El profesor Rojo, un gran economista español
EL lema del profesor Rojo quedó bien claro en el final de su conferencia «El pensamiento macroeconómico en cinco décadas», pronunciada el 21 de marzo de 1994 en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid, con motivo de su L aniversario. Jugando con una frase de un Samuelson fascinado por Keynes, como le ocurrió a Rojo no solo en su primera etapa, sino, lógicamente, siempre, señaló ese día: «Lo afortunado es, simplemente, ser joven y tener tiempo por delante para estudiar economía, si a uno le divierte, o estar a tiempo para dejarla, si a uno no le interesa».
Nacido en 1934, a Rojo le interesó la economía con intensidad suma tras licenciarse en Derecho y asomarse a ella para opositar, brillantemente —obtuvo el nº 1—, al cuerpo de Técnicos Generales del Estado, e incluso porque al hacerlo dejaba a un lado una posible brillante carrera literaria, que inició con su llegada como finalista al entonces famoso premio Sésamo. Por supuesto que esto último seguro que le hizo más fácil su entrada en la Real Academia Española, por cierto con un estupendo estudio de aspectos económicos españoles contemplados a través de Galdós. Pero al observar ahora toda su vida, es evidente que el tirón de la economía se convirtió en lo preponderante en él, y eso se evidencia en su impacto colosal en dos ámbitos.
El primero se inicia tras ser un estudioso en ese ámbito extraordinario de la London School of Economics, y se coronó con su doctorado en Ciencias Económicas en la Universidad Complutense con una tesis dirigida por el profesor Castañeda: «Un examen crítico de la denominada hipótesis Heckscher-Ohlin». Ahí inició una espléndida carrera docente —el interés con que sus alumnos seguían sus clases no es para contado— , y en esa universidad se convirtió en catedrático de Teoría Económica en 1966. Su papel entonces fue el de defender, a partir de su libro «Keynes y el pensamiento macroeconómico actual» (Tecnos, 1965), el pensamiento macroeconómico derivado del keynesianismo. Por supuesto que, como toda una generación muy amplia de grandes economistas, evolucionó y revisó su pensamiento. Un párrafo central de su ensayo publicado en 1984 y titulado «Keynes, su tiempo y el nuestro» es este: «El autor, como casi todos los de su generación, se educó en una firme ortodoxia keynesiana, en lo que estuvo instalado mucho tiempo; pero ha procurado no ignorar las críticas a esa ortodoxia ni cerrar lo ojos a la erosión que iba produciendo en ella la experiencia acumulada». Recuerdo el momento en que Enrique Fuentes Quintana, en el Servicio de Estudios del Ministerio de Comercio, agitaba ante un pequeño grupo, en el que estaba también Rojo, un ejemplar de The American Economic Review, el de marzo de 1968, mientras nos decía: «Leed este artículo de Friedman. Los que todavía sois keynesianos debéis subrayarlo». Se tradujo de inmediato en «Información Comercial Española», donde convivían Fuentes y Rojo. Así comenzamos a conocer todos esta crítica a Keynes a partir del número de esta revista de enero de 1969. Quizás ahí está, a mi juicio, la raíz inicial del trabajo que publicaría en colaboración con José Pérez, en 1977, «La política monetaria en España: objetivos e instrumentos».
La culminación de muchos de estos planteamientos de Rojo se encuentra en sus aportaciones en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la que había ingresado en 1984, en la medalla 10, que había pertenecido a otro gran economista, Valentín Andrés Álvarez. Su última disertación, colocada bajo el polémico título, cosa que a Rojo le entusiasmaba, de «Indicios de recuperación», se escuchó el 19 de enero de 2010. Todos quedamos impresionados —ya se encontraba muy enfermo— por el esfuerzo que hizo aquel día para darnos sus últimas y valiosas impresiones sobre la evolución de nuestra crisis.
Pero no se puede ignorar el segundo gran ámbito: haberse convertido en un gran servidor público. Su ingreso en el Ministerio de Comercio tuvo lugar en 1957. De inmediato, bajo la dirección de Manuel Varela y de Fuentes Quintana, participó activamente en mil aspectos relacionados con la preparación del Plan de Estabilización de 1959. ¡Y lo bien que explicaba cómo se había gestado ese cambio radical en la economía española! Siempre recordaré aquella crónica oral que me hizo sobre cómo Per Jacobson —el director del FMI convenció a Franco de que el dólar debería equivaler a 60 pesetas. Y a partir de ahí, pasó, con Sardá, al Servicio de Estudios del Banco de España, del que se convirtió en director general en 1971. Desde entonces hasta 1988 lo transformó en un lugar de investigación de la economía, al servicio del conocimiento de la española, realmente impar.
En realidad, en ese Servicio de Estudios, en buena parte en relación con su cátedra universitaria, creó una auténtica escuela del profesor Rojo, entre otras cosas, porque él era un escolarca auténtico. Todo lo que inmediatamente sigue procede del excelente trabajo de Pablo Martín Aceña «Los estudios de macroeconomía en España: las enseñanzas del profesor Rojo», aparecido en el volumen «La consolidación académica de la economía», de esa obra colosal de Fuentes Quintana, «Economía y economistas españoles»: «La singularidad de algunas personas que gozan del carisma para rodearse de colaboradores competentes marca las instituciones, dejando en ellas una huella que, sin su presencia, no existiría. A diferencia de sus antecesores en la dirección de la unidad, Olegario Fernández Baños, Germán Bernácer, Mariano Sebastián Herrador, Juan Sardá, Ángel Madrazo, el profesor Rojo forjó un Servicio de Estudios en el que dejó reflejadas sus preferencias analíticas, su personalidad de académico y profesor universitario y su modo de entender la misión de un banco central».
De esta forma, como señala Martín Aceña, este Servicio de Estudios se convirtió en «una verdadera oficina de asesoramiento e investigación» que transformó radicalmente el Banco de España. Puso así en acción políticas estabilizadoras de la demanda, y todo ello sin abandonar los estudios básicos de economía —desde los econométricos a los de historia económica— y sin perjuicio de un asesoramiento continuo a los dirigentes de la política económica española.
En 1988 pasó a ser subgobernador del Banco de España, y desde 1993 a 2000 fue el gobernador que, por ejemplo, tuvo que lidiar con el problema de reorganizar la Banca española tras la tremenda crisis que la había zarandeado desde 1977 hasta 1993. También de cuidar la peseta dentro de los crujidos del Sistema Monetario Europeo y, finalmente, de atender su marcha hasta disolverse en 1999 en el euro. España le debe mucho tras estos trabajos que transcurren de 1957 al año 2000, en el que deja el puesto de gobernador.
Conjuntó, pues, docencia, investigación, creación de un haz de economistas fundamentales para la marcha de nuestra economía —me basta con mencionar a Julio Segura, a Antonio Torrero, a Carlos Sebastián— y servicio público. Como señala José Pérez en un texto recogido por ese gran biógrafo de Rojo que es Pablo Martín Aceña, gracias a esa confluencia fue posible que ganasen los que apostaban «por una política monetaria combativa contra la inflación y los desequilibrios». Bajo su dirección se construyó un esquema de intervención, que se probó que funcionaba. Y después se lanzó «a una segunda batalla, en torno a una idea-fuerza: la reforma del sistema financiero y la mejora del funcionamiento de los mercados». Y en todo eso salió victorioso. Por eso le lloramos.
Por Juan Velarde Fuertes, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.