Parag Pathak: ganador de la Medalla Clark 2018

Parag Pathak: ganador de la Medalla Clark 2018


 

El final de la convergencia regional en España.Alfonso Díez-Minguela, Julio Martinez-Galarraga y Daniel A. Tirado-Fabregat.




El final de la convergencia regional en España


admin 12 comentarios
PIB per cápita, 2015
Hace ya cuatro décadas que la desigualdad regional en España empezó a aumentar y desde entonces esta tendencia no ha hecho más que reforzarse. Éste es uno de los resultados que destaca un libro recientemente publicado en el que hemos analizado la evolución de la desigualdad regional en España desde el inicio del proceso de desarrollo económico, allá  por mitad del siglo XIX, hasta la actualidad (aquí). Además, y aún teniendo en cuenta que siempre es difícil anticiparse al desarrollo futuro de un fenómeno económico, hay motivos para pensar, especialmente cuando se aproxima el tema desde una perspectiva de largo plazo, que el aumento de la desigualdad territorial no ha hecho más que comenzar y que quizá ha llegado para quedarse, al menos por un tiempo.
Antes de desgranar algunos de los resultados obtenidos para el caso español, creemos que conviene remarcar un par de aspectos que sitúen en un contexto más amplio la discusión. Por un lado, el aumento de la desigualdad regional desde principios de los años ochenta no es exclusivo de la economía española, sino que atiende a un fenómeno más general. En un par de entradas recientes (aquí y aquí) ya comentamos la situación actual en la Unión Europea y mostramos que en economías de nuestro entorno como Francia e Italia el repunte que marca el final de la convergencia regional en las últimas décadas es también claramente visible. Por otro lado, ante esta situación, resulta difícil no vincular, dada la similitud en la cronología, el aumento de la desigualdad interpersonal, tal y como han señalado Milanovic (aquí) o Atkinson, Piketty y sus coautores (aquí y aquí), con el aumento de la desigualdad territorial.
En este contexto, hay razones de peso que explican que la desigualdad territorial haya atraído la atención de académicos, políticos e instituciones internacionales en los últimos años. De una parte, las exitosas experiencias de crecimiento de países emergentes como China o India han venido acompañadas de un notable avance en la desigualdad económica territorial. Por otra, la preocupación por las desigualdades territoriales también está presente en economías desarrolladas como la Unión Europea (UE), que destina una parte importante de su presupuesto a políticas de cohesión. A su vez, las recientes victorias electorales de los partidarios del Brexit en el Reino Unido o de Donald Trump en Estados Unidos no son sólo reflejo de una creciente desigualdad económica y polarización social, sino que también muestran unos marcados patrones espaciales. Un ejemplo de este patrón espacial sería el declive relativo que han experimentado zonas antaño prósperas y dinámicas como el norte de Inglaterra o el cinturón industrial de EEUU y que en las últimas décadas han sufrido un intenso declive económico; en ambos casos, estos territorios han nutrido las urnas de votos a favor del Brexit y de Trump apostando por un cambio radical en el status quo. De hecho, en la Europa actual la cuestión territorial presenta además otras aristas que generan tensiones añadidas que trascienden a la propia economía. Lejos de ser el único motivo, la cuestión territorial se manifiesta en el auge de movimientos políticos que promueven cambios profundos en las estructuras territoriales y de decisión política en diversos países como el propio Reino Unido (con el referéndum de independencia que tuvo lugar en Escocia en 2014), Bélgica, o con el auge del movimiento independentista catalán.
En cualquier caso, el aumento de la desigualdad regional de las últimas décadas es resultado de un largo proceso histórico. Mientras la historia económica (aquí) muestra que las primeras fases del desarrollo suelen ir acompañadas de un aumento de la desigualdad territorial, que posteriormente tiende a disminuir, la teoría del crecimiento económico ha explicado esta pauta de U-invertida (aquí). Los shocks tecnológicos que alimentan el crecimiento económico se concentran inicialmente en aquellas regiones con mejor dotación de factores o instituciones y la desigualdad territorial tiende inicialmente a crecer. No obstante, la difusión de las nuevas tecnologías desde la región líder a las seguidoras provoca el inicio de un proceso de convergencia regional impulsado por el catch-up tecnológico y los flujos de factores. En este contexto, las desigualdades territoriales pueden ser mayores en un entorno económico de mayor globalización, es decir, existe una relación positiva entre apertura comercial y desigualdad territorial. Estos trabajos (aquí, aquí y aquí), señalan, asimismo, que con el aumento de la desigualdad regional en las últimas décadas se está fraguando una relación en forma de N entre desigualdades territoriales y desarrollo económico (similar a la curva en forma de elefante de Milanovic).
Dentro de este contexto, nuestro trabajo estudia la evolución de la desigualdad regional en España en el largo plazo. La observación del gráfico 1 permite extraer algunas conclusiones. En primer lugar, que la desigualdad territorial en la actualidad es más baja que la registrada al inicio del proceso de desarrollo económico español. Segundo, que ha habido periodos de divergencia y de convergencia: la desigualdad regional aumentó entre 1860 y 1910, y se redujo a lo largo de los periodos 1910-1950 y, especialmente, 1950-1980. Tercero, que la etapa que se abre con el acceso de la economía española a la UE, ha contemplado un nuevo avance de las desigualdades territoriales. Como consecuencia de todo ello, la desigualdad económica regional en España dibuja también una curva en forma de N, de manera que desde los años ochenta se asiste a un incipiente crecimiento de la desigualdad territorial.
Gráfico 1. Desigualdad regional en PIB por habitante en España, 1860-2015.
Para profundizar en esta visión general, hemos examinado también el conjunto de la distribución, con objeto de captar las diferencias entre regiones ricas y pobres, así como sus cambios a lo largo del tiempo. Del gráfico 2 se desprenden algunas pautas que permiten entender mejor la evolución que ha seguido la desigualdad regional en España. Al inicio del proceso de desarrollo económico, cuando la desigualdad regional era todavía relativamente baja, un grupo numeroso de provincias se agrupaba en torno a la media española. Sin embargo, a partir de entonces se observa que el inicial avance en la desigualdad constatado en el gráfico 1 se explicaría por el despegue de unas pocas regiones que se distanciaron del resto de la economía (Cataluña, País Vasco, Madrid). En las primeras décadas del siglo XX, la distribución empezaría a mostrar un cambio de tendencia, que se manifiesta en el acercamiento de las regiones con mayor renta a valores cercanos a la media. Desde mitad del siglo XX se va conformando, no obstante, una estructura cada vez más bimodal o polarizada, lo cual indica la existencia de un considerable número de regiones que tienen niveles de renta por encima de la media frente a otras que se agrupan en valores marcadamente inferiores a ésta. Es decir, desde los años ochenta, el aumento de la desigualdad ha venido acompañado por un reforzamiento de la polarización. O, dicho en otras palabras, los niveles de renta provinciales se agrupan en torno a dos medias que se están distanciando.
Gráfico 2. Densidades de Kernel del PIB por habitante (provincias), España 1860-2015.
Finalmente, cabe preguntarse si existen patrones geográficos en la distribución de la desigualdad regional y su evolución en el tiempo. El siguiente mapa muestra las provincias coloreadas siguiendo una escala de grises en función de su nivel de renta. Esta primera aproximación permite constatar que en el arranque del proceso industrializador a mitad del XIX no se observa patrón geográfico alguno en los niveles de renta. No obstante, a lo largo de la primera mitad del siglo XX, se conforma, de forma gradual, un patrón espacial caracterizado por la existencia de un gradiente de rentas que recorre la península desde el noreste (ricas) hacia el suroeste (pobres), y que se fue consolidando hasta los años ochenta. Desde entonces, el mapa va mostrando una mayor división norte-sur, en el que los territorios de menor renta se van concentrando en un territorio (creciente) que recorre, de este a oeste, todo el sur peninsular. Conjuntamente, pues, se puede definir esta realidad como un caso de polarización espacial.
Mapa 1. PIB por habitante por provincias, España 1860-2015.
La situación descrita hasta aquí se ha de enmarcar dentro del contexto general de la economía mundial. En este sentido, las primeras décadas del siglo XXI se caracterizan por el intenso cambio tecnológico, vinculado a las TICs, y una creciente globalización de los mercados de bienes y servicios, y de los mercados de capitales, pero sin grandes flujos migratorios internacionales o regionales. Es en un escenario como éste en el que hay que situar los tres elementos claves vinculados a la desigualdad regional en España: primero, que la desigualdad regional está creciendo; segundo, que se está dando una polarización de rentas entre territorios relativamente ricos y pobres (en este sentido, el ejemplo europeo muestra una situación general de mayor protagonismo de las regiones que albergan las capitales de los estados); y tercero, que se está conformando un marcado y persistente patrón geográfico norte-sur.
En un contexto como el descrito, se dan las condiciones para la aparición de nuevas tensiones sociales y políticas de las que son claro reflejo el ascenso de fenómenos que ponen en cuestión los ámbitos institucionales y territoriales de toma de decisiones (el anti-europeísmo) o de repliegue ante los efectos territoriales de la globalización (regreso al discurso proteccionista o anti-inmigratorio). En este sentido, el empobrecimiento relativo de regiones tradicionalmente prósperas o la creciente brecha de rentas existente entre las regiones más ricas y las más desfavorecidas, ha asentado la percepción de que, en palabras de Andrés Rodríguez-Pose (aquí), en el actual contexto de cambio tecnológico y globalización, hay territorios que “no importan” y ello está motivando su “venganza política”.

