Voy por partes.
La famosa ecuación de Fisher, usada por el monetarismo nos dice que: MV = PY, donde M es la cantidad de dinero, V es la velocidad, P el nivel de precios e Y es el nivel de producción.
Es obvio que si M crece siendo todo lo demás constante (V e Y), P debe crecer. Es decir, si aumento la cantidad de dinero sin que haya crecimiento de actividad, entonces, si V no se ajusta, P debe crecer. La fórmula nos apaña otras cuestiones interesantes (no refuto la fórmulasino su uso): Por ejemplo, si M no crece e Y tampoco, aún así podemos tener inflación si V crece. Curioso, ¿verdad? Y es que V no es constante, sino que cambia. depende de la demanda de dinero. por ejemplo, cuando la confianza en una moneda de desploma V aumenta mucho (la genteno quiere dinero). En ese caso, incluso si M crece poco, podemos tener hiperinflación si V crece mucho. ¡Qué cosas!, ya tenemos otra posible causa más allá de M. Vamos a las mates.
Quien sepa un poco de matemáticas entenderá que, si tienes una ecuación con cuatro incógnitas esta no tiene una sola solución, sino infinitas posibles. Es decir, cualquier nivel de P puede ser definido dado un solo nivel de M, por lo que no podemos establecer una causalidad entre movimientos de M y de P al menos que fijemos V e Y. Algo que no podemos hacer pues ni V ni Yson constantes.
Pero hay más.
En primer lugar M no es exógena, sino endogena.
Para que lo entendamos, el BC no fija M, sino r, y M responde a la evolución de Y y de la demanda de dinero, que a su vez depende de otras variables como P, como la confianza es decir, M=M(Y,r,...). Por lo tanto, ya no tenemos cuatro variables, sino muchas más. El sistema se complica. Si ya nos ponemos a mirar de qué depende V (como ya he comentado) entonces el sistema es más y más complejo. Es decir, argumentar que gracias a esa ecuación cualquiervariación de P viene motivada por la variación de M es, cómo decirlo, no controlar un minimo de matemáticas (y por ello de economía).
Esto no quiere decir que la ecuación no sirva.
Muchos modelos derivan la misma expresión de una forma u otra. En el más simple, el ISLM,el equilibrio en el mercado de dinero se deriva de la expresión M = PYL(r), donde M es la cantidad de dinero (oferta, no base monetaria) y L es la demanda de dinero respecto a la rentabilidad de los bonos. Como podéis ver, M es endógena. Y si miráis con detenimiento la ecuaciónse parece mucho a MV = PY, solo que V es la inversa de la demanda de dinero.
En definitiva, asegurar que cualquier aumento de P deviene de cualquier aumento de M solo refleja dos cosas: o desconocimiento de economía, o desconocimiento de matemáticas o, quizás, ambas cosas a la vez.
Manuel Hidalgo
La refutación de la teoría cuantitativa
El siguiente artículo fue publicado en la revista Procesos de Mercado, vol. 8, nº2, otoño 2011.
En las primeras páginas de su The Theory of Prices,
Arthur Marget insiste en que los economistas tienden a confundir la
ecuación cuantitativa –M*V=P*Q– con la teoría cuantitativa del dinero
(Marget 1938, 9-39). Si bien, como asimismo sostiene Benjamin Anderson
(Anderson 1917, 161), la ecuación cuantitativa es en realidad una
identidad contable irrefutable que tan sólo pone de manifiesto que el
conjunto de los pagos realizados en una economía –M*V– es igual al
conjunto de los cobros –P*Q–, la teoría cuantitativa asume la existencia
de unas relaciones concretas entre las cuatro variables de la ecuación
cuantitativa.
Aunque, como sucede con la teoría del capital, existen
casi tantas teorías cuantitativas como economistas, Joseph Schumpeter,
en su monumental Historia del análisis económico, tasaba en
cuatro las proposiciones básicas que se encuentran presentes en
cualquier teoría cuantitativa: a) la oferta monetaria (M) es una
variable independiente de los precios (P) y del volumen de transacciones
(Q); b) la velocidad del dinero (V) está determinada por factores
institucionales y, o bien no varía, o bien varía muy lentamente; c) la
cantidad de transacciones (Q) no depende de la oferta monetaria (M); y
d) los cambios en la oferta monetaria (en M), a menos que vayan
casualmente de la mano de cambios en la cantidad de transacciones (en
Q), provocan variaciones mecanicistas en todos los precios de la
economía, con independencia de cómo se haya producido esa variación en
la oferta monetaria (Schumpeter 1954, 703).
