Los modelos en Economía se suelen comparar con los mapas. Un mapa no es la realidad, pero ayuda a desenvolverse en ella. Dependiendo de qué aspecto de la realidad se quiera estudiar, se usará un mapa u otro. En un momento interesan los relieves geográficos, en otro las delimitaciones políticas; ahora queremos fijarnos en grandes áreas, ahora queremos un detalle más preciso de un territorio. Hay terra incognita y hay terrenos mal cartografiados. Hay también mapas que se inventan regiones y, donde no saben qué hay, dibujan monstruos, o apuntan leyendas que nos dicen dónde hay dragones, o dónde nacen los escorpiones y los cenocéfalos (estos últimos, aquí, en lo que parece ser el cuerno de África). No tener un mapa es malo, pero tener un mapa con escala 1:1 es inútil, aunque sea el más preciso. Borges lo ilustraba muy bien en su minicuento Del Rigor de la Ciencia.

Esta distinción entre el modelo y la realidad se hace sin problemas en la investigación económica y se transmite con desigual suerte en la enseñanza, pero no se llega a resaltar todo lo que se debiera en la divulgación y en el debate social. Esto tiene como consecuencia enredarse en malentendidos que luego es imposible aclarar. Presentaré un par de ejemplos.

Empresas que entran en países en desarrollo y pagan sueldos bajos a los trabajadores

Cuando se trata el tema, la discusión enseguida deriva por estos derroteros:

Epi: La entrada de esas empresas es buena porque ofrece a los trabajadores una opción mejor que la que tenían, puesto que libremente aceptan trabajar en lugar de seguir haciendo lo que hasta ese momento hacían.

Blas: No se puede hablar de elección libre cuando la alternativa es morirse de hambre.

A partir de ahí, se entra en bucle y el debate no avanza. La disyuntiva trabajar para la empresa o morirse de hambre tiene fácil respuesta: es mejor trabajar para la empresa. La apreciación moral de una empresa que se aprovecha de quien se muere de hambre para tenerlo trabajando por un sueldo miserable, también: casi todos los humanos diremos que está obrando mal. Aceptar la elección obvia entre las dos alternativas no implica nada acerca de lo importante: (i) ¿solo hay esas dos alternativas?, (ii) ¿son esas dos alternativas las que mejor definen la realidad de la que estamos hablando? Incluso si la alternativa no es la muerte de hambre, sino la pobreza extrema, la situación será de una oferta de trabajo muy rígida, por lo cual la empresa se llevará la mayor parte del excedente creado en ese mercado, incluso si hay muchas empresas en las que trabajar (algo que los marxistas llamarían la apropiación de la plusvalía, pero que erróneamente atribuían a todos los mercados). Si hay más alternativas, de forma que la oferta de trabajo tenga cierta elasticidad, entonces los trabajadores se apropiarán de parte del excedente.

Dilucidar cuál es el caso será lo que importe. La descripción de la situación según Epi o Blas vendrá después, como una forma de resumir lo hallado. A partir de ahí se podrá avanzar. Por ejemplo, si la historia responde más al modelo de Blas habrá lugar para debatir y ponerse de acuerdo en la conveniencia de promover la presencia de sindicatos, de pasar una legislación que favorezca una mejor distribución del excedente, de promover la educación y preparación de los trabajadores, o de promover la entrada de todavía más empresas para que la competencia por los trabajadores aumente sus salarios. La idea de que la presencia de empresas poco a poco aumentará el nivel de vida de los trabajadores del país en donde se establecen puede seguir siendo cierta, tal como recoge el modelo de Epi, pero la mejora podría llegar antes si hacemos algo de caso a Blas.

Subida del salario mínimo interprofesional

De nuevo, las posiciones sobre este tema acaban enrocándose en algo parecido a esto:

Epi: Se trata de saber si el puesto de trabajo que se creaba pagando 850€ se seguirá creando si se pagan 1000€.

Blas: Se trata de saber si se prefiere que un trabajador gane 850€ o 1000€.

Hay variantes de estas afirmaciones, como que si una empresa no puede pagar 1000€ entonces no merece existir, o que se trata de elegir entre 850€ o 0€. Estas maneras de enfocar el asunto son incompletas y las carga el diablo, por más que sea muy fácil contestar a todas ellas: Sí, es cierto que hay que saber si ese puesto de trabajo se seguirá creando. Sí, prefiero que el trabajador gane 1000€ antes que 850€. Sí, esa empresa podría merecer existir. Y sí, prefiero que gane 850€ antes que nada.

En rigor, no sería posible extraer ninguna conclusión sobre qué se opina del tema respondiendo de esta manera. No son buenas preguntas ni buenos modelos para estudiar el asunto. Incluso el modelo neoclásico (apenas usado hoy en día para analizar el mercado de trabajo) dice que imponer un salario mínimo por encima del de mercado (sin pasarse) tendrá como consecuencia una disminución del empleo, pero también un aumento de la masa salarial en manos de los trabajadores. Modelos más modernos encuentran que la cosa es todavía más complicada. Se trata de elegir sabiendo las consecuencias. Si ya sabemos que quien pone un pero es que está en contra de los trabajadores o que quien apoya sin reservas quiere cargarse la economía, el debate social no avanzará.

Sirvan estas reflexiones para guiarse en los debates y para no caer en la parálisis discursiva. Se suman a otras entradas pedagógicas de este blog (esta, esta, esta y esta, por ejemplo). No es mi intención hablar sobre estos dos ejemplos concretos, si está bien o no que entren empresas a contratar mano de obra en países pobres o si la subida del SMI reciente dará buenos resultados o no (para ello, mejor aquí y aquí). Preferiría que los comentarios fueran acerca de más experiencias sobre cómo mejorar el debate económico sin entrar en la defensa o rechazo de políticas concretas.