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La lucha contra la enfermedad, económica y social, de los cárteles
requiere del uso de todos los medicamentos posibles en el vademécum de
los economistas. Como ya se ha estudiado anteriormente (aquí o aquí),
la adopción de un programa de clemencia en cualquier economía permite
una mejora sustancial en el número de cárteles descubiertos y en la
efectividad de la política de competencia. Pero no es suficiente.
En esta lucha contra los cárteles, muchos países utilizan la vía de
imponer sanciones monetarias a las empresas que participan en un cartel
(aplicación pública del derecho anti cárteles) y también mecanismos de
compensación por daños que deben satisfacer las empresas a los
perjudicados por la cartelización (aplicación privada del derecho anti
cárteles).
Pero todos estos instrumentos de persecución y sanción adoptan el
enfoque de exigir responsabilidades a las empresas, y no a los
individuos (personas físicas o naturales) como los directivos,
administradores y empleados de las empresas. Para exigir estas
responsabilidades individuales, se han incorporado en los ordenamientos
jurídicos nacionales las sanciones a personas físicas por la vía penal,
civil o administrativa: sanciones monetarias (pecuniarias),
inhabilitación de administradores o, incluso, penas de prisión.
Canadá y Estados Unidos son pioneros de un enfoque penal de la
disuasión y el castigo en la lucha contra los cárteles, en tanto que
Europa ha tendido hacia una aproximación de sanciones más administrativa
y de promover procesos consensuados para la adopción voluntaria de
prácticas procompetitivas (Shaffer et al, 2013).
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¿Por qué criminalizar los cárteles?
Wils (2005)
señala cinco argumentos a favor de utilizar penas de prisión en la
lucha contra los cárteles: (1) conseguir la disuasión en la actuación
individual de los directivos, ya que la disuasión requiere multas a las
empresas son imposibles de aplicar por excesivamente elevadas; (2) las
multas a las empresas no aseguran que los directivos actúen de forma
responsable en pro de los intereses de su empresa; (3) las sanciones
individuales mejoran la efectividad de los programas de clemencia y de
denuncias protegidas (whistleblowing); (4) las penas de prisión son
realmente disuasorias; (5) las penas de prisión conllevan un claro y
rotundo mensaje de desaprobación moral.
El problema de agencia que aparece por la separación entre los
accionistas propietarios de las empresas y sus directivos es el que
lleva a diversos autores a proponer que se apliquen sanciones
directamente a los agentes (directivos y empleados), más que a las
empresas, por dos motivos (Werden, 2009):
(1) por un lado, los directivos se convertirían en gatekeepers,
ya que por su propio interés personal y su reputación profesional
podrían alejarlos de decisiones estratégicas que puedan estar alineadas
con los intereses de los accionistas pero que sean ilícitas (refuerzo
del efecto disuasión a través de los directivos);
(2) asimismo, las sanciones individuales serían a la vez un mecanismo
de control externo que protegería a los accionistas junto con otros
instrumentos de control interno (programas de cumplimiento) contra
decisiones de sus empleados que no están alineadas con sus intereses
como propietarios de la empresa, sino solo con el interés retributivo de
corto plazo de los directivos.
Carmen García
muestra sólida evidencia que los cárteles en España han conseguido
tener mayor efecto y un impacto más persistente sobre el importe de las
ventas que sobre los beneficios de las empresas cartelizadas (aquí, resumido aquí).
Esta evidencia señala que los directivos pueden haber sido más
sensibles a sus intereses personales de aumentar el importe de las
ventas de la empresa para obtener ganacias en forma de reputación, bonus
salariales y otras formas de remuneración por objetivos que no estaban
bien alineados con los objetivos de mejora del rendimiento y los
beneficios de los accionistas.
La literatura económica que analiza la multa mínima disuasoria, utilizando los principios propuestos por Becker (1974),
sostiene que los que incurren en un delito o los que comenten una
ilegalidad, a falta de una ética o moral compartida con su comunidad
política y social que frene su conducta, realizan un cálculo racional en
el que los beneficios ilícitos que esperan obtener superan los costes
esperados dada una probabilidad de que su ilegalidad sea descubierta y
sancionada.