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 http://nadaesgratis.es/admin/el-final-de-la-convergencia-regional-en-espana
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Javier dice:
Muy interesante la entrada, especialmente el gráfico que muestra la progresión de la desigualdad en España desde el siglo XIX. Es especialmente clara la tendencia a polarizarse en un eje Norte-Sur.
Sería interesante analizar si el modelo autonómico implantado tras la Transición ha tenido que ver en este fenómeno, y si ese fuera el caso, qué otro modelo se podría proponer para revertirlo.

Sobre dinero, deuda, fideicomiso y banco central.Claudio Borio

El documento analiza las propiedades de un sistema monetario que funciona bien, tanto en su funcionamiento diario como a largo plazo. Define un sistema monetario como dinero más los mecanismos para la ejecución de pagos. Se basa en la teoría, la historia y la experiencia práctica.
Contribución

El documento proporciona un marco para pintar una imagen coherente de un amplio conjunto de temas que se analizan por separado en economía. El marco abarca dinero, pagos, operaciones monetarias, criptomonedas, neutralidad monetaria, banca libre, inflación y la relación entre la estabilidad monetaria y financiera. El documento destaca el papel de las instituciones de fomento de la confianza, en particular los bancos centrales. Se basa en las lecciones de la historia del dinero, el crédito, los bancos y los bancos centrales.

On money, debt, trust and central banking

BIS Working Papers  |  No 763  | 
11 January 2019
PDF full text
 (424kb)
 |  31 pages

Summary

Focus

The paper discusses the properties of a well functioning monetary system, in both its day-to-day operation and the longer run. It defines a monetary system as money plus the mechanisms for the execution of payments. It draws on theory, history and practical experience.

Contribution

The paper provides a framework to paint a coherent picture of a broad set of issues typically analysed separately in economics. The framework covers money, payments, monetary operations, cryptocurrencies, money neutrality, free banking, inflation and the relationship between monetary and financial stability. The paper highlights the role of trust-building institutions, notably central banks. It draws on the lessons of the history of money, credit, banks and central banks.

Findings

Treating the issues separately obscures important relationships. Trust is the foundation of a well functioning monetary system. The distinction between money and credit, both underpinned by trust, is overdone. A demand-determined, elastic supply of credit is essential for the system to operate at all and to set interest rates. But in the longer run, too elastic a supply can undermine monetary and financial stability. The notion that the monetary base, rather than the interest rate, is the system's ultimate anchor is incorrect. For similar reasons, the same is true of the common view that changes in the monetary base drive the supply of money. As concepts, monetary and financial stability are joined at the hip, but the processes underlying them are quite different. As regards price stability, it is not appropriate to think of the price level as the inverse of the price of money. The common view that, in the long run, money affects only prices is highly suspect. When inflation is low, thinking of it as distinct from relative price changes muddies the waters. As regards financial stability, the focus should be on the forces that generate financial booms and busts. Ensuring lasting monetary and financial stability is the main challenge ahead. The current monetary system, with prudential regulation and central banks at its core, is not perfect and must be improved. But it provides the best basis on which to build further. Cryptocurrencies are not a viable alternative.

 

Abstract

This essay examines in detail the properties of a well functioning monetary system - defined as money plus the mechanisms to execute payments - in both the short and long run, drawing on both theory and the lessons from history. It stresses the importance of trust and of the institutions needed to secure it. Ensuring price and financial stability is critical to nurturing and maintaining that trust. In the process, the essay addresses several related questions, such as the relationship between money and debt, the viability of cryptocurrencies as money, money neutrality, and the nexus between monetary and financial stability. While the present monetary system, with central banks and a prudential apparatus at its core, can and must be improved, it still provides the best basis to build on.
JEL classification: E00, E30, E40, E50, G21, N20
Keywords: monetary system, money, debt, payments, trust, monetary stability, financial stability, central bank
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About the author
Claudio Borio
Head of the Monetary and Economic Department
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François Villeroy de Galhau: How to develop a "financial Eurosystem" post-Brexit

François Villeroy de Galhau: How to develop a "financial Eurosystem" post-Brexit

Closing remarks by Mr François Villeroy de Galhau, Governor of the Bank of France, at theEurofi High Level Seminar 2019, Bucharest, 5 April 2019.
Central bank speech  | 
05 April 2019
Ladies and Gentlemen,
It is a pleasure to be in Bucharest today to conclude this Eurofi High Level Seminar. I am grateful to D. Wright and D. Cahen for offering me the opportunity to give this keynote speech... but perhaps less grateful about the theme they asked me to address: "Opportunities for developing EU autonomy in the financial area post-Brexit". We are still faced with great uncertainties, and Brexit is and remains bad news, not only for the United Kingdom, but also for Europe. This unchartered territory has nevertheless the merit of making one thing very clear: it costs dearly to leave the single market. So we are still hoping for the best, but we have to prepare for the worst: a no-deal Brexit and all the risks it implies. This will be my first point today. Then, your theme obliges us to look ahead, beyond Brexit: Europeans should use the demands created by the current context to build a more integrated "financial Eurosystem", and add some pillars to Europe's financial sovereignty.

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I. Preparing for the risks

It has been - first and foremost - the responsibility of the financial industry itself to prepare for the consequences of Brexit, starting with the loss of EU passporting rights. Supervisors both at national and European levels have encouraged and monitored the implementation of contingency plans. Up until now, most major players have taken the necessary steps, but some concerns linger regarding the preparedness level of the smaller players, particularly electronic money and payment institutions. On the other hand, public measures have been taken to deal with the specific risks of a no-deal Brexit that could threaten financial stability or consumer protection. The temporary and conditional recognition of British CCPs should prevent cliff-edge effects, as well as temporary waivers on mandatory clearing and bilateral margin exchange for a limited category of products. Member states have also adapted their domestic regulations or are planning to do so. In France, legislation has been enacted ensuring contract continuity for cross border activities and an extended access to UK settlement systems. 

II. Building  a financial Eurosystem

Let me now turn to the heart of my topic. The unfortunate reality is that Brexit leaves us no other choice: we must now reshape the European financial system and develop its autonomy. The euro area can already build on strong assets: an effective monetary Eurosystem, the legal framework for a single financial market and essential components of a Banking Union. However we do not, as yet, have a "financial Eurosystem", made up of stronger pan-European financial institutions and market infrastructure. Let's be clear: there will not be a single City for the continent, but rather an integrated polycentric network of financial centres, with specialisations based on areas of expertise. A polycentric system of this nature can function, as illustrated by the United States: New York's financial centre is favoured by corporate and investment banks, Chicago's financial centre handles futures, while Boston specialises in asset management.
Starting with the Banking Union, its success depends on the completion of a robust resolution mechanism, probably even more than a full common deposit insurance scheme. Regarding the backstop of the Single Resolution Fund, in the interests of financial stability, we should consider extending the maturities on the credit lines. But we will not achieve an effective and profitable Banking Union without cross-border consolidation in Europe: there are still too many roadblocks and not enough cross-border restructuring. Compared to the US market, the European banking sector remains fragmented: the market share of the top 5 European banks amounts to 20%, compared to more than 40% in the US. So we should aim to create a "single banking market", as recently proposed by Annegret Kramp-Karrenbauer, where genuine pan European banking groups could operate more effectively and better face foreign competition. On top of that, banking integration makes banks more resilient as it reduces their exposure to asymmetric shocks which leads to enhanced risk-sharing and a better allocation of resources. A useful step towards forming genuine pan-European banking groups could be to lower capital requirements of European subsidiaries, while safeguarding their financial position through credible cross-border guarantees provided by the parent company, which could be triggered both in normal times and in crisis situations. This would be based on European Union law and enforced by European Union authorities.
I add the obvious, on bank regulation: it is now desirable that we stabilise visibility on total capital requirements, adding up from various origins. The smooth transposition of Basel 3 is part of this clarification, including the implementation of the output floor only at consolidated level within the European Union: if not, we will have introduced a new obstacle to cross-border activities within Europe.
Together with the Banking Union, a genuine Capital Markets Union (CMU) is essential to strengthening financial integration in Europe: we advocated it strongly with Jens Weidmann, President of the Bundesbank, in a joint paper published yesterday, and it will be a key topic of today's informal Ecofin, thanks to the Romanian Presidency. Despite some recent achievements, progress on this topic is proving difficult and slow. Let us finally move on from a rhetorical consensus in principle to concrete headways, notably on instruments, access to finance for SMEs, and supervision.
In this respect, I welcome the progress achieved on a Pan-European Personal Pension Product (PEPP): this product is portable across member states and offers consumers a wider range of investment opportunities. We should also make progress towards the harmonisation of insolvency regimes. It should facilitate cross-border investment.
One of the most challenging issues of the CMU is to provide cheaper and easier access to equity for SMEs in order to support their growth. Equity financing is a key driver of innovation: it is better suited to the uncertainty and offers long-term returns associated with innovative projects. The euro area is seriously lagging behind in this respect: equity only accounts for 80% of GDP, compared with 122% in the United States.
Integrated capital markets also require effective supervision. Here again, milestones have been reached thanks to the outcome of the recent review of ESAs towards enhancing their role. Concerning the supervision of financial markets, ESMA will as a first step contribute to furthering convergence of supervisory practices. Yet in the longer run, the scope of its direct supervisory powers should be expanded starting with the supervision of wholesale markets. Regarding the insurance sector, a particular attention was paid to strengthening the supervision of cross-border activities through EIOPA. I welcome also the enhanced EBA role on AML-CFT issues, an area where progress in the European framework is absolutely needed.
Finally, the Capital Markets Union needs robust market infrastructure. Thanks to EMIR II, Europe has given itself powers - via ESMA - to directly supervise third country CCPs which have a systemic footprint vis-à-vis the EU. This being said, EMIR II is not the end of our journey. Much more needs to be done regarding either the role of the ECB or ESMA's prerogatives over EU CCPs.
Both the Banking Union and the Capital Markets Union are the key components of what we call with Jens Weidmann a genuine "Financing Union for Investment and Innovation": this idea is a way of better channeling our abundant resources - our EUR 340 billion savings surplus in 2018 - towards the concrete needs of the European economy: the energy transition, SMEs' equity or digital innovation. This unified branding has the merit of highlighting the purposes of this Union to the general public: investment and innovation, or in other words the financing of the future.

