Relojes, gatos, Madagascar: una nota para estudiantes de economía sobre lo que hacemos los economistas
En el post ``Balón de Oxígeno’’ tuve
un intercambio con un lector sobre la naturaleza de la investigación
económica que acabó más o menos con una recomendación suya: La lectura
de un antiguo artículo del profesor José Luis Sampedro titulado “El reloj, el gato y Madagascar” sobre
el tema. Es artículo se publicó en la Revista de Estudios Andaluces
(no. 1, 1983, pp. 119-126). Prometí hacerlo y comentar sobre ello. Aquí
va.
Lo primero es que el artículo es una pequeña joya de escritura. Este
hombre es un grandísimo escritor; lleva al lector como de paseo y con
imágenes realmente ingeniosas y, porqué no decirlo, bellísimas trata de
transmitir sus ideas al lector no experto. En esto es de una efectividad
que ya me gustaría tener en mis escritos.
Vaya por delante también que el artículo del profesor Sampedro
expresa de forma temprana el sentir de algunos, una minoría de los
economistas y que son argumentos que merecen reflexión. El artículo del
Profesor Sampedro tiene por tanto una sorprendente actualidad y habla
bien de su inteligencia el que aún hoy puede leerse con provecho.
En lo conceptual hay dos ideas y otras cosas sueltas. Pero antes de
nada el autor formula la proposición de la que quiere convencer al
lector y es que el método de estudio debe adaptarse a la naturaleza del
objeto estudiado. De ahí la imagen del reloj, que se puede montar y
desmontar, el gato, que obviamente, más allá de la vivisección
definitiva no hay vuelta y Madagascar donde el concepto de “desmontar”
no aplica. No soy un filosofo de la ciencia y he de confesar que mis
lecturas en estos temas se quedaron en las que hice de estudiante (y que
no pasaron de lo básico: Popper, Kuhn y poco más) pero tratare de
argüir que aquí hay una confusión entre lo que es factible como
instrumento (eso de “desmontar”) y lo metodológico, que para lo que aquí
me interesa voy a definir de forma poco precisa como lo que nos permite
formular proposiciones falsificables. Yo creo que lo que quiere decir
es que hay determinados instrumentos y prácticas que son factibles y
útiles según el objeto de estudio, proposición con la que es difícil
estar en desacuerdo. Pero el salto lo da cuando dice que el “error de
muchos economistas actuales consiste en entrenarse en relojería para
actuar sobre la social.” Y es en esto en lo que estoy completamente en
desacuerdo.
Las dos ideas en las que se apoya para argumentar esto son, uno, que a
los economistas nos atraen los métodos matemáticos que nos dan una
falsa sensación de confort y control, una certidumbre que no es posible
y, dos, que estos métodos matemáticos tienen en su esencia un sesgo que
precisamente excluye determinadas proposiciones.
El primer punto es argumento repetido y puede ser válido, aunque yo lo matizaría y diría que los malos economistas
lo son precisamente porque no son conscientes de los supuestos de los
modelos con los que trabajan y por tanto malinterpretan las conclusiones
de los mismos y tienen más fe en los resultados de estos modelos de la
que tendrían si fueran completamente conscientes de las hipótesis de
partida. El profesor Sampedro sostiene que esto es enfermedad
generalizada de la profesión, sobre todo en su rama anglosajona, pero
estoy en desacuerdo. Yo creo que aquí el profesor Sampedro tiene, o
tenía en su momento, poca experiencia con los métodos que utilizamos en
las universidades estadounidenses y merece la pena detenerse, aunque sea
brevemente, en ello. Dos ejemplos.
Acabo de regresar de las reuniones de American Economic Association
and American Finance Association donde me he pasado tres días en una
habitación entrevistando a posibles candidatos para dos puestos que
tenemos en el grupo de finanzas de la Escuela de Negocios de la
Universidad de Columbia. ¿Cómo funcionan estas entrevistas? Durante
media hora un candidato nos cuenta su investigación y los resultados de
la misma y los catedráticos y profesores de la escuela (cuatro o cinco)
les hacemos preguntas para averiguar precisamente la naturaleza del
resultado. Pues bien, lo fundamental, lo que intentamos averiguar es
precisamente si el candidato es consciente de los supuestos de partida
que le han llevado a determinadas conclusiones. Y estos supuestos pueden
ser teóricos (por ejemplo, un supuesto sobre una determinada forma
funcional que sesga los resultados en una dirección) o empíricos (por
ejemplo, un supuesto que una determinada variable permite identificar el
efecto objeto de estudio en la muestra utilizada). Una de las cosas que
es motivo de rechazo de una candidato es que no sea consciente de
dichos supuestos; que enamorado de la elegancia formal de su modelo o
diseño empírico olvide todo lo que hay detrás de ellos y llegue con
menos escepticismo del deseable a sus conclusiones. No son pocas las
ocasiones en las que hemos desestimado a un candidato con la frase “no
era consciente de que es este el supuesto crítico para obtener el
resultado de su trabajo” o “este supuesto de identificación no considera
esta alternativa.” Somos tan conscientes del primer punto que hace el
profesor Sampedro que una condición imprescindible para la contratación
de un candidato, en Columbia y en todas partes, es que esté libre del
sesgo que le preocupa.