En efecto, si algo
pretende probar la teoría cuantitativa es que, invariadas las restantes
circunstancias, un incremento de M provocará un aumento proporcional de
P, y para ello resulta necesario asumir que M es independiente de V y de
Q (y V y Q de M) y que el aumento de P es una consecuencia de M y no al
revés.
Pese a la popularidad lograda por la teoría cuantitativa,
las cuatro hipótesis de partida son falsas. No quiero con ello negar
que, en general, los aumentos de M no se traduzcan en ciertos
incrementos de P –como decía Hayek, «desde un punto de vista práctico,
pocas cosas podrían ser más graves que que el público dejara de creer en
las proposiciones básicas de la teoría cuantitativa» (Hayek 1967,
3-4)–, pero en aras del rigor teórico es inadmisible que aceptemos a
pies juntillas unos razonamientos muy de brocha gorda que nos ocultan
las auténticas interrelaciones entre el dinero, el crédito y los bienes
económicos. Por ello, en este artículo me centraré en analizar y refutar
cada una de las cuatro hipótesis básicas de la teoría cuantitativa.
La oferta monetaria es una variable independiente de los precios
La primera de ellas es que M es una variable independiente de P y de Q;
en otras palabras, la oferta monetaria es reputada como una variable
exógena al sistema que no reacciona ni ante las variaciones del conjunto
de precios ni del conjunto de transacciones económicas.
Tal como
sucederá con respecto al resto de variables, en este caso hay un claro
problema inicial de indeterminación: ¿qué entendemos por M, esto es, por
la oferta monetaria? En términos estrictos, podríamos entender por
oferta monetaria la cantidad de dinero en una sociedad, a saber, el
conjunto de los bienes presentes con una elevada liquidez (por ejemplo,
el oro, la plata…), lo que la economía neoclásica llamaría la base
monetaria o M0; esto excluye de la oferta monetaria a los derechos de
cobro, que no son dinero sino derechos a recibir dinero (por ejemplo,
los depósitos bancarios). Con estos parámetros, la hipótesis de la
teoría cuantitativa sería sólo levemente incorrecta: la cantidad de
bienes presentes líquidos nos vendría dada y sería bastante
independiente de P y Q. Sólo deberíamos adaptar la hipótesis para
contemplar que la reducción de P (de los precios de la economía) supone
un incremento del poder adquisitivo de M, lo que por lo general se
traducirá en un incentivo a incrementar la oferta de dinero (si el poder
adquisitivo del oro aumenta, la producción minera de oro también
subirá).
El problema es que si sólo incluimos la cantidad de dinero
en M, el resto de corolarios de la teoría cuantitativa se caen por su
propio peso. Al cabo, es evidente que sobre los precios –al menos a
corto y medio plazo– no sólo influye la cantidad de dinero, sino también
la cantidad (y calidad) de promesas a entregar dinero. Por
consiguiente, hemos de flexibilizar lo suficiente M como para incluir
todas aquellas promesas que se empleen como medios de pago. Pero en ese
caso, la hipótesis de que M es independiente de P y Q deja de ser
cierta.
En efecto, uno de los factores que determina el volumen de
las promesas de pago de una economía es la cantidad y el precio de los
bienes que pueden emplearse como colateral de esas promesas de pago.
Tomemos el caso de una letra de cambio: un incremento en la cantidad o
en el precio de los bienes de consumo altamente demandados permite girar
nuevas letras de cambio, aumentando de ese modo la cantidad de promesas
de pago y la «oferta monetaria» (M) en sentido lato. Análogamente, un
incremento de la cantidad y del precio de los inmuebles permite a los
bancos dispuestos a degradar su liquidez concediendo hipotecas más
cuantiosas, las cuales se traducen en una mayor cantidad de depósitos a
la vista para los hipotecados y, por consiguiente, en un incremento de
M.
