El Negacionismo Económico José Luis Ferreira -¿Es la Economía una Ciencia?

El Negacionismo Económico

José Luis Ferreira 

En la entrada de hoy les voy hablar de un pequeño gran libro de reciente publicación en España: El Negacionismo Económico, de Pierre Cahuc y André Zylberberg.
En este libro, que ya ha generado un gran debate en Francia, los autores sostienen lo siguiente:
1. La manera de acumular conocimiento en Economía debe basarse en las validaciones o refutaciones empíricas de las distintas hipótesis.
2. Algunas hipótesis han conseguido suficiente validación como para que no planteen dudas razonables y otras han conseguido suficiente refutación como para abandonarlas.
3. Mantener creencias contrarias al conocimiento así alcanzado significa ejercer un negacionismo similar al que se ejerce contra los estudios que confirman el cambio climático, inculcando en la sociedad la idea de un debate científico donde no lo hay.
En este tipo de situaciones encuentro didáctico explicar tanto lo que se dice como lo que no se dice. En este libro no se dice ni se insinúa, por ejemplo, que la Economía tenga la precisión ni la universalidad de la Física, ni que un sistema económico funcione como un organismo biológico (como aquí y aquí le achacan); solo dice que comparte con la Física el uso del método científico y con la Medicina, el requerimiento adicional de grupos de control para sus estudios empíricos. Tampoco se erigen en defensores del modelo neoclásico ni de una ideología en particular. De hecho, tras leer el libro lo único que uno saca en claro acerca de la ideología de sus autores es que desean que las políticas públicas sobre asuntos económicos se basen en evidencias y no en prejuicios.
Todavía más sorprendente es que se les acuse de tachar a Krugman, Stiglitz y Piketty de heterodoxos anticientíficos. El primero solo es nombrado una vez opinando sobre el programa de estímulos de Obama, contraponiéndolo a otros economistas como Buchanan y Prescott que mantenían opiniones contrarias, para, después de analizar los estudios sobre el tema, concluir de qué manera el valor de los multiplicadores del gasto público depende de distintas circunstancias. Por el mismo motivo podía haberse dicho que llaman heterodoxos también a esos otros economistas. De Stiglitz cita su opinión sobre cuándo puede ser sensata la tasa Tobin; en este caso los autores encuentran que la evidencia empírica le da la razón en unos casos y no en otros. Finalmente, de Piketty los autores toman prestadas precisamente varias de las evidencias empíricas que este autor pone de manifiesto en sus trabajos.
El libro es muy breve, de apenas un centenar de páginas, pero consigue explicar muy bien su tesis, y lo hace con ejemplos de la mayor trascendencia. ¿Cuál es la mejor manera de ayudar a los menos favorecidos? ¿Cuáles son las consecuencias de aumentar el salario mínimo? ¿Qué consiguen realmente las políticas industriales? ¿Es el sector financiero un casino o un factor de crecimiento? ¿Qué sabemos de la tasa Tobin? ¿Cuál es la relación entre impuestos y crecimiento? ¿Y entre gasto público y crecimiento? ¿Cuáles son las consecuencias de las políticas de reparto del trabajo?
La importancia de estas cuestiones es causa de que se presten a manipulaciones por motivos ideológicos o de interés personal. Por ejemplo, entender el problema del desempleo como uno de los más importantes en la sociedad que lo padece es sin duda una posición ideológica. Decir que el reparto de trabajo, por ejemplo a través de la reducción de la jornada en Francia desde las 35 horas a las 30, hará disminuir el desempleo es una afirmación que deberá confrontarse con la evidencia empírica. Hay teorías sobre el funcionamiento del mercado de trabajo que parecen adelantar que, efectivamente, creará empleo y otras que dicen lo contrario. Decidir entre ellas no puede ser un debate ideológico por más que algunas opciones políticas se hayan encariñado más con unas u otras teorías. Cahuc y Zylberberg nos conducen por una muestra de estudios que han conseguido aislar el efecto del reparto del trabajo de otras medidas para poder establecer un nexo causal con notable confianza. Estos trabajos se basan en los distintos experimentos naturales que