo del tiempo. Por ejemplo, un modelo empírico sencillo en el que el crecimiento de los salarios es una función de la inflación pasada, la brecha de desempleo y el crecimiento de la productividad laboral, estimado en un panel de economías avanzadas, aporta pruebas que lo corroboran. La inflación pasada se ha reflejado menos en los aumentos salariales (gráfico 8.A), ya que su nivel medio ha disminuido con el tiempo (gráfico 8.B).

 

Graph 8

 
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La combinación de estos datos sugiere que la relación entre los salarios y los precios se ha debilitado. Un ejercicio estadístico que capta su dinámica conjunta ilustra este punto. Cuando los salarios, por ejemplo, quedan rezagados respecto a su relación a largo plazo con los precios, tienden a recuperarse posteriormente, aunque de forma más lenta en el régimen de baja inflación (Gráfico 9.A). Lo mismo ocurre con los precios (gráfico 9.B).

En conjunto, todos estos resultados pueden ayudar a explicar por qué los regímenes de alta y baja inflación se refuerzan a sí mismos. Esto se debe en gran medida a su impacto en los ajustes de salarios y precios y, por tanto, en la probabilidad e intensidad de las espirales de precios y salarios. En un régimen de baja inflación, tanto la tasa de inflación como las variaciones individuales de los precios son menos perceptibles y el nivel general de precios es menos representativo de los precios que importan a los agentes individuales. Además, las expectativas de inflación desempeñan un papel menor, y la inflación induce cambios en las características estructurales de la fijación de salarios y precios que ayudan a mantenerla baja. Los regímenes de alta inflación son la imagen de un espejo.

Inflation expectations in financial markets

Mientras que las expectativas de las empresas y los hogares afectan directamente a la fijación de precios y salarios, las de los mercados financieros desempeñan un importante papel indirecto a través de diversos canales.

 

Graph 9

 
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En primer lugar, influyen en las condiciones financieras y, por tanto, en la demanda agregada. Un factor clave en cualquier decisión de pedir prestado o ahorrar es el tipo de interés, es decir, la cantidad que el prestatario tendrá que pagar por el servicio de su deuda y el rendimiento que obtiene el ahorrador por posponer el consumo. Aparte del tipo de interés oficial a corto plazo, que fija el banco central, las expectativas de inflación de los participantes en el mercado contribuyen a determinar los tipos de interés nominales a plazos más largos, ya que los inversores necesitan ser compensados por la erosión prevista de su poder adquisitivo. A su vez, los gastos están determinados en parte por los tipos nominales, que tienen un impacto de primer orden en los flujos de caja, y por los tipos de interés ajustados a la inflación ("reales"), que reflejan el valor real de los recursos transferidos a lo largo del tiempo. Los tipos hipotecarios a largo plazo son un buen ejemplo.

En segundo lugar, a través de su impacto en los tipos de interés, las expectativas de inflación integradas en los mercados financieros tienen un efecto importante en el tipo de cambio, probablemente el precio relativo más destacado e importante para las economías abiertas. Esto se debe a que afectan a los rendimientos de las distintas divisas y, por tanto, a las decisiones de inversión y endeudamiento de los participantes en el mercado que tienen acceso a los fondos nacionales y extranjeros. Estas decisiones serán, a su vez, un importante motor de los tipos de cambio, ya que las salidas repentinas de capital pueden provocar grandes depreciaciones. Además, a través de los tipos de cambio, las expectativas de inflación también afectan al valor tanto de los activos como de las deudas denominadas en moneda extranjera. Esto es especialmente importante en las EME, donde el uso de una moneda extranjera para denominar los contratos puede ser común y donde los desajustes monetarios - discrepancias entre las denominaciones de las monedas de los activos y los pasivos - pueden ser generalizados23.

El impacto sobre los costes del servicio y la carga de la deuda del gobierno es especialmente importante. Un posible mecanismo es la percepción de los mercados financieros sobre la sostenibilidad de las posiciones fiscales. Por ejemplo, hay pruebas de las EME de que cuando la proporción de deuda pública denominada en moneda extranjera es elevada, un aumento del déficit fiscal provoca una depreciación de la moneda (Gráfico 10.A). Esta depreciación es una de las razones por las que los déficits, en general, modifican toda la distribución de los resultados de la inflación futura, aumentando la probabilidad de una mayor inflación (Gráfico 10.B). Este efecto es mayor en las EME, donde la sostenibilidad de la deuda tiende a ser un reto mayor y el tipo de cambio desempeña un papel más importante. El efecto de los déficits sobre la inflación también es mayor cuando los niveles de deuda son más altos (Gráfico 10.C)..
 

 

Graph 10

 
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En tercer lugar, las expectativas de inflación de los mercados financieros son útiles en sí mismas. Aunque no sean una buena aproximación a las expectativas de quienes fijan los salarios y los precios, pueden ayudar a predecir la inflación. Al fin y al cabo, agregan la información de una miríada de inversores, que "ponen su dinero donde están sus bocas". Además, su puntualidad puede ser de gran valor. Y también lo es el hecho de que, a través de los precios de las opciones, es posible extraer información sobre los riesgos percibidos en torno a los resultados futuros medios o más probables. Sin duda, extraer las expectativas de inflación de los precios de los activos no está exento de dificultades. Dado que las expectativas no son observables, es necesario algún "modelo" para estimarlas. Además, están "contaminadas" por la compensación que exigen los inversores por soportar el riesgo de inflación, así como por las características del mercado, incluida la liquidez subyacente. Aun así, al final lo que importa es su contenido predictivo.

La evidencia empírica indica que las medidas de mercado financiero de las expectativas de inflación pueden ser realmente valiosas. Mientras que las expectativas de los hogares tienden a estar sesgadas al alza cuando se comparan con las realizadas por los pronosticadores profesionales (gráfico 11.A), las expectativas del mercado financiero se comportan relativamente bien (gráfico 11.B). También tienen la ventaja de la oportunidad: a diferencia de las encuestas, que suelen realizarse periódicamente a intervalos fijos, las expectativas de los mercados financieros pueden seguirse en tiempo real. Por ello, pueden resultar especialmente útiles cuando las condiciones económicas cambian rápidamente.