En definitiva, la teoría cuantitativa ignora que la «oferta
monetaria» es un resultado endógeno del proceso económico y no un dato
exógeno que nos viene dado. Su obsesión teórica es unidireccional –M
empuja al alza a P–, olvidándose de los efectos boomerang que existen –P
empuja al alza a M–.
Una teoría cuantitativa más realista, blindada
contra estos errores de fondo, debería considerar que M se divide en
dos partes: el dinero y las promesas de entregar dinero (en ciertas
formulaciones de la teoría cuantitativa sí aparecen diferenciadas,
nosotros las llamaremos M’ y M’’ respectivamente). A su vez, debería
tener en cuenta que el dinero (M’) es en realidad un subconjunto
variable de Q (aquella porción de los bienes presentes que sean además
líquidos), determinado por los procesos de monetización y
desmonetización (cambios en la demanda monetaria) de unos bienes
económicos que a su vez pueden fabricarse atendiendo a los cambios en la
rentabilidad de producirlos. Y asimismo, habría que tener en cuenta que
las promesas a entregar dinero (M’’) estarán compuestas en parte por un
subconjunto de M’ (los bienes presentes líquidos que se utilicen como
garantía o respaldo de las promesas de pago) y en parte, si los agentes
no se preocupan por su liquidez, por otro conjunto tremendamente
fluctuante como es la oferta de bienes futuros (Q futuro), que se
empleará como inadecuada garantía para las promesas de pago presentes.
Por eso mismo, además, no sólo será relevante estudiar la cantidad de
M, sino también su calidad: dado que la oferta de bienes futuros es muy
incierta y está muy sometida a las oscilantes expectativas de los
agentes, un incremento del valor presente de esos bienes futuros (por
ejemplo, vía descensos de los tipos de interés) o una mejora
generalizada de las expectativas (propia de auges y burbujas) generará
emisiones masivas de promesas de pago contra bienes futuros (aumentos de
M’’) que, debido a la euforia irracional, serán aceptadas por todos los
agentes a su importe nominal; en cambio, reducciones del valor presente
de los bienes futuros o empeoramientos generalizados de las
expectativas limitarán su emisión y su aceptación (hasta el punto de que
muchas de las promesas podrían dejar de circular salvo a grandes
descuentos, lo que les restaría casi cualquier influencia sobre P).
En todo caso, si esta primera hipótesis de la teoría cuantitativa (que
la oferta monetaria es independiente del nivel de precios) se releja lo
suficiente como para volverla realista, es evidente que la teoría
cuantitativa queda seriamente tocada: si una variación autónoma de P
puede generar una variación de M, habrá que reconocer que existen otras
causas para que se produzcan variaciones de P más allá de los cambios en
M; y si, como decimos, un incremento de Q puede dar lugar a un aumento
de M, también resultará evidente que no todo aumento de M generará un
alza de P (si el aumento de Q genera un aumento de M, P podrá mantenerse
estable). En otras palabras, la teoría cuantitativa tradicional deja de
ser una teoría general capaz de explicar todas las variaciones del
conjunto de precios de una economía y pasa a ser una teoría particular
aplicable sólo a unas condiciones determinadas y bajo unas restricciones
muy concretas.
La velocidad del dinero está determinada por factores institucionales y apenas varía
La segunda hipótesis en la que se sustenta la teoría cuantitativa es
que la velocidad de circulación del dinero (V) es constante e
independiente del resto de variables, quedando determinada por factores
institucionales. Que la velocidad sea independiente es un requisito
teórico para poder relacionar las variaciones de la cantidad de dinero
(M) con las de los precios (P); que sea constante es una conveniencia
empírica que ahorra trabajo a los economistas a la hora de recolectar
datos y “demostrar” la fuerte relación entre oferta monetaria y
precios. Como en las restantes relaciones entre variables, en este caso
parece que se parte de una conclusión preconcebida (la teoría
cuantitativa es cierta) para, a partir de ella, desplegar las hipótesis
necesarias que la hagan verosímil; pero, como en los otros casos,
constituye un error económico mayúsculo.
