Robert J. Shiller es Catedrático Stanley B. Resor de Economía en la Universidad de Yale e investigador asociado del Centro Internacional de Finanzas de la Yale School of Management, así como del National Bureau of Economic Research. La Real Academia de las Ciencias Sueca acaba de concederle el Nobel correspondiente a Economía 2013, junto a los estadounidenses Eugene F. Fama y Lars Peter Hansen, por sus «análisis empíricos sobre los precios de activos».
Esta entrevista fue realizada en octubre de 2012, durante su visita a España para la presentación, en la Fundación Rafael del Pino, de su última obra titulada: "Las finanzas en una sociedad justa: Dejemos de condenar el sistema financiero y, por el bien común, recuperémoslo", publicada en español por Deusto.
El Profesor Shiller ha sido vicepresidente de la American Economic Association y presidente de la Eastern Economic Association. Su obra escrita comprende temas como mercados e innovación financiera, economía de la conducta, macroeconomía o métodos estadísticos. En uno de sus libros más conocidos, Animal Spirits: Cómo influye la psicología humana en la economía, desarrollado junto al Premio Nobel de Economía George A. Akerlof, los autores argumentan que la economía no está determinada solo por motivos puramente racionales sino que también intervienen motivaciones no económicas e irracionales.
En su última obra, Robert Shiller argumenta que hay que entender las finanzas no solo como la manipulación del dinero o la gestión del riesgo, sino como la administración de los activos de la sociedad. Durante la presentación de este libro en la Fundación Rafael del Pino, Shiller sostuvo que: “Democratizar las finanzas significa, en primer lugar, hacer que nuestras instituciones financieras abarquen a más personas; segundo, que cubran los tipos de riesgos que preocupan a la gente y, en tercer lugar, lograr que las personas estén más involucradas en las decisiones financieras con la ayuda de asesores y que dispongan de la información adecuada, todo ello ayudará a los ciudadanos a gestionar el riesgo y aprovechar mejor las oportunidades”.
Para el Profesor, “la educación financiera es una cuestión importante que no está bien solucionada. Las escuelas deben ofrecer formación financiera en todos los niveles educativos (…). Es como la medicina, no se puede hacer frente a los problemas médicos pidiendo a la gente que aprenda medicina, ya que necesitan un médico que les diga qué es lo que les pasa y darles instrucciones muy claras. Lo mismo ocurre con las finanzas, creo que todos deberíamos tener consejeros financieros personales”.
Shiller escribió Las finanzas en una sociedad justa después de que empezara la crisis, “porque pensé que la hostilidad hacia el sector financiero está fuera de lugar. La gente puede estar enfadada por lo que pasa, pero necesitamos las finanzas; y las necesitamos en sus diferentes formas. Lo que la gente realmente debería estar haciendo, si están motivados por el 15M, Occupy Wall Street o cualquier otro movimiento similar, es aprender finanzas y participar en el debate sobre la mejora de este sector fundamental para la sociedad”.
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Afirma que nuestro sistema financiero es disfuncional y que, si no intentamos comprender la causa de esa disfuncionalidad, perderemos una gran oportunidad para solucionar los problemas que nos afectan. ¿Nos podría describir la metáfora de la autopista con la cual explica esto en su libro?
ROBERT J. SHILLER: Recuerdo que, en cierta ocasión, conduciendo por una autopista en una noche de niebla, sentía gran presión por parte de otros conductores para conducir más deprisa de lo que yo consideraba oportuno, prudente y seguro. Creo que muchos hemos pasado por esta misma experiencia. La pregunta es qué deberíamos hacer ante esta circunstancia, cuando hay unas condiciones meteorológicas complejas y existe la posibilidad de que ocurran accidentes, con lo cual el sentimiento de miedo es legítimo.
Uno de los pensamientos que me viene a la mente es que el gobierno podría enviar a la cárcel a los conductores imprudentes. Hoy las nuevas tecnologías nos proporcionan formas para gestionar mejor este problema, por eso aplico esta metáfora al sector financiero. Todo el mundo estaba “conduciendo” demasiado deprisa en el boom que precedió a esta crisis. ¿Por qué? Porque como todos iban a gran velocidad, se infirió al entorno que eso debía de ser normal y seguro, pero en realidad no había ninguna autoridad central comprobando que así fuese.