Si este cálculo racional es el que lleva a personas a cometer
ilegalidades, Becker (1974) defendió que la política pública más
eficiente es aumentar las sanciones hasta el punto en el que las multas y
sanciones (monetarias o de prisión) hagan que los costes del
comportamiento ilícito superen los beneficios de dichas actuaciones. En
el caso de los cárteles, la multa monetaria mínima disuasoria es la que
iguala el valor esperado de los beneficios ilícitos de coludir.
Borrell, Jiménez y Luna (2016)
discuten que las sanciones monetarias tienen que ser muy elevadas para
ser efectivas. En un sencillo ejemplo ilustrativo, las multas mínimas
disuasorias deben ser del orden del doble (200%) del importe de las
ventas anuales de las empresas. Una multa de este volumen puede poner en
riesgo la continuidad de la empresa que ha participado en un cartel, lo
que justifica el límite de que la multa no debe superar el 10% de las
ventas anuales del ejercicio anterior, límite en vigor en la UE y en la
mayoría de Estados miembros. Así que, las sanciones monetarias a las
empresas pueden quedar muy lejos del importe que las hace efectivas.
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¿Qué se hace en Europa y el Mundo sobre sanciones a directivos?
Borrell, Jiménez y Luna (2016)
analizan 43 jurisdicciones y muestran la evolución en la
criminalización de cárteles y sanciones a directivos (incluso algunos
llegaron a disponer de las medidas, pero posteriormente las eliminaron).
El gráfico 1 refleja en qué año se introdujo la pena de prisión en
los países que actualmente disponen de esta sanción disuasiva. Se
detalla el año de entrada en vigor tanto de las penas de prisión por la
participación en general en cárteles, como la entrada en vigor de la
norma que incorpora penas de prisión solo en aquellos cárteles en
licitaciones públicas.
Aunque el uso de penas de prisión por cárteles se retrotrae a Canadá y
Estados Unidos a finales del siglo XIX, tal y como nos recuerdan Wils
(2005) y Werden (2009), no fue hasta 1959 cuando se impusieron penas de
prisión a personas que participaron en cárteles de fijación conjunta de
precios sin actos ni amenazas de violencia; y a partir de 1970 cuando se
generaliza el uso de la persecución penal.
Tampoco se producía en Europa la persecución penal de cárteles en los
que no mediaban actos ni amenazas de violencia. Un conjunto de países
europeos (por ejemplo: Austria, Francia, Holanda y Luxemburgo)
criminalizaron la participación solo en cárteles calificados como
contrarios al interés público cuando regía un sistema de notificación de
los mismos (obligatoria o voluntaria). Solo sancionaban penalmente a
los individuos que participasen en cárteles que, tras ser notificados,
no fuesen autorizados por ser contrarios al interés público en el
procedimiento legal establecido.
Más de la mitad de los países que actualmente tienen penas de prisión, han incorporado estas sanciones penales a partir de 1996.
- Gráfico 1: Difusión de las penas de prisión por cárteles (hasta 2015) Fuente: Elaboración propia. -
Nota: No se han detallado en el gráfico los casos de países que
incorporaron y después eliminaron las penas de prisión en la lucha
contra los cárteles: Argentina (1980-1999), Chile (1973-2003), El
Salvador (1997-2005), Holanda (1956-1998) y Perú (1991-2007).
El gráfico 2 muestra la incorporación de sanciones monetarias a
individuos (penales, civiles o administrativas), también de forma muy
intensa desde 1996.
- Gráfico 2: Difusión de las sanciones individuales de tipo monetario por cárteles (hasta 2015) Fuente: Elaboración propia.
Además, este trabajo ofrece evidencia empírica de que, para una
submuestra de 34 jurisdicciones, existe correlación estadísticamente
significativa entre la percepción de efectividad de la política de
competencia que tiene la comunidad empresarial y la disponibilidad de
sanciones individuales. En promedio, los países con dichas sanciones
tienen una política de competencia un 7% más efectiva.
Sin embargo, queda pendiente para futuras investigaciones dilucidar y
cuantificar cuál de los dos siguientes efectos es el preponderante: (1)
las sanciones individuales son instrumentos efectivos de disuasión y
castigo que hacen que la percepción de efectividad de la comunidad
empresarial sobre la política de competencia mejore significativamente;
(2) o bien, son precisamente los países que alcanza un nivel elevado de
efectividad de su política de competencia los que dan el paso e
incorporan las sanciones individuales contra los cárteles.
