Paradojas de la competencia
Antonia Díaz (@AntoniaDiazRod)
He acabado de leer el libro de Jan Eckhout “The Profit Paradox” y el igualmente fascinante artículo de Lina Khan, “Amazon’s Antitrust Paradox”. Del primero ya habló Antonio Cabrales aquí y la entrevista que le hizo al autor se puede ver en el canal de NeG en Youtube. La segunda es profesora en la Law School de la Universidad de Columbia y la flamante Chair de la Federal Trade Commission. Ambos ensayos tratan sobre el fenómeno de las nuevas empresas y cómo han cambiado nuestras economías y sociedades. Su enfoque, sin embargo, es distinto. J. Eckhout tiene la visión del economista y nos explica las consecuencias macroeconómicas del auge de estos grandes monopolios. Khan, en cambio, tiene la visión de la jurista y nos da una gran batería de casos que muestran cómo las grandes empresas usan su posición para barrer la competencia. La lectura combinada de ambos ensayos arroja muchísima luz sobre el problema.
Consecuencias macroeconómicas de la concentración empresarial
“The Profit Paradox” pone en evidencia que el poder de mercado de las empresas líderes ha aumentado desde los años 80. Este aumento no solo ha llevado a menos variedad de elección para los consumidores, lo que redunda en un menor bienestar social (la evolución del mercado de la cerveza que se cuenta en el libro es un caso paradigmático), sino que es, en gran parte, responsable del estancamiento de las rentas salariales que se viene observando desde los años 80. J. Eeckhout documenta cómo la aparición de los grandes emporios Google, Amazon, Facebook, Apple (la GAFA) ha llevado a un aumento espectacular de los markups y márgenes de explotación medios de las empresas pero también ha hecho que aumente su dispersión. Es decir, unas cuantas empresas tienen márgenes estratosféricos pero no así en el resto donde, en según qué sectores, se está reduciendo. Y la causa es el comportamiento de esas empresas con un inmenso poder de mercado. De hecho, el índice Dow Jones está dominado por treinta grandes empresas (dato interesante para poner en contexto el Ibex-35) cuando hay seis millones de empresas en Estados Unidos.
Voy a centrarme en el caso de Amazon para simplificar, aunque el ejemplo de la industria cervecera que usa Eeckhout es muy interesante también. El comportamiento agresivo de Amazon está obligando a muchas empresas que la usan como intermediario a bajar sus márgenes. También sabemos que Amazon practica una política expeditiva de comprar al rival potencial o sacarlo del mercado mediante predatory pricing (las ventas a pérdidas de toda la vida). También está claro tras leer el libro de Eeckhout que está ocurriendo lo que ya sabemos de la Teoría Económica: el proceso de concentración monopolística al que llevan esas prácticas conduce, además, a (1) una menor producción (desde un punto de vista macroeconómico, estadísticamente, esto se refleja como una caída en la Productividad Total de los Factores) (2) a un menor uso de la capacidad productiva -- ¿recuerdan los lectores lo mucho que se habló tras la Gran Recesión de la “jobless recovery”?; claro, desde España se nota menos ya que todas nuestras recoveries son jobless (3) menor creación de empresas y (4) una caída de la cuota de los salarios en el PIB. De hecho, lo que Eeckhout documenta es un estancamiento salarial generalizado excepto para la cola alta de la distribución. Este es el gráfico que debería ponernos los pelos de punta:
Figura 1: Salarios y productividad por trabajador. De “The Profit Paradox”, J. Eeckhout.
Los cambios en política pública que han permitido la concentración empresarial
Y… cierto, el estancamiento de los salarios empieza antes de que se creara Amazon. Empezó en los años 80, justamente cuando, como documenta Khan en su artículo, las instituciones encargadas de vigilar las prácticas anti-competitivas cambiaron su jurisprudencia. La vigilancia pasó de impedir la concentración empresarial per se (la visión estructuralista) a vigilar que las prácticas que trajeran esa concentración empresarial no dañaran el bienestar social. La cuestión es, obviamente, qué indicador se usa para medir ese bienestar social. El nivel de precios pasó a ser la vara de medir (el enfoque marginalista). Fíjense los lectores que la variedad en la elección para consumir, la otra gran medida de bienestar, cayó en el olvido.