Recordemos que la velocidad
del dinero no es más que la inversa de la demanda de dinero (esto es,
la inversa del tiempo medio que los agentes atesoran una determinada
cantidad de dinero). Por tanto, en lugar de pensar en términos de
velocidad –las más de las veces un concepto poco intuitivo– podemos
simplemente razonar en términos de atesoramiento de dinero.
Para
empezar, debemos reconocer que el atesoramiento sí está en parte
determinado por factores institucionales y consuetudinarios. Cuanto más
desarrollado se encuentre el sistema de pagos de un país y cuanto menos
habituados estén los agentes a abonar sus operaciones en efectivo,
menos tiempo permanecerá cada unidad monetaria dentro de los saldos de
caja de un individuo. Así, por ejemplo, una economía muy bancarizada
donde el medio preferente de pago sean los cheques o las tarjetas de
débito, lo habitual será que se produzcan un número de transacciones
mucho mayor que en una economía donde todos los pagos se produzcan al
contado y que, en consecuencia, la velocidad de circulación del dinero
también sea mayor.
Ahora bien, que la velocidad del dinero esté en
parte determinada por factores institucionales no significa ni que esté
sólo determinada por factores institucionales, ni que esté mayormente
determinada por factores institucionales, ni que sea independiente del
resto de variables de la ecuación cuantitativa. Al contrario de lo que
los cuantitativistas se ven forzados a suponer para no abandonar su
insostenible teoría, el resto de variables sí ejercen una enorme
influencia sobre la misma.
Empecemos por el lado derecho de la
ecuación: el precio y la cantidad de bienes (P*Q). Hasta cierto punto,
el atesoramiento presente viene determinado por el poder adquisitivo
futuro del dinero (por cuántos bienes podrán adquirirse con una unidad
monetaria): si el agente espera que los precios futuros caigan,
incrementará su atesoramiento –esto es, se pondrá largo en dinero y
corto en mercancías–; si, en cambio, espera que los precios futuros
aumenten, reducirá su atesoramiento –esto es, se pondrá corto en dinero y
largo en mercancías–.
No se trata, por supuesto, de una relación ni
absolutamente rígida ni tenebrosamente apocalíptica como muchas veces
nos quieren hacer creer los keynesianos a cuenta de Japón (“nadie
consume porque todos esperan que caigan los precios”). Primero, porque
el mero acto de atesorar o desatesorar dinero adelanta la caída o el
aumento de precios esperado, de modo que la tendencia a atesorar o
desatesorar dinero sólo continuará si las expectativas bajistas o
alcistas se mantienen. Segundo, porque otra forma de ponerse largos en
dinero futuro es invirtiendo el dinero presente en proyectos que venzan
en el momento en que se desea disponer del dinero. Y tercero, porque aun
cuando el dinero permaneciera atesorado, se desatarían otras fuerzas
–como la caída del tipo de descuento– que permitirían reorientar la
estructura productiva de la economía sin irresolubles quebrantos. Pero,
por poco rígida o apocalíptica que sea la relación entre la velocidad
del dinero y su poder adquisitivo, es indudable que existe y que debe
ser tenida en cuenta.
Más significativa, con todo, es la relación
entre M y V. Fijémonos en que ambas variables son necesarias para
explicar cuánto dinero se está utilizando con el propósito de adquirir
bienes (Q): M es la oferta monetaria, entendida como todo el stock de
medios de pago (dinero y promesas de pago), y V es la inversa de la
demanda monetaria, entendida como la parte del stock de dinero que se
está utilizando para efectuar pagos. V nos informa de qué múltiplo de
los medios de pago se destinan en un momento dado para alcanzar bienes
(o, si tomamos la inversa, es decir, la demanda de dinero, qué
porcentaje de los medios de pago se atesoran). Parece claro, pues, que
difícilmente podrán estas dos variables ser independientes cuando V
necesita nutrirse de M, esto es, cuando la constitución de los saldos
deseados de tesorería se realizará a partir de una oferta monetaria
determinada. Así, por ejemplo, si en ciertos contextos como el actual
los agentes atesoran todos los medios de pago que el banco central pone a
su disposición –esto es, si deciden no hacer uso de los medios de pago
que el banco central pone a su disposición–, M aumentará a la vez que V
disminuirá: habrá más oferta de dinero pero ésta será completamente
reabsorbida por la demanda. El cuantitativismo es demasiado simple al
presuponer que todo aumento en la cantidad de dinero dará lugar a un
incremento proporcional en la circulación de dinero: en ocasiones un
aumento de M generará un incremento más que proporcional de V
(inflaciones o hiperinflaciones) y en otras una reducción (deflaciones).