El segundo ejemplo es la práctica del seminario, experiencia, que
estoy convencido, han tenido muchos de nuestros lectores. ¿Qué es lo que
ocupa la mayor parte de un seminario de economía? La discusión de los
supuestos. Es precisamente porque una vez que se empieza la discusión de
los modelos que los resultados siguen como un torbellino que los
asistentes a un seminario “hacen la vida imposible” al ponente para
averiguar todo lo que hay escondido detrás de los supuestos y así evitar
el confort que tanto le preocupa al profesor Sampedro. En conclusión
que la profesión ha construido unas salvaguardas importantes para evitar
la crítica que constituye el primer punto del artículo. Siempre es
recordatorio importante pero aquí al menos tenemos poca sensación de
confort.
La utilidad de los modelos, que el profesor Sampedro, de forma
equivocada en mi opinión, no reconoce, es precisamente que permite
aclarar los supuestos; mostrar de forma clara lo que se asume. Esto es
fundamental: Un modelo no es sino una forma de resumir los datos y la
experiencia de la profesión; es un depósito de conocimiento que los
economistas utilizamos para empujar la investigación en una dirección
novedosa, relajando supuestos, generalizándolos. Esto permite la
comunicación efectiva entre nosotros; puede ser impenetrable para el
lego en la materia pero esto no es distinto que con cualquier rama del
saber. Para ello es imprescindible ser preciso en la definición de los
conceptos. Y esto es la fundamental: Los modelos son tanto un depósito
de conocimiento como un método de comunicación efectivo entre
investigadores. Y como el conocimiento se incrementa, también los
modelos que se vuelven más complejos y exigentes. Deje de leer una
literatura y uno se queda irremediablemente rezagado. Esto es exigente e
inevitable.
Pero es más los modelos proveen de disciplina al investigador, atando
su intuición a la disciplina impuesta por la notación y la lógica del
modelo que se ha elegido para desarrollar sus ideas. El modelo incluso
en ocasiones puede llevarnos a conclusiones inesperadas pero igualmente
válidas. Tantas son las ventajas de la modelización matemática que está
bien implantada en nuestra disciplina. Para aquellos estudiantes de
economía que esto lean, les animo a que inviertan su tiempo en dominar
las muchas herramientas que están ahora a disposición del economista.
(Nota: Me advierte Jesús, cuyas lecturas son inagotables, de un artículo de Krugman con puntos muy parecidos y que podéis leer aquí.)
Si el primer punto es válido y requiere siempre estar alerta contra
este sesgo, el segundo, me temo, no lo es en absoluto. Aquí el profesor
Sampedro da “un salto” sin más evidencia que el considerable poder de su
prosa, que no es poco. Pero es más este es punto extrañísimo y que
denota que no tenía el pulso de la profesión en su momento. Un teorema
que es punto de partida, es cierto, es que bajos determinados supuestos
la competencia perfecta resulta en una asignación óptima de los recursos
(el primer teorema del bienestar). Pero al economista le sorprende la
cantidad de imperfecciones en el mundo real (información asimétrica,
costes de transacción, restricciones de riqueza, …) y todas ellas
impiden que el teorema citado opere como predice la teoría. Cuando un
economista ve una asignación de recursos que no es eficiente se pregunta
¿qué imperfección del mercado impide que opere el teorema del
bienestar? Y este es el arranque de toda la investigación de economía
moderna. Aquí va un ejemplo que muestra lo anticuado del punto ya en el
año 1983, cuando se publicó el artículo del profesor Sampedro.
