Finn Kydland: "España es un país fascinante y también un misterio para los economistas"

Finn Kydland: "España es un país fascinante y también un misterio para los economistas

Finn Kydland, 75 años, fotografiado en Madrid con una Harley. Entre sus pasiones está tocar la guitarra eléctrica.

El profesor noruego Finn Kydland es Premio Nobel por sus aportaciones en macroeconomía. Ahora analiza las variables que influyen en el bienestar. "La vida no está hecha solo de números", dice.
En la pequeña comunidad agrícola de Søyland, al sur de Noruega, nadie imaginaba que uno de sus lugareños acabaría ganando un Premio Nobel de Economía. Eso o que a los orgullosos habitantes del fiordo de Boknafjorden no les quita el sueño el famoso galardón. "En mi pueblo natal la gente me sigue tratando como lo que soy, una persona normal y corriente", asegura Finn Kydland (Bjerkreim, Noruega, 1 de diciembre de 1943). "La única diferencia entre mi vida antes y después del Nobel es que ahora puedo permitirme el lujo de viajar en primera clase". Hace 15 años, en 2004, este simpático profesor de universidad recibió el reconocimiento de los académicos suecos por su contribución a la macroeconomía dinámica. "Estudié la consistencia en el tiempo de las políticas económicas y las fuerzas impulsoras detrás de cada ciclo económico", cuenta el matemático noruego. "Al parecer, la semilla de mis investigaciones acabó dando sus frutos", se jacta con comicidad. "Los números me dieron la razón".
Una de las conclusiones a las que llegó fue que dichas políticas gubernamentales, combinadas con los cambios tecnológicos, inciden de manera significativa en el comportamiento económico a gran escala. "Frente a las teorías keynesianas sobre la perspectiva de la demanda, nosotros demostramos que las políticas de oferta ofrecen mejores resultados a largo plazo". Su estudio, que presentó junto al profesor Edward C. Prescott, tuvo un gran impacto en las reformas de los bancos centrales y en las políticas monetarias de muchos países. "También explicaba las causas del fracaso de las estrategias antiinflacionistas de los años 70", añade. Sin embargo, no fue capaz de prever la crisis de 2008. "Ese tipo de shocks no se pueden anticipar. Es lo que en estadística se conoce como random walk [camino aleatorio] y no hay forma alguna de predecir ese comportamiento". La única manera posible de adelantarse a la próxima debacle financiera, dice, es atendiendo a ciertos signos de la economía global, "tales como la curva de rentabilidad, la caída de divisas de mercados emergentes o la guerra comercial que mantiene Estados Unidos con China".