Necesitamos una autoridad que monitorice los peligros sistémicos y un tipo de sistemas de incentivos que haga que la gente levante el pie del acelerador. En una autopista, estos incentivos podrían adoptar la forma –dado que vivimos en un entorno moderno y de alta tecnología– de sensores de monitorización con advertencias de reducción de velocidad, penalizaciones por su exceso, etc.
Es necesario tener reglas e incentivos y, lo mismo que no queremos que las personas tengan miedo de ir a la cárcel por conducir deprisa, hemos de reconocer qué mejoras se pueden hacer en el sistema, sin que estas se basen en el “miedo”. No hablo de una mejora individual, sino de muchas y múltiples mejoras.
La historia de las finanzas es la historia de una acumulación gradual de pequeñas mejoras a nuestro sistema, que nos lleva a un modelo económico donde las personas tienen gran libertad, pueden ser emprendedoras y hacer las cosas sin miedo de ir a la cárcel o de arruinarse, y todo esto en un entorno donde hay “límites de velocidad”. Este sistema, siempre en proceso de mejora continua, supone una comprensión de la naturaleza humana y de la tecnología moderna.
F.F.S.: Viviendo en un mundo globalizado con diferentes regulaciones, la aplicación de estos controles se plantea como algo complejo. ¿Cómo podría implementarse lo que predica?
R.J.S.: Hoy en día, las personas y las empresas se mueven de un país a otro dependiendo de lo oneroso que este sea. Esto puede hacer que los planteamientos por los que abogo no funcionen, y es por ello que se necesita una mayor coordinación de las relaciones financieras entre países, aunque ya podemos observar cómo se avanza en este sentido. Que los países del G-20 estén coordinando hoy sus relaciones mucho más que en el pasado es un ejemplo de que nos movemos en la dirección correcta, aunque pueda parecer insuficiente. También la comunidad de Bancos Centrales se reúne con mayor frecuencia, ya sea en Basilea o en otros sitios, generando más respuestas coordinadas. Estamos mejorando en estas acciones, pero evidentemente existen limitaciones. Casos como el de François Hollande en Francia, cuando propone incrementar los impuestos a las grandes fortunas a un 75% sobre los ingresos, lo único que provocan es una estampida. No podemos avanzar de esta manera, sin tener costes ni servidumbres.
F.F.S.: En su libro nos explica cómo esta crisis ha incrementado la sensación de necesidad de un entorno más regulado, pero al mismo tiempo afirma que la mejor forma para que la sociedad avance es la no restricción de la innovación financiera. Al contrario, defiende que deberíamos dar tanta libertad como sea posible, ya que es el modo más óptimo de reducir el impacto de esta crisis.
R.S.: Si analizamos las causas que nos han llevado a esta crisis, observaremos que son en parte sociológicas. Las personas avanzan como las “manadas”. El fallo está en que nuestro sistema no establece salvaguardias ni garantías para evitar las “estampidas”. Podemos aprender de la conducta pasada de estas “manadas” para desarrollar mejores sistemas que sirvan para controlar las relaciones y evitar que las personas sean pisoteadas por una estampida. Una de las soluciones podría ser mediante protecciones individuales.
F.F.S.: Hablando del control de las masas, esta “segunda gran contracción”, como Reinhard y Rogoffbautizaron a la última crisis, ha generado una reacción psicológica negativa que podríamos denominar como repulsión hacia el capitalismo. La crisis no ha hecho más que acentuar la distancia entre las élites y la clase media, de modo que en la sociedad europea existe un sentimiento de insatisfacción e injusticia. Tal y como se plantea en su libro: “¿Cómo podemos democratizar las finanzas de manera que nos sirvan bien a todos?”.
R.J.S.: Me preocupa el incremento de la desigualdad, algo especialmente notorio en un gran número de países durante las últimas dos o tres décadas. En el período que va desde la Segunda Guerra Mundial a los años 70 –al menos en Estados Unidos–, la desigualdad disminuyó. Aunque basándonos en la historia, podemos deducir que no es inevitable un incremento de la misma. Ahora bien, ¿por qué está aumentando hoy en día de una forma elevada?, ¿podemos establecer mecanismos y políticas que frenen esta evolución?
Algunos eruditos atribuyen esta situación al crecimiento del fenómeno del lobby de los intereses financieros. En Estados Unidos, se ha generado un desequilibrio entre estos y los sindicatos, que en el pasado practicaron más activamente su política de lobby frente al gobierno. Esto se podría reconducir a través de nuevas leyes, en un esfuerzo de los gobiernos para restaurar el equilibrio entre las diferentes representaciones de los grupos de interés.