En la entrega de Junio de 1980 del American Economic Review se
publicó uno de esos artículos fundamentales en el pensamiento económico
moderno “On the Impossibility of Informationally Efficient Markets” de
Sandy Grossman y Joseph Stiglitz (aclaración: el profesor Stiglitz es mi
vecino en la oficina de al lado así que hay algo de parcialidad en la
elección de este ejemplo; Jesús en un post anterior ya había hablado de
este artículo en este post).
En él estos dos verdaderos genios de la economía mostraban como la
única forma de incentivar la costosa adquisición de información, que una
vez incorporada a los precios permita la distribución eficiente de los
recursos, es precisamente si estos precios no transmiten la totalidad de
la información. ¿Por qué? Porque así se permite que aquellos que hayan
sufridos los costes de adquirir dicha información puedan recuperarlos
mediante el uso en condiciones oligopolísticas de la misma. Esto es el
mercado tiene que ser ineficiente para que transmita algo de
información. Esta maravillosa observación sólo puede entenderse como la
culminación de un profundo esfuerzo por parte de los economistas
estadounidenses de incorporar en sus modelos los problemas de
información y procesamiento de la misma que ya por aquel entonces tenían
más de una década de historia. Es este un esfuerzo de investigación
revolucionario y que tiene vertientes múltiples: Desde los modelos de
expectativas racionales desarrollados desde que Muth hiciera su
contribución fundamental en su artículo en Econometrica en el año 1961,
en el origen del trabajo de Lucas, Sargent, Prescott, y tantos otros a
la literatura sobre información asimétrica que desde el principio la
identificó como el origen de la falta de eficiencia de los equilibrios
competitivos. Y es una literatura que arranca con Akerloff (1970),
Spence (1973), Rothschild y Stiglitz (1976), Wilson (1977) y Riley
(1979). Es por ello por lo que aún juzgando el artículo del profesor
Sampedro desde la perspectiva del año 1983 resulta extraña tal omisión.
Es un artículo ausente de lo que en aquel momento se estaba cocinando
en el mundo de la investigación económica.
Declarar que la utilización de estos modelos sesgaba las conclusiones
a las que se podía llegar en un intento malicioso de justificar el
mercado no hacía sino mostrar los sesgos de los que así pensaban. Y por
cierto nótese que entre estos investigadores se encuentra varios premios
Nóbeles, gente fundamental en la profesión desde hace décadas y de toda
condición ideológica.
Una nota sobre Friedman
El profesor Sampedro un poco sin venir a cuento critica algunas de
las ideas de Milton Friedman con motivo de un viaje que al parecer hizo a
Madrid por aquellos años. Nada tengo que decir sobre las críticas que
parecen un poco metidas de forma incómoda en el artículo pero sí decir
una cosa que es curiosa. El profesor Sampedro hace una recomendación
acertadísima y que yo interpreto como una recomendación de que el
economista “sepa más historia,” que coteje supuestos y modelos con la
“revisión histórica” y esto es algo que también recomiendo yo también a
los estudiantes de economía que estén leyendo esto: Es importantísimo un
buen conocimiento de la historia económica para entender muchas cosas y
es fuente de ideas e intuiciones constantes (un capítulo de mi tesis
doctoral fue sobre la historia del seguro marítimo y la utilizaba para
informar un modelo teórico sobre innovaciones financieras).
Pero por ello resulta tan extraño, una vez más, el que el único
nombre que se incluya de entre los economistas anglosajones sea el de
Friedman, de los grandes economistas el más apegado a la historia como
método de revisión. De hecho puede decirse que la contribución más
importante de Milton Friedman es precisamente un libro de historia y en
particular de revisión histórica “A Monetary History of the United
States, 1867-1960” (con Anna Schwartz) que ha influido sobremanera en
pensamiento de los economistas no sólo en lo monetario sino también en
la interpretación de las causas de la gravedad de la Gran Depresión. De
hecho no se puede entender la política monetaria seguida por Bernanke
durante este episodio sin entender a su vez el impacto que la obra magna
e histórica de Friedman ha tenido sobre todo el pensamiento
macroeconómico, como el mismo Bernanke ha reconocido en más de una
ocasión.
