Economía ecológica

La economía ecológica se ha nutrido en buena medida de los análisis de otra corriente heterodoxa del pensamiento económico -la economía insti- tucional- que ofrece una perspectiva más amplia del funcionamiento real de la economía. Instituciones son las convenciones y las normas –tanto informales como formales (leyes) que regulan nuestro comportamiento social, es decir que establecen qué, quién o cómo se puede hacer algo. 

La medición social del tiempo (convención), el comportamiento en un aula (norma informal) o los derechos de propiedad (norma formal) son ejemplos de los diversos tipos de institucio- nes. Estos patrones de comportamiento codificados son fundamentales para el funcionamiento de la economía, incluyendo el mercado y la formación de los precios. Su estudio aporta elementos muy útiles a la hora de redefinir los límites de la esfera económica y de diseñar instituciones que mejoren la relación entre la esfera social y el medio natural. Una de las características destacables de la economía ecológica es, pues, la consideración de la pluralidad institucional, que abarca mucho más que la habitual dicotomía entre estado y mercado, para incluir, por ejemplo, instituciones de gestión de bienes comunales o relaciones económicas no monetarias. 

 La economía ecológica, al inquirir sobre las relaciones entre la sociedad y su medio, se sitúa en una visión del mundo muy diferente de la que mantiene la economía convencional. Ya hemos mencionado, al inicio de este artículo, el acercamiento intencional a las ciencias de la vida de esta nueva manera de entender la economía y el distanciamiento de la visión mecanicista de la que es heredero el enfoque convencional. En el fondo esta situación se puede describir como una actualización del referente científico natural de las ciencias sociales. 

La vieja aspiración de los economistas de pronosticar hechos futuros como corolario de una potente teoría, tomando como modelo de referencia los logros de la mecánica celeste -capaz ésta de predecir la existencia de un cuerpo celeste anticipándose a la observación- ha conducido a posiciones autistas12 por un lado, y a la búsqueda de nuevos referentes científicos, por otro. En las últimas décadas del siglo pasado se ha popularizado un conjunto de nuevas interpretaciones de carácter científico que comparten el rasgo común de enfocar la complejidad, en un intento de superación de las aproximaciones reduccionistas y fragmentarias precedentes. Por ejemplo, en la termodinámica, Ilya Prigogine (1983) se ocupa del estudio de sistemas disipativos alejados del equilibrio termodinámico que sólo pueden existir en conjunción con su entorno; desde la biología Humberto Maturana y Francisco Varela (1980, 1990) proponen la idea de autopoiesis para describir fenómenos que como los seres vivos se producen a sí mismos; por su parte James Lovelock (1983) y Lynn Margulis & D. Sagan (1995) elaboran y difunden su hipótesis de una Tierra homeostática y coevolutiva. La distancia que separa estos enfoques de la visión laplaciana13, que cifraba la dificultad de predecir los estados futuros del universo, no en la indeterminación de los mismos sino en la limitación cognitiva del ser humano, no es sólo epistemológica, sino que tiene consecuencias directas sobre el papel social de la ciencia. 

El reconocimiento de la complejidad del mundo, al tiempo que pone en evidencia las limitaciones de las disciplinas científicas para avanzar en el conocimiento, erosiona el estilo tecnocrático de toma de decisiones colectivas, que precisamente se legitima en ese conocimiento presuntamente objetivo y neutral. La economía, en tanto que instrumento para informar la toma de decisiones no escapa a la crítica. Las herramientas convencionales, tales como el análisis coste-beneficio, pretenden aportar decisiones óptimas mediante ejercicios de maximización de flujos monetarios, que cada vez se hacen más sofisticados (y más falaces) a medida que se extienden para abarcar lo no económico. 

El análisis coste-beneficio -un planteamiento sin duda útil para la toma de decisiones empresarial- aplicado a decisiones que afectan a valores sociales o ambientales ejerce una reducción de la diversidad cultural o ecosistémica a términos monetarios, postulando, entre otras cosas, la conmensurabilidad de todo lo animado e inanimado. 

 La viabilidad práctica de este planteamiento depende de la calidad de la democracia, que generalmente se reconoce como bastante pobre, pero además reclama nuevas formas de práctica científica. 

En la misma línea innovadora, la experiencia de la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio ha contribuido al desarrollo de formas distintas de producción científica, que afectan también a la economía ecológica. Richard B. Norgaard (2007) ha calificado de economía deliberativa la aportación de los economistas ecológicos a la Evaluación del Milenio, destacando su capacidad para contribuir, junto a otras disciplinas, a la emisión de juicios cuidadosamente argumentados. Norgaard fundamenta esta cualidad aventajada de la economía ecológica en el enfoque transdisciplinar y el pluralismo metodológico que la inspiran. 

 Por otra parte, la economía ecológica ha reclamado desde su origen una dimensión ética y la consideración explícita de los juicios de valor en sus aportaciones. Por ello, la cuestión de la distribución intergeneracional -pero también intrageneracional- y la idea de justicia ecológica forman parte del núcleo central del enfoque económico ecológico. La idea de justicia es por otra parte inseparable de la consideración de la democracia como sistema de toma de decisiones colectivas y de la defensa del valor de lo público, de los bienes comunes de la humanidad compartidos con el resto de los seres vivientes: el ecosistema terrestre. 

 La cuestión de cómo gestionar el planeta para satisfacer de manera equitativa las necesidades de la población mundial actual y futura no se puede abordar con los instrumentos intelectuales generados para responder a la pregunta de cómo incrementar de manera indefinida la riqueza de las naciones. La conciencia de la complejidad global y de los riesgos derivados de la interferencia humana en procesos naturales, vitales para la propia supervivencia, plantea cuestiones nuevas, que exigen interpretaciones y respuestas diferentes. 

Los diversos autores citados en este trabajo han contribuido a definir los problemas, a profundizar en su comprensión y, en ocasiones, a proponer formas alternativas de organización económica de la sociedad, compatibles con la conservación de la biosfera. Vale la pena leerlos

 http://www.publicacionescajamar.es/pdf/series-tematicas/banca-social/la-economia-ecologica-2.pdf

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