ocurren cuando se toman estas medidas y afectan a distintos colectivos de distinta manera. Por ejemplo, aprovechando que tenía unas fiestas distintas que el resto de Francia, la región de Alsace-Moselle adaptó una legislación sobre reducción de jornada contando esas fiestas como parte de la reducción. Es decir, que la misma ley provocó que en unas zonas se redujera efectivamente más la jornada que en otras, creando un experimento natural. Pues bien, los estudios mostrados encuentran una y otra vez que la política del reparto del trabajo no solo no hace disminuir en el desempleo, sino que a menudo impedirá un buen aprovechamiento de la productividad de la economía. Ocurre con la disminución de la jornada de trabajo, con las jubilaciones anticipadas, con la limitación a la entrada de inmigrantes y con el impedimento al desarrollo de las nuevas tecnologías. Y ocurre también que estos trabajos permiten avanzar en los mecanismos de funcionamiento de la economía por los cuales se tienen esas consecuencias. (En estas páginas venimos hablamos de ello hace tiempo: aquí).
Al leer el libro, un buen ejercicio es preguntarse si los autores no habrán escogido los estudios que favorecen esta hipótesis y no se estarán olvidando de otros que dicen lo contrario. Para ello está la comunidad de economistas comprometidos con el método científico, que acabarían rechazando esa conclusión si así lo dijera la evidencia disponible. Según los autores, tales estudios no existen, por lo menos, no en el ámbito científico. Todos los argumentos que los políticos han usado alguna vez para defender sus medidas de reparto de trabajo estaban basados en opiniones y en informes sin la mínima calidad. En cualquier caso, el lector no tiene por qué creer lo que digan estos autores, bastará que indague justamente sobre la calidad científica de los trabajos que respaldan una u otra hipótesis. Los currículums de los investigadores son públicos, los trabajos referenciados están publicados en buenas revistas y están verificados por otros trabajos o no lo están y la calidad de las publicaciones también es pública. A no ser que haya una conspiración endiablada de decenas de universidades en distintos países, editores y asociaciones de economistas, con lo anterior debería ser suficiente para decantarse por una u otra hipótesis.
No todos los casos presentan evidencias tan claras. Por ejemplo, cuando exponen el caso de Islandia, que decidió no tasar con el impuesto sobre la renta los ingresos de todo un año por razones de cambio en el sistema fiscal, los efectos encontrados son difícilmente extrapolables a cambios permanentes. De igual manera que la relación entre precio y cantidad vendida durante las rebajas no es buena evidencia para hablar de cómo sería esa relación si las rebajas duraran todo el año todos los años. Es la acumulación de datos y su análisis lo que al final nos dará una visión cabal de las relaciones causales.
Por razones de autoría, el libro se centra en Francia, pero también abarca otros países europeos, entre ellos España, y del resto del mundo. En nuestro país tenemos unos cuantos grupos negacionistas. Unos niegan que tengamos un problema con las pensiones, y sostienen que decirlo es parte de una confabulación para vender planes privados; otros niegan que el problema del desempleo sea tan grave, puesto que hay muchas personas trabajando en la economía sumergida; otros más niegan la relevancia de los fallos de mercado porque ya saben que los públicos son siempre peores, y todavía otros niegan las consecuencias negativas de la incertidumbre política en la economía.
Muy a menudo, calificarse como heterodoxo en Economía solo implica una excusa para no someterse a la revisión por pares en las revistas académicas y esconder la baja calidad metodológica.
 Negando la posibilidad de usar el método científico en Economía será más fácil introducir la ideología propia.
 En Economía hay mucho por hacer y hay muchas discrepancias de opinión sobre qué hipótesis se decantará como cierta en todo aquello que no sabemos. Acierten o no los autores a la hora de valorar qué hipótesis tienen ya suficiente apoyo empírico, su libro añade más argumentos a la idea de que las políticas deben basarse en las evidencia.