Una última observación
El profesor Sampedro termina su artículo con una espléndida imagen,
evocativa y divertida a la vez: La de él, y otros “economistas no
convencionales” (su expresión) viajando en un carro tirado por un
jamelgo en la dirección adecuada, “el sur” mientras que los economistas,
se supone que los convencionales, viajan en un lujoso tren pero, que
como todo tren solo puede ir en una dirección, “el norte (es decir hacia
la justificación y asentamiento del poder establecido).” ¡Qué imagen
tan inteligente! Inmediatamente se asocia al no convencional el
sacrificio, la pobreza y el sur, y a los convencionales el lujo del
norte expropiador y establecido. Esto no es un argumento. Es simplemente
lo que el profesor Sampedro tanto critica: una preconcepción, un
supuesto de partida del que ni siquiera se está dispuesto a dudar. La
investigación de la economía, sobre todo en el mundo anglosajón, no es
un tren: lo describe mejor un globo, o mejor una multitud de globos, que
pueden ir en todas direcciones explorando cosas, intentando averiguar
cómo hacer de este mundo uno donde lo material no sea la constante
preocupación del hombre, con todas las herramientas y la seriedad que
tal propósito merecen, quizás empujados por aquí o por allá por vientos
que a veces no nos llevan a ningún lado y otros a paisajes espléndidos.
Hubiera sido maravilloso haber tenido al profesor Sampedro en cualquiera
de esos globos.
Tano Santos
Tano Santos es doctor en Economía por la Universidad de Chicago. Su investigación se centra en la economía financiera. Actualmente, Catedrático de Finanzas y Economía de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia y codirector del Heilbrunn Center for Graham & Dodd Investing. Es miembro del Comité Asesor Financiero del Banco de la Reserva Federal de Nueva York. En 2011 recibió el IV Premio Jaime Fernández de Araoz sobre Corporate Finance. Sus campos de investigación son la valoración de activos financieros, las innovaciones financieras y la teoría de las organizaciones.---
Tano, por tu comentario dudo que vaya a leer el artículo del
profesor Sampedro (llevo 50 años leyendo críticas similares aunque
quizás no tan bien presentadas como lo hizo en su momento el profesor
Sampedro). Quiero hacer un comentario porque la referencia a Friedman me
recuerda un punto esencial de lo que en el fondo tanto molesta a los
críticos de la economía neoclásica. Si los economistas con pretensión
científica se limitaran a producir conocimiento científico sin entrar
jamás en el juego de sacar recomendaciones para la toma de decisiones
(en particular decisiones públicas), solo unos pocos críticos prestarían
atención a la economìa neoclásica y serían aquellos que sí pueden
contribuir al mejoramiento de la economía neoclásica (compara la
contribución del dúo radical Bowles-Gintis hasta 1990 con su
contribución post-1990 y esto a pesar de que la posición política de
ambos poco o nada ha cambiado). El gran problema de la economía
neoclásica (y la economía keynesiana, aunque juntas pero no revueltas)
es gente como ese colega que tienes cerca y que ayer publicó un aviso en
el NYT postulándose para un puesto grande (un puesto que le queda muy
grande según aquellos que lo hemos conocido bien por mucho tiempo). O
puesto de otra manera, en un principio algunos economistas neoclásicos
aceptaron gustosamente ser sacerdotes pero luego otros fueron más lejos y
han pretendido tener carreras de políticos o grandes burócratas y por
lo tanto no debe extrañar que sus críticos se centren en lo que tienen
de común --su fe en la economía neoclásica. Poco o nada gana un
economista con pretensión científica de una discusión sobre métodos
científicos con quienes están interesados solo en decisiones públicas.
Los economistas científicos son hoy una minoría frente al ejército de
economistas ingenieros (o peor abogados) que dicen haber mamado de la
teta neoclásica.
O sea que el problema es que los economistas que estudian un
determinado problema tratan de conseguir que sus conclusiones sean
útiles para la sociedad y todo seria mucho mejor si las decisiones sobre
políticas económicas se dejaran a políticos, no economistas,
economistas que no estudian o "economistas no convencionales". Debo
haber entendido mal este comentario, aunque puedo asegurar que no sufro
resaca de sábado.
EEE,
Los científicos son útiles a la sociedad por el conocimiento que puedan generar, y los profesionales son útiles por su contribución y participación en la toma de decisiones. El problema que todo economista ha tenido y sigue teniendo es si quiere ser sólo científico, sólo profesional o ambas cosas. La ventaja comparativa de algunos economistas está en la ciencia (Stigilitz es un buen ejemplo) y la de otros en ser asesor (Paul Volcker es un buen ejemplo). Lo malo es cuando los primeros creen que su ventaja comparativa en ciencia es porque son excelentes en ciencia y no tan excelentes pero si muy buenos en la toma de decisiones. Lo horrible ocurre a lo largo del ciclo de vida del economista científico porque llega un momento en que piensa que ya le será muy difícil hacer una nueva contribución científica y entonces prefiere dedicarse a la profesión. Estos casos horribles me recuerdan a Diego Armando Maradona. Fue un gran jugador de fútbol, pero eso no implicaba que sería un buen entrenador y muchos menos un buen cantor (aunque mi nieto Diego dice que Maradona canta bien).