De este modo, por visualizar las relaciones entre M y V en un horizonte
temporal más prolongado, tengamos en cuenta que cuando aumenta la
oferta monetaria merced a la emisión de promesas de pago (M’’)
garantizadas por bienes de consumo futuros (Q futuros), el nuevo crédito
presionará al alza los precios de todos los bienes presentes (P), lo
que incentivará por los motivos ya apuntados un desatesoramiento de
dinero (aumento de V) que hasta cierto punto se realimentará con el
aumento esperado de precios. Conforme M’’ siga aumentando, llegará un
momento en el que los agentes comenzarán a darse cuenta de que la
calidad de esas promesas de pago se ha ido deteriorando en la medida en
que no pueden satisfacerse todas (los bienes necesarios para saldarlas
no existen en el presente), por lo que procederán a ponerse cortos en
las promesas de pago (M’’) y largos en dinero (M’); es decir, comenzarán
a liquidar las promesas de pago de peor calidad y a atesorar dinero
(reducción de V). Este atesoramiento de dinero unido a la hipertrofia de
las promesas de entregar dinero generará una cadena de impagos en estas
últimas (contracción de M’’), lo que a su vez dará lugar a una caída de
precios (reducción de P) y ésta, a su vez, reforzará el atesoramiento
de dinero (reducción V) hasta que la calidad de las promesas de pago se
estabilice y los precios relativos de los bienes se hayan ajustado a la
baja.
Vemos, por consiguiente, que lejos de ser variables
independientes, M, P y Q influyen decisivamente sobre V, y V influye
decisivamente sobre M, P y Q. El problema es que relajar la hipótesis de
esta independencia socavaría la teoría cuantitativa: si un aumento de M
puede dar lugar a una caída a corto o a largo plazo de V, o si un
aumento de P puede realimentarse con aumentos de V, parece claro que no
podrá establecerse una relación unívoca entre P y M: M podrá aumentar
sin que lo haga P y P podrá aumentar sin que lo haga M.
La cantidad de transacciones no depende de la oferta monetaria
La tercera de las hipótesis sobre la que se sustenta la teoría
cuantitativa del dinero es que la cantidad de transacciones (Q) no se ve
influida por la oferta monetaria (M). Se trata de un requisito esencial
para validar la tesis final de que el aumento de M engendra un
incremento proporcional de P: al fin y al cabo, si las variaciones de M
pudieran trasladarse total o parcialmente a variaciones de Q –como sí
sería factible desde un punto de vista matemático, pues recordemos que
M*V=P*Q–, la teoría cuantitativa se vería reducida a cenizas.
Ahora
bien, ¿cuán realista resulta esta hipótesis? En principio parece que
bastante: por el hecho de aumentar la cantidad de medios de pago, el
número de bienes y servicios no se incrementa. Por consiguiente, el
único resultado que debería de tener el crecimiento de M es un alza de
P.
Sin embargo, ya hemos apuntado a una de las razones por las que,
siendo rigurosos, esta conclusión resulta engañosa: si M depende en
parte de Q, es cuando menos dudoso que manteniendo constante M algunos
incrementos de Q pudieran llegar a darse. No estoy diciendo, claro, que
la cantidad de bienes y servicios no pueda crecer mediante reducciones
de los precios (deflación), ni siquiera que resulte conveniente que todo
aumento de Q sea esterilizado nominalmente por un incremento de M, sino
que de la misma manera que la aparición del dinero mejora la
coordinación entre seres humanos (y por tanto incrementa el número de
transacciones económicas) con respecto al trueque, en ciertos contextos
la creación privada de medios de pago adicionales puede mejorar la
coordinación entre los agentes y, por consiguiente, incrementar Q. Por
ejemplo, es muy probable que sin el recurso a las letras de cambio las
ferias medievales nunca se hubieran organizado, ya que la mayoría de
mercaderes, si bien disponía de mercancías para ofertar, carecía de oro
con el que pagar las que quería adquirir (por no hablar del elevado
riesgo que suponía transportar el oro desde el punto de origen hasta la
feria). La emisión de letras de cambio respaldadas por sus mercancías
líquidas les permitió a los mercaderes superar este inconveniente, de
modo que las ferias, y las transacciones, pudieron perfeccionarse.