Otro factor del aumento de las desigualdades puede ser, sencillamente, el crecimiento de las tecnologías de información. Los ordenadores están reemplazando a las personas. Esto es muy preocupante, especialmente para las personas con menor cualificación, que pueden encontrarse con que un robot hace su trabajo mejor y más deprisa. Sin embargo, también la tecnología puede crear puestos de trabajo para esas mismas personas; aunque ciertamente es un riesgo y debemos tenerlo en consideración. Esto causa desigualdad y, aunque no se pueda achacar al sistema financiero, la tecnología financiera podría sugerirnos formas para mitigar este problema.
Las finanzas se centran esencialmente en la gestión del riesgo. Creo que este riesgo del incremento de la desigualdad puede ser aislado. Mi propuesta, que evidentemente no sé si es la mejor, plantea incluir un impuesto para las desigualdades en el sistema financiero, o como yo lo defino: índice de desigualdad. Esto hace que el sistema impositivo se gestione de manera que sea más progresivo si la desigualdad incrementa. En cualquier caso, pasaría del crecimiento de la desigualdad a la “maldad” de las finanzas. Es algo a lo que debemos prestar mucha atención y procurar solucionar, ya que estoy convencido de que el crecimiento de las desigualdades es el problema más acuciante al cual el mundo se enfrenta hoy. A los políticos les resulta difícil hablar de este tema, quizás por ello se hace tan poco al respecto.
F.F.S.: Los controles de los entornos calvinistas y anglosajones parecen ser más efectivos que los de los entornos latinos, donde las responsabilidades se diluyen mucho más (valga como ejemplo las consecuencias legales que han sufrido los responsables de los “agujeros”… y, como consecuencia, el desigual impacto de la desconfianza de unos países a otros). Por eso, cuando fuerzas externas al sistema financiero capitalista actúan de manera interesada se generan acciones que reducen –como dice Schumpeter– la capacidad propia del sistema de retornar al equilibrio. Son muchos los que acusan al entorno político del sur de Europa de inmiscuirse interesadamente –y de forma nada productiva– en la economía. ¿Qué opina de esto?
R.J.S.: Siendo como es difícil trasplantar el espíritu de un país (o de un entorno) a otro, si hablamos del sur de Europa y nos retrotraemos 2000 años, pienso que la antigua Roma era un entorno muy emprendedor respecto del resto del mundo. Sus éxitos empresariales fueron muchos y muy diferentes, y lo mismo se puede decir del Renacimiento. Las tendencias históricas y culturales, aun teniendo una importancia, resultan difíciles de parametrizar.
Esto que me pregunta encaja también con la descripción de China. Uno podría argumentar que es tal el volumen de los negocios financiado por los bancos (bancos que están políticamente involucrados) que, aunque hoy marchen bien, a largo plazo representarán una rémora, un freno para la economía del país. La corrupción es un problema en todo el mundo y parece ser más elevado en unos lugares que en otros. Hay evidencias palmarias de que, en países donde existe un mayor nivel de confianza en la integridad de sus gestores, la tendencia al éxito es muy superior. Así, una nueva forma para ayudar al crecimiento de la confianza es dedicar mayores recursos a la regulación. Se necesitan reguladores, y también abogados, que representen a la gente.
Una historia de éxito sería aquella donde las personas tienen una seguridad razonable de que recibirán justicia, porque tienen acceso a la defensa personal, y donde la expectativa de que los reguladores perseguirán a los delincuentes es cierta y demostrable. Hasta cierto punto, se trata de un tema de recursos. Conforme se desarrollan los países, creo que hay más posibilidades de dedicar recursos a la regulación, a los abogados de la defensa de los derechos individuales, etc. Hay una mayor tendencia a la reducción de la corrupción en el proceso de desarrollo de los países. El Gobierno de Estados Unidos era muy corrupto en la mitad del siglo XIX, y no fue hasta que se desarrolló un “civil service”, en 1870, cuando la situación empezó a cambiar. No creo que la corrupción sea un mal endémico de una cultura, sino más bien una cuestión de progreso.
Por eso, en mi libro Las finanzas en una sociedad justa enfatizo la importancia que tiene la regulación, los abogados, los asesores, etc. Es preciso entender que, aunque estos procesos cuestan dinero, compensan; y es importante que los gobiernos inviertan en estas actividades.
