No, esta entrada no va sobre las pensiones de los agricultores, sino sobre uno de los argumentos de los Negadores y Negados (NyN) desde su tierra de Confusolandia. Me lo han contado hoy mientras me tomaba un café en el descanso de una conferencia en Madrid y me he estado riendo toda la tarde. Por poco me tengo que salir de la sala para no interrumpir el acto. Solo ahora, después de unas horas, se me ha calmado la risa lo suficiente para explicársela a nuestros lectores.
La idea, bastante peregrina, es la siguiente.
Los economistas que estamos preocupados sobre las pensiones deberíamos haber estado preocupados, por el mismo criterio, con la perspectiva de que íbamos a pasar de tener el 18% de los trabajadores en la agricultura al 2%, ya que esto supondría, según nuestros razonamientos, que no iba a haber suficientes alimentos para el resto del 98% de la población. Por supuesto, como tal evento no ha pasado, gracias al incremento de la productividad, esto demuestra (y la verdad, para ser sinceros, no termino de ver la conexión lógica), que el incremento de la productividad también salvará a las pensiones.
Este argumento está tan mal construido que creo que lo voy a nominar para la competición de la “Peor Analogía del Siglo (PAS)” pues me parece que será difícil que a nadie se le ocurra una peor (aunque no desesperen, la inventiva humana es ilimitada y esto, aparentemente, a los NyN no les falta) o que demuestra entender menos de lógica económica básica.
Los economistas nunca han estado preocupados por la reducción de la población agrícola ni estamos ahora preocupados por la reducción del empleo en la industria manufacturera. Ambas reducciones de empleo vienen causadas por el incremento de la productividad en sectores que tienen elasticidades de demanda con respecto a la renta baja. Es decir, más llanamente, cuando uno gana más dinero, no compra mucho más huevos o mucha más leche. Yo bebo la misma leche (y de la misma calidad) ahora que cuando vivía con un sueldillo de ayudante de investigación en el doctorado y aunque mi sueldo se multiplicase por 10 mañana, seguiría bebiendo la misma leche.
En una economía de mercado esto no tiene mayor secreto pues los precios envían la señal adecuada. Al subir la productividad de producir alimentos, los costes marginales de los agricultores más productivos caen, la caída de los costes marginales repercuten en menores precios y los precios más bajos inducen a los agricultores menos productivos a dejar el campo e irse a otros sectores (aclaración: los mercados agrícolas están fuertemente intervenidos, por ejemplo por la Política Agraria Común, con lo cual todo esto funciona a trompicones y sobresaltos).
Esa es la razón por la que hoy no me quita el sueño que la productividad en la industria crezca. El mercado, algunas veces más mal que bien y con costes personales indudables pero al final de manera casi inexorable, irá expulsando a los trabajadores de las empresas menos productivas del sector que se irán a otros. En 50 años no necesitaremos a casi nadie para producir coches. Ni los economistas teníamos miedo a que desaparecieran los alimentos hace cuatro décadas ni tenemos hoy miedo que desaparezcan los coches. De hecho, mi único miedo es que la productividad del sector automovilístico crezca tanto que terminemos con demasiados coches (los coches crean externalidades que el mercado no internaliza correctamente).
Con las pensiones el tema es totalmente distinto. Las pensiones se pagan con impuestos y son de reparto, con lo cual no es el mercado el que está determinando la asignación, sino el estado por medio de los parámetros del sistema.
La afirmación “el ratio de dependencia está cayendo y que esto crea un problema” es, pues, inherentemente diferente que la afirmación “el ratio de agricultores/consumidores está cayendo”. La primera se refiere a una relación mediada por el estado. La segunda a una por el sistema de precios. Los precios organizan intercambios voluntarios, los impuestos generan distorsiones. Vamos, que son cosas que poco tienen que ver y lo de los agricultores no viene a cuento en absoluto.
El argumento correcto es preguntarnos: ¿qué maximiza el bienestar social en el 2050, subir los impuestos un 6% o retrasar la edad de la jubilación? (ah, y por cierto, sí que existe un criterio objetivo de valorar estas dos asignaciones: mejoras potenciales en el sentido de Pareto). Que el bienestar social en el 2010 sea menor que en ambas alternativas es irrelevante, pues no es parte de la decisión.
Déjenme que les ponga un ejemplo sencillísimo. Imagínense que le toca en un sorteo un viaje “todo pagado” a Roma o a París para sus vacaciones. Uno tiene que decidir a cuál de las dos ciudades irse de viaje. El que ambas alternativas sean mejores que quedarse en su ciudad de origen en esa semana es irrelevante. Lo único que importa es si me gustan más las piedras del Coliseo o Versalles. Imagínense que usted le dice a un amigo, “voy a irme París, porque aunque me gusta menos que Roma, es mejor que quedarme en casa”. El amigo, con razón, le dirá que usted no está eligiendo correctamente y que aquello hace agua por todas partes.
Es por eso que argumentar que, ya que la productividad en el 2050 será tan alta que incluso aunque tengamos que pagar el 15% en pensiones no pasa nada porque habrá más recursos que en el 2010 es un error de lógica. En términos de mi ejemplo anterior, mi ciudad actual es el 2010, la buena fortuna del sorteo es el crecimiento de la productividad, París es subir los impuestos y Roma es retrasar la edad de jubilación.
Uno puede argumentar, y esto es un razonamiento legítimo, que el bienestar social es más alto con impuestos más altos que con retraso en la edad de jubilación (de igual manera que es legítimo preferir a París que Roma). Mientras que yo tengo una opinión distinta (basada tanto en modelos normales como en la evidencia empírica de los efectos distorsionantes de los impuestos), esta opinión la tengo que defender de igual manera que tengo que defender a Roma frente a París si alguien me pregunta por mi elección.
Por el contrario, el argumento “Nos lo podemos permitir” es sencillamente, ilógico. Decir que “da igual ir a Roma en vez de París porque Roma es mejor que mi ciudad” es no entender el concepto de coste de oportunidad, que sencillamente dice que uno tiene que valorar las decisiones por la mejor alternativa existente y que todas las demás alternativas son irrelevantes. Y esto no son mates ni cosas complicadas. Es mero sentido común.
http://www.fedeablogs.net/economia/?p=7371
2 comentarios:
Los economistas definimos óptimo económico=óptimo de bienestar, es decir algo es optimo si y solo si maximiza el bienestar de los ciudadanos.
Jesus indica...defino optimo economico = optimo de bienestar y no al reves. Es decir la variable independiente es el optimo de bienestar y la variable dependiente el optimo economico. Si algo no maximiza el bienestar de los ciudadanos no puede ser el optimo economico.
En todos los modelos de los economistas, cuando decidimos que politica es optima, lo hacemos maximizando el bienestar. Por eso tenemos en cuanta explicitamente el ocio y otras cosas como la esperanza y la calidad de vida.
En los medios de comunicacion algunas veces se dice “optimo economico” o algo asi para referirse a incrementar la produccion lo maximo posible. Es un uso erroneo de la expresion. Los economistas queremos maximizar el bienestar, no la produccion y por eso muchos de nosotros defendemos medidas de bienestar mas finas que el PIB, que no considera temas como el ocio.
Mira por ejemplo:
http://www.stanford.edu/~chadj/rawls200.pdf
Se defiende un sistema publico, universal y de reparto que asegure la solidaridad. Se quiere asegurar su sostenibilidad.
... la flexibilidad es algo de primera importancia. Si hay algo que enfatizamos los economistas es que cada persona es distinta y que cualquier sistema tiene que primar, ante todo, la libertad de la gente de adaptarse a sus preferencias.
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