Tanto si una u otra interpretación causal de los datos prevalece, no
cabe duda que los países que disponen de mecanismos de persecución penal
independiente y eficaz deben considerar seriamente la posibilidad de
perseguir los cárteles en general, y en particular los cárteles en
licitaciones públicas, por la vía penal, para reforzar la disuasión y el
castigo de uno de las prácticas restrictivas de la competencia más
dañinas para el bienestar social. Y de la misma manera, los países que
disponen de administraciones públicas independientes y eficaces, deben
también contemplar la incorporación de sanciones a personas físicas
(individuos).
¿Qué debe hacerse y qué ha sucedido recientemente? -
La percepción actual es que sin una activa política de persecución y
sanción de los cárteles, la mayoría de sectores acabarían cartelizados,
tal y como muestran Hyytinen et al (2018). Por tanto es necesario continuar reforzando los mecanismos de disuasión y castigo.
Ahora bien, esta poderosa arma de disuasión en la aplicación de la
Ley solo debe organizarse en países con mecanismos de persecución penal
realmente independientes del resto de poderes públicos y privados, y con
autoridades de competencia independientes de los órganos políticos de
gobierno de las administraciones públicas y de los intereses privados.
El riesgo de un uso torticero sin las debidas garantías debe ser siempre
valorado antes de ponerla a disposición de los poderes públicos.
Además, la utilización de sanciones individuales, y en especial de
penas de prisión, tiene sus ventajas en términos de disuasión, pero
también sus inconvenientes. Posner (2007)
muestra que desde un punto de vista del bienestar social, las penas de
prisión detraen de la sociedad la productividad que los individuos
encarcelados puedan aportar. Esta merma de productividad no se suele
discutir cuando se comparan la eficiencia relativa de las penas de
prisión respecto a las sanciones monetarias.
En España, desde 1989 la Ley de Competencia ya contemplaba las sanciones individuales, y recientemente el Tribunal Supremo (Sentencia nº430/2019, de 28 de marzo de 2019)
ha sentado doctrina al considerar que las sanciones impuestas a
directivos, así como la publicación del nombre de los sancionados, no
vulneran el derecho al honor, la intimidad y la propia imagen.
Por otra parte, la CNMC en el cartel de los ferrocarriles (descrito aquí por Gerard Llobet)
no solo sancionó a directivos, sino también ha activado el
procedimiento por el cual las empresas sancionadas pueden quedar
excluidas de nuevos concursos públicos durante un periodo determinado,
en aplicación de la última reforma de la Ley de Contratos del sector
público de 2017, que contempla esta modalidad de sanción. No obstante,
al haberse acogido Siemens y Alstom al programa de clemencia, podrían quedar exentas de esta sanción y, paradójicamente, que el resultado sea que la sanción elimine a los “competidores” con los que anteriormente coludían.
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En definitiva, siguiendo a Porter, there is no honor among thieves;
y los países que tienen fortaleza institucional deben considerar si
tratan como tales a las personas físicas y naturales que inducen, crean,
organizan y administran los cárteles por los que se lucran en
detrimento de la Comunidad.
Juan Luis Jiménez es Doctor en Economía por la Universidad de Las
Palmas de Gran Canaria y Profesor Titular en la misma. Su campo de
especialización es la política de defensa de la competencia y, en
general, la economía pública, con líneas de investigación en turismo,
transporte, corrupción política o energía, entre otras.
Hace muchos años una amiga me dejó un libro sobre economía de los recursos naturales. El libro estaba magníficamente escrito presentando claramente el modelo básico, la asignación óptima intertemporal de recursos, el monopolio.... A mí, el libro me decepcionó pero no supe por qué. Muchos años más tarde comprendí que una parte nada desdeñable de nuestra historia nos la hemos pasado dándonos garrotazos a ver quién tenía qué. Y que un libro de economía de los recursos naturales que no explicara por qué se producen los conflictos y cómo se pueden arreglar está incompleto. Lo mismo me ocurre con las páginas web que hablan de economía y cine y donde se habla de la información asimétrica, etc. ¿Dónde están las películas de vaqueros? Otros ejemplos de situaciones a las que nos enfrentamos todos los días pero que no cuadran con los análisis tradicionales son coger un taxi, entrar en una institución educativa, un evento deportivo, publicar un artículo, obtener una estrella Michelin...