La puntualidad de las expectativas de inflación basadas en el mercado es una de las razones por las que son útiles para los bancos centrales a la hora de fijar la política monetaria. Como tales, sirven no sólo como indicadores de la trayectoria futura de la inflación, sino también como indicadores en tiempo real de la credibilidad del compromiso del banco central con la estabilidad de precios. Su uso en este contexto proporciona una valiosa información adicional, aunque debe gestionarse adecuadamente (véase más adelante).

 

Graph 11

 
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La huella de la política monetaria en la inflación puede rastrearse fácilmente a lo largo de la historia. Se puede encontrar en la relativa estabilidad del nivel de precios bajo el patrón oro, la costosa deflación de la Gran Depresión, las hiperinflaciones ocasionales, la Gran Inflación de los años 70 bajo un patrón fiduciario y la posterior Gran Desinflación de los años 90. Esta fase dio paso a un largo periodo de inflación baja y estable, ya que los bancos centrales dieron clara prioridad al control de la inflación: la era de los objetivos de inflación.

La política monetaria influye en la inflación de dos maneras.

En primer lugar, a través del régimen de política, es decir, de las reglas del juego que definen el propio marco de la política monetaria. Entre ellas se encuentran el peso relativo de los distintos objetivos; las características fundamentales de la respuesta sistemática de la política a la evolución de la economía (la "función de reacción" del banco central); los instrumentos empleados; la transparencia, la rendición de cuentas y, lo que es más importante, el grado de autonomía ("independencia") con respecto al gobierno, que ofrece aislamiento de las presiones políticas a corto plazo. Estas características determinan, en última instancia, la credibilidad del banco central y su capacidad para cumplir sus objetivos. La conjunción de los objetivos de inflación con la independencia del banco central es el ejemplo más reciente y extendido de este tipo de marco. Es el marco de política monetaria que más influye en las expectativas de inflación, así como en las características de la formación de salarios y precios.

En segundo lugar, a través de los cambios en la orientación de la política monetaria dentro de un régimen. Estos operan principalmente a través de la demanda agregada en la economía. Es a través de los cambios en la orientación que el banco central calibra el grado de acomodación o rigidez para dirigir la actividad económica y, por tanto, la inflación. Estos ajustes ayudan a afinar la respuesta sistemática de la política y su flexibilidad ante la evolución de las circunstancias, lo que a veces requiere desviaciones significativas de la función de reacción típica.

¿Qué luz puede arrojar la perspectiva del capó sobre estas cuestiones? Consideremos, a su vez, el funcionamiento de la política monetaria en un régimen de tasas de inflación bajas y las transiciones a uno más alto.

Box C

Comparing different measures of inflation

La medición de la inflación implica un acto de equilibrio entre la construcción de una guía útil para evaluar la estabilidad de los precios (y, por tanto, informar las decisiones de los bancos centrales) y la identificación de un índice que sea completo, transparente y fácil de comunicar al público, cuya experiencia de los cambios de precios debería reflejar debidamente. La mayoría de los índices de precios se basan efectivamente en los precios de los bienes y servicios de una cesta de consumo típica de un hogar medio. Como tales, reflejan el coste del consumo, más que el coste de la vida per se.

Los bancos centrales se fijan en los índices de precios en parte para extraer señales sobre los desequilibrios entre la demanda agregada y la capacidad de oferta que podrían requerir una respuesta de política monetaria. Además, los movimientos persistentes en los niveles de precios pueden servir como indicador de alerta de que las expectativas de inflación pueden estar en riesgo de desanclaje. Sin embargo, como se argumenta en el capítulo, los índices de precios reflejan mecánicamente todas las variaciones de los precios, incluidas las que tienen un valor predictivo limitado para la inflación futura, o no están influidas por la política monetaria.icono En principio, las autoridades monetarias desearían reaccionar de forma diferente a los distintos tipos de variación de los precios.

Algunos precios son especialmente volátiles y, por tanto, susceptibles de inducir a error. Esto ocurre con los bienes que están más sujetos a grandes perturbaciones exógenas, por ejemplo, los precios de la energía (por ejemplo, debido a conflictos o interrupciones) y los alimentos (sujetos a fenómenos meteorológicos y a la estacionalidad). Estos bienes representan una parte especialmente importante del consumo global, sobre todo en algunas economías de mercado emergentes (gráfico C1.A). Una forma de minimizar su impacto en la inflación es basarse en medidas de inflación "subyacente" que reduzcan el efecto de componentes específicos, excluyendo categorías como los alimentos y la energía, que tienden a ser impulsadas exógenamente. Otra forma es basarse en medidas recortadas que eliminen los componentes más volátiles en cada momento, independientemente de su origen.

 

Graph C1

 
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La distribución de los resultados de la inflación, independientemente de cómo se mida, se concentra mucho más en torno a los valores bajos cuando la inflación está firmemente controlada por los bancos centrales (Gráfico C1.B). En regímenes de alta inflación, tanto la inflación subyacente como la general parecen muy volátiles, mientras que en un régimen de baja inflación la inflación subyacente tiende a ser más estable, como cabría esperar.

icon Una notable excepción es el deflactor del gasto en consumo personal (PCE) de EE.UU. icon Los precios administrados por los organismos públicos son una importante fuente de precios no afectados por la política monetaria en algunas economías.

Monetary policy in a low-inflation regime

La dinámica de los precios en un régimen de baja inflación ofrece una flexibilidad considerable al banco central. En dicho régimen, la inflación tiene valiosas propiedades de autoequilibrio. Su evolución refleja en gran medida los cambios en los precios relativos específicos de cada sector que son, en su mayor parte, transitorios. Debido a la falta de cambios frecuentes y persistentes en los precios que podrían hacer subir la inflación de forma duradera, los agentes no necesitan prestar mucha atención a la inflación. En parte como resultado, los salarios y los precios no tienden a perseguirse mutuamente al alza. La flexibilidad en este contexto podría significar una mayor tolerancia a las desviaciones moderadas, aunque persistentes, de la inflación con respecto a objetivos estrechamente definidos. Es como si, habiendo conseguido controlar la inflación, el banco central pudiera disfrutar de los frutos de su credibilidad, ganada con tanto esfuerzo.

