El coste marginal de los fondos públicos: una reseña Javier Campos
Una de las máximas populares en el mundo cultural anglosajón cuando llegan estas fechas es el conocido ‘Summer is for paperbacks’, frase que yo traduciría (libre y castizamente) por algo así como “El verano es tiempo de solaz, sangría y lecturas ligeras”. O tirando del rico refranero español: “En verano, la siesta es sana y el trabajo se desgrana”. Novelas y ensayos sin pretensiones forman parte del bagaje que muchos solemos reservar para este tiempo de descanso. Sin embargo, reconozco que, a veces me puede la curiosidad intelectual y dedico mi tiempo (y esfuerzo) a lecturas con algo más de condimento.
Uno de esos documentos que te hacen reflexionar un buen rato y que te dejan un regusto agridulce pensando si lo has entendido o no del todo se titula “The Marginal Cost of Public Funds”, recientemente publicado dentro de la siempre interesante serie Elements in Public Economics de Cambridge University Press. Se trata de un trabajo de los economistas suecos Per-Olov Johansson y Bengt Kriström, cuya tesis principal seguro que resuena a los lectores habituales de este blog: cuando se debate sobre el tamaño del Estado o sobre la conveniencia de financiar ciertos proyectos públicos, pocas veces se tiene en cuenta que el dinero que gasta el sector público no es gratis. Más bien al contrario: tiene un coste de oportunidad elevado.
En esta entrada, mi última antes de las vacaciones, intentaré resumir sus principales aportaciones con un objetivo didáctico: ayudar a entender por qué cada euro recaudado por el Estado cuesta más de un euro en términos de bienestar social, y qué implicaciones tiene esto para el diseño y la evaluación de políticas públicas.
¿Qué es el coste marginal de los fondos públicos?
El coste marginal de los fondos públicos (CMFP) mide cuánto le cuesta a la sociedad recaudar un euro adicional para financiar el gasto público. En un mundo ideal, sin distorsiones, ese coste sería igual a uno. Pero en la práctica, los impuestos alteran las decisiones de consumo, trabajo e inversión de los ciudadanos, generando lo que los economistas denominamos pérdidas de eficiencia.
Johansson y Kriström explican que, debido a estas distorsiones, el CMFP suele ser mayor que uno. Es decir, recaudar un euro adicional puede costarle a la sociedad 1.20€, 1.50€ o más, dependiendo del tipo de impuesto y del contexto económico. Este sobrecoste se debe a que los impuestos desincentivan actividades productivas y, por tanto, reducen el bienestar general. Ignorar este coste es, por tanto, una omisión grave en cualquier ejercicio de evaluación ex ante de una política pública.
Un concepto para nada moderno
Para proporcionar el contexto adecuado, el documento traza el desarrollo histórico del concepto de coste marginal de los fondos públicos remontándose a los escritos de Adam Smith (1776), quien – como buen liberal – argumentó que la recaudación de fondos mediante impuestos distorsionadores siempre conlleva costes de eficiencia. Un siglo después, Jules Dupuit introdujo el concepto de "utilidad relativa", que más tarde Alfred Marshall denominaría "excedente del consumidor", introduciendo una primera forma de cuantificar las pérdidas de bienestar derivadas de los impuestos. Fue Arthur Pigou quien finalmente, a mediados del siglo pasado impulsó la formalización de la comprensión moderna de la CMFP, haciendo hincapié no solo en los daños indirectos (pérdidas de eficiencia) causados por los impuestos sino en los costes de transacción asociados a su gestión y vigilancia. Con el tiempo, como todos sabemos, la literatura sobre este tema se ha expandido notablemente para incluir nuevas perspectivas sobre cómo los impuestos afectan a la eficiencia económica y cuáles son las implicaciones para el bienestar social de recaudar los fondos públicos.
¿Qué aporta de nuevo este documento?
La parte más interesante del trabajo de Johansson y Kriström es aquella en la que muestran, con rigor y claridad, cómo aplicar el concepto del CMFP al análisis coste-beneficio (ACB) de proyectos públicos. Por ejemplo, si se está evaluando la conveniencia de construir una nueva carretera, no basta con comparar los beneficios esperados con el coste financiero directo del proyecto. Es necesario multiplicar ese coste por el CMFP para tener en cuenta las distorsiones generadas por los impuestos que financian el proyecto. Esta idea se conecta directamente con debates anteriores en este blog sobre la necesaria evaluación de las políticas públicas (aquí o aquí, por ejemplo), a pesar de las evidentes limitaciones del ACB (aquí o aquí).
