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El futuro demográfico de la humanidad: los retos económicos


Hace unas semanas esbocé el inusitado futuro demográfico de la humanidad. Con bastante probabilidad, entre 2050 y 2060 nuestra especie alcanzará un pico de población cercano a los 9.500 millones, para comenzar a caer a partir de ese momento. Apunté, también, algunos de los mecanismos que pueden hacer que esta predicción sea incorrecta (evolución de la mortalidad, cambios en los pesos relativos de los grupos sociales, políticas de los gobiernos, etc.). Sin ir más lejos, a los pocos días de publicar mi entrada, China anunció una nueva regulación muy restrictiva del aborto para incrementar su fertilidad.

Pero asumiendo que el futuro se parezca, de manera razonable, a las tendencias demográficas que observamos desde nuestra atalaya de 2021, merece la pena dedicarle unos párrafos a pensar sobre las consecuencias de este cambio poblacional. Como casi siempre ocurre, habrá consecuencias positivas y negativas, y cuáles de estas predominen dependerá, en parte, de nuestra habilidad para diseñar políticas que gestionen la transición correctamente.

En esta entrada me centraré en las consecuencias económicas más directas. En la tercera y última entrada de esta mini-serie (prevista para dentro de unas semanas) repasaré las consecuencias sociales sobre la estructura de la familia, la distribución de la población en el territorio y la vivienda.

La principal consecuencia positiva que a todos nos viene a la cabeza es una menor presión sobre los recursos naturales. Una población más reducida, o con un crecimiento más lento, facilita descarbonizar la economía mundial y conservar las áreas de riqueza biológica menos afectadas por la actividad humana. Esta consecuencia refuerza otra transformación clave de la economía mundial: cada vez el producto interior bruto de las economías avanzadas "pesa" menos y, por tanto, requiere menos recursos naturales para generarse.

Pensemos en un sencillo ejemplo: en estos momentos tengo 1.833 libros en mi Kindle. Cada estante de mi despacho puede albergar, de media, unos 40 libros (unos más grandes, otros más pequeños). Es decir, necesitaría unas 46 estanterías para almacenar los libros de mi Kindle en formato físico, ocupando mi despacho entero y buena parte de otro. Desde que empecé a leer y comprar libros, siendo niño, hasta 2010, que me pasé al libro electrónico, acumulé y acumulé "peso" en papel. Desde 2010 hasta hoy, el "peso" de mi papel se estabilizó, primero, para comenzar a caer, después. En 2020 compré solo 14 libros en papel, pero regalé más de 14 libros de los que ya tenía (muchos los re-compré en versión electrónica para tenerlos siempre a mano y las copias físicas se las di a mis estudiantes). Es decir, que mi colección de libros, siendo mucho más amplia a 1 de enero de 2021 que a 1 de enero de 2020, "pesaba" mucho menos. Esta observación se aplica a casi todas mis posesiones: ni me acuerdo de la última vez que me compré un CD o un DVD. El conjunto de todos mis bienes "pesa" menos hoy que hace cinco años.

Las economías menos desarrolladas todavía necesitan más recursos para crecer y llegar al nivel de riqueza de los países líderes

El crecimiento económico moderno no usa, en general, más recursos per cápita. Sí somos cada vez mejores en recombinar ideas de maneras increíblemente creativas para generar mucho más valor añadido. Por eso, el Reino Unido fue capaz de emitir menos CO2 en 2019 (antes de la pandemia) que en 1890, a pesar de tener un producto interior bruto, en valor real, 13 veces mayor. Por su parte, Estados Unidos consumió un 2% menos de petróleo en 2019 que en 1978, cuando su producto interior bruto fue, en valor real, tres veces más grande (y eso que en Estados Unidos no se han preocupado en exceso en ahorrar energía).

El punto débil del argumento anterior es que se centra en las economías más avanzadas: las economías menos desarrolladas todavía necesitan más recursos para crecer y llegar al nivel de riqueza de los países líderes. Pero en cuanto estas economías vayan estabilizándose en tamaño total como consecuencia de la caída de la población, incluso un mayor uso de recursos per cápita será compatible con unos consumos mundiales de recursos estables o en decrecimiento.

Las consecuencias negativas de la caída de la población mundial son mas complejas. La más importante es que tenemos que acostumbrarnos a que el producto interior bruto crezca a tasas menores y adaptar nuestras sociedades a esa realidad. Históricamente, la productividad del trabajo ha crecido de media un 2% anual. Si la población activa se incrementa a un 1% anual (como lo hacía durante los años 60 del siglo pasado en muchas economías avanzadas), en una situación normal del ciclo económico, la economía crecerá un 3% (un 2% de la productividad más un 1% de la población). Cuando la economía se acelera por encima de la situación normal (por efectos de shocks de demanda o de oferta), crece a un 4% o 5%, mientras que cuando se ralentiza crece a un 1% o 2%, pero fluctuando siempre alrededor del 3%.