Según este cambio de enfoque, si una fusión o adquisición empresarial no conlleva un aumento de precios el regulador proclama que no hay daño al bienestar (lo digo en presente porque esa jurisprudencia aún no ha cambiado). Si, además, se produce una caída de precios, miel sobre hijuelas. Las empresas perjudicadas, claro, claman predatory pricing!, ¡competencia desleal! ¡está vendiendo a pérdidas! Y, ciertamente, se puede decir eso de Amazon, empresa que durante casi toda su vida ha declarado tener beneficios negativos y no reparte dividendos. La gran pregunta, la prueba del algodón del efecto sobre la competencia, ha pasado a ser ¿cuándo una bajada de precios de una empresa es predatory pricing? De hecho, como cuenta Khan, la Federal Trade Commission (FTC) pasó a pedir lo que se llamó el recoupment test: el demandante debe demostrar que la supuesta depredadora podrá subir precios por encima del nivel competitivo para compensar las pérdidas iniciales (es literal, véase el último párrafo de la página 20 del artículo de Khan que reproduce la sentencia de la FTC). El problema es que el recoupment solo se puede demostrar a toro pasado, cuando la empresa depredadora ya ha consolidado su posición en el mercado. Incluso así, es extremadamente difícil probarlo.
Este cambio doctrinal bendijo una marea de fusiones y adquisiciones empresariales que nos ha traído al momento actual. Llegó la revolución digital y las nuevas empresas crecen, se fusionan, barren a la competencia y bajan precios, y más, y más… Según esta jurisprudencia, hemos descubierto la cornucopia del bienestar social: la concentración empresarial.
La paradoja (que solo lo es) para la Teoría Económica
Y no es de extrañar que el comportamiento de la GAFA se cuele por los agujeros de la incomprensión de los reguladores. Estos no entienden estas mega-empresas porque las miran con el prisma de la vieja Teoría de la Organización Industrial, una teoría microeconómica y estática, que pierde de vista todos los efectos dinámicos y agregados.
Las tecnologías digitales tienen enormes rendimientos crecientes de escala. Para una empresa como Amazon, invertir en ampliar mercados permite bajar precios, ya que aumentan sus rendimientos a escala, por el efecto de aumento de la red (el network effect). Pero esto tiene un efecto dinámico que se multiplica en el tiempo. Bajar precios, a su vez, permite, por un lado, echar a las rivales y ampliar más aún los rendimientos de escala. Esto puede hacerlo en todo tipo de bienes, porque Amazon usa la información de mercado que generan las empresas rivales en su plataforma. Amazon es lo más parecido que existe a un esquema de Ponzi a la inversa. El tratamiento fiscal de las ganancias de capital y la extremada liquidez del mercado crediticio añaden más leña al fuego: no es necesario vender acciones para disfrutar de sus servicios, solo hay que pedir prestado a cuenta de ellas (gracias, Luis Puch, por destacarlo) y, si se venden, el tipo impositivo es muy ventajoso. No es de extrañar que los inversores estén encantados comprando acciones de una empresa que nunca reparte dividendos. Y cuantos más inversores, más capacidad tiene Amazon para ampliar mercados. Y así seguirá hasta acapararlos todos. De momento, ya controla más del 45% del comercio electrónico en Estados Unidos.
Mientras tanto, seguimos comprando en su tienda online aumentando sus rendimientos de escala, porque es extremadamente barato. Bueno, es barato porque Amazon usa la inmensa base de datos que le regalamos cada día para su política de discriminación de precios y porque cobra la parte del león a las empresas que venden por Amazon. Estas, a su vez, reducen márgenes y salarios. Amazon no paga impuestos al usar inteligentemente su deslocalización del negocio y su política de no repartir dividendos. Mientras tanto, su dueño es inmensamente rico porque el valor de sus acciones es astronómico y son fácilmente liquidables. El, como su empresa, no paga impuestos. Y, cada vez más, compramos el producto destacado por la plataforma que, por supuesto, es producido directamente por Amazon. Adiós a la variedad en todo tipo de bienes. En cuanto a la discriminación de precios, Amazon tiene esa información bajo mil candados digitales. Nadie la sabe exactamente.
De todo esto se deduce que hay una transferencia fabulosa de renta hacia muy pocos individuos porque hemos creído que son inmensamente más productivos que el resto. Y no nos quejamos porque, al ser tan productivos, tienen derecho a ello. Pero este calificativo, “ser inmensamente más productivos que el resto”, solo ocurre en la Arcadia feliz de los marginalistas, donde la diferencia de retribuciones depende de la brecha de productividades… y nada más. No dudo de la gran ganancia de productividad de las nuevas tecnologías digitales, pero estaría bien estimar cuánto de ese diferencial de productividad se debe, por ejemplo, a que parte de sus inputs se los cedemos gratis y gustosamente: nuestros datos. Nuestros datos son el input esencial que alimenta los rendimientos crecientes a escala de estas empresas. Estos datos no solo son los que generamos directamente los consumidores; también son los que generan las propias empresas al usar la plataforma. La frase “cuando un producto es gratis, el producto eres tú” rueda por Internet sin que nadie recuerde cuándo ni cómo apareció.