III. Some pillars of a European financial sovereignty

In the longer run, we should build three key pillars of the future European financial sovereignty. First of all, the EU needs to strengthen its position as rule maker through enhanced equivalence regimes. Brexit has given new momentum to this topic: a comprehensive reassessment of current equivalence regimes is essential given the scope of the relationships between the EU and the UK. Beyond the issue of Brexit, the review of equivalence regimes also provides an opportunity to improve them. There is a need for greater transparency in the procedure for granting equivalences, within a comprehensive institutional framework. The monitoring and control of equivalence decisions could also be improved by granting more power to ESAs, and by providing the European Commission with more gradual options through flexible tools in the case of regulatory divergence: for example, temporary, partial or conditional lifting of equivalences.
The second pillar of European financial sovereignty concerns the efficiency of retail payments and market infrastructure. Regarding retail payments, while the Single Euro Payments Area (SEPA) has proved to be successful, further convergence is still needed in response to the growing influence of major third countries' firms in payments solutions. In order to preserve our sovereignty, a European strategy for retail payments would be necessary, with a view to (i) addressing market fragmentation and promoting unified European-based solutions, (ii) improving the protection of payment data and (iii) encouraging European players to take part in the current concentration in retail payments. Regarding infrastructure, the European System of Central Banks shouldered its responsibilities in strengthening European post-trade integration, notably through the Target2Securities platform. In the coming years, the set-up of a unified collateral management platform operated by the Eurosystem will be another key step directly contributing to an effective Capital Markets Union.
Moving on to the third pillar, the international role of the euro is a key component of our European financial sovereignty. After a significant rise, the international use of the euro has declined since the financial crises of 2008-2012 and remains limited in comparison with the dollar. The US dollar is a clear advantage in the exercise of American power, while China cares about the internationalisation of the renminbi. A larger use of the euro would help to protect our businesses against foreign exchange risks or legal disputes abroad. In this regard, the concrete measures identified by the European Commission in December are particularly relevant. The development of fully unified European instant payment systems, integrated capital markets, and the possible creation of a safe euro-denominated asset should among others contribute to the international expansion of the euro.
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At this critical time, let me conclude with verses from Othello: "To mourn a mischief that is past and gone is the next way to draw new mischief on". In modern English it means: "when you lament something bad that's already happened, you're setting yourself up for more bad news." Making the best of such a misfortune as Brexit is the surest way to overcome it. Our collective response to Brexit should be the further integration of Europe: if we remained mired in technical nit-picking with self-satisfaction in some quarters and attacks from others, and distrust on all sides, we would not only have missed an opportunity, we would, collectively, have failed in our duty. Thank you for your attention.

The international role of the euro: down but not out.Claudio Borio

The international role of the euro: down but not out

Speech by Mr Claudio Borio, Head of the Monetary and Economic Department of the BIS, at the public hearing before the European Economic and Social Committee on "Strengthening the international role of the euro: European and international perspectives", Brussels, 4 April 2019.
BIS speech  | 
04 April 2019

Abstract

The euro has suffered numerous setbacks as an international currency. But its heft has increased in three significant and yet underappreciated respects. In the bond market, estimates of transatlantic spillovers suggest that their strength from the euro area to the United States has been intensifying and is now practically on a par with that of spillovers going in the opposite direction. In currency markets, the euro now plays an important role as an anchor for other currencies, including China's renminbi. And in commodity markets, although commodities are mainly priced in dollars, the producer countries' currencies have tended to move with the euro against the dollar, so that commodity prices, notably that of oil, are paradoxically less volatile in euros than in dollars - the exchange rate has acted as a shock absorber. Regardless of its impact on pricing, denominating commodities in euros would have significant implications in other dimensions.
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Claudio Borio
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Towards a macroprudential framework for financial supervision and regulation? Claudio Borio


Towards a macroprudential framework for financial supervision and regulation?

Over the last decade or so, addressing financial instability has risen to the top of the policy agenda. This essay argues that in order to improve the safeguards against financial instability, it may be desirable to strengthen further the macroprudential orientation of current prudential frameworks, a process that is already under way. The essay defines, compares and contrasts the macro- and microprudential dimensions that inevitably coexist in financial regulatory and supervisory arrangements, examines the nature of financial instability against this background and draws conclusions about the broad outline of desirable policy efforts.
JEL classification: E44, G10, G20, G28, E30

Suggested Citation



  • Claudio E. V. Borio, 2003. "Towards a macroprudential framework for financial supervision and regulation?," BIS Working Papers 128, Bank for International Settlements.
  • Handle: RePEc:bis:biswps:128
    https://www.bis.org/publ/work128.pdf 


    12 ago 2014 ... By Claudio Borio1 Contribution to the 25th anniversary edition of Central Banking Journal Introduction
    13 ago 2014 ... BIS speech   |   13 August 2014 by  Claudio Borio PDF version  (167kb)   |   8 pages "Take nothing on
    https://www.bis.org/publ/work128.pdf


    Economistas y el estado estacionario

    Economistas y el estado estacionario
    Eran los años 1800 cuando el economista John Stuart Mill nos hablaba del medio ambiente

    Mill demostró una visión temprana del valor del mundo natural, en particular en el Libro IV, capítulo VI de "Principios de Economía Política": "Del Estado Estacionario".. en el que Mill reconoció la riqueza más allá de lo material, y argumentó que la conclusión lógica del crecimiento ilimitado era la destrucción del medio ambiente y una calidad de vida reducida. Concluyó que un estado estacionario podría ser preferible al crecimiento económico sin fin:

    "No puedo, por lo tanto, considerar los estados estacionarios de capital y riqueza con la aversión no afectada tan generalmente manifestada por economistas políticos de la vieja escuela" (anteriores a 1850)

    "Si la tierra debe perder la gran parte de su placidez que le debe a cosas que el aumento ilimitado de riqueza y población extirparía de ella, con el mero propósito de permitirle sostener a una población más grande, pero no una mejor o más feliz, Sinceramente espero, por el bien de la posteridad, que se contenten con estar estacionarios, mucho antes de que la necesidad los obligue a ello ". 
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    En su obra Principios de Economía Política, Mill argumentó que el aumento de la riqueza no sería infinita y que el final de este crecimiento conduciría al estado estacionario del capital. Mill https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2529756.pdf -John Stuart Mill filósofo, político y economista inglés de origen escocés ( 1806-1873 ) 
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    Por otro lado A. Smith observó y teorizó que el comercio entre personas en mercados abiertos llevaría a la producción de las cantidades apropiadas de los productos básicos, la división del trabajo, aumento de los salarios y una espiral ascendente de crecimiento económico. Sin embargo, Smith reconoció un límite al crecimiento económico. Predijo que en el largo plazo, el crecimiento demográfico elevaría el número de los salarios bajos, los recursos naturales serían cada vez más escasos y la división del trabajo se aproximarían a los límites de su eficacia. 
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    Durante el siglo XX, el economista John Maynard Keynes también consideró aquel día en que la humanidad pudiese centrarse más en los fines (felicidad y bienestar) que en los medios (crecimiento económico y acumulación del capital).-Keynes describió una “comunidad cuasi estacionaria”, caracterizada por una población estable viviendo sin guerras y con pleno empleo.
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    http://www.efm.bris.ac.uk/het/mill/book4/bk4ch06.
    «The early history of modern ecological economics». Ecological Economics 50 (3-4): 293-314. 1 de octubre de 2004. ISSN 0921-8009. doi:10.1016/j.ecolecon.2004.02.012.
     