JOSÉ LUIS FERREIRA

José Luis Ferreira es Profesor del Departamento de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid y Doctor en Economía por Northwestern University, Illinois. Su investigación se centra en la teoría de juegos, la organización industrial, la economía experimental y la metodología.
http://nadaesgratis.es/jose-luis-ferreira/el-negacionismo-economico


El problema es que todo el mundo sabe lo que es la ley de la gravedad, pero la mayoría de la población ni siquiera conoce las leyes básicas de la economía. Yo mismo las aprendí de adulto de mutuo propio y es uno de los principales reproches que le haría al sistema educativo que me tocó "disfrutar".
Esto hace que la Economía sea un campo propenso a la proliferación de la pseudociencia para engatusar al personal, no solo en temas de políticas públicas, sino en las finanzas personales.

  • Cierto. Incluso en la Economía del Bachillerato se incide poco en los principios de Economía.
    En Economía hay leyes, entendidas como expresiones formales o rigurosas de regularidades observadas. No son universales y precisas, como las de la Física, sino particulares y aproximadas, pero cumplen el mismo papel para intentar poner orden en los fenómenos que ocurren en el campo de estudio y para desarrollar teorías explicativas.
    Heterodoxos que se están con el método científico y que aporten pruebas, acabarán viendo su aportación incorporada al corpus de conocimientos de la Economía. Quien no se moleste con el método científico, difícilmente llegarán a algo.
    Los avances se decantan despacio y con tiempo. Mientras no ocurra esto, no estamos en condiciones de tomar los nuevos modelos como válidos.
    Como regla general, húyase de las críticas o de las teorías alternativas de quien rechaza el método científico, de quien no publica y no va a congresos, de quien ha desarrollado una teoría personalmente, sin el trabajo de muchísimas personas que normalmente se necesita para avanzar en el conocimiento, y de gurús que saben de todo.
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    Lo que queremos es un método que implique que aunque un investigador particular tenga incentivos a hacerlo, no pueda efectivamente hacerlo. Hace poco publiqué una entrada sobre la integración laboral de los inmigrantes (http://nadaesgratis.es/jose-luis-ferreira/la-integracion-laboral-de-los-inmigrantes), que puede ilustrar esto. Entre los autores que han trabajado el tema, es conocido que hay una diversidad de opiniones ideológicas sobre el tema de la inmigración. Sin embargo, no son capaces de hacer que sus datos digan cosas distintas de lo que dicen el resto de estudios. 
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    La investigación en Economía está llena de ideas dispares entre sí y de consideración de hipótesis contradictorias. Por supuesto que con el tiempo las ideas prevalecientes van cambiando y que, como en toda ciencia, los cambios no se producen hasta que se acumulen las evidencias. Tan cierto es que esto implica una cierta resistencia al cambio (hasta que se acepten las nuevas evidencias) como que los que quieren el cambio exageran la importancia de sus evidencias para ser aceptados. Por ejemplo, poskeynesianos y austriacos afirman que tienen mejores teorías, pero ambos no pueden tener razón a la vez y puede ser que ninguno la tenga. ¿Cuál es el caso? Seguir investigando con método científico. 
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    Los negacionistas, además, suelen creer que han entendido algo que gente muchísimo más preparada no ha sido capaz de ver. Esto les da un aire de "estar a la última" que les permite mantener sus creencias. Si, además, conocen la palabra "paradigma", ya ni te cuento. 
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    La actualización de los libros de texto es un problema, desde luego. Pero no es muy distinto del hecho que los primeros libros de texto de Física que uno estudia estén llenos de mecánica clásica y no de Relatividad, por ejemplo. Se suelen estudiar primero los modelos sencillos y se dejan los complicados y más modernos para cursos más avanzados, donde no suele haber libros de texto, sino que se va directamente a los artículos. La situación es manifiestamente mejorable y ya hay iniciativas al respecto. Antonio Cabrales nos ha hablado de ellas en este blog: http://nadaesgratis.es/cabrales/el-proyecto-core-economics-un-nuevo-curriculo-para-la-economia
    A Kahneman no le dieron el Nobel por demostrar que somos irracionales (cosa que sabe todo el mundo que ha vivido algún tiempo en el planeta Tierra), sino por avanzar en el estudio sobre las maneras sistemáticas en que lo somos. La teoría prospectiva se enseña en cursos avanzados, normalmente en cursos de doctorado orientados a la economía experimental. Sus rudimentos (diferencia de la actitud al riesgo dependiendo si son pérdidas o ganancias de acuerdo con un punto de referencia) sí se suelen exponer. Sin embargo, las situaciones en que esa teoría discrepa de la teoría de la utilidad esperada no son las que se suelen estudiar en los primeros cursos. Por ejemplo, para el estudio de los seguros (mercados, regulaciones, sistema público de salud,...) los casos más relevantes son aquellos en que ambas teorías dicen casi las mismas cosas. Estos son los casos superior izquierda e inferior derecha en la tabla que resume la clasificación de actitudes en teoría prospectiva según esta entrada en la wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Prospect_theory
    En Economía del comportamiento se maneja teoría prospectiva. El caso es similar la modelización de la utilidad temporal. La más usada es la que usa un descuento exponencial, imprescindible para cualquier estudiar el sector financiero (banca, pensiones,...), aunque sabemos que en muchas ocasiones el descuento hiperbólico se ajusta mejor como teoría descriptiva. (Aquí mostré un ejemplo de su uso y de su importancia a la hora de diseñar políticas: https://mappingignorance.org/2013/12/04/behavioral-economics-and-the-evaluation-of-policies-for-energy-efficiency/).
    Es decir, desde el punto de vista descriptivo, tanto la teoría de la utilidad esperada como el descuento permite un análisis de sectores importantes, aunque no lo hace en muchos casos particulares. Desde el punto de vista normativo, enseñar ambas teorías permite a quien las conoce, tomar decisiones económicas de manera más coherente. De otra manera: ¿quiero que mi gobierno tome decisiones importantes dejándose llevar por la teoría prospectiva y perciba de manera exagerada ciertos riesgos o quiero que haga un examen más ponderado de la situación?
     
