Hablemos claro de (y como) Dani Rodrik
Texto: Jordi Paniagua
Ilustración: Carlos Sánchez Aranda
Dani Rodrik señala en un breve apunte autobiográfico que se ha ganado a pulso ser heterodoxo gracias a su aplicación de los métodos más ortodoxos en economía. Así ha conseguido, entre otros logros, ser uno de los economistas más respetados por la profesión y Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2020. De origen sefardí, hubiera sido el catedrático de Harvard Daniel Rodríguez en una versión más amable de nuestra historia. Sin embargo, su familia recaló en una Constantinopla más tolerante que la Turquía de Erdogan, como él mismo se ocupa de recordar y denunciar (aquí o aquí). Rodrik habla claro y calificó los eventos del 2014 como un golpe de Estado (aquí).
En el espíritu de la misión de la universidad Ortega-y-Gaset, entiende que su labor como profesor (en Harvard) se extiende más allá del aula y ha saltado la barrera de la academia en tres direcciones. En primer lugar, ha impulsado el compromiso político en contra de la deriva autoritaria de las democracias y ha creado la red Economics for Inclusive Prosperity para fomentar la participación de los economistas en la promoción de políticas de crecimiento inclusivas.
La segunda es la divulgación de su investigación, que ha circundado la economía política de la globalización estudiando aspectos como el crecimiento económico, el comercio internacional y el papel que juega la democracia en el crecimiento económico y en el diseño de las políticas económicas. Tiene la habilidad de hacerse entender con claridad en blogs, prensa y sobre todo en libros de lectura amena a la vez que profunda. Su libro más reciente, que tiene la peculiaridad de los Wildianos de ser de difícil traducción, se podría titular “hablemos claro o un debate honesto sobre el comercio” (Straight Talk On Trade). Se trata de un resumen de su pensamiento acerca de la profesión económica, la ciencia económica, la globalización y la democracia. Advierte al principio que quién haya leído sus libros anteriores (Has Globalization Gone Too Far?, The Globalization Paradox yEconomics Rules), no aprenderá nada nuevo. Sin embargo, con Rodrik siempre se acaba aprendiendo, ya que tiene la virtud de hablar claro.
En este último libro, nos presenta la democracia Pirelli. La democracia sin control (es decir sin respeto a la ley) no sirve de nada. Es otra forma de tiranía: la de la mayoría pervertida por un léxico (democracia, libertad) y unas formas (votaciones y urnas) que esconden su naturaleza autoritaria. De la misma manera, la globalización sin control tampoco sirve de nada. En el fondo, este es el argumento central de su crítica a la globalización en su conocido trilema de la globalización: que la soberanía nacional, la globalización y la democracia son mutuamente excluyentes.
Se pueden perseguir dos elementos de la tríada soberanía-globalización-democracia simultáneamente, pero siempre en detrimento del tercero. Si una nación incrementa su soberanía nacional, tiene que elegir entre las ventajas del comercio o la democracia. Argumenta Rodrik que la globalización ha ido demasiado lejos y ha superado los controles democráticos.
Llegados a este punto he de advertir mi sesgo. Parte de mi tesis doctoral consistió en un intento de encontrar evidencias empíricas sobre el trilema de Rodrik. Intercambié correspondencia con él y tengo colgada una fotografía con él en mi “hall of fame” personal junto a Deaton o Phelps, por lo que puede que me cueste ser objetivo. No obstante, a diferencia de la trinidad imposible de una economía abierta (la capacidad de lograr solo dos de los tres objetivos políticos: integración financiera, estabilidad cambiaria y autonomía monetaria), el trilema de Rodrik es tan cierto como general (por ejemplo, ¿qué significa exactamente esto de una globalización delgada?). La evidencia empírica ha sido esquiva hasta el momento, en parte debido a que es complicado identificar los efectos exclusivos de la globalización. Según el economista del MIT David Autor y coautores, muchos de los puestos de trabajo que supuestamente ha destruido el comercio internacional fueron en realidad víctimas tempranas del progreso tecnológico (ver aquí y aquí). Por tanto, lo podemos interpretar como un marco conceptual o discursivo, pero difícilmente como un modelo económico estructural.
Por poner un ejemplo, una de sus críticas más punzantes acerca del desgobierno de la globalización es el sistema de resolución de disputas mediante tribunales de arbitraje internacional (aquí). Su argumento principal es que tan solo los inversores extranjeros pueden recurrir a este mecanismo de resolución de disputas. Es algo que sabemos bien en España, donde nos jugamos 10.000 millones de euros en laudos arbitrales y la pérdida puede ser mayor si se tiene en cuenta el efecto sobre la inversión extranjera, como destacaba (aquí). Sin embargo, este es uno de los argumentos principales que utilizan los populismos morados y verdes para oponerse a una mayor integración económica, obviando las ventajas de este sistema para el comercio o la inversión.