    Prosperidad para todos.Antón Costas

    Prosperidad para todos


     


    Antón Costas
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    La ira de los que se han quedado atrás en el disfrute de la prosperidad se extiende a nuevos grupos de población. Este pasado fin de semana hemos visto “La revuelta de la España vaciada”. Las pequeñas ciudades y las comunidades rurales –que se han visto empobrecidas por la pérdida de empleo y de expectativas provocadas por la deslocalización industrial y el deterioro de los servicios públicos básicos– han salido a la calle para denunciar su abandono.
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    Este malestar de las comunidades de las pequeñas ciudades y del mundo rural viene a sumarse al de los nuevos trabajadores pobres de las periferias y guetos urbanos, al de las clases medias empobrecidas y a la nueva pobreza de jóvenes (sin empleo, ingresos ni vivienda).
    Hay frustración, angustia e ira en una gran parte de nuestra sociedad. Los populistas tienen buen olfato para oler la sangre de ese dolor. Aciertan al identificar los problemas, pero no tienen buenas soluciones. Aunque saben explotar la ira de la gente y sacar réditos electorales. Los demócratas progresistas no pueden limitarse a demonizar a los populistas. Tienen que pelear en su propio campo, ofreciendo mejores respuestas.
    ¿Cuál es la fuente que alimenta el malestar social? La causa primaria es que la economía ya no sirve al bien común, a los intereses de la mayoría. Sólo beneficia a unos pocos. Esta causa primera ha activado una segunda fuente de malestar de naturaleza cultural e ideológica: el rechazo a los inmigrantes y a los derechos civiles de las minorías y de las mujeres.
    No siempre fue así. La economía funcionó en el sentido del bien común durante los Treinta Gloriosos años tras la Segunda Guerra Mundial (en España, más tarde). Pero el nexo entre economía y prosperidad inclusiva comenzó a romperse en los años setenta, cuando el crecimiento comenzó a debilitarse. Los anglosajones respondieron con las políticas neoliberales. Los europeos con la integración y el euro. En ambos casos se olvidó a los perdedores. Se les dijo que abandonaran sus comunidades y buscaran la prosperidad en otros lugares; o se resignaran a permanecer en el olvido y malvivir.
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    ¿Qué hacer?
     Las desigualdades y nuevas formas de pobreza son tan profundas y amplias que los remedios tradicionales no serán suficientes. El populismo de izquierdas propone una mayor redistribución (más impuestos y gasto social) y proteccionismo. El populismo de derechas y el nacionalismo coinciden en acentuar el proteccionismo y añaden frenar la inmigración para que no se utilicen los recursos del Estado social en perjuicio de los nativos. Pero no son remedios adecuados.
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    Además de actuar sobre la distribución, tenemos que hacerlo también sobre la predistribución; es decir, la distribución de la renta (salarios, sueldos y dividendos) que se hace en el seno de las empresas y de los mercados (precios). Necesitamos fomentar una economía vigorosa e innovadora; una gestión macroeconómica que evite las recesiones largas; unos mercados de bienes y servicios competitivos, que impidan que las empresas con poder de mercado (y los cárteles) exploten a sus clientes y extraigan injustamente renta disponible de los hogares; una nueva ética empresarial cuyo fin no sea maximizar el valor para los accionistas y directivos sino el valor para el conjunto de la sociedad, comenzando por sus trabajadores; unas comunidades locales dinámicas, ayudadas por una nueva política industrial y financiera que apoye sus iniciativas.
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    Ahora sólo quiero resaltar otra actuación fundamental, que es previa a la predistribución y a la distribución. Es la ca­pacitación de las personas antes de que comiencen su vida laboral y profesional. La educación. 
    Las desigualdades en educación están determinando las desigualdades de renta, riqueza y oportunidades. Debido a diferencias educativas, la desigualdad se está volviendo dinástica, con una meritocracia hereditaria y tramposa (véanse las trampas en el caso del acceso a las universidades de élite en Estados Unidos). Algunas personas nacen ricas, pero la gran mayoría son pobres desde el mismo día en que vienen al mundo. La movilidad social ha desapa­recido. Ahora se necesitan cuatro generaciones para mejorar la posición. Antes se lograba en una generación. El discurso de la excelencia y del talento como justificación de las diferencias de renta y riqueza es elitista. La providencia distribuye de forma equitativa el talento innato, sin distinguir entre razas, sexo y condición social. Es el ­sistema educativo el que introduce desigualdades.
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    Mientras la prosperidad no vuelva a ­alcanzar a todos, el terreno estará abonado para todo tipo de populismos políticos, ya sean de izquierdas, de derechas o identi­tarios.
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    -https://www.lavanguardia.com/opinion/20190403/461440293435/prosperidad-para-todos.html

    "La última década y el futuro de la economía global",Eichengreen, B.