Ahora, imaginémonos una situación donde la población activa cae a un 1% anual. Incluso si la productividad del trabajo sigue creciendo a un 2% (volveré a ello en un momento), la economía crecerá de media un 1% (un 2% de la productividad menos un 1% de caída de la población), no un 3% como lo hacía antes. Cuando la economía se acelere por encima de la media, crecerá a un 2% o 3% y cuando se ralentice, a un -1% o 0%.

Esto es exactamente lo que ha pasado con Japón. Desde fuera, su economía parece atascada desde mediados de los 90 del siglo pasado. Pero si la observamos en términos de su producto interior bruto dividido por adultos en edad de trabajar (entre 16 y 65 años), una medida de los trabajadores potenciales de la economía independientemente de si están ocupados o no, Japón ha crecido casi a igual velocidad que Estados Unidos y más deprisa que Alemania. Los ríos de tinta escritos sobre los orígenes de los "males económicos" de Japón durante las últimas décadas son, básicamente, inútiles. Ni es culpa del Banco de Japón, ni de China, ni de nadie. Japón crece a la velocidad que uno se esperaría teniendo en consideración su evolución demográfica.

¿Y qué importa que la economía crezca al 1% en vez del 3% en términos totales, si en términos de adulto por edad de trabajar seguimos creciendo a igual velocidad? ¿No nos debe preocupar la renta per cápita en vez de la renta total? Sí y no. Sí, porque la medida relevante de renta para evaluar el bienestar de una sociedad es per cápita. Pero no, porque la renta per cápita no lo es todo. La capacidad de pagar nuestra deuda pública, por ejemplo, depende de la renta total, no de la renta per cápita.

Imaginémonos un país que tenga una razón de deuda pública sobre producto interior bruto del 100%. Si la economía de ese país crece al 3%, la deuda pública se estabiliza como porcentaje del producto interior bruto si el déficit de las administraciones públicas es el 3% (añadimos 3 puntos más de deuda en el numerador, pero el denominador también crece 3 puntos). En cambio, si la economía crece al 1%, necesitamos llevar el déficit de las administraciones públicas al 1% para estabilizar la deuda, un esfuerzo fiscal más considerable.

¿Seguirá creciendo la productividad del trabajo un 2% aunque caiga la población? Hay razones para dudarlo

Algo similar ocurre con muchas obligaciones del Estado, como las pensiones y la sanidad pública. Estas prestaciones sociales son mucho más onerosas de mantener cuando, junto a la caída de la población en edad de trabajar, nos encontramos con una prolongación de la esperanza de vida. Mientras los costes sociales suben rápidamente, la economía se queda detrás. Cambios como retrasar la edad de jubilación, ayudan, pero no modifican significativamente el escenario básico. Trabajando más años podremos ralentizar la caída de la población activa, pero no frenarla.

De hecho, los argumentos de los párrafos anteriores pueden ser demasiado optimistas. ¿Seguirá creciendo la productividad del trabajo un 2% aunque caiga la población? Hay razones para dudarlo. Antes resaltaba que el crecimiento económico se basa en recombinar nuevas ideas.

¿Qué entendemos aquí por ideas? Cualquier creación de la menta humana que nos permite transformar un recurso en un bien o servicio. Por ejemplo, una idea hace muchos siglos fue emplear el silicio para fabricar hormigón. Más recientemente, se nos ocurrió emplear el silicio para los transistores (como los que usted está empleando para leer estas líneas). Hace solo dos semanas, ha habido avances importantes en el uso del silicio para fabricar mejores baterías para los coches eléctricos. Pero también son ideas los nuevos teoremas en matemáticas (claves, por ejemplo, para que su tarjeta de crédito funcione en internet) o el desarrollo de nuevas formas de negocio. Fundar Amazon o la invención de la contabilidad de costes fueron igual de innovación que un nuevo proceso químico.

¿Y quién crea estas ideas? Las personas: las ideas son fruto del esfuerzo en investigación y de la creatividad. Por tanto, y como primera aproximación, el flujo de ideas en una sociedad depende de la cantidad de personas pensando. Es prácticamente seguro que una sociedad con 200 millones de personas desarrollará más ideas innovadoras que una sociedad con 2 millones, siempre y cuando las instituciones económicas sean similares. Suiza produce más ideas que Nigeria porque tiene mejores instituciones, pero Suiza produce menos ideas innovadoras que Estados Unidos porque tiene menos habitantes. Poblaciones más reducidas, sobre todo en los países del mundo con mejores instituciones de innovación (Estados Unidos, Este de Asia, Europa Occidental), van a ser poblaciones con menos ideas innovadoras.