La cuestión ahora es cómo diseñar la nueva política de vigilancia de la competencia. El problema tiene dos dimensiones. Una teórica y otra política. Ambas dimensiones se retroalimentan. Dentro de la dimensión política hay dos partes a su vez. La primera es cómo establecer un nuevo marco regulatorio para vigilar el desarrollo de los GAFAs venideros. La segunda es qué se puede hacer con los monopolios existentes.
Cómo cortar las siete cabezas de la hidra y mandar aviso a navegantes
Tenemos dos grandes enfoques para vigilar el funcionamiento de los mercados e impulsar la competencia: el estructuralista y el marginalista. El primero presupone que la concentración empresarial es perjudicial para el bienestar social, sea cuales sean las prácticas que tal concentración conlleve. Esto es exactamente lo que enseñamos en el grado de Economía en nuestras clases de Organización Industrial (por cierto, absolutamente marginalista). Ahora sabemos que las consecuencias de la falta de competencia van más allá de lo que dice la Organización Industrial tradicional. Según esta teoría, la concentración empresarial es perjudicial porque aumentan los precios y cae la producción… en el mercado donde la oferta se concentra. Y no estamos viendo ese aumento de precios. No es de extrañar que los marginalistas objetaran la visión estructuralista. Pero esa visión, la marginalista, es muy estrecha porque pierde de vista el hecho de que una empresa como Amazon extrae excedente del consumidor, principalmente, de forma indirecta: a través de las empresas rivales y, todas ellas, de la cuota de salarios de la economía. Esa visión es estrecha porque no tiene en cuenta la variedad de elección, para la que, además, es esencial la innovación y el dinamismo empresarial, mucho menor ahora que hace décadas. Y es que ¿quién protege a los empresarios no nacidos?
Pero, por otro lado, si queremos usar el enfoque estructural, ¿cuál es la estructura óptima de un mercado? ¿Qué tamaño empresarial es el adecuado para maximizar el bienestar social? Claramente, necesitamos una teoría dinámica de estructura de mercados que tenga en cuenta que las nuevas tecnologías tienen rendimientos crecientes a escala. Esta teoría debe ayudar a componer un nuevo marco regulatorio.
Aún careciendo de tal teoría (por ahora), sabemos varias cosas. Por ejemplo, la nueva regulación debe ser mucho más exigente para aprobar fusiones y adquisiciones empresariales; especialmente, cuando se trata de integración vertical. Hay que ser muy estricto evaluando la existencia de conflictos de intereses, porque ya sabemos que estas nuevas empresas usan su poder de mercado para expandirse en mercados complementarios. Recordemos a Apple, que empezó con ordenadores y ahora vende relojes.
Pero esto no resuelve el problema con los gigantes que ya tenemos. Lo primero que hay que conseguir es que paguen impuestos por los inputs esenciales que obtienen gratis. Un gravamen impositivo progresivamente mayor por las rentas astronómicas que extraen del bien público —la coordinación de todos en el mercado global—, y para poder garantizar un futuro competitivo: ¡el santo grial de los economistas! Hay que empezar por reformar la imposición sobre sociedades. Deben pagar impuestos ¡progresivos! allí donde generan sus ventas. Los pasos que la OCDE ha dado para gravar los beneficios de la GAFA son claramente insuficientes. Y el gobierno de Estados Unidos se equivoca si cree que está haciendo buena política industrial al oponerse a que la Unión Europea grave a las grandes tecnológicas. Solo está alimentando a los monopolios sin que redunde un ápice en el bienestar de sus ciudadanos. Más bien al contrario.
A la larga, habrá que plantearse la ruptura del negocio entre los que controlan las plataformas digitales y los agentes que realmente producen los bienes o servicios que se venden en esas plataformas. Porque el gestor de las plataformas tiene el maná de nuestros datos y la llave para esos inmensos rendimientos a escala. Veremos si realmente hacemos algo al respecto.
Para acabar
Solo me queda agradecer a los lectores de Nada Es Gratis su atención. Este es mi último post como editora de este blog. Seguiré participando, ya como colaboradora ocasional, porque una vez que se empieza a pensar en política pública es difícil dejar de hacerlo.
¡Hasta pronto!