La geopolítica del libre comercio
En pleno siglo XXI todavía tenemos que explicar el papel que el libre comercio ha supuesto para el avance de la humanidad
El pasado mes de junio, mis apreciados profesores y colegas divulgadores Jorge Díaz Lanchas y Manuel Alejandro Hidalgo Pérez escribieron un magnífico artículo en esta casa titulado “El comercio internacional no es héroe ni villano”, en el que, sin negar los beneficios contrastados que el libre comercio ha aportado al desarrollo económico de
las naciones, efectuaban una sucinta revisión de los problemas que
dicha apertura comercial lleva consigo, especialmente tras el
advenimiento de la globalización. Coincido con los autores que la
omisión deliberada de dichas externalidades negativas distorsiona el
debate público abierto y sensato sobre el tema, imprescindible tanto
para el conocimiento de nuestra realidad económica como para el diseño
de políticas basadas en dicho conocimiento.
En
la parte final del artículo se apuntaba un elemento muy importante
dentro de la evolución del comercio internacional como es la
geopolítica. En concreto, se afirmaba que los tratados de libre comercio
(TLCs) del siglo XXI poseen una característica que los hace “(muy)
diferentes” a sus antecesores: precisamente, su clara estrategia
geopolítica. En este punto debo discrepar parcialmente con los autores,
puesto que el elemento geopolítico siempre ha formado parte de la gran
estrategia comercial de los países y ha resultado determinante en la
configuración del comercio global tal y como lo conocemos, ya sea de
manera explícita o implícita. Es por ello que hoy recojo el testigo de
Jorge y Manuel en este preciso punto argumental y me propongo
desarrollarlo brevemente en los siguientes párrafos. La geopolítica no
ha regresado a los tratados comerciales: siempre estuvo ahí.
Un poco de historia
Empecemos
por mencionar dos antecedentes históricos relevantes. En 1786, el
Tratado de Eden, también conocido como Tratado Anglo-Francés,
directamente inspirado por las ideas de Adam Smith, marcó un hito en la historia del comercio frente al mercantilismo imperante
en la época. Nunca dos naciones habían firmado un acuerdo para
liberalizar sus relaciones comerciales, destinado a reducir aranceles y a
terminar con una guerra económica que duraba desde Utrecht. El tratado
tuvo una corta vida, debido a un proceso negociador favorable a Gran
Bretaña que acabó afectando gravemente a la economía francesa, uno de
los elementos desencadenantes del estallido de la revolución de 1789.
Posteriormente, en 1860, las dos naciones lo intentaron de nuevo con el Tratado Cobden-Chevalier,
destinado asimismo a liberalizar el comercio mediante la reducción o
eliminación de aranceles. La iniciativa resultó un éxito que provocó, a
su vez, la celebración de 56 acuerdos arancelarios bilaterales entre los
demás países europeos en apenas 20 años. Casi todos ellos incluían un
elemento fundamental que ha sobrevivido hasta nuestros días: la cláusula
de nación más favorecida, según la cual si en un acuerdo de comercio
internacional una nación concede a otra una ventaja especial (por
ejemplo, la reducción del tipo arancelario aplicable a uno de sus
productos), debe hacer lo mismo con las demás naciones con las que
también haya firmado acuerdos comerciales. Se abría así, de manera
informal, el camino hacia un nuevo comercio de naturaleza multilateral.
La racionalidad geopolítica de tales iniciativas no escapó ni a sus
promotores ni más tarde a los historiadores: el libre comercio, más allá
del enriquecedor intercambio económico, suponía una importante garantía
de estabilidad regional y, por tanto, una estrategia diplomática
deseable.
