N-201- Limites del crecimiento. Crecimiento vs Desarrollo -II-

- A tropezones con el trabajo, de Robert Skidelsky en La Vanguardia
Mientras el mundo se recupera  de la Gran Recesión, se ha vuelto cada vez más difícil discernir la verdadera tendencia de los acontecimientos. Por un lado, medimos la recuperación según nuestro éxito en volver a los niveles de crecimiento, producción y empleo previos a la recesión. Por otro lado, existe la inquietante sensación de que la nueva normalidad de hoy puede ser un crecimiento más lento y mayores niveles de desempleo.
Así que el reto ahora es formular políticas para dar trabajo a todos quienes lo deseen en las economías que, tal como están organizadas en la actualidad, pueden no ser capaces de hacerlo. Este problema es mucho más agudo en los países desarrollados que en los países en desarrollo, si bien la interdependencia hace que, en cierta medida, se trate de un problema común.
El problema tiene dos aspectos.
-A medida que los países se vuelven más prósperos, cabe esperar que sus tasas de crecimiento sean más lentas. En épocas anteriores, el crecimiento era impulsado por la escasez de capital: la inversión de capital atraía una alta tasa de retorno, y esto creaba un círculo virtuoso de ahorro e inversión.

Hoy, el capital en el mundo desarrollado es abundante; la tasa de ahorro disminuye a medida que la gente consume más, y la producción se centra cada vez más en los servicios, donde los aumentos de productividad son limitados.

Por lo tanto el crecimiento económico -el aumento de los ingresos reales- se desacelera. Esto ya estaba ocurriendo antes de la Gran Recesión, por lo que la generación de empleos a tiempo completo que paguen salarios decentes se estaba volviendo cada vez más difícil. De ahí el crecimiento de empleos informales, discontinuos y a tiempo parcial.


-El otro aspecto del problema es el aumento a largo plazo del desempleo impulsado por la tecnología, en gran parte debido a la automatización. En cierto modo, esto es un signo de progreso económico: la producción de cada unidad de trabajo está en constante aumento. Pero también significa que se necesitan menos unidades de trabajo para producir la misma cantidad de bienes.


La solución del mercado es redistribuir la mano de obra desplazada hacia el área de servicios. Sin embargo, muchas ramas del sector de servicios son un sumidero de puestos de trabajo sin proyecciones ni esperanza.


La inmigración exacerba ambos aspectos del problema. Gran parte de la migración, especialmente en la Unión Europea, es casual: hoy aquí, mañana no, con ninguno de los costos asociados con la contratación a tiempo completo. Esto la vuelve atractiva para los empleadores, pero se trata de un trabajo de baja productividad y aumenta la dificultad de encontrar un empleo estable para la mayoría de los trabajadores de un país.

Entonces, ¿estamos condenados a una recuperación sin empleo? ¿Es el futuro en el que los trabajos son tan escasos que muchos trabajadores tendrán que aceptar una miseria para encontrar un empleo, y volverse cada vez más dependientes de las transferencias sociales a medida que los salarios del mercado caen por debajo del nivel de subsistencia? ¿O deberían las sociedades occidentales esperar una nueva ronda de magia tecnológica, como la revolución de internet, que produzca una nueva ola de creación de empleo y prosperidad?

Sería insensato descartar a priori la última posibilidad. El capitalismo tiene un gran talento para reinventarse a sí mismo. Ha visto desaparecer a todos sus rivales y no hay otros nuevos a la vista. Más aún, nadie puede predecir el descubrimiento de nuevos conocimientos; si se pudiera, ya habrían sido descubiertos. Pero también hay una posibilidad más inquietante: si, por proseguir nuestro actual camino de despilfarro, acabamos por hacer escasos los recursos naturales, necesitaremos una nueva ola de la tecnología que, sin importar el coste, nos rescate de la calamidad.

Pero dejemos a un lado estas sombrías perspectivas y reflexionemos sobre lo que sería una solución civilizada al problema del desempleo generado por la tecnología. La respuesta, sin duda, es compartir el trabajo. Para el economista angloestadounidense típico, cualquier propuesta de este tipo equivale a anatema, porque suena a la temida falacia de la “masa de trabajo”: la idea, una vez popular en los círculos sindicales, de que existe sólo una cierta cantidad de trabajo que debe ser compartida de manera justa.

Por supuesto, esto es una falacia cuando los recursos son escasos, pero ni siquiera los economistas han pensado que el crecimiento prosiga por siempre. Los fundadores de la disciplina esperaban que, en algún momento en el futuro, la humanidad podría alcanzar un “estado estacionario” de crecimiento cero. Entonces sólo requeriríamos una cierta cantidad de trabajo -mucho menos de lo que se realiza ahora- para satisfacer todas las necesidades razonables. Las opciones serían un desempleo ilimitado impulsado por la tecnología o distribución del trabajo por hacer.

Sólo un adicto al trabajo preferiría la primera. Lamentablemente, personas así parecen estar a cargo de las políticas en Estados Unidos y Gran Bretaña.

Muchos países europeos están adoptando la segunda solución. 
Los sistemas de trabajo compartido, en muchas formas diferentes, se están convirtiendo en la norma en Holanda y Dinamarca, y han hecho avances en Francia y Alemania.

El elemento clave en este enfoque es separar el trabajo de los ingresos. Una ley promulgada en 1993 en Dinamarca reconoce el derecho a trabajar de forma discontinua, al tiempo que reconoce el derecho de las personas a un ingreso continuo. Permite a los empleados elegir un “año sabático”, que se puede dividir en periodos más cortos, cada cuatro o siete años.

Las personas desempleadas tomarían el lugar de quienes están ausentes, que por su parte recibirían el 70% de la prestación por desempleo que obtendrían si perdieran sus puestos de trabajo (por lo general, el 90% de su salario). Los sindicatos daneses han logrado utilizar estos derechos individuales establecidos por ley para reducir las horas de trabajo de la plantilla de empresas enteras, y así aumentar el número de puestos de trabajo permanentes. La idea de una renta básica universal que reciben todos los ciudadanos, independientemente de su posición en el mercado de trabajo, es uno de los pasos que se derivan lógicamente de esto.

Esto no será del gusto de todos. Y, como ya he sugerido anteriormente, todos los planes destinados a aliviar la carga de trabajo y aumentar la cantidad del tiempo de ocio corren el riesgo de fracasar ante nuestra gran habilidad para conjurar nuevos desastres. Después de todo, tanto el capitalismo y la economía necesitan la escasez para justificar su existencia y no renunciarán a ella fácilmente.


Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores, profesor emérito de Economía Política Univ. Warwick.
La vanguardia, jueves 10-6-2011

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Articulo debatible: ¿queremos compartir trabajo? ¿los que trabajan querran asumir que tienen que trabajar para que otros puedan tener una renta basica universal ?  ¿Es necesario encontrar nuevos modelos economicos para adaptarse a los cambios futuros?

..ver:DESARROLLO VS CRECIMIENTO ECONÓMICOper el Ramón Durà Viñes el dissabte, 19 / març / 2011

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