F.F.S.: Llama la atención la frase de su libro en la cual dice que la especulación contribuye a la eficiencia del mercado. Una frase que, a los profanos en la materia, nos resulta chocante y hasta contradictoria. ¿Nos la puede aclarar?
R.J.S.: En el año 2000, lo que se llamaba “exuberancia irracional” resaltaba las debilidades y flaquezas especulativas de los mercados. Siendo como es la naturaleza humana, tenemos que aceptar que los mercados son imperfectos, y no altamente eficientes, como muchos piensan. Por otro lado, cuando las personas reaccionan tras la explosión de una burbuja, se produce una sobrerreacción y el pensamiento generalizado es el de que los mercados están “locos”, que la especulación es simplemente un juego de apuestas, una ruleta. Muchas de las cosas que suceden dentro del mundo de las finanzas son medias verdades.
La eficiencia del mercado es una media verdad, como lo es el concepto de precios de mercado que solo refleja el valor hasta cierto punto, pero que puede volverse loco y conducirnos a burbujas sin sentido. Creo que el sistema financiero es el mejor que tenemos, pero evidentemente podemos hacerlo mejor e, incluso, podemos llegar a prevenir la formación de burbujas con unas políticas nacionales adecuadas.
F.F.S.: La profesora de la Harvard Business School, Rosabeth Moss Kanter, ha definido su obra como una llamada provocativa para entender y reinventar las finanzas. ¿Qué habría que volver a concebir?
R.J.S.: Necesitamos democratizar las finanzas, conseguir que lleguen a todo el mundo. Esta democratización es un proceso lento, avanza muy despacio, pero hoy son muchas más las personas involucradas en los sistemas financieros que en el pasado, aunque nos quede por delante un gran camino que recorrer.
En esta crisis financiera, hemos podido ver cómo los compradores recibieron un pésimo servicio de quienes se dedicaban al sector inmobiliario. Tanto en España como en Estados Unidos, se estimuló a que las familias pusieran todos sus recursos y ahorros en una vivienda. Cuando los precios de la vivienda cayeron –pero no las deudas–, comenzó la destrucción de sus respectivas economías. Esto, evidentemente, es predecible. Si las personas invierten todos sus recursos en un solo activo (y en una sola localización), sin diversificar, y su endeudamiento es muy elevado, se enfrentan a un gran problema. Hasta hoy, el sistema no ha sido capaz de gestionar de forma adecuada los riesgos de las personas, por lo que es necesario rediseñarlo.
Por ejemplo, el porcentaje de vivienda en propiedad en España es, a todas luces, excesivamente alto. La política del Gobierno debería ayudar a incrementar el porcentaje de personas que vive de alquiler, ya que esto permite colocar sus ahorros en una cartera de inversión diversificada, que les aísla de los riesgos. Más aún, el alquiler proporciona un elevado nivel de libertad para todos aquellos que quieran desplazarse o que, simplemente, no desean verse involucrados en todo lo que significa el mantenimiento de una vivienda en propiedad. El alquiler ofrece grandes alternativas que podrían ser aplicadas.
Otra política para salvaguardar a los que decidan ser propietarios de su vivienda sería un sistema de protección frente a los caprichos o peligros de una crisis financiera o de la propiedad, como es el sistema de hipotecas de gestión continua (continuous workout mortgages). Existen formas alternativas que conseguirían reducir el riesgo que conllevan los cambios de los precios.
F.F.S.: El crecimiento del sector público en España no ha ido acompañado de la eficiencia y productividad deseable, al tiempo que se ha involucrado en áreas que muchos definen como no pertinentes para él. Si se compara el sector público en general –y no exclusivamente la Administración Pública– en países como España o Italia, con el que existe en Estados Unidos sorprende la diferencia. ¿Hasta qué punto es importante para el crecimiento de la nación el control del gasto público, y la productividad y el retorno del mismo a la sociedad?
R.J.S.: Son preguntas complejas y siento no ser muy creativo a la hora de responder. Creo que el capitalismo es importante y que las personas puedan tomar sus propias decisiones también.
Muy posiblemente, en algunos países europeos, el sector público es demasiado grande, aunque también esto es algo difícil de medir. En cambio, creo que hoy Estados Unidos necesita más gasto público. La Administración ha sido negligente y descuidada en todo lo referido a infraestructura pública. Nuestras autopistas están congestionadas y los puentes se están quebrando. Quizá Estados Unidos deba moverse en una dirección similar a la europea, y a la inversa. Lo importante es cómo se hacen las cosas.