El libre comercio, más allá del enriquecedor intercambio económico, suponía una importante garantía de estabilidad regional y, por tanto, una estrategia diplomática deseable
Dicha
incipiente configuración multilateral duró apenas unas décadas, hasta
que el despegue de los Estados Unidos y la pujanza alemana propiciaron
un regreso al proteccionismo. Se incrementaron aranceles, se
establecieron cuotas y prohibiciones a la importación, se fijaron
controles de cambio en las divisas y restricciones en la entrada de
capitales. La Primera Guerra Mundial había puesto fin al orden
internacional existente, estableciendo un nuevo mapa geopolítico global
que trastocó estructuras económicas y comerciales. En 1930, en plena
Gran Depresión, Estados Unidos abrió las hostilidades comerciales con la ley Smoot-Hawley,
que supuso el incremento de tarifas arancelarias para más de 20.000 de
productos importados, acción que fue contestada por el resto del mundo
con toda clase de represalias proteccionistas. Resultados: reducción
brutal del comercio internacional en un 66% (ver imagen), contagio
global de la crisis y empeoramiento de la depresión norteamericana tras
un breve período de mejora, haciendo al final inoperante la subida de
aranceles. La irracionalidad económica contribuyó en este caso a
empeorar el ya de por si muy complicado panorama geopolítico
internacional. Pocos años más tarde, tuvo lugar la Segunda Guerra
Mundial. Un potente aviso a navegantes futuros.
Un nuevo orden mundial de posguerra
La
posguerra trajo consigo la primacía geoeconómica occidental, liderada
por Estados Unidos, y la división global en dos grandes bloques
enfrentados en su concepción del mundo. Bretton Woods trajo el “patrón
dólar”, constituyéndose éste como divisa de referencia global. También
se acordó la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco
Mundial, y las negociaciones comerciales culminaron con el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT
en sus siglas inglesas), cuyo ya mítico artículo I consagraba
definitivamente ese fantástico hallazgo del siglo precedente, la
cláusula de nación más favorecida. El objetivo de la nueva arquitectura
global iba mucho más allá de lo económico: se trataba de desarrollar
instrumentos que facilitaran la cooperación pacífica entre naciones tras
la sangría de la guerra. La misma racionalidad geopolítica subyació,
años más tarde, en el nacimiento de la Comunidad Económica Europea.
Esta nueva articulación económica multilateral, fiel reflejo de la configuración geopolítica del momento, se fundamentó en el convencimiento de la primacía del sistema capitalista
Toda
esta nueva articulación económica multilateral, fiel reflejo de la
configuración geopolítica del momento, se fundamentó en el
convencimiento de la primacía del sistema capitalista. La política
comercial durante la Guerra Fría se consolidó, en palabras de Robert Gilpin,
como “un esfuerzo jurídico basado en reglas, que debe ser alcanzado por
derecho propio y justificado por una creencia casi moral en la
superioridad intrínseca de los valores capitalistas liberales y del
libre mercado”. El desmoronamiento clamoroso del bloque socialista no
hizo sino reforzar tal convencimiento. En las décadas subsiguientes, no
hubo prácticamente otra consideración geopolítica en las relaciones
comerciales internacionales, estabilidad que no debemos confundir con
ausencia de geopolítica.
El éxito del modelo alcanzó su punto culminante al finalizar la Ronda Uruguay del GATT en 1994 con la cifra de 128 países firmantes. Esta Ronda constituyó la génesis de la Organización Mundial del Comercio (OMC/WTO),
establecida al año siguiente en Ginebra (Suiza). Rusia se uniría a la
OMC en 2012 como miembro número 156. Hoy en día la conforman 164 países,
que comprenden más del 90% del comercio mundial. No obstante, el
panorama global ya no es el mismo, como tampoco lo es la OMC. Un
fenómeno geopolítico de primer orden vino a trastocar de forma
espectacular las reglas del juego durante las últimas décadas del siglo
XX: la globalización.
Una nueva orientación geopolítica
El
fenómeno globalizador ha cambiado rápidamente el statu quo existente en
las relaciones comerciales internacionales. En palabras de Cristopher Crocker,
la globalización comprende “los muchos y complejos patrones de
interconexión e interdependencia surgidos a final del siglo XX. Tiene
implicaciones en todas las esferas de la existencia social: económica,
política e incluso militar. En las tres se enlaza la vida local con las
estructuras, procesos y eventos globales”.
Un fenómeno geopolítico de primer orden vino a trastocar de forma espectacular las reglas del juego durante las últimas décadas del siglo XX: la globalización
Dichos
procesos han propiciado un desarrollo económico sin parangón en la
historia de la humanidad, pero a su vez han determinado, como bien
explicaba el artículo de los profesores Díaz e Hidalgo,
la aparición de ganadores y perdedores, una complejidad creciente en
las relaciones comerciales y el despegue de nuevas y dinámicas potencias
emergentes (empezando por los llamados BRICS), muchas de ellas reacias a seguir los dictados de un sistema basado en equilibrios hegemónicos de poder del siglo anterior.