Y este fenómeno puede ser particularmente acuciante si nos fijamos que la evidencia sugiere que, según vamos acumulando conocimiento, cada vez es más difícil crear nuevas ideas. La humanidad nunca tendrá un nuevo Galileo Galilei, un Isaac Newton o un Charles Darwin. Las ideas fundacionales en física, matemáticas o biología que estos científicos desarrollaron no pueden ser "re-inventadas". Incluso la teoría de la relatividad o la mecánica cuántica de la física del siglo XX, con toda su novedad y dramáticas consecuencias, fueron más refinamientos de estructuras cognitivas ya existentes que rupturas radicales, como lo fue la invención del método experimental o el desarrollo del cálculo infinitesimal. Es probable que a Newton no le faltara razón cuando argumentó que pudo ver más allá porque se encaramó a hombros de gigantes, pero cada vez hay más nubes que nos impiden tener una visión nítida, incluso desde ahí arriba.

Yo lo noto mucho en mi quehacer diario. Justo el próximo lunes comienzo a dar un curso de doctorado de control óptimo. Este es el campo de las matemáticas aplicadas que analiza cómo controlar un sistema dinámico para alcanzar los mejores resultados posibles a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en economía es la teoría aplicada a estudiar para gestionar una cartera de inversiones a lo largo del tiempo de cara a maximizar su rendimiento dado un nivel de riesgo. Cuando yo era estudiante, a finales de los 90 del siglo pasado, calculo que se necesitaban unos 12 meses para especializarse en el campo (una vez acabados los cursos de doctorado básicos) y estar listo para empezar a escribir una tesis innovadora a nivel mundial. Hoy, estimo que se necesitan al menos 24 meses. La cantidad de cosas que hemos aprendido sobre control óptimo en las dos últimas décadas es espectacular. Pero esto también quiere decir que tener nuevas ideas en este campo es más complejo que nunca y uno tiene que aprender muchas más cosas. Los padres de esta especialización, Richard Bellman y Lev Pontriaguin, lo tenían mucho más fácil: estaba todo por descubrir. Esto no quita ápice alguno de valor a sus logros (ambos fueron grandes genios), pero sí que pone en perspectiva los méritos de la generación actual de jóvenes investigadores.

Durante los últimos tres siglos la humanidad ha estado participando en una carrera en la que, por un lado, cada vez es más difícil tener nuevas ideas, pero en la que, por el otro, cada vez somos más personas dedicándonos a la investigación. Estos das fuerzas se han compensado y el resultado de la carrera, hasta ahora, es que hemos podido desarrollar nuevas tecnologías y avances científicos que nos han regalado ese 2% de crecimiento medio de la productividad del trabajo anual al que me refería antes durante muchas décadas. Pero, con una población en caída, empezaremos a perder la carrera. Cada vez será más difícil incrementar el número total de investigadores (que, recuerdo, incluye también a los innovadores en el mundo de los negocios). Mucha gente no tiene interés o capacidad para investigar y cada investigador adicional es una persona menos trabajando en la producción de bienes y servicios. Como sociedad no nos podemos dedicar todos a innovar. Alguien tendrá que emplear esa innovación en producir cosas que nos gusten.

Es decir, que una reducción de la población humana también puede ser una población mucho menos dinámica desde el punto de vista de innovación. Muchos economistas argumentan que los efectos ya se notan en la creación de nuevas empresas y en el mal comportamiento de la productividad desde 2008.

¿Cómo vamos a pagar el estado del bienestar y nuestro nivel de deuda pública con tasa cero de crecimiento medio?

Pero, en consecuencia, la productividad del trabajo solo crecerá, pongamos una cifra redonda para simplificar, un 1% al año. Con una caída de la población en edad de trabajar del 1%, la "nueva normalidad" será un crecimiento del 0% del producto interior bruto. ¿Cómo vamos a pagar el estado del bienestar y nuestro nivel de deuda pública con tasa cero de crecimiento medio? A mí no me salen las cuentas de ninguna manera.

A menudo me encuentro con el argumento de que la automatización nos sacará las castañas del fuego: si tenemos suficientes robots y desarrollamos sistemas de inteligencia artificial, podremos seguir creciendo sin problema. Mi respuesta es siempre que esa era la idea detrás de la estrategia económica de la Unión Soviética y que ni funcionó en el siglo XX ni funcionará ahora.