     "La última década y el futuro de la economía global",Eichengreen, B.
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    La crisis financiera global de 2008 fue vista por muchos como el anuncio de la muerte de la globalización. Pero, parafraseando un comentario atribuido al novelista estadounidense Mark Twain, «la noticia de su muerte fue muy exagerada». Hoy, sin embargo, más de una década después de la crisis, la globalización pende de un hilo, con el presidente Trump amenazando con aranceles a las importaciones de distintos socios comerciales de Estados Unidos y cuestionando el multilateralismo imperante desde finales del siglo xx y con un creciente número de políticos de ideologías distintas accediendo al poder en cada vez más países. El autor se pregunta si estas tendencias unilateralistas y nacionalistas que parecen constituir una amenaza seria al orden global son una mera aberración temporal —lo que explicaría su existencia en este momento concreto— o constituyen el preludio del tan anunciado repliegue de la globalización.
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    - La última década y el futuro de la economía global Los años comprendidos entre 2008 y 2018 fueron azarosos para la economía global, pero nadie los llamaría trascendentales. Las economías avanzadas sufrieron su crisis económica y financiera más grave desde la Gran Depresión y los acontecimientos en Grecia y en otros lugares de Europa amenazaron la supervivencia misma de la eurozona. Lo decepcionante de la recuperación suscitó preocupación por un eventual estancamiento pertinaz, por la posibilidad de que una demanda deficiente combinada con un crecimiento cero de la productividad abocara a los países avanzados a un crecimiento lento crónico.(1)
     Por el contrario, los mercados emergentes, liderados por China, aunque no limitados a ella, salieron de la crisis en gran medida ilesos. Continuaron expandiéndose durante la crisis y también durante buena parte de la década subsiguiente. Como resultado, la economía global entre 2008 y 2018 creció a una más que respetable tasa anual media del 3,4%.(2)
     El comercio global siguió aumentando: después de una caída en 2009, las exportaciones y las importaciones se recuperaron y en su mayor parte conservaron su cuota del PIB global. El marco institucional que gobierna el funcionamiento de la economía global —una Organización Mundial del Comercio que media en disputas comerciales, un Fondo Monetario Internacional que vigila posibles inestabilidades y un Banco Mundial que ayuda al desarrollo de los países pobres— se mantuvo estable. Que la globalización y el crecimiento sobrevivieran a las turbulencias que sacudieron el mundo a partir de 2008 era, al parecer, prueba de lo sólido de los cimientos en que se asentaba la economía global del siglo XXI.Todo se desmoronó en los últimos años del periodo. En el referéndum de junio de 2016, Reino Unido votó abandonar la Unión Europea. En 2017, una de las primeras acciones del recién elegido presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue retirarse del Acuerdo Transpacífico (TPP). La Administración Trump se negó a confirmar el nombramiento de nuevos miembros para el órgano de solución de diferencias de la OMC y en 2018 impuso nuevos aranceles a las importaciones de China, Europa e incluso Canadá, que respondieron con medidas equivalentes. Los flujos de inversión trasfronterizos se vieron perjudicados por sonadas intervenciones gubernamentales, como la negativa de Pekín a aprobar la adquisición por parte de Qualcomm del fabricante de semiconductores NXP o cuando Berlín impidió la compra por parte de China de la compañía eléctrica alemana 50Hertz. La economía china mostró signos de ralentización y mercados emergentes desde Argentina a Turquía experimentaron dificultades cuando la Reserva Federal estadounidense subió los tipos de interés. Daba la impresión de que la estabilidad de la economía global pendía de un hilo.Esta secuencia de acontecimientos suscita dos preguntas, una referida al pasado y otra al futuro. 
    En primer lugar, ¿por qué se retrasó casi una década la reacción a las primeras tendencias globalizadoras? 
    Como hemos dicho, en 2008-2009 las economías avanzadas sufrieron la desaceleración más grave ocurrida en ochenta años. Los mercados emergentes dependientes de las importaciones y las exportaciones se vieron fuertemente perturbados cuando los bancos centrales de los países avanzados reaccionaron con programas de estímulo monetario bajando sus tipos de cambio en lo que se llamó «guerras de divisas».3 Sin embargo, no se produjo un rechazo generalizado del sistema internacional responsable de estos resultados tan desconcertantes. En lugar de ello, los países del G20 reafirmaron su compromiso con el comercio libre y abierto y evitaron políticas comerciales de empobrecimiento del vecino. Los bancos centrales se concedieron mutuamente líneas de swap y créditos excepcionales. Los gobiernos buscaron coordinar sus respuestas a la desaceleración en materia de política fiscal. Expandieron los recursos del Fondo Monetario Internacional de modo que estuviera mejor preparado para hacer frente a la crisis. La reacción antiglobalización no llegó hasta más o menos ocho años después, en 2016, desencadenada por el referéndum sobre el Brexit, la victoria de Donald Trump y el auge de políticos y partidos nacionalistas y antieuropeístas en distintos países de Europa. 
    ¿Cómo se explica este peculiar retraso?
    En segundo lugar, ¿qué supone esta secuencia de acontecimientos para el futuro de la economía global? 
    ¿Es la reacción negativa que empezó en 2016 una aberración? 
    ¿Es la elección de un nacionalista económico como presidente de Estados Unidos el resultado de factores idiosincráticos —las desventajas políticas de su contrincante demócrata, Hillary Clinton, y la inoportuna intervención del director del FBI, James Comey— y un reflejo del descontento popular con las políticas públicas adoptadas en respuesta a la crisis, un descontento que desaparecerá ahora que el crecimiento se ha acelerado, el desempleo ha caído y los salarios han empezado a subir? 
    De manera similar, ¿es el giro populista de Europa solo el resultado de una crisis aislada en Grecia y de un aluvión de refugiados que ahora ha disminuido? 
    ¿O es el auge del nacionalismo económico en Occidente el preludio de un rechazo esencial de los cimientos de la economía global? 
    Y, de ser así, ¿qué nuevo sistema los reemplazará?
    En 2008-2009 las economías avanzadas sufrieron la desaceleración más grave ocurrida en ochenta años. Los programas de estímulo monetario de los bancos centrales de los países avanzados afectaron especialmente a los mercados emergentes dependientes de las importaciones y las exportacionesResponder a estas preguntas exige dar un paso atrás y examinar los orígenes de la crisis de 2008-2009, que constituye el telón de fondo de los acontecimientos subsiguientes. Como cualquier episodio complejo, la crisis tuvo más de una causa y, en consecuencia, admite más de una interpretación. Yo prefiero la siguiente: La crisis fue producto, en primer lugar y sobre todo, de una supervisión y regulación financiera inadecuadas.4 En Estados Unidos la desregulación llevaba varios años produciéndose, espoleada por la ideología de libre mercado y el peso político de las grandes instituciones financieras; durante la segunda mitad del siglo XX no se habían producido en Estados Unidos crisis bancarias o financieras que pusieran freno a esta desregulación.(5)
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    La derogación definitiva de la ley Glass-Steagall, que separaba la banca de inversión y comercial en 1999, fue solo un broche simbólico a tendencias imperantes.(6)
     Las deficiencias de una regulación poco estricta se acentuaron con la fragmentación de la supervisión bancaria en nada menos que seis agencias gubernamentales estadounidenses y con la ausencia de un organismo que vigilara el funcionamiento de la llamada «banca en la sombra».En Europa, la consolidación del mercado único, seguida de la llegada del euro, aumentó la presión competitiva en los bancos y animó a los reguladores a aligerar los controles con el fin de apoyar las principales instituciones financieras de su país. Los bancos europeos recurrieron a la financiación indiscriminada, prestaron de manera agresiva a promotores inmobiliarios y compraron grandes cantidades de bonos basura estadounidenses en un intento por aumentar o, al menos, conservar su cuota de mercado. Al igual que en Estados Unidos, el hecho de que en Europa no hubiera un único banco supervisor (en lugar de ello había un gran número de supervisores nacionales independientes que vigilaban y, en la práctica, defendían los intereses de los bancos de sus países respectivos) provocó que nadie tuviera lo suficientemente en cuenta las posibles repercusiones trasfronterizas de sus decisiones reguladoras.(7)
    En segundo lugar, la aparente estabilidad del contexto macroeconómico fomentaba la asunción de riesgos. A partir de finales de la década de 1980, la volatilidad de los ciclos de negocios dio la impresión de declinar en Estados Unidos y en otros lugares. Está por decidir si este cambio fue consecuencia de la buena suerte (ausencia de altibajos en los mercados del petróleo y de materias primas) o de políticas acertadas (el cambio por parte de un número creciente de bancos centrales a una estrategia de inflación objetivo). Pero, con independencia de su origen, esta llamada Gran Moderación fomentó la asunción de riesgos por parte de los inversores en general y de los bancos en particular.8 Los animó a creer que los altibajos del ciclo de negocios eran ahora más moderados, lo que implicaba que los impagos serían más escasos, lo que haría posible recurrir al apalancamiento financiero adicional y tener colchones de capital y de liquidez más modestos. Así fue como un periodo de estabilidad sentó las bases para un periodo de desestabilidad.
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    En tercer lugar, las políticas monetarias poco estrictas avivaron el fuego. Los tipos de interés bajos animaron a los inversores a invertir en activos con mayor riesgo pero rendimientos más altos, a los gobiernos a pedir préstamos y a las familias a endeudarse de maneras que resultaron ser poco prudentes. La Reserva Federal, previendo una grave recesión, bajó drásticamente los tipos de interés después de los ataques a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Cuando la grave recesión que había predicho no se materializó, el banco central tardó en normalizar la política monetaria. Como resultado, los tipos de interés se mantuvieron por debajo de la cota de referencia que establece la regla de Taylor.(9)
     El Banco Central Europeo fijó debidamente los tipos de interés teniendo en cuenta la eurozona en su totalidad, pero las políticas resultantes fueron en exceso relajadas para las florecientes economías del sur de Europa, que eran las receptoras últimas de un tsunami de entradas de capital.(10)