Los científicos son útiles a la sociedad por el conocimiento que puedan generar, y los profesionales son útiles por su contribución y participación en la toma de decisiones. El problema que todo economista ha tenido y sigue teniendo es si quiere ser sólo científico, sólo profesional o ambas cosas. La ventaja comparativa de algunos economistas está en la ciencia (Stigilitz es un buen ejemplo) y la de otros en ser asesor (Paul Volcker es un buen ejemplo). Lo malo es cuando los primeros creen que su ventaja comparativa en ciencia es porque son excelentes en ciencia y no tan excelentes pero si muy buenos en la toma de decisiones. Lo horrible ocurre a lo largo del ciclo de vida del economista científico porque llega un momento en que piensa que ya le será muy difícil hacer una nueva contribución científica y entonces prefiere dedicarse a la profesión. Estos casos horribles me recuerdan a Diego Armando Maradona. Fue un gran jugador de fútbol, pero eso no implicaba que sería un buen entrenador y muchos menos un buen cantor (aunque mi nieto Diego dice que Maradona canta bien).
Algo más sobre lo que los economistas hacen. En el párrafo anterior
sólo hice la distinción entre científicos y profesionales. Hay una
tercera categoría. En mi comentario inicial hablé de sacerdotes. Los
economistas-sacerdotes son aquellos que James Buchanan llamó filósofos
morales (ver su libro What Should Economists Do? que recoge artículos
publicados en los 60 y los 70 y que se divide en tres partes, una de las
cuales es Economics as Moral Philosophy). Un buen ejemplo hoy día es A.
Sen aunque el mismo Buchanan todavía sigue teniendo alguna influencia.
Muy pocos economistas científicos y profesionales hoy pretenden ser
filósofos morales pero muchos cometen el pecado de decirse discípulos de
algún gran filósofo moral (Marx, Hayek, pero no Keynes que escapó a
toda clasificación, John Rawls) para ser bienvenido en lugares que les
interesa entrar. Algunos discípulos dedican a su vida a repetir las
enseñanzas de estos filósofos. ¿Qué valor tiene esta prédica? Como la
ciencia nunca dará respuesta a todo lo que nos gustaría saber, la
filosofía nos ayuda a construir visiones de cómo funciona y sobretodo de
cómo debería funcionar el mundo. Como el éxito de los profesionales
está determinado por su influencia en la toma de decisiones, la
filosofía ayuda en la medida en que sirva para argumentar mejor lo que
se está proponiendo hacer o no hacer (¿has visto algo más patético que
los economistas profesionales que hoy día hacen referencia a Keynes para
argumentar sus recomendaciones para salir de la crisis?).
Quasimontoro,
El problema no es que haya economistas académicos que no conocen sus ventajas comparativas (“de todo hay la viña del Señor”), sino que hay muchos “profesionales” en el ámbito de la decisiones públicas que no prestan demasiada atención a los resultados de la investigación económica y que, en muchos casos, parecen haber olvidado Economics 101 (si es que alguna vez la aprendieron). Creo que esta entrada
( http://nadaesgratis.es/?p=12541 )
explica bien el origen de las frustraciones que parecen sentir algunos economistas académicos con vocación de asesores de la política económica.
No soy un especialista en filosofía de la ciencia, pero creo que lo de separar teoría y práctica es una estrategia que ya quedó en descrédito hace varias décadas.
El problema no es que haya economistas académicos que no conocen sus ventajas comparativas (“de todo hay la viña del Señor”), sino que hay muchos “profesionales” en el ámbito de la decisiones públicas que no prestan demasiada atención a los resultados de la investigación económica y que, en muchos casos, parecen haber olvidado Economics 101 (si es que alguna vez la aprendieron). Creo que esta entrada
( http://nadaesgratis.es/?p=12541 )
explica bien el origen de las frustraciones que parecen sentir algunos economistas académicos con vocación de asesores de la política económica.
No soy un especialista en filosofía de la ciencia, pero creo que lo de separar teoría y práctica es una estrategia que ya quedó en descrédito hace varias décadas.