El reto de la tercera edad

Pero Kydland no ha venido a España para hablar de la crisis, sino a participar en una serie de conferencias sobre El futuro del envejecimiento. Tal era el título de las ponencias que organizó hace unos días la Fundación Ramón Areces y que convocó en Madrid a media docena de premios Nobel y a otras tantas autoridades en el campo de las ciencias y las letras para debatir sobre los retos de la tercera edad en las sociedades modernas. Junto a Kydland, expusieron sus ideas y reflexiones Mario Vargas Llosa y Valentín Fuster, entre otros invitados ilustres. "La vida es una carrera contra el tiempo", asevera Kydland. "Pero más allá de la cifra de años que viviremos, lo que realmente nos inquieta es llegar a saber cuánto nos podemos permitir vivir". Calidad frente a cantidad, afirma, con la mirada puesta en la edad de jubilación, las pensiones y las enfermedades neurodegenerativas. "Se calcula que en 2050 se habrán duplicado los casos de Alzhéimer en EEUU, lo que nos obligará a reajustar la economía para proteger a las familias afectadas". Según Kydland, los cambios demográficos, el aumento de la esperanza de vida y la automatización del trabajo ya apuntan a un nuevo modelo productivo. "Siempre digo que la economía no consiste en dar respuestas, sino en formular las preguntas adecuadas. Y ahora vivimos entre interrogantes".
Vaya por delante que Kydland no es partidario de la jubilación obligatoria. "Me parece ridículo que en Noruega o Canadá los profesores tengan que retirarse por ley". Él se sigue sintiendo joven a los 75 años. "Según mi mujer, una eminente profesora de neurociencia, a veces me comporto como un adolescente", bromea. "Y la verdad es que si pienso en lo que hacía a los veintitantos no encuentro muchas diferencias respecto a mi vida actual". El optimismo con que Kydland se proyecta en el futuro ("me he propuesto cruzar el umbral de la centena y soplar tres velas") tiene fundamento genético: una madre que acaba de cumplir 97. "Cuando pienso por qué mi madre ha llegado a tan avanzada edad en buen estado de salud se me ocurren dos hipótesis: el contacto con la naturaleza y la vida social. Todos los viernes, incluso los más gélidos, mi madre salía a bailar con un grupo de amigos". Con un único inconveniente demográfico: "A medida que pasaba el tiempo cada vez había menos hombres en la pista".
Cuando no está corrigiendo exámenes en la Universidad de California, donde tiene su residencia, o impartiendo conferencias por el mundo como integrante del programa Nobel Prize Dialogues, este admirador de Stevie Ray Vaughan y Kenny Wayne Shepherd se encierra en su despacho para trastear con una vieja guitarra eléctrica. "Una vez al año mi mujer y yo nos embarcamos en el Blues Cruise y visitamos las mejores playas del Caribe junto a 25 bandas de músicos que tocan día y noche". Y añade: "Cuando uno escucha ciertos temas de blues comprende que la música puede producir la misma adrenalina que un deporte de riesgo".
La suya, asegura, ha sido una carrera de larga distancia. De hecho, antes de decidirse a estudiar economía, ya destacaba como atleta en el instituto. "Mi mejor marca en un maratón fue de tres horas y 15 minutos", alardea frente a una tabla rebosante de jamón serrano. La expectativa gastronómica le distrae. "Me encanta la comida española, sobre todo esas pequeñas delicatessen que ustedes llaman tapas", confiesa el Nobel. "Eso sí, como buen cofrade de honor del vino de La Rioja [esto lo pronuncia, no sin cierta dificultad, en castellano], me olvido de la cerveza cuando estoy en España". En Madrid no deja de visitar La Dolores, una taberna castiza cerca del Museo Prado. "Siento verdadera fascinación por Las meninas, pero también por Los borrachos o el triunfo de Baco que, según tengo entendido, fue la primera fábula mitológica de Velázquez". Luego se queda un rato pensativo. "España es un país fascinante. Y también un misterio para los economistas, pues su nivel de bienestar no depende únicamente del PIB. Es una suma de muchos factores que se compendian y concretan en lo que popularmente se conoce como felicidad. Y no hay Wall Street en el mundo capaz de superar eso".

Docencia

Fuera del hotel donde se aloja, le espera una Harley Davidson Sportster para la sesión de fotos. "Siempre me han llamado la atención las motos de gran cilindrada. Recuerdo que Peter Badge [fotógrafo oficial de la Academia Sueca y autor del monográfico Nobel Heroes] me hizo posar en Canadá junto a una Ducati que rugía con solo mirarla". Su pasión por los motores le viene de serie. Su padre heredó varias hectáreas de granja de su abuelo, pero no continuó con la tradición familiar de trabajar el campo. "Lo apostó todo al transporte de leche y otros productos agrícolas. Compró un camión, luego dos, y se fue abriendo camino poco a poco". A él, en cambio, le costó más tiempo reconocer las señales de su vocación. "Como no tenía claro qué ingeniería estudiar, me dediqué un año a la enseñanza".
Con el tiempo aquella experiencia temprana acabaría revelándose como la más determinante de su trayectoria profesional. "Compaginé las clases con un trabajo de contable, pues se me daban muy bien los números, y acabé matriculándome en la NHH, la escuela Noruega de Economía". No le admitieron a la primera, así que siguió llevando la contabilidad de una empresa de importación de peces tropicales. "Nada más acabar mis estudios me ofrecieron una plaza en la Universidad Carnegie Mellon". Allí conoció a otros futuros Nobel de Economía, como Herb Simon y Robert Lucas, y aprendió programación dinámica, que es la herramienta que usa actualmente para sus investigaciones. "Por aquella época alguien me dijo que ya estaba preparado para triunfar en el mercado. Pero, salvo algunos trabajos de verano y colaboraciones puntuales, jamás llegué a abandonar la universidad". No se arrepiente. "A los economistas no se nos permite decir esto, pero lo cierto es que para mí el dinero tiene una importancia muy relativa".
Y lo demuestra con una gráfica invisible que dibuja en el aire. "Nuestra vida es como una integral que describe una curva. El área que hay por debajo equivale a la felicidad, que no siempre está determinada por los años que vivimos. También influye nuestra capacidad para disfrutar de cada etapa, que es una variable importantísima". Y continúa su explicación con una mención a un artículo publicado recientemente en The New York Times sobre hábitos saludables. "La autora del texto trataba de responder con datos científicos a la pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en la vida". Y dice así: ¿cuántas copas de vino al día recomiendan los médicos? "La respuesta, por supuesto, es cero", resuelve con una carcajada. "Pero todo el mundo sabe que la vida no está hecha solo de números, sino también de sensaciones que dan sentido a nuestra existencia".
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