    Los resultados fueron un auge de titulización en Estados Unidos, burbujas inmobiliarias en Irlanda y España y una fiebre de endeudamiento gubernamental en Grecia, que culminaron en desastre cuando la economía estadounidense se desplomó.En último lugar en cuanto a importancia relativa, pero en absoluto desdeñable, estuvieron los desequilibrios globales. Dichos desequilibrios, medidos por el valor absoluto de la balanza por cuenta corriente tanto de países con superávit como con déficit, alcanzaron su punto más alto en 2006. Estados Unidos representó más o menos dos terceras partes del déficit acumulado de ese año, mientras que los superávits globales se los repartieron, más o menos a partes iguales, China y la Asia emergente por un lado, los países exportadores de petróleo por otro, y Alemania y Japón. Al acceder a financiar el déficit estadounidense, estos países con superávit se aseguraban de que los tipos de interés estadounidenses se mantendrían en niveles por debajo de los que habrían sido esperables en otras circunstancias, animando una vez más a inversores a buscar el retorno máximo y asumir riesgos adicionales.Se habían sentado, por tanto, las bases para la crisis. Cuando el mercado inmobiliario primero y la economía estadounidense después cayeron, los balances de los bancos y de la banca en la sombra se vieron afectados. Y no solo en Estados Unidos, puesto que los bancos europeos habían prestado de forma intensiva al mercado inmobiliario a la vez que adquirían gran cantidad de valores subprime estadounidenses. Los apuros económicos de los fondos de inversión y los bancos de inversión ligados a las hipotecas basura, rematados por la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008, desembocaron en una crisis de pánico y en la paralización de los mercados financieros a ambos lados del Atlántico. Para finales de 2008, estaba claro que empezaba una grave recesión.
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    En Estados Unidos, los hombres trabajadores en su edad de máximo rendimiento vieron caer sus ingresos, una vez ajustados a la inflación, hasta el 4% entre 1970 y 2010.
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    Existen muchos argumentos válidos para criticar las medidas de respuesta a la crisis. Después de rescatar el banco de inversiones Bear Sterns, la Reserva Federal agravó la crisis permitiendo el derrumbe de Lehman Brothers.(11)
     Las medidas de política fiscal adoptadas a modo de respuesta fueron insuficientes. Aunque sobre el papel las cifras eran espectaculares, el alto desempleo crónico y una recuperación decepcionantemente lenta hicieron patente su ineficacia. Los asesores económicos del presidente Barack Obama habían aconsejado un paquete de medidas fiscales mayor, pero sus asesores políticos se mostraron en contra.(12)
     Los países europeos tenían una fobia aún mayor a los déficits presupuestarios; Reino Unido ya entró en modo austeridad en una fecha tan temprana como 2010. Los países europeos se resistían a admitir, y mucho menos a abordar, las flaquezas generalizadas en sus sistemas bancarios. Cuando estalló la crisis griega se negaron a considerar una reestructuración de la deuda, temiendo por la estabilidad de los bancos franceses y alemanes. El Banco Central Europeo (BCE) tardó en detectar la amenaza deflacionaria; en lugar de bajarlos, subió los tipos de interés en 2008 y, de nuevo, en 2011. La reforma financiera fue insuficiente: la ley de Reforma de Wall Street y Protección al Consumidor Dodd-Frank de 2010 fue poca cosa comparada con la ley Glass-Steagall de 1933 y los reformadores financieros europeos actuaron todavía menos.
    Con todo, las medidas adoptadas bastaron para que el crecimiento global se reanudara en 2010. 
    El crecimiento del PIB en las principales economías avanzadas (G7) pasó de -3,8% en 2009 a +2,8% al año siguiente.13 En las economías avanzadas consideradas como un todo, se recuperó de -3,4% a +3,1%. La cooperación internacional fue importante para contener la hemorragia. Los gobiernos del G20 acordaron coordinar sus medidas de estímulo fiscal en la cumbre que celebraron en Londres en febrero de 2009. La Reserva Federal y los bancos centrales europeos estaban en comunicación constante y, en 2008, la Fed facilito dólares mediante swaps no solo a bancos centrales europeos, también a los de cuatro mercados emergentes: México, Brasil, Singapur y Corea del Sur. Por su parte, el BCE hizo swaps de euros. Los gobiernos evitaron abiertamente políticas comerciales proteccionistas; los aranceles globales medios subieron de forma muy ligera en 2009-2010, pero a continuación recuperaron su tendencia descendente, mientras que el número de tensiones comerciales dirimidas en la OMC fue menor entre 2009 y 2013 que en los tres años anteriores a la crisis.14 El recurso a los controles de capital se limitó a los casos de crisis más graves: Islandia, Grecia y Chipre.En suma, aunque el sistema internacional estuvo sometido a una gran presión, sobrevivió indemne a la crisis. Es evidente que los líderes políticos y sus consejeros económicos estaban convencidos de que un régimen internacional que había generado prosperidad y crecimiento hasta 2008 continuaría haciéndolo una vez superada la situación de emergencia.
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    ¿Por qué, entonces, cambiaron tan drásticamente los pronósticos a partir de 2016, con el referéndum del Brexit, la elección de Donald Trump y el rechazo político generalizado a un orden global basado en reglas establecidas? 
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    Abundando en lo ya dicho, resulta tentador aducir factores especiales. El primer ministro británico David Cameron no cumplió su promesa electoral de limitar la inmigración y cometió un error de cálculo al pensar que un referéndum sobre la pertenencia a la Unión Europea serviría para unir al Partido Conservador y consolidar su poder. Donald Trump se benefició de tener un adversario débil y de la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses. Sin embargo, las variaciones tanto geográficas como demográficas en los apoyos suscitados por el Brexit y por Trump sugieren que hubo en juego factores de naturaleza más sistémica. Lo mismo apunta el creciente apoyo a líderes políticos de tendencias autócratas, nacionalistas y antiglobalización en una serie de países.15Para empezar está el hecho de que la recuperación en los países avanzados, donde se centró esta reacción política, fue decepcionantemente lenta. Las recuperaciones que siguen a las crisis bancarias suelen ser más lentas que las que siguen a recesiones por simple desaceleración económica, porque los sistemas bancarios y financieros se ven afectados.16 Además, no se proporcionó apoyo normativo necesario y, cuando se hizo, la tendencia fue retirarlo de forma prematura. Por otra parte, la mayoría de los aumentos de rentas que se produjeron tanto en Reino Unido como en Estados Unidos se concentraron en la población rica, el llamado 1%. En 2015 la renta real media por familia, medida por la Oficina del Censo de Estados Unidos, estaba casi el 2% por debajo de su punto máximo en 2007 y casi el 3% por debajo de su nivel a finales del siglo XX. La tendencia de los aumentos de renta a concentrarse de manera desproporcionada en los ricos resultó menos pronunciada en Europa continental que en los países de habla inglesa, pero también fue patente. No debe sorprender que estas tendencias provocaran una reacción popular contra la competencia en las importaciones y la inmigración, que se veían como algo que beneficiaba al capital a expensas de la mano de obra nacional y como la causa de un estancamiento de los salarios.Pero ¿tenían razón los votantes cuando culpaban a China y a los inmigrantes de lo sucedido? Los salarios de la clase trabajadora habían comenzado a estancarse y la desigualdad había empezado a aumentar ya mucho antes de la crisis de 2008-2009. El aumento de la desigualdad en Estados Unidos data, de hecho, de la década de 1970. Por eso los ingresos medios de los hombres trabajadores en su edad de máximo rendimiento, una vez ajustados a la inflación, pudieron caer hasta el 4% entre 1970 y 2010, a pesar de que la economía en general siguió expandiéndose. Y esto sucedió en Estados Unidos, pero también en muchas otras economías avanzadas. La cronología es claramente anterior al llamado «shock de China», que más o menos coincidió con la entrada de dicho país en la OMC, en 2001. Es muy anterior también al aumento de la inmigración procedente de países menos desarrollados a Europa y Estados Unidos a principios del siglo XXI.La explicación reside en el impacto que tuvo el cambio tecnológico sesgado a favor de los trabajadores cualificados tanto en el estancamiento de los salarios de la clase trabajadora como en la creciente desigualdad. La sustitución de trabajadores por maquinaria en líneas de montaje se aceleró en las décadas de 1970 y 1980. El mantenimiento de dicha maquinaria requería niveles relativamente elevados de alfabetización y aritmética; exigía formación y destrezas. Este cambio afectó de manera visible la demanda de trabajadores más y menos cualificados y, por consiguiente, su compensación económica. Mientras que en 1965 trabajadores estadounidenses con estudios universitarios ganaban solo el 24% más que aquellos con estudios de secundaria, la brecha se amplió al 47% a mediados de la década de 1980 y al 57% a mediados de la década de 1990. La situación en Europa y Japón difirió en alcance, pero no en naturaleza.Los votantes de clase trabajadora estaban descontentos por la escasa capacidad de sus gobiernos a la hora de atemperar los efectos del cambio. Conscientes de la imposibilidad de hacer retroceder el reloj del progreso tecnológico, les resultaba más fácil culpar de sus dificultades a los inmigrantes y a los trabajadores chinos. Lo que hicieron la crisis financiera y la lenta recuperación subsiguiente fue proporcionar un blanco para sus iras, que se dirigieron hacia las importaciones, los inmigrantes y los políticos y partidos mayoritarios. Catalizó el malestar de los votantes con las elites dirigentes y provocó un deseo de desmantelar el orden internacional establecido, en Reino Unido votando a favor del Brexit, en Estados Unidos votando a Trump y en países como Italia, Polonia y Hungría votando a partidos y líderes contrarios a la Unión Europea.Así pues, la reacción populista que se desencadenó en 2016 fue más que una respuesta retardada a la crisis de 2008-2009. También fue el resultado de un continuo estancamiento de las rentas, de una desigualdad creciente y un sentimiento acrecentado de inseguridad económica cuyas raíces hay que buscar en las décadas de 1970 y 1980. Es posible que la ira hacia los inmigrantes y las importaciones fuera errada, pero no impidió a los políticos oportunistas beneficiarse de ella.Otro acontecimiento clave de la década de 2008-2018 fue el ascenso de China a potencia mundial con ambiciones geopolíticas. China ya es el primer exportador mundial y pronto superará a Estados Unidos como país con el mayor PIB.Está construyendo portaaviones y reivindicando su presencia en el mar de China. Está usando su superioridad económica para forjar vínculos estratégicos con países de Asia meridional y central, África y Latinoamérica. Es el tercer inversor extranjero mundial y la fuente número uno de inversión extranjera para una cantidad creciente de países. Está usando su iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda para aumentar las conexiones y la dependencia de China por parte de otros países, en su región y fuera de ella. No solo la iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda; el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, el Banco del BRICS, la Iniciativa Chiang Mai para la Multilateralización, los swaps de renminbi del Banco Popular de China y la designación de bancos de compensación oficiales en renminbi para centros financieros extranjeros son todos indicadores de la intención de los líderes chinos de moldear el sistema internacional a su gusto.