A riesgo de que los populistas secuestren sus ideas, Rodrik ha seguido adelante con sus críticas a la globalización, pero a diferencia de los econópatas y homeópatas intelectuales que le citan escogiendo tan solo las cerezas más dulces, también ha destacado sus ventajas. Rodrik es el economista más ortodoxo dentro de los economistas heterodoxos ya que defiende, entre otras cosas y sin ambages, el impuesto a la renta, las pensiones, el seguro de depósitos bancarios, los requisitos laborales para los beneficiarios de la asistencia social, las transferencias condicionadas, la independencia de los bancos centrales y el comercio de cuotas de contaminación. Incluso asegura (aquí) que el concepto de nación más favorecida, el buque insignia de la globalización, es una de las políticas económicas más eficaces para mejorar la estructura económica de los países. Defiende además que última frontera de la globalización es la migración. Expone (aquí y aquí) que el beneficio marginal de la liberalización comercial es menor que en el caso la del mercado de trabajo internacional y propone un régimen de migración temporal entre países.
Desde Ricardo, sabemos que las ventajas del comercio internacional escoden un cómputo positivo para los ganadores y negativo para los perdedores. En términos netos las ganancias positivas son tan grandes que podrían compensar a los perdedores y salir todos ganando. Argumenta Rodrik que raramente se compensa a los perdedores (por ejemplo, a los sectores con competencia de importaciones) y que los economistas no hemos tenido un debate honesto al respecto. Por miedo a que no se entienda o se malinterprete un razonamiento complejo, argumenta que de tanto morderse la lengua surgen llagas populistas a ambos lados del Atlántico.
Esta crítica nada velada que hace Rodrik a colegas de profesión (apuntando directamente su responsabilidad en la llegada de Trump al poder) es la tercera barrera que ha roto Rodrik: la epistemología de la ciencia económica y de los economistas. Hace apenas unos días en una serie de tweets reflexionaba sobre la profesión de la economía académica y sus problemas para incluir a minorías. Describe tres características de la economía académica: clasista, jerárquica y cabrona, con una alta tolerancia a comportamientos poco respetuosos. Dani Rodrik confiesa que al principio de su carrera universitaria dudó entre especializarse en economía o sociología. Cuando los sociólogos analizan nuestro campo tienden a coincidir con la visión de Rodrik: según este estudio la economía es el campo que presenta el índice más elevado de persistencia en la jerarquía y de consenso sobre las normas colectivas. En parte se explica por esto nuestro particular proceso editorial (aquí y aquí).
En su libro Economics Rules (otro título con doble significado que podría traducirse como las reglas de la economía pero también como “la economía manda”) resume su visión de la ciencia económica y los economistas (lean tanto la reseña en NeG como el libro en sí). Me hizo redescubrir a Borges y suelo empezar mis clases recitando sus 20 mandamientos (10 para economistas y 10 para no economistas). Defiende que la economía es una forma particular de ciencia social y que justamente lo que hace que sea una ciencia son sus modelos y su enfoque cuantitativo. Pero advierte que la economía es más diversa de lo que a unos les gustaría y de lo que otros reconocen. Tengamos debates honestos: admitamos más diversidad en nuestro campo, nuestros colegas y nuestros modelos e ideas. Podríamos empezar por hablar más claro, como lo hace Dani Rodrik.
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Dani Rodrik points out in a brief autobiographical note that he has earned a heterodox title thanks to his application of the most orthodox methods in economics, which have led him to be one of the most respected economists by profession and recent Princess of Asturias award. Of Sephardic origin, he would have been Havard’s Professor Daniel Rodríguez in a kinder version of our history. But his family ended up in a more tolerant Constantinople than Erdogan’s Turkey, as he remembers and denounces here o here. Rodrik speaks straight and called the events of 2014 a coup d’etat here.
To the purest spirit of Ortega-y-Gaset he has understood that the university’s mission extends beyond the university halls and has jumped the classroom barrier in three directions. The first with a political commitment against the authoritarian drift of democracies and has promoted the Economics for Inclusive Prosperity network to promote inclusive growth policies.
The second is the dissemination of his research that has circled the political economy of globalization, studying aspects such as economic growth, international trade, and the role that democracy plays. He has the ability to make himself understood clearly in blogs, press, and especially in books that are pleasant to read as well as profound. His most recent book, which has the Wildian virtue of difficult translation into other languages, could be understood as let’s have an honest debate on trade, which summarizes his thinking about the economic profession, economic science, globalization, democracy. He cautions the reader of his previous books, Has Globalization Gone Too Far?, The Globalization ParadoxandEconomics Rules, that they will not learn much new. However, with Rodrik one always ends up learning something, since he has the virtue of speaking clearly.
In this last book, we are introduced to a Pirelli democracy. Democracy is nothing without control (that is, without respect for the law). It is another form of tyranny: that of the majority perverted by lexicon (“democracy”, “freedom”) and forms (voting and ballot boxes) that hide their authoritarian nature. Similarly, globalization is nothing without control. Ultimately, this is the central argument of his critique of globalization in his well-known globalization trilemma: that national sovereignty, globalization, and democracy are mutually exclusive. Two elements of the sovereignty-globalization-democracy triad can be pursued simultaneously, but always to the detriment of one of them. If a nation increases its national sovereignty, it has to choose between the advantages of trade or democracy. Rodrik argues that globalization has gone too far and has renounced democratic controls.