Aunque el concepto del CMFP no es nuevo, la aportación de Johansson y Kriström es valiosa por varios motivos. En primer lugar, redefinen esta idea bajo diferentes regímenes fiscales, contrastando particularmente la tributación a tanto alzado (lump–sum) frente a impuestos distorsionadores. Para ello formalizan distintos modelos que incorporan ambos tipos de impuestos y examinan cómo varía el CMFP en función de los instrumentos fiscales disponibles. Esto ayuda a los responsables de la formulación de políticas y a los investigadores a comprender las sutilezas que entraña la estimación de este coste en situaciones reales.
En segundo lugar, integran todos estos conceptos con claridad en un marco de análisis coste-beneficio, permitiendo a los analistas cuantificar correctamente los costes fiscales en presencia de distorsiones. El documento amplía el análisis del CMFP más allá de los modelos estáticos de equilibrio parcial a marcos dinámicos y de equilibrio general, incorporando múltiples bienes, factores, así como consideraciones intertemporales. Estas ampliaciones son cruciales para una evaluación realista de las políticas públicas, especialmente cuando se consideran proyectos a largo plazo o impactos macroeconómicos, ya que permiten una evaluación más completa de los costes de bienestar a lo largo del tiempo y entre sectores.
En tercer lugar, y reconociendo la dificultad de medir empíricamente el CMFP, los autores discuten varios enfoques para su estimación, incluyendo el uso de modelos de equilibrio general computable (CGE), micro simulaciones y técnicas econométricas. Destacan una vez más la importancia del trabajo empírico para informar las políticas públicas y proporcionan información sobre cómo se puede aproximar el CMFP en la práctica, teniendo en cuenta la heterogeneidad sectorial y las restricciones de información.
Además del CMFP, los autores introducen conceptos relacionados, como la utilidad marginal social de la renta o la eficiencia marginal de los fondos públicos. Comparando estas métricas y explicando sus respectivas ventajas y limitaciones se ayuda a los responsables políticos a elegir las herramientas de evaluación adecuadas en función del contexto y los objetivos de las políticas. También resulta muy interesante la exploración de escenarios como los impuestos ecológicos, la evasión fiscal de las multinacionales y cuestiones específicas de cada sector, ilustrando la relevancia del CMFP para evaluar la eficiencia relativa de diferentes políticas.
El documento ofrece además una crítica sólida al uso indiscriminado de ciertos atajos metodológicos, como asumir implícitamente que el CMFP es igual a uno, o utilizar valores sociales de referencia sin ajustarlos por distorsiones fiscales. Por esta razón contribuye enormemente a mejorar la literatura existente, ampliando el análisis a entornos económicos más complejos y ofreciendo orientación práctica para la estimación empírica del CMFP. Su enfoque integrador tiende un puente entre la teoría abstracta y la aplicación en el mundo real, lo que lo convierte en un recurso muy valioso tanto para investigadores como para responsables políticos interesados en la evaluación rigurosa de políticas y programas.
Implicaciones para la política económica
Finalmente, el trabajo subraya que una buena política fiscal no solo debe preguntarse en qué gastar, sino también cómo financiar ese gasto. El análisis coste-beneficio tradicional, si no ajusta adecuadamente el CMFP, puede inducir a errores de selección de proyectos. Esto es especialmente importante en contextos donde las restricciones presupuestarias son rígidas y la eficiencia marginal del gasto puede ser muy desigual entre proyectos.
Además, el documento nos recuerda que no todos los impuestos generan las mismas distorsiones. Algunas figuras impositivas, como los impuestos ambientales, pueden incluso tener efectos positivos sobre el bienestar, reduciendo externalidades negativas. En estos casos, el CMFP puede ser inferior a uno, lo que justifica un mayor uso de estos instrumentos. Esta idea conecta con el debate sobre la reforma verde del sistema fiscal, un tema cada vez más presente en la agenda política europea.
Como se ha señalado en otras entradas de este blog (aquí o aquí), el análisis coste-beneficio es una herramienta esencial para tomar buenas decisiones de política económica. Pero dicho análisis no puede prescindir del contexto institucional y fiscal en el que se inscribe. El documento de Johansson y Kriström ofrece una guía clara y sofisticada sobre cómo incorporar el CMFP en este tipo de análisis, evitando así decisiones miope o mal fundamentadas.
Es una lectura imprescindible para cualquier economista público, y una llamada de atención para quienes piensan que el dinero público es una fuente inagotable y gratuita. No lo es. Y entender esto es el primer paso para hacer un mejor uso de los recursos colectivos. Si bien no es una lectura para disfrutar al borde de la piscina o en la orilla de la playa, estoy seguro de que muchos lectores de este blog encontrarán que algunas de sus ideas son muy refrescantes, especialmente en los tiempos que corren.
https://nadaesgratis.es/javier-campos/el-coste-marginal-de-los-fondos-publicos-una-resena
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