Pero además, existen otras razones para poner en duda la ausencia de
relación entre la cantidad de medios de pago y el volumen de operaciones
comerciales.
Primero, los períodos de rápido aumento o de rápida
contracción de los medios de pago (asociados con hiperinflaciones e
hiperdeflaciones) van asociados con retenciones de activos y mercancías
fuera del mercado o con liquidaciones de activos y mercancías. En
concreto, durante las hiperinflaciones los agentes retienen sus activos y
mercancías (incluso para el autoconsumo), pues el envilecimiento del
dinero puede llegar a ser tan rápido que las ventas resultan del todo
ruinosas; en cambio, durante las hiperdeflaciones –generales o
concentradas en sectores concretos– sucede justo lo contrario: el valor
del dinero se incrementa tan rápido frente al de los activos y las
mercancías que todo el mundo está deseoso de enajenarlos y atesorar oro.
Además, este último proceso se verá generalmente acompañado por impagos
de deuda y liquidaciones forzosas, las cuales provocarán un incremento
coactivo de los activos y las mercancías disponibles para la venta
(cierto es que también puede generarse el efecto contrario: si durante
una contracción del crédito se incrementa la cantidad de medios de pago
para refinanciar las deudas vencidas, el número de liquidaciones será
menor del que debiera ser y por tanto no se ofertará tanta Q como
debería). En cualquiera de los dos casos, pues, las variaciones de M
generan variaciones reales en las transacciones efectuadas (en el número
de compraventas); ya sea para minorarlo o para acelerarlo.
Segundo,
como también hemos dicho, las variaciones menos bruscas de precios
(inflaciones y deflaciones moderadas, derivadas por ejemplo de la
producción de oro o del incremento de la cantidad de bienes y servicios)
pueden realimentarse con el atesoramiento o desatesoramiento de dinero
(reducciones o aumentos de V, respectivamente) y el desatesoramiento
puede dar lugar a incrementos sostenibles, a corto plazo, de la
producción. Al desatesorarse el dinero –reservas de poder adquisitivo de
los agentes– las empresas y los factores productivos pasan a operar de
manera transitoria a un ritmo superior a aquel al que venían operando: a
cambio de remuneraciones extraordinarias, los empresarios exponen a su
maquinaria a un mayor desgaste y los trabajadores aceptan alargar sus
jornadas laborales, redundando todo ello en un aumento acelerado –y
transitorio– de Q. Por consiguiente, un aumento de M (producción de oro)
puede generar un aumento de V (desatesoramiento de dinero ante la
perspectiva de alzas en los precios) y un aumento de V puede provocar
una expansión de Q.
Y, por último, la variación de los medios de
pago también puede dar lugar a aumentos insostenibles a corto y medio
plazo de Q, tal como pone de manifiesto la teoría austriaca del ciclo
económico (Huerta de Soto, 2009). En concreto, el aumento de los medios
de pago originado en un crecimiento del crédito no respaldado por ahorro
real permitirá, a corto plazo, contratar a factores productivos que
hasta el momento se encontraban desempleados por exigir una remuneración
superior a su productividad marginal descontada. En la medida en que el
crédito fiduciario genera aumentos insostenibles de la demanda de
ciertas industrias y reducciones en los tipos de interés, la
productividad marginal descontada calculada por muchos empresarios para
ciertos factores aumentará, lo que les llevará a incorporarlos a sus
planes de negocio y a incrementar con ellos la producción y el número de
transacciones a corto plazo.