Un régimen de baja inflación también confiere flexibilidad en cuanto a la medida específica de la inflación que el banco central puede tener como objetivo. En un entorno en el que las variaciones de los precios relativos son dominantes, y posiblemente desconectadas de la dinámica de la inflación subyacente, hay una prima en las medidas que se abstraen, en la medida de lo posible, de las variaciones de los precios relativos más volátiles (véase el recuadro C para un análisis detallado).

Hay buenas razones para que el banco central haga uso de la flexibilidad. Por un lado, con una inflación baja, las fuerzas del lado de la oferta que impulsan las variaciones de los precios adquieren una importancia relativamente mayor. Estas fuerzas reflejan ajustes naturales de la economía a los que la política monetaria debería adaptarse, a menos que amenacen el propio régimen de baja inflación. Además, la evidencia sugiere que se hace difícil para la política monetaria dirigir la inflación con precisión. Esto, a su vez, aumenta los posibles costes de intentarlo.

Una de las razones que explican las dificultades para controlar la inflación es la propia naturaleza de las variaciones de los precios. Cabría esperar que la política monetaria actuara a través del componente común de la inflación, que tiende a reflejar el motor común a todas las variaciones de los precios. La evidencia empírica apoya esta conjetura. Los cambios en la orientación de la política monetaria tienen un impacto persistente en el componente común de las variaciones de los precios, pero tienen poco impacto en los elementos idiosincrásicos en los datos de EE.UU. (gráficos 12.A y 12.B). Así pues, como el componente común disminuye en relación con el sectorial cuando la inflación se asienta en un nivel bajo, la tracción de los cambios en la orientación política disminuye con ella.

Además, la evidencia sugiere que, al menos cuando la inflación es baja, la política monetaria opera a través de un conjunto de precios bastante reducido. Los resultados de un ejercicio con datos de Estados Unidos indican que su impacto es estadísticamente diferente de cero sólo para alrededor de un tercio de los sectores, incluso después de tres años (Gráfico 12.C). Tal vez no sea sorprendente que los precios que muestran una respuesta se encuentren principalmente en los subsectores de servicios sensibles al ciclo, que se ven más afectados por la demanda interna que por la externa24.

Otra prueba que corrobora este hecho es que la política monetaria pierde tracción cuando los tipos de interés nominales son muy bajos25 . Dado que los tipos de interés nominales y las tasas de inflación tienden a moverse juntos, esto implica una tracción más limitada de la política monetaria en los regímenes de baja inflación. Esta pérdida de tracción se mantiene incluso después de filtrar la influencia de otros factores: el estado de la economía, el nivel de deuda y la aparente tendencia a la baja de los tipos de interés reales de "equilibrio". Además, el efecto tiende a intensificarse cuanto más tiempo permanecen bajos los tipos de interés26.

La tracción más limitada de la política monetaria en niveles bajos de inflación significa que se necesitan mayores movimientos en el instrumento de política para producir el mismo efecto inflacionario, con mayores efectos secundarios para la economía real. Esto se ha puesto de manifiesto en el periodo posterior a la Gran Crisis Financiera, durante el cual los bancos centrales se han enfrentado a dificultades para volver a situar la inflación en el objetivo, en parte debido a las fuerzas desinflacionistas estructurales en juego. De ahí la necesidad de mantener una política excepcionalmente fácil durante un tiempo excepcionalmente largo, el llamado fenómeno "low for long". Este ha sido uno de los factores que ha contribuido a la acumulación de riesgos y vulnerabilidades financieras (capítulo I).
 

Graph 12

 
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Transitions across inflation regimes

What about transitions across regimes?

Por lo general, controlar la inflación ha resultado costoso. Y cuanto más alta y arraigada sea la tasa de inflación inicial y, por tanto, cuanto mayor sea la desinflación necesaria, mayor será el coste. Como indica el análisis anterior, una vez que las espirales de precios salariales se establecen, desarrollan una inercia que no es fácil de romper. Las expectativas de una inflación persistente se incorporan a los contratos laborales y a las negociaciones salariales, lo que exige una mayor reducción de la demanda agregada y, por tanto, un mayor desempleo, para acabar con la inflación persistente. La tarea de la política monetaria se vuelve mucho más difícil. Esto es cierto no sólo desde el punto de vista técnico, sino también desde el político. Un amplio consenso político sobre la necesidad de volver a controlar la inflación ayudaría mucho a la tarea del banco central. Por ejemplo, podría ser decisivo para inducir a los sindicatos a aceptar el abandono de las cláusulas de indexación, como ocurrió en la década de 1980.27 Pero este consenso puede tardar en formarse y, mientras tanto, las acciones del banco central infligirán los costes necesarios a corto plazo en la economía.

Por lo tanto, un reto clave para el banco central es evitar las transiciones de regímenes de baja a alta inflación en primer lugar, para cortar la inflación de raíz. Sin duda, un régimen de baja inflación tiene algunas propiedades de autoequilibrio, que permiten a un banco central creíble disfrutar de un grado considerable de flexibilidad. Pero, si el sistema está sometido a demasiada presión, esas propiedades se desvanecen. La Gran Inflación de los años 70 es un ejemplo de ello. Esta fase histórica estuvo precedida por varios años de inflación moderadamente alta, lo que hizo que el régimen de inflación fuera vulnerable a la crisis del precio del petróleo de 1973.28 Una vez que el precio del petróleo se disparó, la inflación se aceleró y afianzó la transición.