La economía de las contiendas (EC) estudia situaciones en las cuales los agentes luchan por obtener un bien o premio que, en principio, no tiene propietario. Se distingue así de partes ya muy asentadas en nuestra disciplina como el equilibrio general en la que lo primero que se especifica es quien tiene qué. La EC estudia cómo se asignan los derechos de propiedad y por lo tanto estudia algo más básico: por qué los agentes tienen lo que tienen[2].
Esta lucha se realiza a través de gastos, inversiones, esfuerzos, etc. que no son recuperables y que propician la consecución del premio. Hirshleifer (1994), en un afortunado juego de palabras llamó a las contiendas "The Dark Side of the Force" porque nos ilustra que el egoísmo no sólo tiene los efectos benéficos que conocemos desde Adam Smith. Las guerras también son, en muchos casos, producto de ese egoísmo sin escrúpulos[3].
La economía de las contiendas es un fruto más del frondoso árbol de la Teoría de Juegos como buena parte de la Economía Política, la Organización Industrial, el Diseño de Mecanismos, etc. y como veremos intersecta con esas disciplinas en el estudio de ciertos campos. Puede decirse que las contiendas son un mecanismo de asignación de recursos, diferente de la autoridad y del mercado. La EC se aplica a campos tan diversos como la política (donde los partidos tratan de conseguir la victoria a través de mítines, anuncios, cuando no comprando votos), la guerra o la litigación por un recurso, la búsqueda de rentas, los lobbies, la asignación de un premio o un contrato, las competiciones deportivas o televisivas, las patentes, etc[4].
Las contribuciones pioneras fueron las de Tullock (1967) sobre el coste del monopolio, Krueger (1974) sobre las tarifas como producto de la búsqueda de rentas y Becker (1983), que estudió los lobbies. A partir de ahí la EC se ha expandido para estudiar problemas que la economía tradicional no era capaz de tratar[5].
La EC ha permitido estudiar el funcionamiento de los grupos de presión. Así Olson (1965)conjeturó que los grupos de presión pequeños tenían un impacto desproporcionado sobre el gobierno debido a que en los grupos grandes existía un problema de free riding en el que cada miembro del grupo grande esperaba escabullirse de sus tareas. Esteban-Marquillas y Ray (2001) probaron que eso sólo ocurre cuando el premio es un bien privado (una subvención) pero no cuando es un bien público (una ley). Amegashie (2018) estudia la conjetura de que hay empresas que son "Too Big to Fail". En su modelo, esto no ocurre ya que, en equilibrio, el Estado no rescata a las empresas más grandes, sólo a las que no alcanzan determinado tamaño. Esto es consistente con el tratamiento del gobierno norteamericano de Lehman Brothers y Bear Stearns en la crisis financiera del 2008-2010.
Un área donde la EC ha sido capaz de generar resultados novedosos es el de la economía del deporte, y en particular del deporte rey, el futbol. Yildizparlak (2017) estudia las siete ligas más importantes del fútbol europeo y encuentra que el impacto en el resultado de jugar en casa es más importante en Italia que en el resto de las ligas, siendo Rusia la liga en la que este efecto es de menor cuantía. Con respecto al talento de los jugadores del club, este es muy importante en la Premier League, mientras que en la liga francesa este factor es el de menos importancia entre todas las ligas. Se encuentra que la calidad del equipo es un factor más importante en los encuentros que se juegan fuera que en aquellos que se juegan en casa (como parece lógico)[6].
Generalmente la contienda se formaliza como un juego en forma normal, esto es, un juego estático. Pero se han usado también juegos dinámicos para estudiar fenómenos como el efecto New Hampshire (ENH), por el que los candidatos a la presidencia de US que vencen en los primeros rounds son una buena apuesta para ver quién ganará la contienda, las contiendas de eliminación (Wimbledon, Champions), donde los premios tienden a concentrarse en las últimas rondas o el efecto desánimo en el que los candidatos rezagados tiran la toalla (como hacen muchos atletas en carreras de fondo que no pueden ganar). También se ha estudiado el efecto Mateo (proveniente de la cita bíblica "porque al que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado") según el cual el éxito temprano en educación, riqueza, fama, citas, etc. provoca un efecto cascada que convierte a esos afortunados en líderes muy por encima de otros. La ocurrencia o no de este efecto depende de la manera de modelizar la contienda, por lo que su existencia (que en algunos foros se toma como garantizada) ha de tomarse con cuidado[7].