https://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/tribuna/2016-09-21/libro-economia-francia-infame_1262945/
https://www.elespectador.com/noticias/economia/sindrome-cura-o-contagio-cuando-economia-se-cree-una-ci-articulo-678094
http://nadaesgratis.es/mercado/aprendiendo-a-sumar-i-la-falacia-de-la-cantidad-fija-de-trabajo

"Negando la posibilidad de usar el método científico en Economía será más fácil introducir la ideología propia" 

"La economia es la disciplina que estudia los sistemas y mecanismos económicos.Toda la teoría económica gira en torno al bienestar de las personas. Toda.

 

Vivimos en un planeta dividido en países soberanos. Desde luego, esto hace difícil resolver problemas de externalidades y bienes públicos que se den a nivel planetario. La culpa de esto no es de la ciencia económica, que estudia, diagnostica y llega a proponer posibles soluciones y mejoras, al menos parciales, para estos problemas. "




JOSÉ LUIS FERREIRA

 

Negar la ciencia económica, negar el método científico, es quedar a merced de los oportunistas, que saben escoger los estudios que favorecen su hipótesis y esconden los estudios que dicen lo contrario.

 

¿Es la Economía una Ciencia?

¿Es la Economía una Ciencia?

Recientemente nos alegró la noticia que nos dio Jesús respecto al cierre de un máster sobre homeopatía en la Universidad de Barcelona. No nos parece serio que una universidad pública otorgue ningún halo de prestigio científico a dar bolitas de azúcar diluidas en agua que como mucho, y en casos puntuales, parecen efectivas debido al efecto placebo (del que hablaremos otro día). Sin embargo, antes de convertirnos en guardianes de lo científico, no está de más que nos planteemos hasta qué punto nuestra disciplina, la economía, debe ser considerada una ciencia. Especialmente cuando leemos habitualmente comentarios de algunos de nuestros lectores sobre nuestra "visión neoliberal y ortodoxa" (por decirlo suave) de algo que, si fuera ciencia, no debería llevar a opiniones subjetivas. Y no se crean que son sólo ustedes, recientemente el ex-Ministro de Educación y Ciencia (y también físico) Javier Solana, se metía con los economistas en su twitter por aspirar a ser "como los físicos". Pero cuidado, que tampoco nosotros somos ajenos a la crítica sobre la carga ideológica que puede haber detrás de los supuestos que introducimos en nuestros modelos matemáticos, como discutió no hace mucho Samuel en esta entrada. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Ciencia o no ciencia?

