Aprendiendo a sumar (I): La falacia de la cantidad fija de trabajo


Una amiga, economista ella, suele decir que existen tres clases de economistas: los que saben sumar y los que no… Además de su fina ironía, este chiste contiene el germen de un par de reflexiones interesantes. Primero, es verdad que hay grupos de economistas, algunos notorios situados en ambos extremos del espectro político, que todavía creen que pueden hacer análisis económico sin el apoyo de métodos cuantitativos y basándose exclusivamente en el conocimiento revelado por personajes de tiempos pasados y en la introspección. En segundo lugar, cuando hay variables económicas por medio, “sumar” es algo más complicado de lo que parece. Por ejemplo, las siguientes proposiciones:
  1. “El progreso tecnológico destruye empleo. Si las máquinas hacen el trabajo, habrá menos trabajadores ocupados”.
  2. “Los inmigrantes nos roban los puestos de trabajo. Si volvieran a sus países de origen los inmigrantes que llegaron masivamente en años anteriores, el problema del desempleo sería mucho menos grave”.
  3. “La única solución al problema del desempleo es el reparto del trabajo. Solo reduciendo la jornada de trabajo, mejorarán las oportunidades de empleo de los parados”.
  4. “El retraso de la edad de jubilación reduce los puestos de trabajo disponibles para los jóvenes. Hay que adelantar la edad de jubilación para reducir el desempleo juvenil”.
  5. “Las importaciones también reducen el empleo. Solo con medidas proteccionistas se podrá reducir el desempleo”
  6. “El empleo solo depende de la demanda de productos. Solo aumentando el gasto público se pueden generar nuevos puestos de trabajo”.
comparten tres características: son el resultado de simples operaciones aritméticas, mucha gente piensa que son incontrovertibles y, sin embargo, son… manifiestamente falsas. El error que subyace a todas ellas es la idea de que la cantidad de trabajo está dada y, por tanto, cualquier cosa que genere una mayor disponibilidad de bienes y servicios, sea un incremento de la productividad, la llegada de inmigrantes, o importaciones, reduce el número de puestos de trabajo disponibles para los trabajadores nacionales. (La proposición #6 añade a este otros dos errores: pensar que solo con aumentos de gasto público se puede aumentar la demanda de productos y creer que todos los aumentos de gasto público aumentan dicha demanda). La idea de que la cantidad de trabajo está determinada exógenamente constituye una de las falacias más conocidas en Economía y, sin embargo, más repetidas en muchas de las propuestas de políticas de empleo.
La teoría: cuando las sumas no cuadran
Los sistemas económicos son complejos. En ellos, cada variable depende de los valores actuales y futuros de muchas otras, las cuales a su vez dependen de los valores actuales y futuros de las primeras. Es más, estas relaciones de dependencia son cambiantes en el tiempo, dado que las decisiones que toman los agentes económicos varían en función de sus expectativas sobre el comportamiento actual y futuro de otros agentes. Es por ello por lo que la evaluación de medidas de política económica requiere el uso de modelos económicos (que, necesariamente, han de ser dinámicos, es decir, han de tener en cuenta el futuro, de equilibrio general, es decir, han de tener en cuenta la determinación conjunta de todas las variables, además de lógicamente coherentes, es decir, adecuados a la cuestión que se quiere analizar). Y también por las mismas razones, la identificación de relaciones causales en Economía es todavía un ejercicio muy arriesgado, a pesar de los avances en los métodos de inferencia estadística y econométrica.
Volviendo a las versiones de la falacia de la cantidad fija de trabajo enunciadas anteriormente, estos son algunos de los efectos (explicados muy someramente) que hay que tener en cuenta en cada caso:
  1. Un aumento de la productividad implica que una determinada cantidad de bienes puede obtenerse con menos horas de trabajo. Como resultado, los precios de tales bienes pueden caer y/o los salarios aumentar. Sea por una u otra vía, la ganancia de salarios reales se traduce en una mayor demanda de consumo y/o de ocio, de manera que o bien se producen más bienes, o bien se reduce el número de horas de trabajo por trabajador. En cualquier caso, una vez combinados todos estos efectos, el número de personas ocupadas no necesariamente se reduce proporcionalmente con el aumento de productividad, sino que puede incluso aumentar. De hecho, la experiencia histórica muestra que el progreso tecnológico aumenta la renta de los trabajadores y el empleo, mientras que el tiempo dedicado al ocio no se ha reducido tanto. En una conferencia pronunciada en la Residencia de Estudiantes de Madrid, John Maynard Keynes, a pesar de su desinterés por el largo plazo, pronosticó que, como consecuencia del incremento de la productividad, la jornada normal de trabajo de la generación de sus nietos sería de unas 15 horas semanales. (En su discurso de ingreso a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Andreu Mas-Colell comenta la conferencia de Keynes y se muestra menos optimista sobre las posibilidades de ocio de la generación de nuestros nietos).