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    La mayoría de los aumentos de rentas que se produjeron tanto en Reino Unido como en Estados Unidos se concentraron en la población rica, el llamado 1%.
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    El margen de influencia de China se ha visto, en todo caso, favorecido por las políticas de «América primero» de la Administración Trump. Al abandonar el acuerdo Transpacífico, dicha administración dejó pasar la oportunidad de integrar de manera más profunda Asia oriental en la esfera económica de Estados Unidos. Al imponer aranceles a las exportaciones europeas de acero y aluminio y amenazar con gravar las exportaciones de vehículos a motor europeos, en ambos casos aduciendo razones espurias de seguridad nacional, la Administración Trump ha puesto en peligro su capacidad para trabajar con sus aliados europeos en la reforma de las reglas de la OMC que puedan abordar las actuales preocupaciones por los subsidios chinos a empresas estatales y por su tratamiento de los derechos de propiedad intelectual. Al sembrar la duda en el acceso de Europa a los mercados estadounidenses, ha empujado a la Unión Europea a contemplar la posibilidad de estrechar sus lazos económicos con China. Al amenazar con abandonar la OMC, ha puesto en peligro la supervivencia misma de un orden global basado en reglas.
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    Otro acontecimiento clave de la década de 2008-2018 fue el ascenso de China a potencia mundial con ambiciones geopolíticas. China ya es el primer exportador del mundo y pronto superará a Estados Unidos como país con el mayor PIB
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    Con este estado de la cuestión, cabe imaginar distintos escenarios para la próxima década. En primer lugar, el intento de Trump por socavar el orden global basado en reglas podría ser una aberración temporal. Organismos de negocios tales como la Cámara de Comercio estadounidense se oponen a los aranceles de Trump y a sus esfuerzos por destruir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la OMC. Miembros del partido de Trump en el Congreso siguen siendo partidarios del libre comercio. Si bien intimidados por el presidente, entienden que Estados Unidos se ha beneficiado de un orden internacional basado en reglas.Además, si Trump fracasa a la hora de obtener concesiones significativas por parte de los socios comerciales de Estados Unidos y si sus aranceles obstaculizan el crecimiento de los negocios y elevan el precio de los bienes de consumo importados, es posible que los votantes detecten la relación entre las políticas presidenciales y sus dificultades económicas. Es posible que Trump mismo se canse de su estilo imperial de presidencia y se convierta en un líder más convencionalmente estadounidense. En ese caso, Estados Unidos reanudará sus funciones como miembro constructivo de la OMC, signatario del Acuerdo de París sobre el cambio climático y participante de un Acuerdo Transpacífico reactivado. Sin duda, el interludio unilateralista de Estados Unidos habrá debilitado su influencia. Otros países empezarán a verlo como un socio menos digno de confianza. Mientras tanto habrán negociado entre sí acuerdos pensados para reducir la dependencia económica y en materia de seguridad de Estados Unidos. Con todo, el «paréntesis Trump», si es que se reduce a eso, no habrá alterado de manera significativa el orden económico internacional.
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     Para concebir este estado de cosas uno debe ser optimista. La mayoría de votantes republicanos, según las encuestas de opinión pública en el momento de escribir este artículo, apoyan las políticas comerciales restrictivas de Trump. El pueblo estadounidense ha demostrado escasa capacidad de relacionar los aranceles de su presidente con las consecuencias negativas de los mismos. El propio Trump es un maestro a la hora de desviar la atención.Lo que es más importante, el apoyo popular al comercio abierto y libre exige políticas que compensen a los «perdedores» mediante programas de formación y reubicación, y la profunda y pertinaz hostilidad que sienten los estadounidenses hacia el gobierno constituye un obstáculo formidable para el establecimiento de dichos programas.Un enfoque de la financiación de campañas electorales que concentre el poder en las manos de los ricos hará improbable que obtengan respaldo de políticas impositivas y de gasto público destinadas a redistribuir la renta a aquellos que se quedan atrás. Además, la ideología fundamentalista de mercado estadounidense propicia el olvido de las lecciones extraídas de la crisis financiera. Ello a su vez crea una posibilidad real de que se dé marcha atrás a las reformas poscrisis, con lo que aumentarían las probabilidades de una nueva crisis y se acentuaría aún más la polarización de la opinión pública.(17)
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    Organismos como la Cámara de Comercio estadounidense se oponen a los aranceles de Trump y a sus esfuerzos por destruir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la OMC, por lo que el intento de Trump de socavar el orden global podría ser una aberración temporal
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    Todas estas razones inducen a pensar que Estados Unidos es extremadamente vulnerable a los cantos de sirena del proteccionismo, como ha ocurrido en casi toda su historia, a excepción de la segunda mitad del siglo XX. En otras palabras, hay razones para creer que el giro unilateralista del país pueda ser duradero.Aunque algunas de estas tendencias también se aprecian en Europa, cabe pensar que es más probable que la Unión Europa, en comparación, continúe por la senda del multilateralismo y la apertura.(18)
     Los países europeos, después de ser presa de extremismos en las décadas de 1920 y 1930, reformaron sus sistemas electorales para dificultar el control por parte de políticos oportunistas como Trump (19) 
    Al carecer de la hostilidad profunda y obstinada hacia el gobierno que tienen los estadounidenses, son capaces de crear programas públicos que compensen a los perjudicados por un comercio libre y abierto. Debido a que tienen economías más pequeñas —en muchos casos significativamente más pequeñas— que la de Estados Unidos, entienden que su prosperidad está intrínsecamente ligada al comercio, tanto el multilateral como el de mercado único de la Unión Europea. Incluso Reino Unido, donde la desigualdad es mayor y el rechazo a la Unión Europea es más intenso, sigue comprometido con la idea del libre comercio.Pero señalar que es probable que Europa siga siendo partidaria del libre comercio no equivale a decir que sea capaz de ejercer el liderazgo necesario para moldear el orden económico mundial. La influencia exterior y en materia de políticas de seguridad y la influencia económica van de la mano. Recordemos la habilidad de un Estados Unidos poderoso desde el punto de vista geopolítico a la hora de dar forma al orden económico internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Por su parte, la Unión Europea no ha demostrado ser capaz de articular una política exterior y de seguridad común; los distintos países que la integran tienen visiones distintas al respecto. El gasto militar conjunto del PIB es más bajo en Europa que en Estados Unidos y China. El continente está amenazado desde el punto de vista demográfico y, por tanto, abocado a un crecimiento lento. A medida que decaiga la cuota de Europa del PIB global, menos capacidad tendrá esta de determinar la naturaleza de las relaciones internacionales. Lo que deja a China como el candidato obvio a ocupar el espacio desalojado por Estados Unidos. En tanto principal socio comercial y fuente de inversión extranjera en un número creciente de países, ya posee cierta capacidad de influir en el orden económico internacional. La cuestión es qué clase de orden tiene China en mente.La respuesta no es sencilla. China está comprometida con un aperturismo y un crecimiento marcados por las exportaciones. Tal y como lo expresó el presidente Xi Jiping en enero de 2017 en Davos, China tiene el propósito de impulsar una «economía global abierta». En otras palabras, Pekín no buscará de manera obvia modificar el régimen de comercio global actual con perspectivas más restrictivas.Pero, en otros aspectos, una globalización de carácter chino será distinta de la globalización tal y como la conocemos. Comparada con otras grandes economías, la de China depende más de acuerdos de comercio bilaterales y menos de rondas de negociaciones multilaterales. En 2002 China firmó el acuerdo económico de cooperación ASEAN y a continuación varios acuerdos bilaterales de libre comercio con doce países de todo el mundo, a los que no tardarán en sumarse otros.20Hasta el momento China continúa favoreciendo los acuerdos económicos bilaterales frente a negociaciones multilaterales, lo que se traduce en un papel menor de la OMC.El Consejo de Estado de la República Popular China defiende una estrategia comercial que «basada en la periferia de China, se extienda por el Cinturón y la Ruta de la Seda para llegar al mundo».(21)
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    Yo lo interpreto como una sugerencia de que tiene en mente un sistema de comercio radial, donde China sea el núcleo y los países del otro lado de sus fronteras, o periféricos, los radios. Otros estudiosos anunciaron ya la aparición de un sistema de comercio radial en Asia y otros posibles con centros en Europa y Estados Unidos(.22)
     Si China ejerce un liderazgo más enérgico del sistema comercial global, este escenario se vuelve más probable. De nuevo, esto se traduciría en una reducción del papel de la OMC.A continuación es posible que Pekín quiera pactar otros acuerdos regionales basados en China para complementar sus pactos comerciales existentes y en sustitución de instituciones multilaterales como el FMI y el Banco Mundial. Ya tiene el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, dirigido por Jin Liqun, como alternativa al Banco Mundial. El Banco Popular de China ya ha puesto 500.000 millones de dólares en líneas de swaps a disposición de más de treinta bancos centrales. En 2016 el Banco de Desarrollo de China y el Banco Industrial y Comercial de China, de propiedad estatal, se supone que actuando en nombre del Banco Popular de China, proporcionaron a Pakistán 900 millones de dólares en concepto de rescate para evitar una crisis de divisas. El enfoque regional de China puede estar, asimismo, motivado por el hecho de encontrarse insuficientemente representada en términos de cuota y de voto en el FMI, lo que deja a Estados Unidos como único país con poder de veto en dicha institución. Si la Administración Trump decidiera bloquear la reforma del FMI rechazando una revisión de las cuotas, o decidiera abandonar los nuevos AGP (Acuerdos Generales para la obtención de Préstamos), que constituyen una importante fracción de la financiación del FMI, China contaría con un nuevo estímulo para desarrollar su alternativa regional.(23)