Les voy a salir un poco por la tangente (ya que hablamos de matemáticas). Mi respuesta es que me da igual cómo lo llamen, mientras seamos honestos. Lo que les quiero decir es que deberíamos ser un poco más escépticos con aquellos economistas que ofrecen soluciones categóricas escondiéndose tras su posiciones académicas y cuatro cálculos en una pizarra. Ni todas las universidades son Harvard (o "Howargts", que decía una conocida) ni todos los cálculos son tan simples como nos quieren hacer ver. Cuando la Economía es honesta, las cosas son más complicadas y es entonces cuando aparecen las limitaciones: los modelos teóricos se basan en supuestos sobre el comportamiento y las capacidades cognitivas de los agentes que toman decisiones y sobre las instituciones en que lo hacen, las bases de datos que utilizamos se circunscriben a unas circunstancias concretas y no son tan generales como nos gustaría, y nuestros experimentos están realizados bajo unas condiciones muy concretas. Realizar recomendaciones de política económica, como reconocemos que en ocasiones hacemos en este blog, requiere siempre la suficiente modestia para entender estas limitaciones y nos fuerza a ser claros sobre ellas. Ésto no quiere decir que debamos hacernos nihilistas y pensar que lo que hacemos no tiene ninguna aplicación práctica. Tampoco que sea práctico cualificar constantemente nuestras opiniones económicas con la retahíla de condicionantes que nos llevan a nuestras conclusiones. Pero conviene ser un poco más transparente sobre la mera existencia de estas limitaciones. Ganaríamos mucho si el debate en lugar de centrarse sobre qué economista afirma que fue capaz de predecir la última crisis, lo hiciera sobre las razones por las qué muchos economistas académicos serios, basados en sus modelos y sus datos, no fueron capaz de predecirla. ¿Cómo debemos enriquecer nuestros modelos para que capturen los aspectos que se han mostrado más relevantes en los últimos episodios? ¿Qué datos podemos obtener que nos ayuden a prescribir mejores políticas económicas? En definitiva, ¿cómo podemos seguir aprendiendo?

Por ponerme un poco provocador, me centraré en la herramienta fundamental de mi área de investigación: los experimentos económicos. Podría hacerme un poco el estupendo e intentar argumentar que si definimos el método científico por la posibilidad de realizar experimentos controlados que permitan demostrar una verdad, la validez de una hipótesis o la eficacia de algo no probado, la economía experimental sería la única rama "científica" de la Economía. De hecho,  la Asociación Internacional de Economía Experimental, de la que hasta recientemente fue presidente el premio Nobel  de 2012 Alvin Roth, no tiene ese nombre, sino que, creo que con ganas de polemizar, se autodenomina Economic Science Association. Pero no pienso que tenga mucho sentido argumentar que toda ciencia debe ser experimental. Quienes únicamente utilizan modelos teóricos o realizan estimaciones empíricas ya existentes pueden ser tan (o tan poco) "científicos" como el experimentalista, dependiendo de que sus supuestos, sus cálculos o sus condiciones experimentales sean rigurosos. Conocemos tantos casos de artículos teóricos y empíricos que contenían cálculos erróneos o falsos, como de fraudes y fallos en la realización de experimentos económicos. Pero cuidado, que las ciencias "duras," no son ni mucho menos ajenas a errores y fraudes, que también tienen consecuencias importantes.