Una dura prueba a la que se enfrentan los bancos centrales en este contexto es cómo identificar las transiciones con suficiente prontitud y fiabilidad y, a continuación, calibrar la política en consecuencia. Ambas tareas se ven empañadas por la incertidumbre. La perspectiva "under the hood" (bajo el capó) arroja luz sobre estos retos y señala las formas en que pueden abordarse. En última instancia, sin embargo, los bancos centrales no tienen más remedio que considerar el conjunto más amplio posible de información, tanto dura como blanda, y formarse un juicio sobre los riesgos futuros. El entorno actual ayuda a ilustrar algunas de estas dificultades29.

Un primer indicador de alerta son los cambios grandes y persistentes en los precios relativos destacados, como los de la energía y los alimentos. Las grandes depreciaciones del tipo de cambio desempeñan un papel similar. Por ejemplo, recientemente la guerra en Ucrania ha provocado importantes aumentos en los precios de la energía y los alimentos, que se suman a las presiones alcistas anteriores, en parte relacionadas con el repunte más amplio de la demanda mundial (capítulo I). Sin duda, estos aumentos de precios no son necesarios ni suficientes para desencadenar una transición. Pero ponen a prueba las propiedades de autoequilibrio del sistema y requieren una atención especial.

Una práctica común para tratar estos cambios de precios es excluirlos de las medidas de inflación subyacente o básica, debido a su alta volatilidad. La idea es captar sólo la influencia más duradera de la trayectoria de la inflación. Sin embargo, un posible inconveniente es que su efecto puede tardar en filtrarse.

La perspectiva de los "bajos fondos" sugiere otro enfoque complementario: observar más de cerca el grado de coincidencia entre todos los cambios de precios. Un indicador sencillo de este tipo es el grado de desbordamiento entre sectores basado en ventanas móviles. Si se añaden unas pocas observaciones posteriores a Covid al largo periodo de estimación, se observa que los efectos indirectos han aumentado en varios países de la muestra (gráfico 13.A). Un indicador más oportuno, que no requiere largas ventanas de estimación, es un índice de similitud de los cambios de precios entre sectores. Esta medida refuerza el mensaje anterior: las observaciones mensuales apuntan a un aumento de la similitud desde mediados de 2021 (Gráfico 13.B).

Una limitación de todos estos indicadores es que sólo cubren horizontes cortos y que los cambios subyacentes pueden no ser duraderos. Por ello, un enfoque complementario es considerar las expectativas de inflación. Éstas proporcionan una mejor idea de la posible evolución de la inflación en diferentes horizontes, al menos tal como la perciben los agentes económicos. Dicho esto, como se ha señalado anteriormente, estos indicadores tampoco son infalibles. Las expectativas de los analistas económicos pueden aportar poca información más allá de las propias previsiones de los bancos centrales. Las de los participantes en los mercados financieros también pueden estar excesivamente influenciadas por las propias valoraciones y la credibilidad del banco central - en estos casos, podrían incluso adormecer al banco central con una falsa sensación de seguridad.30 Y las de los hogares y las empresas tienden a ser muy retrospectivas. En el contexto actual, estos indicadores apuntan a riesgos significativos (capítulo I).

Los modelos econométricos, sobre todo los basados en relaciones estilizadas como la curva de Phillips estándar, son la principal herramienta para hacer previsiones a más largo plazo, más allá de un año. Pero sólo pueden llegar hasta cierto punto. La razón es que están menos equipados para abordar los puntos de inflexión (Recuadro B). En parte, esto se debe a que tienden a suponer que las perturbaciones de los precios relativos, aunque sean grandes, sólo tienen un impacto temporal en la inflación. Además, es posible que se hayan estimado para un régimen largo de baja inflación. En términos más generales, se debe a que les resulta difícil captar la dinámica específica de la inflación durante las transiciones, en las que el propio nivel de inflación puede alterar relaciones bien establecidas.

En última instancia, el indicador de alerta más fiable son los signos de efectos de segunda ronda, en los que los salarios responden a las presiones de los precios, y viceversa. Esto puede ser especialmente preocupante si va acompañado de cambios incipientes en la psicología de la inflación. Algunos ejemplos son las demandas de una mayor centralización de las negociaciones salariales o las cláusulas de indexación, o las encuestas que indican que las empresas han recuperado su poder de fijación de precios, como parte de cambios más amplios en el entorno competitivo, como se ha observado recientemente en algunos países (capítulo I).
 

Graph 13

 
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Esto da lugar a un dilema. 
 
Los bancos centrales pueden querer esperar para obtener las señales más fiables y evitar una reacción exagerada. Pero esperar hasta que las señales sean inequívocas aumenta el riesgo de que la inflación se consolide y el sistema alcance un punto de inflexión. Esto es especialmente importante dado que la política monetaria sólo afecta a la inflación con retraso. Por lo tanto, no hay que subestimar el riesgo de esperar demasiado, sobre todo después de un período prolongado en un régimen de baja inflación. Si el banco central no ha tenido que endurecer la política monetaria durante mucho tiempo, tendrá más dudas sobre el impacto de la retirada de la acomodación. Más aún si, mientras tanto, ha habido señales de una agresiva asunción de riesgos y la deuda se ha acumulado, sobre todo como reflejo de los bajísimos tipos de interés que pueden ir de la mano de un régimen de baja inflación. Estos retos se perfilan en el entorno actual.

De hecho, las transiciones sólo pueden identificarse de forma fiable a posteriori. Los bancos centrales, sin embargo, no pueden permitirse ese lujo. Esto hace que la flexibilidad y la puntualidad sean primordiales. Cuando se enfrentan a los elevados riesgos de una transición de un régimen de baja inflación a uno de alta inflación, es probable que los costes de quedarse atrás sean elevados.