  2. La llegada de inmigrantes, o cualquier otro aumento de la oferta de trabajo, tiene igualmente efectos tanto  sobre la demanda como sobre la oferta agregada. Por una parte, los inmigrantes contribuyen a aumentar la demanda de bienes y servicios. Por otra, dependiendo de sus características, afectan a la composición de los bienes y servicios que se producen. Cuando son “complementarios” a los trabajadores nacionales, bien porque ocupen puestos de trabajo distintos o bien porque contribuyan a que la productividad de los trabajadores nacionales aumente, como ocurre, por ejemplo, cuando prestan servicios domésticos, la tasa de empleo de la población nacional puede aumentar. Por las mismas razones, que vuelvan los inmigrantes a su país de origen puede conducir a que haya menos producción, menos productividad y menos empleo para la población nacional.
  3. La reducción de la jornada normal de trabajo. Cuando se reduce la jornada normal de trabajo, el coste laboral aumenta, tanto más cuanto menor sea la reducción salarial que acompañe dicha reducción. Y también puede variar la productividad, en un sentido u otro dependiendo de las características de los puestos de trabajo. Si dicha reducción provoca un aumento del coste laboral unitario (coste laboral en relación a la productividad del trabajo), los precios de los bienes y servicios aumentarán, con lo que las empresas reducirán su demanda de trabajo. Por el lado de la oferta de trabajo, habrá trabajadores que preferirán pluriemplearse antes que aprovechar totalmente la disponibilidad adicional de ocio. Ambos efectos reducen el aumento de puestos de trabajo disponibles para nuevos trabajadores, que acaba siendo proporcionalmente menor que la reducción de las horas de trabajo por trabajador. Incluso, en una economía abierta, puede ocurrir que el empleo total disminuya, por la pérdida de competitividad asociada al incremento de los precios de los productos nacionales.
  4. El adelanto de la jubilación. El adelanto de la edad de jubilación es como una reducción de la jornada de trabajo, solo que concentrada al final de la vida laboral. Por tanto, sus efectos son similares, aunque que, en este caso, los efectos sobre el coste laboral se transfieren al conjunto de la sociedad a través de la financiación del sistema de pensiones (cuando este es de reparto y de prestación definida). Así, si el adelanto de la jubilación no va acompasado con una reducción proporcional de la pensión a recibir, será necesario aumentar la imposición sobre el trabajo, a través de cotizaciones sociales más elevadas. En consecuencia, la demanda de trabajo disminuirá. Por otra parte, la sustitución de trabajadores de edad avanzada por nuevos trabajadores es imperfecta, dado que las ocupaciones y cualificaciones profesionales de unos y otros no son las mismas. En definitiva, adelantar la edad de jubilación puede acabar implicando menos empleo, no más.
  5. Las importaciones. Los efectos de las importaciones sobre el empleo se producen a través de canales similares a los de la inmigración, excluyendo el efectos sobre la demanda agregada (los trabajadores que producen las importaciones consumen en sus países de origen, mientras que los inmigrantes, excepto por las remesas que envían a sus países, consumen en el país en el que producen). La apertura al comercio internacional, de hecho, aumenta el empleo cuando la asignación de recursos productivos es eficiente y el país receptor explota adecuadamente sus ventajas comparativas. Por ejemplo, hay dos maneras de aumentar la productividad, la renta y el empleo: invertir en I+D para tratar de reducir la brecha tecnológica en sectores de alto valor añadido o especializarse en los productos en los que se tiene ventajas comparativas y aumentar las exportaciones de estos productos. No siempre la primera opción es superior a la segunda.
  6. Un aumento del gasto público. Se ha escrito tanto y tan bien sobre multiplicadores fiscales en NeG (por ejemplo, aquí o aquí) que sería muy atrevido insistir en los posibles efectos de un aumento del gasto público sobre el empleo. Solo recordaré lo básico: dado que aumentos del gasto público pueden reducir el consumo y la inversión privados e incrementar las importaciones, no cabe convertir dichos aumentos en incrementos proporcionales del empleo. (Y para los que siguen insistiendo en la necesidad de utilizar una política fiscal más activa para luchar contra el desempleo en la situación actual, una recomendación: estacolumna de Raju Rajan en el FT.)
…y la evidencia empírica: cuando los datos son tozudos
La evidencia empírica en contra de las proposiciones enunciadas anteriormente es ingente. Como no podía ser de otra manera, los datos no contradicen a la teoría bien fundamentada. Lo que sigue es una selección de resultados empíricos que contradicen las proposiciones anteriores.
  1. Sobre la productividad y empleo. La evidencia empírica se construye principalmente mediante las comparaciones internacionales de las tasas de crecimiento tendencial de ambas variables y, en general, muestra que, si acaso, la correlación entre ambas es positiva (van Ark, Frankema y Duteweend).