Sin embargo, como la composición de la
estructura productiva se modificará por acción del crédito fiduciario,
sobredimensionando ciertos sectores económicos a costa de no mantener o
aumentar proporcionalmente otros, lo que significará que a medio plazo
esa estructura deberá reajustarse y reconocer que la cantidad de bienes
futuros que planificaba alumbrar será sustancialmente menor a la
esperada. Este empobrecimiento generalizado propio de las crisis
económicas hace que la cantidad de transacciones sea menor de la que
habría sido sin el aumento inicial del crédito fiduciario.
Por
consiguiente, los aumentos de M basados en la inflación de crédito
fiduciario darán lugar a aumentos transitorios de Q que en algún momento
revertirán en forma de una cantidad de transacciones menor que sin la
hinchazón inicial. Además, este proceso podría llegar a realimentarse
con el ya comentado de las hiperinflaciones e hiperdeflaciones (según
cuál sea la respuesta de las autoridades monetarias a la crisis).
En
definitiva, no existe independencia ni cuantitativa ni cualitativa
entre M y Q: las variaciones del primero afectarán al volumen y a la
composición del segundo en una dirección sostenible o insostenible,
según la naturaleza de la variación de M. De ahí que si bien la teoría
cuantitativa ha resultado de gran importancia para alertar contra las
consecuencias inflacionistas del aumento de M, también ha servido, al
presuponer esa independencia entre M y Q, para desviar la atención de
otra consecuencia más dañina si cabe, como es la deformación en el
volumen y la sostenibilidad de las transacciones. No fueron pocos los
defensores de la teoría cuantitativa que, como Irving Fisher,
sostuvieron que convenía estabilizar los precios ante los aumentos de Q
derivados de mejoras en la productividad porque, de este modo, se
facilitaba el cálculo económico y no se generaba perjuicio alguno dentro
del sistema económico (Huerta de Soto 2009, 383). Un error en gran
medida responsable de la Gran Depresión y de la Gran Recesión.
Ceteris paribus, los cambios en la oferta monetaria provocan variaciones mecanicistas en todos los precios
La última de las hipótesis en las que se basa la teoría cuantitativa es
la de que los aumentos en M dan lugar a incrementos automáticos y
mecanicistas en los precios, con independencia de cómo se haya originado
y extendido ese incremento en M. La proposición puede tener dos
significados: uno más restrictivo y otro más flexible. El primero se
correspondería con sostener que todos los precios particulares se mueven
en idéntica proporción a la variación de M; el segundo, que P (el nivel
agregado de precios; una media de todos los precios de la economía)
aumenta o disminuye en la misma proporción que lo hace M, lo que permite
que haya precios particulares que suban o bajen siempre que la
variación de la media de todos ellos sea proporcional a la de M.
La
primera de estas dos interpretaciones, que coincide con la célebre
hipótesis de la neutralidad del dinero, es indudablemente falsa. Como ya
descubriera Richard Cantillon –de ahí el famoso Efecto Cantillon–, las
variaciones en los precios particulares de la economía dependen de los
circuitos por los que se introduzcan los nuevos medios de pago. Con
independencia de que el aumento de M proceda de un aumento de dinero
(M’) o de promesas de pago (M’’), lo cierto es que los precios que con
mayor intensidad y rapidez se incrementarán serán los de aquellos bienes
en los que primero se gasten los nuevos medios de pago.
Y dado que
al comienzo esos nuevos medios de pagos se gastarán antes de que el
conjunto de precios de la economía haya aumentado, todos los agentes
económicos se verán forzados o incentivados a modificar sus patrones de
gasto y con ellos los patrones de producción dentro de la economía. Es
decir, aunque podría resultar verosímil la afirmación de que si todos
los precios (incluidas las rentas) aumentaran a la vez un 10% no se
producirían cambios en los patrones de gasto y producción de la
economía, en el caso de que únicamente la renta monetaria de un solo
agente aumentara un 10%, parece claro que sí acaecerán redistribuciones
en la disposición y producción de los bienes y servicios de una
economía.
En definitiva, los aumentos de M no pueden traducirse en
incrementos equiproporcionales de todos los precios por el simple hecho
de que el dinero y las promesas de pago entran en la economía a través
de ciertos circuitos (el gasto de los productores de dinero o el gasto
de quienes generan promesas de pago) y es a través de esos circuitos por
donde se va extendiendo la inflación de precios.