Al considerar estos riesgos, son importantes las características y circunstancias específicas de cada país. Por razones estructurales, algunos países son más vulnerables que otros a pasar de un régimen de baja inflación a uno de alta inflación. El análisis anterior señala varias características relevantes. Una gran ponderación de los artículos destacados en la cesta de consumo puede hacer que los aumentos de la tasa de inflación se mantengan con mayor probabilidad. La debilidad de las finanzas públicas y los grandes desajustes monetarios, especialmente en las economías más abiertas, pueden hacer que el tipo de cambio sea más sensible al deterioro de las condiciones y amplificar el daño que puede causar una depreciación. Las prácticas formales o informales de indexación salarial y la negociación centralizada pueden facilitar que los aumentos salariales recuperen las pérdidas de poder adquisitivo. Sobre todo, un historial de alta inflación podría aumentar la probabilidad de que las expectativas de inflación se desanclen, induciendo ajustes de comportamiento más amplios. La actuación de los agentes de los mercados financieros podría llevar rápidamente al sistema más allá del punto de no retorno. Esto sugiere que, en las economías con estas características, se prima una respuesta rápida de la política monetaria. Las EME tienen más probabilidades de entrar en esta categoría. No es de extrañar que los bancos centrales de muchas EME hayan respondido con mayor prontitud que sus homólogos de las EA al aumento de la inflación durante el pasado año.

El destacado papel de la historia de la inflación en la influencia de las transiciones pone de manifiesto la importancia de los marcos políticos y las instituciones. Éstas son la clave de la credibilidad de la política monetaria. La credibilidad es esencial para anclar firmemente las expectativas y, en general, para reforzar la resistencia de la economía a las perturbaciones inflacionistas. En este contexto, la independencia del banco central es fundamental. Refuerza las propiedades de autoequilibrio de un régimen de baja inflación, concediendo así al banco central el tiempo necesario para evaluar la situación con mayor detenimiento. Y, lo que es aún más importante, protege a la institución de las presiones de la economía política que retrasarían, o incluso impedirían, la necesaria respuesta política correctora.

Comprender la naturaleza y la mecánica del proceso de inflación es fundamental para la ejecución de la política monetaria. Es especialmente valioso analizar la evolución de los precios de forma desagregada y la formación de los precios de los salarios. Aclara cómo pueden surgir y propagarse las oleadas de inflación generalizada a partir de las perturbaciones de los precios relativos de sectores específicos y el papel relativo de las fuerzas cíclicas y estructurales en la determinación de la probabilidad e intensidad de las espirales de precios salariales.

El análisis pone de manifiesto importantes diferencias entre los regímenes de baja y alta inflación y, por tanto, la importancia de las transiciones.

Un régimen de baja inflación tiene importantes propiedades autoestabilizadoras. Lo que se mide como inflación es, en gran parte, el reflejo de cambios de precios relativos o sectoriales que tienden a tener un impacto transitorio en el nivel de inflación. En un entorno así, la inflación tiene poco efecto en la formación de salarios y precios, ya que pierde importancia como factor que influye en el comportamiento. La credibilidad del banco central es fundamental para afianzar el régimen y aumentar su solidez.

Los regímenes de alta inflación no tienen estas propiedades autoestabilizadoras. La inflación se convierte en un punto central para el comportamiento de los agentes y la formación de los precios de los salarios se vuelve más sensible a las perturbaciones de los precios relativos. A su vez, una mayor inflación induce cambios en las características más estructurales de la formación de los salarios, como la indexación y la negociación salarial centralizada, que contribuyen a afianzar el régimen. También socava la credibilidad del banco central, lo que desmotiva aún más el proceso de inflación. La experiencia de las crisis de los precios del petróleo de los años 70 ilustra los mecanismos en juego.

Debido a la sensibilidad del comportamiento de los agentes al nivel de inflación, las transiciones se refuerzan a sí mismas y, por tanto, son un reto. Son un reto para los modelos que se suelen utilizar para explicar y prever la inflación, que no son adecuados para captar esos cambios de comportamiento. Y son especialmente difíciles para los responsables políticos, debido a la incertidumbre endémica y a la posibilidad de puntos de inflexión.

La perspectiva "under the hood" arroja luz sobre cómo la política monetaria puede asegurar mejor un régimen de baja inflación. La perspectiva subraya la importancia de navegar por las transiciones y las dificultades asociadas. La transición para salir de un régimen de alta inflación puede ser muy costosa una vez que se haya afianzado. Todo esto hace que sea importante dar una respuesta oportuna y firme. Los bancos centrales entienden perfectamente que los beneficios a largo plazo superan con creces cualquier coste a corto plazo. Y que la credibilidad es un activo demasiado valioso como para ponerlo en riesgo.

1    See Carstens (2022).

2    The word "inflation" emerged in the mid-19th century (see eg Bryan (1997)). At that time, it was used to denote changes in the volume of notes and deposits in circulation. Given the metallic standards of those days, the loss of purchasing power, and hence changes in the overall price level, were termed "depreciation". It was only considerably later that the term took on the current connotations of an increase in the general price of goods and services. In his Tract, Keynes (1924) defined inflation as "an expansion in the supply of money to spend relatively to the supply of things to purchase", while in How to pay for the war? he consistently refers to "price inflation" (Keynes (1940)).

3    For a detailed discussion, see Reis and Watson (2010).

4    See eg Eichenbaum et al (2011).

5    Hyperinflation is sometimes defined as an inflation rate exceeding 50% per month.

6    See Kiguel (1989).

7    See Benati (2008) and Kim and Lin (2012) for cross-country evidence.

8   Beginning with Taylor (2000), it has been recognised that a low-inflation environment contributes to reduced exchange rate pass-through.

9    See eg Altissimo et al (2009).

10 For a thought-provoking review of how inflation expectations have become so prominent in modern macroeconomics, see Rudd (2021).

11  See Gilchrist and Zakrajšek (2019).

12  See Forbes (2019).

13  See Filardo et al (2020).

14  See Auer et al (2017).

15  See also Box IV.A in BIS (2017), Lombardi et al (2020) and Ratner and Sim (2022).

16  See Sims (2010).

17 See Volcker (1983). The formulation of price stability used by Greenspan (1996) was similar: "That state in which expected changes in the general price level do not effectively alter business or household decisions".