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    Un sistema internacional modelado por China podría dar menos peso a la protección de derechos de propiedad intelectual; de hecho, la apropiación de la propiedad intelectual de corporaciones multinacionales por parte de sus socios comerciales chinos es una de las principales manzanas de la discordia entre la Administración Trump y el gobierno de Xi. Otra opción sería que la actitud de Pekín respecto a estos temas cambiara a medida que China empezara a desarrollar nuevas tecnologías. Dicho esto, el respeto a la propiedad privada, ya sea de empresas nacionales o de multinacionales, siempre ha sido muy inferior en el sistema socialista y centralizado chino que en Europa y en Estados Unidos. En consecuencia, es probable que en un sistema global liderado por China la protección de la propiedad intelectual sea menor.Desde una perspectiva más general, el gobierno de China hace más que el de Estados Unidos, mediante subsidios e instrucciones a empresas de propiedad estatal y otras, por dar forma a la estructura y evolución de su economía. El llamado Plan Made in China 2025 para promover el desarrollo de las altas tecnologías es solo el último ejemplo.(24)
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    La OMC cuenta con reglas pensadas para limitar las subvenciones y las ayudas estatales de otra clase. Un sistema comercial modelado a la manera de China no contemplaría, o al menos limitaría, estas reglas.Un régimen dirigido por China también estaría menos abierto a la inversión internacional. En 2017 China quedó solo por detrás de Filipinas y Arabia Saudí en la lista elaborada por la OCDE de los sesenta y tantos países con regímenes de Inversión Extranjera Directa (IED) más restrictivos. Cabe pensar que estas restricciones son otro mecanismo más para dar espacio a las empresas chinas para desarrollar sus habilidades tecnológicas. Esta actitud puede cambiar una vez China se convierta en líder tecnológico y se preocupe más por la IED externa que interna. Además, China continúa ejerciendo un férreo control de su sistema financiero y mantiene controles de los flujos entrantes y salientes de capital. Si bien el FMI mira con mejores ojos este tipo de controles desde principios de la década de 2000, es de esperar que un régimen internacional liderado por China se muestre más deferente aún con los gobiernos que recurran a ellos.En suma, una economía global liderada por China seguiría abierta al comercio, pero tendría una naturaleza menos multilateral, transparente, basada en reglas y financieramente abierta que la de su predecesor occidental
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    .El gobierno de China hace más que el de Estados Unidos por dar forma a la estructura y evolución de su economía. El llamado Plan Made in China 2025 para promover el desarrollo de las altas tecnologías es solo el último ejemplo
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    La última década fue un periodo turbulento para la economía global, puesto que se inauguró con una crisis financiera global y se cerró con el Brexit y la elección de un presidente estadounidense con un programa de «América primero». La crisis trajo consigo un descontento popular con el orden económico establecido, aunque he argumentado que tan solo catalizó un malestar ya existente y asociado a las tendencias de ese momento: cambio tecnológico a favor de los trabajadores cualificados, creciente desigualdad de renta y fracaso de los gobiernos a la hora de equipar a los individuos para hacer frente a estos problemas. De las varias reacciones nacionales, la de Estados Unidos tuvo especiales repercusiones, puesto que en esencia despojó al país de su liderazgo global.Las consecuencias futuras de esto distan mucho de estar claras. Es posible que la presidencia de Trump sea solo una fase, después de la cual Estados Unidos recuperaría sus apoyos y su liderazgo del sistema multilateral. Pero también existen razones para dudar de que esto ocurra. La hostilidad de los estadounidenses hacia el gobierno se traduce en un margen de intervención menor que, por ejemplo, en Europa, a la hora de compensar a las víctimas de la destrucción creativa y la globalización. Que nos encontremos en un periodo de crecimiento lento, a diferencia del tercer cuarto del siglo XX, hace que el apoyo y el liderazgo de Estados Unidos de un sistema abierto multilateral sea, cuando menos, problemático.Con independencia de que el giro unilateral de Estados Unidos sea temporal o permanente, hay más espacio para que otras potencias influyan el orden económico mundial. Dados sus recursos y sus ambiciones, China es el candidato más probable. Un sistema con China a la cabeza seguirá abierto al comercio, pero será menos abierto financieramente que uno con la Unión Europea a la cabeza. Tendrá un enfoque más regional. Dará un papel más prominente al Estado. Estará menos basado en reglas y será menos transparente. La idea subyacente a admitir a China en la OMC era presionarla para que acercara su sistema político y económico a los modelos occidentales. Lo irónico sería que la presión económica que una China integrada internacionalmente ejerza en el mundo en general, y en Estados Unidos en particular, pueda terminar teniendo el efecto contrario.
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    Notas
    (1) Ver Summers, 2014
    (2).Este es el cambio medio anual del PIB a precios constantes de 2008-2009 sacado de Perspectivas de la Economía Mundial, del FMI.
    (3)Para un análisis del debate, ver Saccomanni, 2015.
    (4)Este punto de vista se desarrolla en profundidad en Eichengreen, 2015
    (5).Habrá quienes consideren la crisis de ahorros y préstamos de la década de 1980 una excepción, pero, tal y como demuestra Field (2017), su impacto macroeconómico fue mínimo.
    (6)Para un relato controvertido pero útil de estas tendencias, ver Johnson y Kwak, 2010.
    (7)Para un buen resumen, ver Bayoumi, 2017.
    (8)El análisis más influyente del papel de la suerte y las políticas acertadas durante la Gran Moderación es de Stock and Watson, 2003.
    (9)Lo argumenta muy bien el propio Taylor, 2015. (
    (10)Para un análisis de esos flujos de capital y sus causas, incluida la política monetaria, ver Lane, 2013.
    (11)Esta es la convincente interpretación de Ball, 2018. Otros, tales como Bernake, 2015, aducen que el banco central no tuvo otra elección que dejar que Lehman se hundiera debido a que carecía de un aval válido, una tesis de la que Ball disiente vigorosamente.
    (12)Para una descripción divulgativa del debate, ver Scheiber, 2012.
    (13)Las cifras proceden, una vez más, de Perspectivas de la Economía Mundial, del FMI.
    (14)Los aranceles son para sesenta y cuatro países que representaban el 91% del comercio mundial en 2010, según Nordhaus, 2017. 
    Las cifras para la solución de diferencias de la OMC proceden de Azevedo (2004, tabla 1).
    (15)El resto de esta sección está sacado de Eichengreen, 2018.Este famoso, aunque controvertido argumento, se debe a Reinhart y Rogoff, 2009.Funke, Schularick y Trebesch, 2016 ofrecen pruebas de que las crisis financieras desembocan en un aumento de la polarización política y, en concreto, en cambios de voto a la derecha.
    (18)Es la conclusión de Eichengreen, 2018, donde explico los argumentos en mayor profundidad.
    (19)Estoy pensando, por ejemplo, en el sistema electoral francés, que permite a los partidarios de otros candidatos unirse para apoyar al candidato mayoritario en la segunda ronda de votaciones, o en el alemán, que requiere una moción de censura constructiva (acuerdo para nombrar a un nuevo líder) para deshacer un gobierno.
    (20)Muchos de estos acuerdos bilaterales se firman con países pobres que no constituyen mercados especialmente importantes para las exportaciones chinas. Pueden verse como una maniobra de Pekín para influir económicamente en su socio, y en concreto para animarlo a adoptar estándares de producto y tecnología chinos y a que gestionen sus economías según el modelo chino.
    (21)Tiezzi, 2018, p. 47. 
    (22)Una serie de publicaciones oficiales y semioficiales se han hecho eco de la misma terminología.Ver, por ejemplo, Baldwin, 2009.
    (23)La activación del AGP por importe de 255.000 millones de dólares requiere que el 85% de votos de los participantes y el veto a Estados Unidos. Además, Estados Unidos tendrá que abandonar el NAB si no se actúa por vía legislativa.
    (24)Para más información, ver Balding, 2018. 
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    Bibliografía 
    —Azevedo, Roberto (2014): «Azevedo say success of WTO dispute settlement brings urgent challenges», World Trade Organization News. Disponible en https://www.wto.org/english/news_e/spra_e/spra32_e.htm 
     —Balding, Christopher (2018): «Is China a market economy?», en Alessia Amighini (ed.), China: Champion of (Which) Globalisation?, Milán, ISPI, pp. 61-80. 
    —Baldwin, Richard (2009): «The spoke trap: hub and spoke bilateralism in East Asia», Swiss National Center of Competence en Research Working Paper, n.º 2009/28, mayo. 
     —Ball, Lawrence (2018): The Fed and Lehman Brothers: Setting the Record Straight on a Financial Disaster, Nueva York, Cambridge University Press.
     —Bayoumi, Tamim (2017): Unfinished Business: The Unexplored Causes of the Financial Crisis and the Lessons Yet to be Learned, New Haven, Yale University Press. 
     —Bernanke, Ben (2015): The Courage to Act: A Memoir of a Crisis and its Aftermath, Nueva York, Norton.
     —Eichengreen, Barry (2015): Hall of Mirrors: The Great Depression, the Great Recession and the Uses—and Misuses—of History, Nueva York, Oxford University Press. —(2018): The Populist Temptation: Economic Grievance and Political Reaction in the Modern Era, Nueva York: Oxford University Press. 
    —Field, Alexander (2017): «The macroeconomic significance of the savings and loan insolvencies», Research in Economic History, n.º 33, pp. 65-113. 
     —Funke, Manuel; Schularick, Moritz y Trebesch, Christoph (2016): «Going to extremes: politics after financial crises», European Economic Review, n.º 88, pp. 227-260. —Johnson, Simon y Kwak, James (2010): 13 Bankers: The Wall Street Takeover and the Next Financial Meltdown, Nueva York, Pantheon. 
    —Lane, Philip (2013): «Capital flows in the euro area», en European Economy, en Economic Papers, n.º 497, abril. —Nordhaus, William (2017): «The Trump doctrine on international trade», VoxEU, 23 de agosto. Disponible en https://voxeu.org/article/trump-doctrine-international-trade-part-two —Reinhart, Carmen y Kenneth, Rogoff (2009): This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly, Princeton, Princeton University Press.
     —Saccomanni, Fabrizio (2015): «Monetary spillovers? Boom and bust? Currency wars? The international monetary system strikes back». Discurso de la cena de la reunión especial de gobernadores del Banco de Pagos Internacionales, Manila, 6 de febrero. Disponible en https://www.bis.org/publ/othp22.pdf
    —Scheiber, Noam (2012): The Escape Artists: How Obama’s Team Fumbled the Recovery, Nueva York, Simon and Schuster. 
    —Stock, James y Watson, Mark (2003): «Has the business cycle changed? Evidence and explanations», Simposio en Jackson Hole del Federal Reserve Bank de Kansas City. 
     —Summers, Lawrence (2014): «Reflections on the “new secular stagnation hypothesis”», en Teulings, Coen y Baldwin, Richard (eds.), Secular Stagnation: Facts Causes and Cures, Londres, Centre for Economic Policy Research. 
    —Taylor, John (2015): «A monetary policy for the future», comentarios en el congreso del FMI «Rethinking Macro Policy III, Progress or Confusion?», 15 de abril. 
    —Tiezzi, Shannon (2018): «Free trade with chinese characteristics», en Amighini, Alessia (ed.), China: Champion of (Which) Globalisation?, Milán, ISPI, pp. 39-60. 
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     Cita esta publicación
    Eichengreen, B., "La última década y el futuro de la economía global", en ¿Hacia una nueva Ilustración? Una década trascendente, Madrid, BBVA, 2018.

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