En 1928 Stalin se embarcó en un programa de industrialización acelerada basada en unas tasas de inversión altísimas. La idea era acumular suficiente capital físico para, en unas décadas, poder producir suficientes bienes de consumo y alcanzar el comunismo. Tan arraigada estaba la creencia en el bloque socialista de que el camino al crecimiento económico pasaba siempre por la acumulación de capital físico, que cuando Gorbachov llegó al poder en 1985 su primera ronda de reformas se centró en una "aceleración" de la tasa de inversión de la Unión Soviética, que había caído como consecuencia de las malas cosechas de 1979-1981 y el colapso del precio del petróleo en 1983.

El problema de esta estrategia de inversión del estalinismo clásico es que la acumulación de capital físico esta sujeta a rendimientos marginales decrecientes. Construir el primer alto horno en Magnitogorsk en 1932 tiene unos rendimientos altísimos: pasamos de no producir nada de acero a producir acero que tiene un valor marginal muy alto. El segundo alto horno en los años 50 tiene un rendimiento mucho más bajo. El último alto horno, finalizado en 1987, no vale para casi nada. Piénselo con las televisiones en su casa. La primera televisión que compramos, que ponemos en el cuarto de estar, nos ofrece mucha utilidad. La segunda televisión, para el dormitorio, está bien pero ya no es lo mismo. La tercera televisión en la cocina ayuda, pero ya poco. La cuarta televisión se queda en el armario. Simplemente mirando los rendimientos marginales decrecientes del capital físico instalado en la Unión Soviética uno puede entender, casi con total exactitud, las altas tasas de crecimiento soviéticas en los años 30 del siglo XX, las tasas medias en los años 50 y 60 y el estancamiento de los años 70 y 80.

Enfatizar la palabra "capital" nos hace creer que la clave del crecimiento económico moderno es acumular capital físico

Los robots son otra forma de capital físico, quizás más interesante que un alto horno, pero no muy diferente en su esencia. Y como tal, también están sujetos a rendimientos marginales decrecientes. El primer robot tiene unos altos rendimientos marginales, el segundo algo menos, el tercero sirve para poco. Por eso yo no empleo nunca la palabra "capitalismo" para referirme al sistema económico que tenemos. Enfatizar la palabra "capital" nos hace creer que la clave del crecimiento económico moderno es acumular capital físico, sean altos hornos o robots. No, no lo es en absoluto. Crecemos porque tenemos más y mejores ideas. Acumulamos capital para producir esas ideas, no al revés. Gran Bretaña, y luego el resto de Occidente, lideraron la revolución industrial y el crecimiento económico moderno porque fueron las primeras sociedades que, cerca de 1650, empezaron a tener estructuras institucionales que incentivaron la producción sistemática y constante de nuevas ideas. En resumen: con una población más pequeña en 2100, es probable que tengamos menos ideas innovadoras y con ellas, menos crecimiento de la productividad.

¿Puedo estar equivocado? Sí. Por ejemplo, los avances en aprendizaje profundo de los últimos años puede que faciliten el desarrollo de nuevas ideas incluso con menos investigadores. Hace diez años no hubiera aventurado que hoy tendríamos redes neuronales profundas que pueden predecir el plegamiento de proteínas. Y volviendo al ejemplo del control óptimo que mencionaba antes, las redes neuronales profundas permiten solucionar problemas que eran imposibles incluso hace dos años. Otra posibilidad es que las nuevas tecnologías no estén sujetas a los mismos rendimientos marginales decrecientes que las tecnologías de siglos pasados. Por ejemplo, los datos son bienes no rivales: emplear los datos en una línea de negocio de una empresa no limita sus usos en otra línea de negocio. En comparación, emplear una máquina en una línea sí que imposibilita su uso en otra actividad de la empresa.

¿Pero serán estos cambios lo suficientemente poderosos para derrotar el efecto de la caída de la población en la creación de nuevas ideas? Yo, siguiendo a Robert Gordon , tiendo a ser pesimista y creo que estos cambios no serán suficientes, pero nada me gustaría más que estar equivocado.

Concluyo aquí. Me quedan en el tintero algunas ideas, como los efectos de la demografía sobre los tipos de interés mundiales, a los que volveré en entradas futuras que tengo pensadas sobre los retos de la política monetaria durante la próxima década. Como expliqué al principio de esta, mi siguiente entrada se centrará en las consecuencias del futuro demográfico de la humanidad en aspectos de la sociedad como la familia o la vivienda.

 
https://blogs.elconfidencial.com/economia/la-mano-visible/2021-10-09/el-futuro-demografico-de-la-humanidad-los-retos-economicos_3303868/?fbclid=IwAR3JRpKU5pULri3ue9rSV5s-2izWue1QZZGZ_KUeMG_xDumwDkWhNiSmg98 

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