18  Plentiful evidence for this exists, especially from the 1970s and 1980s for the United States, where contracts often included automatic cost-of-living adjustments, and sometimes even promised large future wage increases, regardless of inflation outcomes. For example, a 40-month contract negotiated in May 1981 for US mine workers guaranteed average 11% annual wage increases over the life of the contract: see Taylor (1983).

19  High inflation also polarises the political debate, as the allocation of its costs becomes a relevant distributional issue (see also Chapter II in BIS (2021)). In that context, public policies (eg with respect to the minimum wage, or public sector wages) can often play an important role in amplifying, or short-circuiting, wage-price spirals. For example, wage moderation (achieved through consensus) was instrumental in several disinflation episodes throughout the 1980s – see Pereira da Silva and Mojon (2019).

20  This is most evident during hyperinflations. Paradoxically, extremely short contract lengths when inflation gets completely out of control allow hyperinflations to be brought to an abrupt end, since they contribute to lowering inflation persistence.

21  See eg Rich and Tracy (2004), Fregert and Jonung (2008) and Christofides and Peng (2006) for US, Swedish and Canadian evidence, respectively.

22  Note that indexation still plays an important role in the adjustment of pensions. While pensions do not directly contribute to inflation, since they do not reflect the cost of production, they contribute to demand and hence the inertia of price changes.

23  See eg Eichengreen and Hausmann (2010) and Carstens and Shin (2019).

24  Note that this is especially the case for large AEs. In smaller and more open EMEs, a stronger transmission of monetary policy through exchange rate fluctuations, and hence its direct effect on the prices of imported goods, will arguably lead to a broader inflationary response.

25  See Ahmed et al (2021).

26 There are many possible reasons for this loss of traction. Low nominal interest rates can harm bank profitability and hence banks' lending capacity. When interest rates fall towards zero, market participants would see less potential for further cuts. Persistently low rates may create disincentives to address debt overhangs, undermining efficient resource allocation and productivity as well as creating so-called zombie firms. Last but not least, the effects of real interest rates on consumption and investment could become weaker: low rates might encourage people to save more for their retirement to make up for lower expected returns and, at the margin, firms may not invest more once rates fall below hurdle rates.

27  See Pereira da Silva and Mojon (2019) and the references therein.

28  See Reis (2020).

29  See Carstens (2022).

30 This is a "hall of mirrors" effect as suggested by Morris and Shin (2002). Markets come to trust the central bank too much and the central bank, in turn, relies too much on market signals.

Graph 1.A: Annual data for AT, AU, BE, CA, CH, DE, DK, ES, FI, FR, GB, IT, JP, NL, NO, NZ, PT, SE and US.

Graph 1.B: Belligerents = DE, FR, GB, IT, JP and US; Non-belligerents = CH, ES, PT and SE.

Graph 2: The red line in panel A shows the proportion of total 12-month price-change variance in each five-year rolling window due to the common inflation component. The common inflation component is defined as the first principal component of 12-month log changes of sectoral price indices underlying the US PCE deflator. For each country, the variance of aggregate 12-month inflation, measured by the weighted average of 12-month log-difference of underlying sectoral prices, is decomposed into the portion attributable to the variance of 12-month log-difference of sectoral prices and the portion attributable to the covariance of 12-month log-differences of sectoral prices between sectors. The weights are given by a geometric average of sectoral expenditure shares in month t–12 and month t.

Graph 3.B: Estimated on panel data with country fixed effects using local projections. Oil supply shocks as identified in Baumeister and Hamilton (2019), downloaded on 14 March 2022. The sample covers AT, AU, BE, BR, CA, CH, CL, CN, CO, CZ, DE, DK, ES, FI, FR, GB, HK, HU, ID, IE, IL, IN, IT, JP, KR, MX, MY, NL, NO, NZ, PL, PT, RU, SE, SG, TH, TR, US and ZA during the period Feb 1975–Feb 2021. High (low) inflation regime corresponds to five-year inflation moving average above (below) 5%.

Graph 3.C: Based on an exchange-rate pass-through equation estimated on panel data, in which the (annualised) log-difference of each country's CPI between months t–1 and month t+2 is regressed on the log-difference of the country's bilateral USD exchange rate between month t–1 and month t and the interaction of the exchange rate log return with trend CPI inflation in month t–1, where trend inflation is measured by the trailing 60-month average of the 12-month log-difference of the CPI. The panel specification also includes lags from 1 to 11 of the (annualised) monthly log-difference of the CPI, as well as country and time fixed effects. The sample covers AT, BE, BR, CA, CH, CL, CN, CO, CZ, DE, DK, ES, FI, FR, GB, HK, HU, ID, IE, IL, IN, IT, JP, KR, MX, MY, NL, NO, PE, PL, PT, RO, RU, SE, SG, TH, TR and ZA over Mar 1973–Dec 2019.

Graph 4.A: Based on quarterly CPI data, for CA, JP, KR and MX; monthly PCE deflator data for US. High-inflation regime samples: CA, Q4 1971–Q4 1990; JP, Q4 1970–Q4 1979; KR, Q4 1985–Q4 1997; MX, Q1 1983–Q4 2002; US, Jan 1965–Dec 1985. Low-inflation regime samples: CA, Q1 1991–Q4 2019; JP, Q1 1980–Q4 2019; KR, Q1 1998–Q4 2019; MX, Q1 2003–Q4 2019; US, Jan 1986–Dec 2019.

Graph 4.B: Measure of persistence based on Días and Marques (2010). High-inflation regime samples: CA, Dec 1971–Dec 1990; JP, Dec 1970–Dec 1979; KR, Dec 1985–Dec 1997; MX, Jan 1983–Dec 2002; US, Jan 1965–Dec 1985. Low-inflation regime samples: CA, Jan 1991–Dec 2019; JP, Jan 1980–Dec 2019; KR, Jan 1998–Dec 2019; MX, Jan 2003–Dec 2019; US, Jan 1986–Dec 2019.