At this point, I must note my bias. Part of my doctoral thesis consisted of an attempt to find empirical evidence on Rodrik’s trilemma. I exchanged correspondence with him and I have a photograph hanging with him in my personal “hall of fame” with Deaton or Phelps, so it may be difficult for me to be objective. However, unlike the impossible trinity of an open economy (the ability to achieve only two of the three political objectives: financial integration, exchange rate stability, and monetary autonomy), Rodrik’s trilemma is as true as it is general (for example, what exactly does thin globalization really mean?). Empirical evidence has so far been elusive. Partly because it is difficult to identify the unique effects of globalization. According to Autor et al, many of the jobs that international trade has supposedly destroyed are early victims of technological progress (see here and here). Therefore, we can interpret it as a conceptual or discursive framework, but hardly as a structural economic model.
For one example, one of his most poignant criticisms about the misgovernment of globalization is the dispute resolution system through international arbitration tribunals here. Their main argument is that only foreign investors can use this dispute resolution mechanism. It is something that we know well in Spain, where we stake € 10 billion in arbitration awards and the loss may be greater if we take into account the effect on foreign investment as highlighted here. However, this is one of the main arguments that purple and green populisms use to oppose further economic integration, ignoring the advantages of this system for FDI or trade. It is one of the reasons, among others, why Rodrik warns in his latest paper that globalization feeds populism (in the style of Agent Orange by A. Rose).
At the risk of his ideas being kidnapped by populists, Rodrik has followed through with his criticism of globalization, but unlike the homeopathic economists who pick only his sweetest cherries, also highlighting its advantages. Rodrik is the most orthodox economist among heterodox economists; he bluntly defends income tax, pensions, bank deposit insurance, labor requirements for beneficiaries of social assistance, conditional transfers, independence a form the central bank, and trade in pollution quotas. He even assures, that the concept of the most favored nation, the flagship of globalization, is one of the best economic policies that have changed (for the better) the economic structure of countries. He exposes here and here that the marginal benefit of trade liberalization is lower than that of the international labor market and proposes a temporary migration regime between countries.
Since Ricardo, however, we know that the advantages of trade list a positive computation for the winners and a negative one for the losers. In net terms, the positive gains are so great that they could compensate the losers and all win. Rodrik makes the point that the losers are rarely compensated (for example, the sectors with the most import competition) and that economists have not had an honest debate about it. Fearing that complex reasoning is not understood or misinterpreted, he argues that populist sores arise from both biting the tongue on both sides of the Atlantic.
This undisguised criticism that Rodrik makes of fellow economists (pointing directly to his responsibility for Trump’s coming to power) is the third barrier that Rodrik has broken: the epistemology of economic science and economists. Just a few days ago, in a series of tweets, he reflected on the profession of academic economics and its problems in including minorities. It describes three characteristics of the academic economy: class, hierarchical, and full of jerks, with a high tolerance for little respectful behaviors. Dani Rodrik confesses that at the beginning of his university career he hesitated between specializing in economics or sociology. When sociologists analyze our field, they tend to coincide with Rodrik’s vision: according to this study, economics is the field that presents the highest index of persistence in the hierarchy and consensus on collective norms. This is partly explained by our particular editorial process (here and here).
In his book Economics Rules (another title with a double meaning that could be translated as the rules of economics but also as that economics is cool) summarize his vision of economic science and economists (read both the review in NeG and the book). He made me rediscover Borges and I usually start my classes with the 20 commandments (10 for economists and 10 for non-economists). He argues that economics is a particular form of social science and that precisely what makes it a science are its models. But he warns that the economy is more diverse than some would like and from what others grant. Let’s have honest discussions: let’s admit more diversity in our field, our colleagues, and our models and ideas. We could start by speaking straight, as Dani Rodrik does.
Samuel Bentolila dice:
Jordi, excelente entrada y, en efecto, muy en la línea de Rodrik. Recomiendo leer ‘Economics Rules’, es una gozada. Y también este artículo sobre populismo y globalización:
La soberanía en su trilema es la soberanía nacional, la autonomía con la cual los Estados pueden regular sus propios intereses e incluye aspectos económicos. Por poner un ejemplo, España no puede tener soberanía monetaria cuando decide integrarse en la zona euro.
Tampoco hay que olvidar que la globalización nos ha permitido tanto importar inputs mejores como acceder a nuevos mercados (además de bienes de consumo). Esto en cierta manera compensa tu punto de pérdida de derechos laborales porque ha permitido que florezcan industrias competitivas y puestos de trabajo muy cualificados.
Como señalas, puede existir una relación entre la
“hiperglobalización” y el surgimiento de populismos. De hecho, en el
artículo más reciente de Rodrik titulado “Why Does Globalization Fuel
Populism?” trata justament sobre esto:
https://drodrik.scholar.harvard.edu/files/dani-rodrik/files/why_does_globalization_fuel_populism.pdf
“Why Does Globalization Fuel Populism?”
https://drodrik.scholar.harvard.edu/files/dani-rodrik/files/why_does_globalization_fuel_populism.pdf