En busca de equilibrio -Jeffrey Sachs

En busca de equilibrio
Los países ricos han prometido repetidamente a los países pobres apoyo financiero y logístico que nunca se ha materializado | Ningún problema actual ¿pobreza, energía limpia y seguridad nacional¿ está más allá de nuestros medios técnicos e intelectuales | Es tiempo de rehacer la mente y el espíritu | Los estadounidenses están más desplomados que nunca; los bienes abundan, pero la felicidad escasea notablemente


Jefrrey Sachs, economista estadounidense, promovió en las décadas de 1980 y 1990 la llamada "terapia de choque" para combatir la hiperinflación. Especialista en temas mundiales de desarrollo sostenible, dirige el Instituto Earth, en la Universidad de Columbia (Nueva York).

La mejor idea del 2010 vino del reino montañés himalayo de Bután. De pie frente a líderes mundiales durante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas celebrada en septiembre, el primer ministro Jigmi Thinley formuló la cuestión económica decisiva de nuestro tiempo: “Conforme toda nuestra gente se eleva por encima de las amenazas de supervivencia básica, ¿cuál será nuestro esfuerzo colectivo como sociedad progresista?”.

Propuso una respuesta: hagamos, dijo, que “la búsqueda consciente de la felicidad” sea un nuevo pilar de la cooperación global, el “noveno Objetivo de Desarrollo del Milenio”. Mirando todo desde el costado de la sala, me encontraba deleitado mientras vítores y aplausos espontáneos corrían por toda la asamblea por primera vez en un largo día de discursos.

Efectivamente, en el mundo abundanpreocupaciones y escasea felicidad. El problema, como lo explicó incisivamente el primer ministro Thinley, no es realmente una escasez de bienes materiales, ni siquiera en un año de recesión económica. El mundo es más rico que nunca en la historia; ese es ciertamente el caso de los países más ricos, aun los que sufren crisis cíclicas. La felicidad, según la gran tradición de budismo himalayo de Bután, no viene de la cruda búsqueda de ingresos sino, en palabras de Thinley, de un “juicioso equilibrio entre las ganancias de comodidad material y el crecimiento de mente y espíritu en un ambiente justo y sustentable”.

En ese sentido, el mundo está lejos del equilibrio. Por mucho que los economistas intenten restaurar el equilibrio en la oferta y la demanda agregada, al valor relativo de las monedas nacionales, los desequilibrios de nuestra sociedad son mucho más profundos que las singularidades de los agregados macroeconómicos. Hay poco de juicioso en nuestro equilibrio actual de ganancias materiales y el crecimiento de la mente y el espíritu. La humanidad ha mostrado aún menos capacidad para equilibrar la producción y la sostenibilidad ambiental. El gran reto para el 2011 y después es encontrar ese nuevo equilibrio juicioso.

La sensación de desequilibrio en ningún lado es mayor que en Estados Unidos. Con todos los problemas verdaderamente reales del estallido de una burbuja residencial, alto desempleoydéficit presupuestario fuera de control, Estados Unidos sigue siendo la economía más productiva y dinámica del mundo. Las largas filas, de día y de noche, frente a las dos megatiendas de Apple en Manhattan reflejan una economía que todavía puede producir profusamente lo más nuevo y ver cómo se esparce como incendio natural por toda la nación y elmundo. No obstante, los estadounidenses están más desplomados que nunca. Los bienes abundan, pero la felicidad escasea notablemente. Parte del problema, por supuesto, es que los bienes abundan en promedio, pero no así para las decenas de millones de familias que viven en la pobreza o que se tambalean precariamente al borde de esta. La desigualdad en el ingreso de Estados Unidos es pasmosa: el valor neto del 1% de las familias más ricas es igual al valor neto del 90% más pobre.

Las llamativas desigualdades actuales de Estados Unidos superan las que precedieron a la Gran Depresión, y probablemente al exceso de la era dorada de los capitalistas estadounidenses del siglo XIX que amasaron grandes fortunas de procedencia dudosa.