De
aquel mundo bipolar de la postguerra hemos pasado, por consiguiente, a
uno multipolar, hiperconectado y complejo donde cada vez resulta más
difícil mantener posturas multilaterales. Los intereses geopolíticos y
la competencia por el poder global frente a la cooperación parecen haber
regresado con fuerza. Ello se ha traducido en una ralentización
drástica de los avances en el seno de la OMC, en una creciente
regionalización de los intercambios económicos y en una preferencia
marcada por los acuerdos comerciales bilaterales entre países o grupos
de países. Prueba de ello han sido la aparición de numerosos bloques e instituciones regionales (ver
imagen anterior) y la firma de acuerdos como el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (NAFTA en sus siglas inglesas) o el
Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP en inglés), así como
el intento de negociar un gran Tratado de Libre Comercio entre Estados
Unidos y la Unión Europea (TTIP). La misma UE, por su parte, no ha
dejado de celebrar acuerdos comerciales con casi todo el planeta, tal y
como refleja el mapa siguiente:
Las
iniciativas descritas han sido un reflejo de la voluntad de las grandes
potencias económicas, tanto tradicionales como emergentes, de afirmar,
conservar, defender o expandir su influencia en aquellas áreas que
consideran de interés estratégico, cuestionando y tensionando el
equilibrio geoeconómico e institucional emanado de Breton Woods. La
robustez del paradigma liberal-capitalista se halla asimismo en
revisión, a causa de las sucesivas crisis financieras, de la volatilidad
extrema de los mercados y de los desequilibrios socioeconómicos
inherentes al proceso de globalización. Todo ello está propiciando la
aparición de movimientos sociales muy críticos con el libre comercio,
pero también la emergencia de populismos que aprovechan en su favor
dicho legítimo descontento, presionando a los gobiernos hacia políticas
claramente proteccionistas. Actitudes como las del nuevo presidente
norteamericano, con su decisión de abandonar el TPP, renegociar los
términos del NAFTA e interrumpir las negociaciones del TTIP, son un
claro ejemplo de esta tendencia.
En la encrucijada
Nos
hallamos, por tanto, en un momento clave para el comercio global. A
muchos analistas nos parece increíble que en pleno siglo XXI todavía
tengamos que explicar el papel esencial que el libre comercio ha
supuesto para el avance de la humanidad, pero la realidad nos dice que
dicho papel no está siendo percibido por amplios sectores de la
sociedad. Ello se debe tanto al oportunismo político como a los nuevos
condicionantes geopolíticos y a la necesidad de actualizar un paradigma
que ha permanecido incuestionado desde el final de la Segunda Guerra
Mundial.
Las
opciones son claras: o repensamos la arquitectura de la economía global
(comercio incluido), mediante un nuevo impulso multilateral que refleje
adecuadamente las nuevas realidades socioeconómicas y los actuales
equilibrios de poder entre las naciones, o nos dejamos llevar por un
creciente desinterés en cooperar y en definir unas reglas de juego
aceptables para todos (esto es, Fair Trade además de Free Trade). El Profesor Heribert Dieter, en un magnífico trabajo del año 2014,
anticipaba claramente los riesgos asociados a esta última opción: “La
principal preocupación es que las lecciones políticas de los años 30
hayan sido olvidadas. La discriminación en el comercio ha regresado, y
puede resultar en mayores conflictos y menos cooperación en las
relaciones internacionales. Ninguna de las grandes potencias tiene un
interés explícito en desarrollar el comercio a nivel multilateral. La
geopolítica ha reemplazado el consenso liberal post-1945 en política
comercial”.
Es
una preocupación que comparto. La historia nos dice que olvidar las
lecciones del pasado conlleva desagradables consecuencias en el presente
y el futuro. Por desgracia, muchos políticos y economistas actuales
parecen estar perdiendo rápidamente la memoria. No son buenas noticias
para el comercio, ni para la humanidad.
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