Nos queda, sin
embargo, valorar el realismo de la interpretación flexible de esta
cuarta hipótesis de la teoría cuantitativa, a saber, que la variación de
la media de los precios es proporcional a la variación de la cantidad
de medios de pago. En principio, de manera aislada nada tenemos que
objetar contra la misma, pues si el resto de erróneas hipótesis de la
teoría cuantitativa se asumen ciertas, la interpretación flexible de
esta cuarta hipótesis deviene cierta por una necesidad lógica y
matemática. Es decir, si V y Q no varían ante cambios en M (esto es, si
todos los medios de pago se emplean para adquirir la misma cantidad de
bienes y servicios en idéntico lapso de tiempo), por fuerza la variación
en la media de los precios ha de ser proporcional a la variación en la
cantidad de medios de pago. Es, como ya hemos venido diciendo, una
simple identidad contable que tan sólo iguala el importe de los pagos
efectuados (M*V, siendo en este caso V constante) con los cobros
recibidos (P*Q, siendo en este caso Q constante).
Por ejemplo, si en
una economía donde cada año (V) se gastan 1.000 onzas de oro (M) en
comprar un televisor y un automóvil (Q) que cuestan 200 y 800 onzas
respectivamente (P), aumenta la cantidad de medios de pago a 2.000 onzas
de oro y los patrones de gasto se modifican de tal forma que esa
economía pasa a gastar 1.500 onzas en comprar un televisor y 500 en
comprar un automóvil, tanto el índice Paasche como el índice Laspayres
de precios se incrementarán en un 100%, que es justo lo que ha aumentado
M (de hecho, si Q no varía ambos índices son iguales), por mucho que el
precio de los televisores haya aumentado y el de los automóviles haya
caído. Estamos ante una simple identidad: si ahora gastamos 2.000 onzas
en comprar los mismos bienes que antes, la suma de los precios de todos
ellos será igual a 2.000 onzas (justo el doble que cuando gastábamos en
esos mismos bienes 1.000 onzas).
Otra cuestión es la relevancia que
esta conclusión merezca dentro del análisis económico. Al cabo, lo que
guía las decisiones individuales no es el nivel agregado de precios,
sino los precios relativos y, como vemos, los precios relativos sí
pueden variar, originando cambios a medio plazo en Q y por tanto
volviendo inaplicable la teoría cuantitativa como marco teórico para una
economía dinámica.
Conclusión
Ninguna de las
cuatro hipótesis sobre las que, según Joseph Schumpeter, se asienta la
versión canónica de la teoría cuantitativa son realistas; o, como mucho,
sólo lo son en ciertas situaciones muy concretas. Siendo generosos,
podemos concluir que la teoría cuantitativa será casi siempre falsa y
sólo en algunas ocasiones –cuando casualmente coincidan las cuatro
hipótesis como en una conjunción astral– la realidad se acercará a la
predicción teórica. En la mayoría de los casos, sobre todo si
pretendemos analizar largos períodos de tiempo a lo largo de los cuales
se alternan numerosas variaciones cíclicas, la teoría cuantitativa es
inservible.
Pero, como hemos afirmado al inicio, no habría que
confundir la teoría cuantitativa con la ecuación cuantitativa. Lo
segundo, en realidad, es simplemente una identidad contable en la que
tiene cabida no sólo la teoría cuantitativa sino cualquier tipo de
operación monetaria que podamos concebir. Al cabo, si relajamos todas
las hipótesis de la teoría cuantitativa llegaremos a una cáscara hueca,
sin contenido teórico alguno, que será precisamente la ecuación
cuantitativa. Confundir ambas sería tanto como igualar un marco
analítico con uno de los pésimos análisis que se desarrolla en su
interior.
Bibliografía
Anderson, Benjamin. The Value of Money. 1917. The Macmillan Company.
Hayek, Friedrich. Prices and Production. 1967. Augustus M. Kelly, Publishers.
Huerta de Soto, Jesús. Dinero, crédito bancario y ciclos económicos. 2006. Unión Editorial.
Marget, Arthur. The Theory of Prices. 1938 Prentice-Hall.
Schumpeter, Joseph. History of Economic Analysis. 1954. Oxford University Press.
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