Tres centenarios: Estapé, Fuentes y Velarde

 

Tres centenarios: Estapé, Fuentes y Velarde

Buena oportunidad para una conmemoración conjunta: los cien años de tres grandes maestros de los economistas españoles, que compartieron no pocos emprendimientos y responsabilidades en la escena pública. Enrique Fuentes Quintana (Carrión de los Condes, Palencia) los hubiera cumplido el pasado 13 de diciembre; todavía no hace quince meses —el 14 de septiembre del año pasado— también Fabián Estapé (Port-Bou, Gerona) habría alcanzado esa edad, y apenas quedan dos años y medio para poder decir lo mismo de Juan Velarde, el 26 de junio de 2027. Proximidad temporal acusada que completa itinerarios profesionales con acusados paralelismos, a su vez facilitados por una notable longevidad, rebasando los 88 años Estapé, 82 Fuentes y 95 Velarde.

El común componente generacional es muy marcado. Son nuestros economistas de la generación del 50. No los únicos, por supuesto, pero sí muy representativos los tres. Con la nutrida nómina de escritores y artistas que se tienen como integrantes de ese grupo generacional de la historia cultural de la España contemporánea –Aldecoa o Ferlosio, Carmen Laforet o Carmen Martín Gaite, Barral o Gabriel Ferraté, Cuixart o Tàpies, por solo entresacar algunos nombres–, comparten no solo fecha de nacimiento, sino también contenidos formativos, además de un pasaje histórico que contribuye a modelar actitudes y planteamientos vitales. Todos o casi todos han nacido en la década de 1920 o en sus bordes, y es el sombrío escenario de la postguerra –el áspero epílogo de la Guerra Civil– lo que dejará honda huella en cada uno. Hijos de vencedores o vencidos, todos vivirán su primera juventud en un país política, social y económicamente enclaustrado, por emplear ahora un solo adjetivo, reflejándolo con mayor o menor nitidez en su obra creativa. Es el caso, desde luego, de los economistas ahora centenarios. Estos acusarán en una buena parte de su obra la impronta de aquella España de los años cuarenta y aún cincuenta, que sufre los efectos de la escasez y del aislamiento. Por eso, combatir la decadencia económica –título velardiano– y el proteccionismo, y luchar contra la desigualdad y la oligarquía monopolista al amparo de un intervencionismo ortopédico, constituirá el mensaje más repetido en sus escritos y prédicas (prédicas, sí, pues a los tres les encaja la condición de «economista predicador» que glosara Stigler).

Profesores universitarios, con dominio del arte de la docencia como comprobarán multiplicadas promociones de alumnos, las trayectorias respectivas revelarán asimismo una coincidencia llamativa: lo breve de su paso por cargos propiamente políticos. A los tres la política les atrae –Estapé lo confesará abiertamente–, pero cuando asumen funciones ejecutivas en ese ámbito, el desempeño lo es por corto tiempo. Fuentes ocupará la Vicepresidencia segunda del Gobierno para Asuntos Económicos solo algo menos de ocho meses, entre julio de 1977 y febrero de 1978; Estapé no cumple año y medio como comisario adjunto del Plan de Desarrollo entre enero de 1971 y junio de 1972, y Velarde, el más resistente, no sumará más de dos años y medio, entre junio de 1973 y enero de 1976, como secretario general técnico, primero en el Ministerio de Planificación del Desarrollo y, a continuación, en el Ministerio de Educación y Ciencia,

Otro punto de encuentro biográfico, no siempre bien ponderado, merece también destacarse. Aunque formados en ámbitos culturales muy distintos y con adscripciones ideológicas de partida claramente diferentes –Velarde y Fuentes se moverán en el entorno falangista del Madrid del decenio de 1940, mientras que Estapé se codea en Barcelona con los Castellet, Goytisolo, Oliart o Gil de Biedma, en un ámbito que velada o declaradamente quería ser antifranquista–, los tres coincidirán no sólo a la hora de aportar su asesoramiento en determinados capítulos de la política económica española, sino también cuando se trata de respetar –y defender– el pluralismo ideológico entre sus colaboradores en las cátedras o en los centros que dirigen. Una praxis liberal, activamente tolerante, cabría decir, que en los años sesenta y primeros setenta, bajo el régimen dictatorial, es merecedora de ponerse en valor.

A la hora de hacer balance de sus aportaciones desde la perspectiva de la trascendencia social, cuatro son especialmente reseñables. Primera, el ensanchamiento de la base formativa de los estudiosos de economía. Una aportación impagable. Los tres, Fuentes, Velarde y Estapé –por este orden– promoverán la traducción de obras de referencia y dirigirán colecciones de libros en distintas editoriales; los tres impulsarán revistas que acogerán textos de centenares de autores de varios peldaños generacionales de economistas españoles.

Segunda: los tres contribuyen a incorporar la economía al debate público. La clave está en su prolongada colaboración en la prensa, tanto la generalista como la especializada, y en programas radiofónicos de amplia audiencia (la colaboración de Velarde en las páginas de ABC, por ejemplo, solo dejará de llegar puntualmente cada semana unos pocos días antes de morir). Durante bastante tiempo fueron, por eso, los «economistas de guardia», conciencia vigilante de problemas planteados y de reformas pendientes.

Tercera: difícilmente exagerable es la contribución de Estapé, Fuentes y Velarde a la historia del pensamiento económico en España, decisiva a la vertebración de nuestra historia intelectual desde el flanco de la economía. Recuperarán obras de autores enmarcándolas en la época respectiva; escalonarán con nitidez las sucesivas hornadas de autores; promoverán ediciones críticas de textos olvidados o no suficientemente estudiados. Una tarea colosal, nunca antes emprendida con tanto vigor y convicción. Los tres arriman el hombro a esa tarea de recuperación y articulación histórica, con Fuentes siempre al frente.

Y cuarta: el extenso e intenso trabajo de Estapé, Fuentes y Velarde ayudará asimismo a lo que puede entenderse como legitimación social de los economistas en España. La recurrente y voceada apuesta que los tres hacen por reformas estructurales que hagan posible sanear las finanzas públicas y encontrar una senda de crecimiento vigoroso para la economía española, redundará, al alcanzarse al menos parcialmente tales objetivos, en el buen rédito que la opinión pública les otorgará a ellos y, por extensión, al conjunto de la profesión. La suma de todo ello es un rico legado. El de tres grandes maestros que fueron también grandes patriotas. Los tres merecen nuestro recuerdo agradecido.

José Luis García Delgado es catedrático de la Universidad Nebrija.


Este artículo, publicado originalmente en ABC, se reproduce al amparo de lo establecido en la legislación nacional e internacional (ver cobertura legal).

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