Este efecto es distinto del ENH en el que, por ejemplo en una contienda al mejor de tres sets, el perdedor de la primera ronda tiene que ganar dos sets para ganar y por tanto el premio esperado es menor que para el ganador del primer set. El efecto Mateo consiste en que en una guerra en la que un contendiente ha conquistado las fuentes energéticas del otro, el perdedor de esa fase de la guerra tiene todavía peores expectativas para lo que viene al no tener fuentes energéticas.
Palacios-Huerta (2012) ha presentado una aplicación del ENH poniendo en duda la equidad del actual orden de ejecución de penaltis en los desempates futbolísticos ya que, dado que en promedio el 80% de los penaltis acaban en gol, el que ejecuta primero tiene ventaja. Propone que si el orden de los dos primeros penaltis es, digamos, AB, en los dos siguientes se invierta el orden (BA) y así sucesivamente. Tal orden se ha implementado en algunos campeonatos[8].
Finalmente nos encontramos con la pregunta del millón. ¿Cómo organizar una contienda de la manera más efectiva socialmente? La respuesta depende de qué objetivos sociales se consideren apropiados. Se suele considerar que la suma de esfuerzos es un criterio razonable (piénsese en un espectáculo deportivo o televisivo) aunque a veces sólo el esfuerzo de ganador puede ser relevante (piénsese en un concurso de arquitectura en que sólo el diseño ganador se va a implementar). Un resultado típico del primer enfoque es que es óptimo tratar de igualar la contienda lo más posible, poniendo hándicaps a los contendientes más aventajados como se hace en el golf, las carreras de caballos y la NBA, donde los equipos más débiles tienen preferencia a la hora de elegir jugadores y que no se debe excluir a ningún contendiente no importa cuan débil pueda ser. Pero si el objetivo social es el segundo, las prescripciones cambian totalmente y puede ser socialmente óptimo excluir a contendientes débiles, ayudar a los que ya son más hábiles y perjudicar a los menos dotados (Serena, 2017).
Resumiendo, la EC presenta una nueva forma de aproximarse a la comprensión de problemas que ya conocíamos como los recursos naturales, la política, la organización industrial, los deportes, etc., complementando así el acervo del conocimiento existente. Y es capaz de estudiar otras cuestiones que la economía tradicional no había sido capaz de abordar como las guerras, la búsqueda de rentas, los concursos, etc. En ese sentido la EC es un campo prometedor de donde cabría esperar algunas indicaciones para hacer un mundo mejor.
[1] Agradezco a Carmen Beviá sus comentarios que han mejorado enormemente este trabajo.
[2] No me entendáis mal. La economía tradicional nos ha dado un entendimiento profundo de muchos temas importantes como la existencia y eficiencia del equilibrio perfectamente competitivo, las ganancias del comercio internacional, el papel de los precios diseminando información, el oligopolio, etc. Pero sin estudiar las contiendas, la economía está incompleta.
[4] Las contiendas también se usan en biología para modelizar la lucha entre las especies
[5] Una explicación más detallada de estos temas y de otros se halla en mis surveys de 2007y 2017, este último escrito con Marco Serena.
[6] Un resultado curioso es que el parámetro que mide la importancia de los empates prácticamente coincide en todas las ligas con el que maximizaría el esfuerzo de los equipos.... lo que me recuerda el cuento de Bustos Domecq (alias de Borges y Bioy Casares) sobre la realidad del fútbol ("¿Debo deducir que el score se digita?"), "Esse Est Percipi".
La economía conductual ofrece una combinación única de hallazgos
procedentes del ámbito de las ciencias sociales. Hace uso de las
potentes herramientas analíticas de los economistas, tradicionalmente
aplicadas a la comprensión de los incentivos y motivaciones que nos
empujan a todos. Pero también palía la principal carencia de la economía
no conductual: su concepción restrictiva de racionalidad, basada en
supuestos de agentes capaces de aplicar con facilidad herramientas
matemáticas para identificar las mejores soluciones para ellos y sus
negocios.