  2. Sobre inmigración y empleo. Aquí la literatura empírica ha estudiado mayoritariamente la correlación entre la tasa de empleo de los trabajadores nacionales y la llegada de inmigrantes. En general, los resultados indican que si hay una relación causal negativa entre inmigración y empleo, esta es bastante tenue y está muy concentrada en colectivos de trabajadores de menor cualificación (para el caso español ver Amuedo‐Dorantes y De la RicaCarrasco, Jimeno y Ortega y Gonzalez y F. Ortega).
  3. Sobre reparto de trabajo y empleo. Ni en Alemania en los años ochenta, donde se intentó reducir la jornada de trabajo mediante la negociación colectiva, ni en Francia, a principios de los años ochenta y a finales de noventa, donde se impuso por ley, se ha observó que esta medida produjera un aumento del empleo (Hunt y Kramarz, Cahuc, Crépon, Nordstörm Skans, Schank, van Lomwel y Zylberberg).
  4. Sobre jubilación anticipada y empleo. En este caso, la evidencia empírica también se refiere a cada país. Un compendio de estudios que muestran que la jubilación anticipada no genera empleo es Gruber y Wiseel capítulo sobre España es de Boldrin, García-Gómez y Jiménez-Martín.
  5. Sobre comercio internacional y empleo. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, hubo una explosión de trabajos empíricos que mostraban poca relación entre importaciones y destrucción de empleo. Más recientemente, algunos trabajos empiezan a encontrar que, como en el caso de la inmigración, los efectos en determinados segmentos del mercado de trabajo pueden ser más grandes de lo que se pensaba (Molnar, Pain y Taglioni yAutor, Dorn y Hanson).
  6. Sobre gasto público y empleo. Algunos trabajos han utilizado VARs para estimar las funciones de impulso-respuesta del empleo a determinados cambios de la política fiscal. Con esta metodología, cuando se encuentra que un aumento del gasto público ha tenido efectos positivos sobre el empleo, estos son de magnitud limitada (Fatás y Mihov y Pappa).
Moraleja: En Economía las cosas no son tan fáciles. Por eso, se enseña en programas de doctorado compuestos por asignaturas que requieren elevados conocimientos analíticos y cuantitativos. Si se enfrenta a una propuesta económica basada en una sencilla operación aritmética, piense que es muy probable que se derive de un argumento erróneo. En cualquier caso, nunca está de más discernir entre las dos clases de economistas que señala mi amiga: los que utilizan modelos (“esquemas teóricos, generalmente en forma matemática, de un sistema o de una realidad compleja”) y los que solo siguen “modelos” (“arquetipos o puntos de referencia para imitarlos o reproducirlos”). ¿O son tres?

Comentarios
Quasimontoro
Si los datos son confiables acepto tu argumento, pero si el investigador no ha verificado personalmente la calidad de los datos ¿cómo puede confiarse?
Por ejemplo, en 1994-97 yo trabajé como asesor económico en China y construí a partir de datos oficiales mis propias estimaciones de fuentes y usos de fondos que mostraban claramente que esos datos eran poco confiables. La gran mayoría de economistas que hoy analizan la economía china no pueden construir y actualizar estimaciones similares por su alto costo y hay que ser meticuloso y quisquilloso para querer hacerlo. Puedes leer los trabajos de Gregory Chow (conocido profe de econometría) usando los datos oficiales chinos.
Te puedo contar historias similares sobre otros datos (por ejemplo, todos los datos financieros que en Occidente son preparados para cumplir con regulaciones y que ni los reguladores ni auditores bien pagados han verificado). Y no hablemos de los datos de empleo y desempleo y peor todavía los datos sobre el “verdadero“ costo de un trabajador para las empresas y sus grandes diferencias con el salario que normalmente se usa en los análisis económicos. Por suerte, unos pocos economistas se han tomado el tiempo y dispuesto de los recursos para verificar la calidad de los datos –el lado malo es que han dejado en evidencia la pobreza de los datos.
MAnu
En un momento en el que voces cualificadísimas, –como Skidelski, presidente muchos años de la profesión en Inglaterra, o Posner y muchos otros–, están cuestionando el manifiesto refugio de muchos profesionales en lo “cuantitativo” resulta un tanto expuesto el intento de sostener dicho enfoque en una ciencia que no tiene una unidad de medida fiable en gran parte de sus métricas y datos.
Es cierto que los ejemplos citados son falsos, es decir, “dependen”. Dependen de lo que no sabemos ni se dice, que siempre es más de lo que creemos.
Habida cuenta de los resultados obtenidos tras cuarenta años de “retiro cuantitativo” vale la pena recordar la reflexión de Abramowich al contemplar que las variables principales de sus modelos dejaban sin explicar el 85% de las mejoras de productividad USA en en siglo.
Él reconoció que el Residuo de Solow era “el indicador de nuestra ignorancia”.
O como sucedió el año pasado que entre los 20 mejores artículos del primer siglo de American Economic Review no había ninguno de los últimos 30 años.

Claro que hay que medir, naturalmente.
Pero al tiempo reconozcamos lo penoso de las métricas y el hecho escasamente banal de que nunca hay fondos ni datos para analizar o medir lo que el sistema no quiere que se estudie.



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