Si un país necesita más autopistas, se deben hacer con criterios de efectividad y productividad, asegurando una inversión severa compensada por las economías que genera, y garantizando que están siendo realizadas por compañías desarrolladas en un entorno de competitividad. El favoritismo es un problema grave, un problema político. Se puede trabajar en diferentes procedimientos para limitarlo. Más aún en estos momentos en los que, ni en Estados Unidos ni en España, el consumo privado tiene suficiente dinero como para mantener la economía boyante. Este es un problema que –desde la perspectiva keynesiana– se podría solucionar de forma temporal con un mayor gasto público: que el Gobierno emprenda aquellas obras o acciones que quisieran ser emprendidas por la iniciativa privada, es decir, por empresas o individuos que ahora no disponen ni del valor ni de los recursos necesarios para hacerlo. Recalco el aspecto de ser deseado desde la iniciativa privada y con una visión de negocio. No solo hablo de construir autopistas en sitios donde esté congestionado el tráfico, sino de mejorar la educación contratando profesores para las escuelas –incluso un segundo profesor por clase, como ayuda al profesor titular– para ofrecer más atención a los niños. Este es el tipo de cosas que el Gobierno puede implementar fácilmente, sin que se genere un sector con derechos creados o corrupto.
F.F.S.: Quizás desconozca hechos como que en España se han construido aeropuertos que tienen un solo vuelo al día, autopistas de peaje con un tráfico ridículo o vías de alta velocidad por las cuales ya no circulan trenes, porque no había suficiente demanda de pasajeros, o universidades en cada Comunidad Autónoma… En cambio, en Estados Unidos, la inversión parece que siempre se realiza cuando no hay más remedio, cuando el uso de las estructuras está a punto de reventar, lo cual quizás sea un poco tarde, pero garantiza la productividad de la inversión.
R.J.S.: ¿Esto que me dice es cierto? Bueno, en primer lugar, yo soy profesor en la Universidad de Yale, que es una universidad privada. Creo que en España hay muy pocas universidades privadas. En Estados Unidos, además del sistema universitario de élite, existen muchas facultades denominadas “Liberal arts colleges”, que proveen de servicios de formación a un entorno menos estandarizado y que tienen gran demanda. Así se crea un sistema equilibrado donde hay grandes instituciones y otras medianas o pequeñas, de modo que se cubre una demanda real y se cumplen los requisitos del mercado, siempre de una forma eficiente y con diversidad.
La respuesta a cómo debería moverse un país en esta dirección en los diferentes entornos que me ha mencionado resulta fuera de mi alcance, pero en el ámbito de la formación universitaria, le diría que la clave es: eficiencia, excelencia y diversidad de opciones.
F.F.S.: Tenemos la tendencia a simplificar el universo de las finanzas, que incumbe a muchas profesiones y a un gran número de especialidades. ¿Podría hacernos una descripción, a vista de pájaro, de todo aquello que usted incluye en su libro respecto de los profesionales de las finanzas?
R.J.S.: Es cierto que tenemos tendencia a ver las finanzas de una manera borrosa e indiferenciada. Una de las razones por las que más ha crecido y se ha extendido el campo de las finanzas ha sido la creación de comunidades de profesionales que representan un sector específico, como pueden ser: contables, auditores, brokers, dealers, creadores de mercado, etc. Todas estas profesiones tienen sus propias organizaciones profesionales que, a su vez, imponen unos códigos éticos específicos. El progreso financiero es lento, porque se han de desarrollar estas comunidades.
En el caso de los auditores, hablamos de una profesión que suma ya varios cientos de años de existencia. Su trabajo es, básicamente, descubrir las fechorías del mundo financiero; son como los reguladores del sector privado. Últimamente han sido muy criticados –al menos en Estados Unidos– por no haber sido suficientemente diligentes, pues deberían haber observado lo que pasaba. El hecho de que los auditores hayan cometido errores no significa que hayan abandonado su trabajo, y quisiera extender mi aprecio hacia ellos. No se hacen películas sobre famosos auditores, no son héroes, aunque hacen su labor de forma discreta y silenciosa. Tienen un sentido ético que no es apreciado lo suficiente, cuando realmente constituyen la columna vertebral de nuestra civilización.
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