Volviendo a mi campo, quiero mencionarles dos razones para la esperanza y la seriedad de la economía académica. Por una parte, las mejores revistas de economía han incrementado los requisitos respecto a la descripción de la metodología adoptada y el envío de datos procedentes de experimentos, de forma que sea más fácil reproducir los experimentos de otros para comprobar cómo de generales son. Aún así tenemos el problema de que los incentivos para publicar en economía favorecen en exceso la novedad de los resultados, por lo que pocos investigadores se animan a replicar resultados. Relacionado precisamente con ello, está la segunda razón para el optimismo. Como se describía hace tres semanas en un artículo de The Economist, un amplio grupo de economistas, dirigido por Colin Camerer, ha reproducido los 18 artículos experimentales principales publicados en dos de las 5 mejores revistas de economía (American Economic Review y Quarterly Journal of Economics) desde 2011 a 2014. El estudio, publicado en Science,  muestra que es posible replicar los resultados de 11 de los 18 experimentos. Qué poco serio, ¿no? Quizá si, pero un tasa de réplica del 61% de los estudios, parece al menos preferible al 31% de un estudio similar sobre artículos en Psicología y, antes de que se me echen encima sobre que las ciencias sociales no son ciencias... un 11% de los artículos sobre eficacia de medicamentos farmacéuticos. ¿Quizá ocurra que, como hemos aprendido del estudio de la Economía, los incentivos importan?

Les dejo por tanto sin una conclusión clara, pues no me importa tanto responder al título de esta entrada como que seamos un poco más serios en el debate. Los economistas debemos aprovechar la precisión que nos dan nuestras herramientas (las matemáticas, la econometría, los experimentos...) para ser rigurosos, y no como barrera de entrada a aquellos que no sepan utilizarlas. Seremos más creíbles si hacemos un esfuerzo por aceptar nuestras limitaciones y somos mas prudentes y honestos al ofrecer orientaciones de política económica. Sólo entonces, espero que dejen de decirnos aquello que en una metáfora bonita pero incorrecta, expresó el ex-ministro griego (y anteriormente economista académico) Varoufakis: "la economía es ideología disfrazada de ecuaciones". Seamos serios. Unos y otros.

 

https://nadaesgratis.es/pedro-rey-biel/es-la-economia-una-ciencia 


Recomendaciones de lectura: Economía y Pseudociencia

libro ferreira Ya les he contado en alguna ocasión que una de las pocas ventajas de pasar una fracción considerable de mi tiempo en trenes y aviones es que ahora leo más que antes. Hoy voy a comentarles uno de los libros más interesantes que han caído entre mis manos en los últimos meses. Economía y Pseudociencia, de José Luis Ferreira.

Primero, un disclaimer: José Luis es compañero (y sin embargo amigo) en la Universidad Carlos III de Madrid, así que mi valoración puede estar influenciada por el gran respeto que tengo a su capacidad profesional. Pero quien no se fíe de mí siempre puede probar a leer su también muy interesante blog (donde además se referencian sus contribuciones a otros blogs) para decidir si exagero. En el blog podrá comprobar además una motivación que lleva a escribir este libro: la impaciencia con el pensamiento falto de rigor y con el tertulianismo televisivo que invade nuestra vida pública, y una pasión racional por la buena filosofía. En el libro se repasan errores sistemáticos que se suelen cometer al pensar en temas económicos, y se contesta a una pregunta fundamental: ¿es la economía una ciencia?

El capítulo introductorio nos habla de las nefastas consecuencias para el debate económico del anumerismo, la falta de cuidado al utilizar y pensar en las magnitudes básicas del mundo en general, y de la economía en particular. Es una gran idea empezar por ahí. Otros buenos economistas (Juanjo Dolado, José García Montalvo) me cuentan que suelen comenzar sus clases con un repaso a grandes números para que los estudiantes tomen conciencia de algunas magnitudes importantes para pensar en economía: el tamaño del PIB español en números absolutos, cuánto nos cuestan los intereses de la deuda, cuántos trabajadores hay en España, por poner sólo unos ejemplos. Es llamativo lo lejos que se puede llegar simplemente conociendo bien algunas magnitudes básicas. Jesús Fernández Villaverde lo ilustró magistralmente aquí cuando nos explicaba la desagradable aritmética del ajuste fiscal que ya hace tres años se veía complicadísimo.