El rescate de los banqueros y de los bancos del 2009 recordó a los estadounidenses que la riqueza ostentosa lleva aque la política ostentosa cause lo necesario para una seria tanda de infelicidad y una seria necesidad de reforma política y económica.

Pero los problemas son aún más profundos. Estados Unidos cayó en su propia trampa, voluntariamente y con pleno con- sentimiento. Los estadounidenses han votado por candidatos que prometen reducciones fiscales para los ricos, recortar programas sociales para los pobres y rechazar legislaciones que combatan el cambio climático inducido por los humanos, siendo Estados Unidos uno de sus principales contribuyentes mundiales. Los estadounidenses respaldaron fuertemente las invasiones de Afganistán e Iraq, hasta que esos violentos percances les salieron mal. Las familias estadounidenses se endeudaron hasta el cuello, hasta que los reveses del mercado llevaron a una epidemia de juicios hipotecarios de vivienda y bancarrotas personales.

Yno sólo es culpa de Estados Unidos. El mundo es el autor de sus excesosy crecientes desequilibrios. En su búsqueda de crecimiento económico superhumano, China ha saqueado sus ríos y su aire. Brasil e Indonesia han aceptado una intolerable destrucción de los bosques que aún quedan en el mundo.Ypese a 16 encuentros anuales desde que en 1994 entró en efecto el tratado de cambio climático, el mundo entero no ha acordado un plan práctico para evitar el peor de los cambios climáticos inducidos por el hombre ni para adaptarse eficazmente a los cambios climáticos que ya se sufren.

El mundo ha mostrado negligencia similar para proteger a su gente más vulnerable. No hay consuelo en el hecho de que 140 líderes mundiales vinieran en septiembre a las Naciones Unidas para volverse a consagrar a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, aceptados mundialmente para combatir la pobreza, el hambre y las enfermedades. Pese a la guerra, la inestabilidad y la recesión, han conservado un lugar en la política y la conciencia globales.

No obstante, los países ricos han prometido repetidamente a los países pobres apoyo financiero y logístico que nunca se ha materializado. Casi un año después del devastador terremoto de Haití, que dejó a cientos de miles de personas desplazadas y sin techo, el Congreso de Estados Unidos no ha asignado ni un centavo de los fondos de reconstrucción, pese a las repetidas promesas de ayuda.

Conforme entramos en un nuevo año y década y nos acercamos al último lustro de la fecha impuesta para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, debemos tener como objetivo un nuevo “equilibrio juicioso”. La desesperada embestida de la década pasada para obtener rendimientos y ganancias militares nos ha bajado de nivel. Es tiempo de rehacer la mente y el espíritu. La clave está en pensar con mucha mayor claridad los deseos y las necesidades y, por tanto, reequilibrar nuestra energía personal y política.

El primer reequilibrio debería ser entre los ricos y los pobres. Las brechas tradicionales entre los mundos “desarrollado” y “en desarrollo” se están cerrando, gracias a unnotable crecimiento de las economías emergentes. El pequeño G-8 –Estados Unidos, Europa y Japón– ya ha cedido a un G-20 más grande, que incluyea China, India, Brasil y otras varias economías emergentes. Urge agrandar aún más el círculo para que los países más pobres de la actualidad puedan meter un pie en la prosperidad y participar plenamente en el liderazgo mundial.

Por supuesto, debemos hacer lo mismo dentro de nuestras propias divididas sociedades. Estados Unidos y otras sociedades altamente desiguales necesitan reequilibrar una cultura de superriqueza acompañada de pobreza denigrante. Ciertamente no hay ninguna barrera técnica para garantizar que todo niño, pobre o rico, pueda acceder a un sistema de salud decente, educación de calidad y plena participación en la economía. Los ricos de Estados Unidos tienen una riqueza que supera sus necesidades más extravagantes. Reunirse en el esfuerzo para acabar con la pobreza impulsaría enormemente su felicidad, así como la de otros.