Graph 5.A-B: The sample covers AL, AR, AT, AU, BA, BE, BG, BR, CA, CH, CL, CN, CO, CR, CS, CY, CZ, DE, DK, EE, ES, FI, FR, GB, GR, HR, HU, ID, IE, IL, IN, IS, IT, JP, KR, LT, LU, LV, ME, MK, MT, MX, NL, NO, NZ, PL, PT, RO, RS, SE, SI, SK, TR, US and XK (subject to data availability).

Graph 5.A: Details on the construction of the index can be found in the OECD/AIAS ICTWSS database codebook, available at www.oecd.org/employment/ictwss-database.htm.

Graph 5.C: Based on a wage equation, estimated on panel data, in which nominal wage growth is regressed on past inflation, the unemployment gap and productivity growth, as well as on their interaction with a measure of workers' bargaining power. This measure is constructed as the first principal component of three OECD indicators of labour market institutions: union coverage, union density and employment protection legislation (Lombardi et al (2020)). The panel covers AU, BE, CA, DE, DK, ES, FR, GB, IE, IT, JP, NL, SE and US.

Graph 6.A-B: Similarity index based on Mink et al (2007), modified by adding 1 so that it lies in the range between 0 and 1, with higher numbers indicating great similarity of price changes at each point in time. The reference 12-month log price change is the unweighted cross-sectional median. 12-month headline inflation is shown on a logarithmic scale.

Graph 6.A: The sample covers AT, BE, CA, CH, DE, DK, ES, FI, FR, GB, IE, IT, JP, NL, NO, PT, SE and US over Jan 1959–Apr 2022 (subject to data availability).

Graph 6.B: The sample covers BR, CL, CO, CZ, HU, KR, MX, PE, PL, RO, SG and TR over Jan 1969–Apr 2022 (subject to data availability).

Graph 6.C: The sample covers AL, AR, AU, AT, BE, BG, BA, BR, CA, CH, CL, CR, CS, CY, CZ, DE, DK, ES, EE, FI, FR, GB, GR, HR, HU, IE, IS, IL, IT, JP, KR, LT, LU, LV, MX, MK, MT, ME, NL, NO, NZ, PL, PT, RO, RS, SK, SI, SE, TR, US and XK (subject to data availability).

Graph 7.A: A high-inflation regime is defined as the periods in which the eight-quarter moving median of past core inflation is above 5%. Quarterly estimates are based on a wage equation, in which inflation at time t+4 is regressed on nominal wage growth, its interaction with the high-inflation regime dummy, the unemployment gap and productivity growth at time t, as well as on country and time fixed effects. The panel includes AU, BE, CA, DE, DK, ES, FR, GB, IE, IT, JP, NL, SE and US.

Graph 7.B-C: Based on a VAR model of the US economy with three lags, featuring (in this order) PCE and PPI inflation, industrial production growth, employment growth, wage growth, the two-year Treasury yield, the Moody's Baa-Aaa corporate bond credit spread and growth in WTI oil prices. Shocks to nominal wage growth are obtained using a Cholesky decomposition based on the ordering above.

Graph 8: Based on quarterly data for AU, BE, CA, DE, DK, ES, FR, GB, IE, IT, JP, NL, SE and US.

Graph 8.A: Quarterly estimates are based on a wage equation, in which nominal wage growth at time t+4 is regressed on inflation, its interaction with the high-inflation regime dummy, the unemployment gap and productivity growth at time t, as well as country and time fixed effects.

Graph 9: Based on a panel cointegrating model of nominal wages and consumer prices for a set of advanced economies. The model is non-linear in that it separates the effect of positive and negative deviations from the cointegrating relationship. In addition to the error correction term, and price and wage inflation, the short-run equations also include the unemployment gap, labour productivity growth as well as on country and time fixed effects. The panel includes AU, BE, CA, DE, DK, ES, FR, GB, IE, IT, JP, NL, SE and US over Q1 1968–Q4 2021 (subject to data availability).

Graph 10.A: Based on unbalanced panel regressions with country fixed effects. The control variables include inflation, the change in the exchange rate (in logs), real GDP growth, the change in the oil price denominated in local currency (in logs), US policy interest rate and US equity return volatility. The sample covers BR, CL, CN, CO, HK, HU, ID, IL, IN, KR, MX, PE, PH, PL, RO, RU, TH, TR and ZA over 1991–2019, using annual data.

Graph 10.B: Based on unbalanced panel quantile regressions with country fixed effects. To compute the distributions, all other variables are set to their means. The control variables include real GDP growth, inflation, the change in the exchange rate (in logs) and the change in the oil price denominated in local currency (in logs). See Banerjee et al (2020) for details on the methodology. AEs: AT, AU, BE, CA, CH, DE, DK, ES, FI, FR, GB, GR, IE, IT, JP, NL, NO, NZ, PT, SE and US. EMDEs: BO, BR, CL, CN, CO, DO, GH, HK, HN, HT, HU, ID, IL, IN, KR, MX, NI, PE, PH, PL, RO, RU, TH, TR, UY and ZA. The sample covers 1960–2019, using annual data.

Graph 10.C: Based on unbalanced panel quantile regressions with country fixed effects. The control variables include real GDP growth, current inflation, the change in the exchange rate (in logs) and the change in the oil price denominated in local currency (in logs). See Banerjee et al (2020) for details on the methodology. EMDEs includes BO, BR, CL, CN, CO, DO, GH, HK, HN, HT, HU, ID, IL, IN, KR, MX, NI, PE, PH, PL, RO, RU, TH, TR, UY and ZA. The low/high debt classification is defined based on the sample median. The sample covers 1960–2019, using annual data.

Graph 11.A: For BR, CA, DE, EA, GB, IN, JP, NZ and US, median value. For KR, PH, SE and ZA, mean value. Sample start dates: BR, Q1 2015; CA, Q4 2014; DE, Q2 2019; EA, Q1 2004; GB and SE, Q2 2015; IN, Q3 2009; JP, Q2 2006; KR, Q1 2013; NZ, Q2 2007; PH, Q1 2017; US, Q4 1989. Sample end date: Q1 2021.