Otro capítulo repasa errores de concepto básicos. Por ejemplo, el rechazo apriorístico del mercado como sistema de asignación de recursos, que proviene de inclinaciones ideológicas o de simple incomprensión de su funcionamiento. Lo cual no quiere decir que José Luis (o los que aquí escribimos) piense que el mercado lo resuelve todo, también hay un capítulo sobre los errores de la desregulación apriorística. Simplemente no es buena idea rechazarlo por principio, sino que hay que estudiar cuándo puede funcionar bien y cuándo deja de ser un buen sistema de asignación. En mi experiencia, el error de concepto puede surgir incluso en personas muy educadas, que por su tipo de formación están acostumbradas a diseñar sistemas “open-loop” (sin retroalimentación) y no se dan cuenta de que la economía es un sistema auto-organizado, en el que justamente por esa retroalimentación las intervenciones pueden dar lugar a consecuencias no deseadas: ponemos un precio máximo y el bien ya no se vende; o una subvención a la compra de vivienda y el precio sube tanto que el gasto fiscal beneficia sobre todo al vendedor.
Un capítulo particularmente entretenido es el que se refiere a los errores con nombre y apellido. Los lectores de estas páginas recordarán lo que Jesús Fernández-Villaverde bautizó como error Martínez-Noval, que consiste en sostener que la legislación laboral no afecta al desempleo porque es la misma en todas las comunidades autónomas y las tasas de desempleo son muy distintas en unas y otras. Un razonamiento que como nos explicaba Jesús es equivalente a decir que el virus de la polio o la gripe no pueden ser la causa de esa enfermedad porque hay gente que lo contrae y no padece la enfermedad o no presenta síntomas. Partiendo de este primer error, José Luis nos guía por una antología del disparate muy didáctica.

Pero mi capítulo favorito es el que se denomina “interludio metodológico”, donde se explica con gran claridad cómo investigamos los economistas, qué métodos utilizamos para contestar las preguntas que nos interesan y por qué se puede defender que la economía es una ciencia. Sospecho que una motivación adicional del autor para escribir el libro procede de sus conversaciones con otros científicos con los que comparte la afición a desenmascarar a charlatanes variados en la esfera pública. En ese empeño a menudo se ha enfrentado con la confusión de estas y otras personas que tienen una visión distorsionada de lo que es la economía. Ahora les podrá decir con más tranquilidad: “como muestro en el capítulo 5 de mi libro…”. Nos ha hecho un favor, creo que yo también referiré en más de una ocasión a otros escépticos a que se lean este libro.

Hay muchas más cosas. Discusiones sobre por qué no es verdad que los economistas profesionales creemos que “el mercado lo resuelve todo”; o refutaciones bien documentadas de que “los economistas no vimos venir la crisis” y otras teorías conspiratorias sobre la misma (así como autocríticas también muy fundadas). Un capítulo que es una auténtica perla es el referido a la elección social, está al final del libro y sería una pena que se lo perdieran, de manera que a quienes tengan problemas de autocontrol como yo les aconsejo que sigan la recomendación del autor y lean en cualquier orden. Por ejemplo, comenzando con ese capítulo.

Una de las pocas cosas buenas que ha traído esta crisis es un mayor interés del público por las cuestiones económicas y una mayor disposición de notables economistas como José Luis a divulgar la ciencia y entrar en el debate público. Para los que acaben este libro y tengan ganas de más, la diversión no acaba aquí, muy pronto esperamos con gran interés poder reseñar el libro de Luis Garicano: El enigma de España: modernidad o peronismo, y no mucho más tarde el de Nacho Conde: ¿Qué va a ser de mi pensión?.

https://nadaesgratis.es/cabrales/recomendaciones-de-lectura-economia-y-pseudociencia 

http://todoloqueseaverdad.blogspot.com/2013/11/mi-libro-economia-y-pseudociencia.html

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