El segundo reequilibrio debe ser entre el presente y el futuro. Nuestra economía consumista impulsada por los medios alimentó la alocada búsqueda de consumismo sobre todo lo demás de los últimos 20 años. En vísperas de la crisis financiera, los estadounidenses y muchos otros dejaron de ahorrar y, en cambio, se fueron encima de las tarjetas y contrataron créditos hipotecarios de riesgo ofertados por prestamistas irresponsables. Mientras examinamos el naufragio financiero, decidámonos a dejar de engañar al futuro.

El tercer reequilibrio debe ser entre la producción y la naturaleza. Nuestro PNB registra rutinariamente cada árbol caído, capa freática sobreexplotaday pesca excesiva de vida marina en peligro de extinción como parte de nuestro ingreso nacional, cuando la realidad es que simplemente es un agotamiento de nuestro capital natural. Hemos llegado a las fronteras planetarias de la supervivencia ecológica. Es tiempo de llegar a una nueva conciencia de nuestra fuerza destructiva y retroceder antes de que sea demasiado tarde.

El cuarto reequilibrio debería ser entre el trabajo y el ocio. Cuando los grandes economistasymejoradores sociales del pasado intentaron idear un futuro de esplendor tecnológico, se imaginaron que la humanidad se lo cobraría con mucho más tiempo de ocio y consideración por los placeres más finos de la vida: disfrutar las artes, aprendizaje para adultos, tiempo para los amigosymayor recreación. Sin embargo, el esplendor tecnológico ha llegado y nuestro frenesí es más grande que nunca, por lo menos en Estados Unidos y otras economías híperconsumidoras. Si en cambio nos damos un reposo y reducimos nuestras horas de trabajo, puede haber mayor diseminación del trabajoymucha mayor consideración por nuestra salud y bienestar a largo plazo.

El quinto reequilibrio debe ser en nuestra concepción de seguridad nacional. Estados Unidos actualmente destina a su ejército alrededor de 750.000 millones de dólares, pero únicamente 15.000 millones a ayudar a que los países más pobres del mundo luchen contra enfermedades, hambre y hambrunas. En Afganistán, casi 100.000 millones de gasto militar son acompañados por mil o dos mil millones anuales para apoyar el desarrollo, suma absurdamente baja. La tragedia y la ironía, por supuesto, es que la inestabilidad en Yemen, Somalia y otros sitios no tiene raíces ideológicas per se sino en el hambre, el analfabetismo, la falta de empleo, la desesperación y ladesesperanza. Todos los ejércitos y los misiles guiados del mundo nunca construirán los pozos, las clínicas, las escuelas y las granjas productivas que por sí solas pueden llevar verdadera paz a los países azotados por conflictos.

Todas las grandes tradiciones religiosas del mundo hacen recomendaciones similares a lo tan maravillosamente expuesto por el primer ministro Thinley. El Evangelio también nos advierte que podemos ganar el mundo, pero perder nuestras almas. Entramos en el 2011 confundidos, desmoralizados y sintiéndonos empobrecidos; no obstante, vivimos la mayor productividad y prosperidad de la historia humana. Ningún problema actual –pobreza, energía limpia y seguridad nacional– está más allá de nuestros medios técnicos e intelectuales. Nuestros problemas yacen en otro lado, en nuestra confusión sobre las fuentes de la felicidad final. Si podemos avistar la fuerza de nuestras herramientas y el anhelo por los placeres más profundos de la vida, entonces el 2011 puede ser el inicio de una nueva era de bienestar. La decisión es nuestra y de nadie más.

http://www.lavanguardia.es/20101220/54089918733/en-busca-de-equilibrio.html

1 comentario:

BartolomeC dijo...

Ramón:Me gustaría saber cuántos de esos 140 dirigentes mundiales tienen realmente capacidad para crear una empresa por ellos mismos.?

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