Graph 11.B: The sample covers Q1 2010–Q4 2018.

Graph 12: The common inflation component is defined as the first principal component of monthly log changes of 131 sectoral price indices underlying the US PCE deflator. The idiosyncratic component of sectoral log price changes corresponds to the residuals from the regression of monthly sector-specific log price changes on the common inflation component. The high-frequency monetary policy surprises are constructed using the methodology developed by Miranda-Agrippino and Ricco (2021). Impulse responses are estimated using local projections; see Borio et al (2021) for details. The sample covers Jul 1992–Dec 2018 (subject to data availability).

Graph 13.B: Similarity index based on Mink et al (2007); see the note to Graph 6.A-B.

Graph A3: Based on a VAR model with three lags, estimated over the sample May 2004–Dec 2019.

Graph C1.A: 2021 for GDP per capita and 2022 (or latest) for the weight of food and energy. The sample covers AT, AU, BE, BG, BR, CH, CL, CO, CY, CZ, DE, DK, EE, ES, FI, FR, GB, GR, HR, HU, IE, IN, IS, IT, JP, KR, LT, LU, LV, MK, MT, MX, NL, NO, NZ, PE, PH, PL, PT, RO, RS, SE, SG, SI, SK, TR and US.

Graph C1.B: High–inflation regime dates: DE, FR, IT, Jan 1970–Dec 1999; GB, Jan 1970–Dec 1992; JP, Jan 1970–Dec 1979 and US, Jan 1970–Dec 1985. For FR and GB, core inflation starts in Jan 1971. Low-inflation regime dates for DE, Jan 2000–May 2022 (Apr 2022 for core and trimmed inflation); FR, Jan 2000–Apr 2022; GB, Jan 1993–Apr 2022; IT, Jan 2000–Apr 2022; JP, Jan 1980–Apr 2022; US, Jan 1986–Apr 2022. For JP, trimmed inflation starts in Jan 2001. For US, the trimmed mean CPI excludes 8% of the CPI components with the highest and lowest one-month price changes from each tail of the price-change distribution resulting in a 16% trimmed-mean inflation estimate (calculated by the Federal Reserve Bank of Cleveland). For JP, 20% trimmed-mean inflation estimate (calculated by the Bank of Japan); for FR, DE, IT and GB, 16% trimmed-mean inflation estimate (own calculations).

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"Es el estudio más completo que he leído de cómo se forma la inflación, del que me gustaría destacar:
 
1º Hay un cambio en los precios relativos por cambios en las preferencias de consumo y la productividad. Si un producto incrementa la productividad un 10%, su precio bajará un 10%. Y si este incremento de productividad en lugar de bajar los precios se lo reparten entre empresarios y trabajadores, los trabajadores verán incrementado su salario un 5% y los empresarios sus beneficios otro 5%. Porque los precios, no sólo dependen de la productividad, sino también de las preferencias de consumo. Ya que los precios no sólo dependen de los costes de producción, sino también de la demanda del producto. Por lo que el precio de un producto por el lado de la oferta, depende de la productividad y, por el lado de la demanda, de las preferencias de consumo.
 
2º La capacidad de los empresarios y trabajadores de repercutir el incremento de costes de producción, para los empresarios y, el coste de la vida, para los trabajadores.
 
A) Para los empresarios, depende de lo competitivo que sea el mercado en el que están. Que les es más difícil en el de bienes, que están sujetos a la competencia de otros países, que en el de servicios que es menos competitivo. Es más fácil comprar otro producto, que ir a dormir a otro hotel.
 
B) Para los trabajadores, dependerá del poder de negociación. Y los trabajadores en grandes empresas y sin peligro de perder el empleo, pueden presionar más para conseguir no perder poder adquisitivo por la inflación, que los que están en pequeñas empresas y en mercados muy competitivos. Porque si el salario sube y el empresario no puede repercutir este incremento de costes, tendrá que cerrar. Ya que no puede vender un producto por 10, si le cuesta producirlo 11. Y aquí, es donde entra la negociación colectiva, en los países en que la negociación de los salarios depende más de los sindicatos que, entre empresarios y trabajadores, tienen más inflación, menos productividad y más desempleo (gráfico). Ya que, los salarios suben más, lo que genera más inflación, más empresas tienen que cerrar porque los costes superan los ingresos y, la rigidez salarial dificulta que las empresas con productividad más alta, quiten trabajadores de empresas con una productividad más baja, con lo que se incrementa menos la productividad. Por esto se pedían reformas estructurales, para que los salarios dependan más de la ley de la oferta y la demanda y menos de la negociación colectiva, para tener menos inflación y desempleo e incrementar la productividad.
 
3º El endeudamiento. Los países muy endeudados, cuando hay una subida de los tipos de interés para combatir la inflación, su moneda se deprecia más, lo que genera más inflación y tienen que subir más los tipos de interés para combatirla e impedir la fuga de capitales y una mayor depreciación. En el caso de España, al estar en el euro, como mínimo de esto nos salvamos. Pero esto no quiere decir que una subida de los tipos de interés, no comporte una mayor recesión y recortes en el gasto público. Lo único que esta vez no se tendrá que hacer bajando el salario de los empleados públicos, sino que no suban. Pero en cualquiera de los casos la conflictividad está asegurada. 
 
Pero el informe, sin dejar de ser muy interesante, nos sirve poco para predecir la evolución futura de la inflación. Porque es muy difícil predecir el precio futuro del gas y el petróleo. Pero me temo que nos vienen años de fuerte conflictividad y recortes en el estado del bienestar. "AB
 
II. Inflation: a look under the hood
 
Resumen
  • https://voxeu.org/article/looking-under-hood-two-faces-inflation?fbclid=IwAR0jF2a9RvechKNLn_QIbplvuudH-izusRsUWpb6PADMLf06wqTPE8kQokM#.Ye_RW0bqmrk.twitter

El debate del IV trimestre 2021: ¿Inflación coyuntural o permanente ?

 

 

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