Manu Oquendo dice:
Maravilloso texto que me ha hecho releer el de Sampedro, autor
por aquel entonces de "Octubre, octubre" con la valiosa ayuda de Gloria
Palacios. Siempre el back office.
Enhorabuena, Tano, porque de alguna forma al escribir también hacemos un striptease y lo que se ve entrelíneas es muy bueno y en diversas dimensiones humanas.
Mientras leía lo del artículo de Grossman y Stiglitz se me ha ocurrido una pregunta.
¿Cómo es posible que para llegar a una conclusión sabida desde Roma, aprendida de griegos y fenicios y ya reflejada en el código de Hammurabi, el célebre "Caveat Emptor", les hayan sido necesarias 16 páginas de ecuaciones para caer en la cuenta de que toda actividad económica --en nuestro sistema-- es la búsqueda y acumulación de asimetrías?
¿Por qué? ¿Tanta es la falta de fe en el refranero que si no hay una ecuación que lo soporte estamos dispuestos a ignorarlo? ¿De dónde sale tanta desconfianza?
¿Es necesario que así sea o podremos soñar?
Por supuesto que los modelos nos ayudan a relacionarnos con los "noúmenos" sin deprimirnos y también que la diferencia entre un reloj y Madagascar es de geometría variable y hay quien siente la necesidad de que no exista tal diferencia.
Parece, sin embargo, que al igual que ha sucedido con los modelos matemáticos de Industrial Dynamics de Forrester, cada vez se circunscriben a aspectos más reducidos. En la industria se quedaron en áreas de optimización (de cortes metálicos, o de asignación de presupuestos publicitarios por rendimiento esperado de un mix de medios, por ejemplo) mientras que las grandes decisiones estratégicas usan otros criterios y herramientas. Que se sepa, claro.
Bueno, enhorabuena y también a la primera entrada de Quasimontoro.
Enhorabuena, Tano, porque de alguna forma al escribir también hacemos un striptease y lo que se ve entrelíneas es muy bueno y en diversas dimensiones humanas.
Mientras leía lo del artículo de Grossman y Stiglitz se me ha ocurrido una pregunta.
¿Cómo es posible que para llegar a una conclusión sabida desde Roma, aprendida de griegos y fenicios y ya reflejada en el código de Hammurabi, el célebre "Caveat Emptor", les hayan sido necesarias 16 páginas de ecuaciones para caer en la cuenta de que toda actividad económica --en nuestro sistema-- es la búsqueda y acumulación de asimetrías?
¿Por qué? ¿Tanta es la falta de fe en el refranero que si no hay una ecuación que lo soporte estamos dispuestos a ignorarlo? ¿De dónde sale tanta desconfianza?
¿Es necesario que así sea o podremos soñar?
Por supuesto que los modelos nos ayudan a relacionarnos con los "noúmenos" sin deprimirnos y también que la diferencia entre un reloj y Madagascar es de geometría variable y hay quien siente la necesidad de que no exista tal diferencia.
Parece, sin embargo, que al igual que ha sucedido con los modelos matemáticos de Industrial Dynamics de Forrester, cada vez se circunscriben a aspectos más reducidos. En la industria se quedaron en áreas de optimización (de cortes metálicos, o de asignación de presupuestos publicitarios por rendimiento esperado de un mix de medios, por ejemplo) mientras que las grandes decisiones estratégicas usan otros criterios y herramientas. Que se sepa, claro.
Bueno, enhorabuena y también a la primera entrada de Quasimontoro.
---
En descargo sobre la supuesta obsolescencia de Sampedro debe
considerarse que “su especialidad” era la Estructura Económica-que, en
la época, era todo un nuevo enfoque de la Economía y no el estudio de
una economía concreta como parece ser ahora, especialmente tras los
escritos de Tamames y Gª Delgado- y no la Teoría Económica " KyN
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Grkk dice:
Un conocido mio fue discípulo de un jovencísimo Sampedro y, según me cuenta, por aquel entonces ya estaba instalado en lo literario y lo "crítico" (nótense las comillas y el verbo "instalado") más que en el mainstream. Con lo que me da la impresión que por muy brillante que fuera, difícilmente podía criticar con conocimiento lo que ignoraba, no por incapacidad, sino por prejuicio. Escrito todo con afecto, por supuesto.
https://elpais.com/diario/2012/01/01/negocio/1325427271_850215.html