Quizás, ahora más que nunca, se hace más patente en el mundo occidental la necesidad de competir. En un escenario caracterizado por los déficits galopantes y la necesidad de atender demandas sociales de colectivos, desdichadamente cada vez más numerosos, los datos de crecimiento económico han dejado de ser frías estadísticas para convertirse en una cruda realidad que afecta a millones de personas.
Sin embargo, la manera de competir ha cambiado de forma sustancial, los países y las sociedades pobres compiten, básicamente, en el precio de los bienes y servicios. Éste era, también, el caso de Cataluña hace unas décadas. Pero,en la medida en que tienen éxito, el precio de los factores sube y hace subir, también, los precios de los productos y servicios que producen. Su éxito lleva, pues, la semilla de un cambio de escenario que hará imposible que continúen compitiendo en precio.Tienen que reinventarse.
Reinventarse pasa por cambiar competir en precio a competir en productividad. Éste es el estadio en el que se encuentran la mayor parte de las empresas y sociedades occidentales. Este estadio pide a una sociedad mucho más flexible y sofisticada que sea capaz de adaptarse a las necesidades cambiantes de la demanda y hacer frente a inversiones y tecnologías que tendrán su retorno a medio o largo plazo.
Ahora bien, la globalización, la internacionalización de los mercados financieros y el capital riesgo y la enorme difusión del conocimiento, incluso del más especializado, han puesto al alcance de muchos países la posibilidad de competir en productividad. El éxito de los países asiáticos es, sin duda, el exponente más claro de este fenómeno.
No es, pues, posible competir de forma eficaz haciendo mejor las mismas cosas. Hay que hacer cosas distintas y ésta es la razón por la que la innovación se ha convertido en un elemento primordial en nuestras sociedades: por el hecho de que la competencia y, por lo tanto, el crecimiento económico está, hoy día, estrechamente ligado a la capacidad de innovar de los agentes económicos y, en general, de la sociedad.
El sector público se encuentra, sin embargo, en una situación singular porque no tiene los mismos incentivos para competir que encontramos en el sector privado. La adopción de estos cambios es, pues, significativamente más lenta.
El sector público, y en particular las ciudades, se enfrentan, pues, a esta necesidad de renovación, de transformación de sus objetivos y de su gobernanza, incorporando, también la innovación como punto central. Ahora bien, las diferencias con el sector privado son, sin duda, muy significativas. Este artículo pretende averiguar los más importantes explorando cómo el concepto de innovación abierta está siendo adoptado también en el sector público.
La innovación en el sector público
El modelo prevalente de gestión en el sector público ha sido caricaturizado por Donald Kettle (2008) como gobierno de máquina dispensadora de bebidas. Un sistema en el que los ciudadanos pagan sus impuestos y esperan a cambio recibir un conjunto de servicios de un menú predefinido de entrada en el que un número reducido de vendedores autorizados son los únicos proveedores
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sigue en:http://www.economistas.org/eal/REVISTA_ECONOMICA_CASTELLANO-64_.pdf
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