Prosperidad para todos
Antón Costas-
La ira de los que se han quedado atrás en el disfrute de
la prosperidad se extiende a nuevos grupos de población. Este pasado
fin de semana hemos visto “La revuelta de la España vaciada”. Las
pequeñas ciudades y las comunidades rurales –que se han visto
empobrecidas por la pérdida de empleo y de expectativas provocadas por
la deslocalización industrial y el deterioro de los servicios públicos
básicos– han salido a la calle para denunciar su abandono.
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Este malestar de las comunidades de las pequeñas ciudades y
del mundo rural viene a sumarse al de los nuevos trabajadores pobres de
las periferias y guetos urbanos, al de las clases medias empobrecidas y
a la nueva pobreza de jóvenes (sin empleo, ingresos ni vivienda).
Hay frustración, angustia e ira en una gran parte de
nuestra sociedad. Los populistas tienen buen olfato para oler la sangre
de ese dolor. Aciertan al identificar los problemas, pero no tienen
buenas soluciones. Aunque saben explotar la ira de la gente y sacar
réditos electorales. Los demócratas progresistas no pueden limitarse a
demonizar a los populistas. Tienen que pelear en su propio campo,
ofreciendo mejores respuestas.
¿Cuál es la fuente que alimenta el malestar social? La
causa primaria es que la economía ya no sirve al bien común, a los
intereses de la mayoría. Sólo beneficia a unos pocos. Esta causa primera
ha activado una segunda fuente de malestar de naturaleza cultural e
ideológica: el rechazo a los inmigrantes y a los derechos civiles de las
minorías y de las mujeres.
No siempre fue así. La economía funcionó en el sentido del
bien común durante los Treinta Gloriosos años tras la Segunda Guerra
Mundial (en España, más tarde). Pero el nexo entre economía y
prosperidad inclusiva comenzó a romperse en los años setenta, cuando el
crecimiento comenzó a debilitarse. Los anglosajones respondieron con las
políticas neoliberales. Los europeos con la integración y el euro. En
ambos casos se olvidó a los perdedores. Se les dijo que abandonaran sus
comunidades y buscaran la prosperidad en otros lugares; o se resignaran a
permanecer en el olvido y malvivir.
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¿Qué hacer?
Las desigualdades y nuevas formas de pobreza
son tan profundas y amplias que los remedios tradicionales no serán
suficientes. El populismo de izquierdas propone una mayor redistribución
(más impuestos y gasto social) y proteccionismo. El populismo de
derechas y el nacionalismo coinciden en acentuar el proteccionismo y
añaden frenar la inmigración para que no se utilicen los recursos del
Estado social en perjuicio de los nativos. Pero no son remedios
adecuados.
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Además de actuar sobre la distribución, tenemos que
hacerlo también sobre la predistribución; es decir, la distribución de
la renta (salarios, sueldos y dividendos) que se hace en el seno de las
empresas y de los mercados (precios). Necesitamos fomentar una economía
vigorosa e innovadora; una gestión macroeconómica que evite las
recesiones largas; unos mercados de bienes y servicios competitivos, que
impidan que las empresas con poder de mercado (y los cárteles) exploten
a sus clientes y extraigan injustamente renta disponible de los
hogares; una nueva ética empresarial cuyo fin no sea maximizar el valor
para los accionistas y directivos sino el valor para el conjunto de la
sociedad, comenzando por sus trabajadores; unas comunidades locales
dinámicas, ayudadas por una nueva política industrial y financiera que
apoye sus iniciativas.
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Ahora sólo quiero resaltar otra actuación fundamental, que
es previa a la predistribución y a la distribución. Es la capacitación
de las personas antes de que comiencen su vida laboral y profesional. La
educación.
Las desigualdades en educación están determinando las
desigualdades de renta, riqueza y oportunidades. Debido a diferencias
educativas, la desigualdad se está volviendo dinástica, con una
meritocracia hereditaria y tramposa (véanse las trampas en el caso del
acceso a las universidades de élite en Estados Unidos). Algunas personas
nacen ricas, pero la gran mayoría son pobres desde el mismo día en que
vienen al mundo. La movilidad social ha desaparecido. Ahora se
necesitan cuatro generaciones para mejorar la posición. Antes se lograba
en una generación. El discurso de la excelencia y del talento como
justificación de las diferencias de renta y riqueza es elitista. La
providencia distribuye de forma equitativa el talento innato, sin
distinguir entre razas, sexo y condición social. Es el sistema
educativo el que introduce desigualdades.
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Mientras la prosperidad no vuelva a alcanzar a
todos, el terreno estará abonado para todo tipo de populismos políticos,
ya sean de izquierdas, de derechas o identitarios.
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-https://www.lavanguardia.com/opinion/20190403/461440293435/prosperidad-para-todos.html
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