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Consagrada por la concesión del premio Nobel de Economía a
Richard Thaler en 2017, la economía conductual vive un momento de
esplendor. Combina distintos hallazgos de las ciencias sociales,
incluidas las poderosas herramientas analíticas de los economistas, con
pruebas reveladoras sobre el comportamiento humano procedentes de otras
disciplinas, en especial la psicología y la sociología. La autora
explora la evolución de la economía conductual y algunos de sus
hallazgos clave sobre incentivos y motivaciones; también analiza las
influencias sociales, el aprendizaje social, la presión social y el
pensamiento de grupo, la heurística y el sesgo; la toma de decisiones en
condiciones de riesgo y de incertidumbre, el sesgo del presente y la
procrastinación, además de las políticas conocidas como nudging o
«pequeño empujón». El resultado es una amplia descripción de cómo
proporciona la economía conductual a los negocios y a los reguladores
una útil comprensión de cómo piensan, eligen y deciden las personas de
carne y hueso.
La economía conductual parece estar de moda. Los gobiernos
incorporan hallazgos conductuales a las políticas. Los negocios
comerciales la usan en sus estrategias de marketing. Las lecciones
extraídas de la economía conductual moldean las relaciones entre
empleadores y empleados. Incluso en los compartimentos estancos del
mundo académico, la mayoría de equipos de investigación aplicada —sobre
todo los científicos sociales, pero también los naturales, desde los
neurocientíficos hasta los ecologistas, informáticos e ingenieros
informáticos— están deseando incorporar a economistas conductuales a sus
equipos. ¿La razón? La economía conductual ofrece una combinación única
de hallazgos procedentes del ámbito de las ciencias sociales. Hace uso
de las potentes herramientas analíticas de los economistas,
tradicionalmente aplicadas a la comprensión de los incentivos y
motivaciones que nos empujan a todos. Pero también palía la principal
carencia de la economía no conductual: su concepción restrictiva de
racionalidad, basada en supuestos de agentes capaces de aplicar con
facilidad herramientas matemáticas para identificar las mejores
soluciones para ellos y sus negocios. A Herbert Simon se deben los
primeros intentos por reconceptualizar la racionalidad en la economía
mediante su noción de «racionalidad limitada», es decir, racionalidad
marcada por los límites en la información disponible o por la capacidad
de procesamiento cognitivo (Simon, 1995). Los economistas conductuales
modernos han llevado estos planteamientos más allá, combinando hallazgos
relevantes del campo de la psicología para explicar cómo los incentivos
económicos y las motivaciones cambian, a menudo de manera fundamental,
por circunstancias de tipo psicológico. Ni la economía ni la piscología
sirven por sí solas. Sin la economía, la psicología carece de estructura
analítica y de propósito, sobre todo a la hora de describir las
decisiones diarias. Sin la psicología, a la economía le faltan
consistencia externa e intuición. Juntas, en cambio, ambas disciplinas
resultan de lo más esclarecedoras. Juntas nos permiten comprender muy
bien qué y cómo piensan, eligen y deciden las personas de carne y hueso
de una manera que ninguna disciplina académica ha conseguido explicar
por sí sola. Ello genera no solo nuevas reflexiones teóricas, también
nuevas visiones prácticas y políticas que, bien gestionadas, tienen la
capacidad de cambiar formas de vida y de proporcionar prosperidad y
bienestar en un amplio número de ámbitos.
El pasado
A muchos observadores la economía conductual les puede parecer una
novedad, para lo bueno y para lo malo. El entusiasmo por esta disciplina
ha cobrado impulso más o menos en los últimos diez años. El primer hito
fue la concesión del premio Nobel de Economía de 2002 conjuntamente al
psicólogo del comportamiento económico Daniel Kahneman y a Vernon L.
Smith, economista experimental cuyas ideas y herramientas inspiraron a
los economistas conductuales, aunque la economía experimental y
conductual no sean la misma cosa. El segundo hito fue la concesión del
Nobel de Economía 2017 al economista conductual Richard Thaler, que ha
expuesto sus contribuciones en su divertido libro Misbehaving [Portarse
mal] (Thaler, 2016). Thaler es famoso sobre todo por sus trabajos en
finanzas conductuales y políticas públicas conductuales —más conocidas
como nudging («empujoncito» o «impulso»), término acuñado en su libro
superventas escrito en colaboración con el catedrático de derecho Cass
S. Sunstein, Un pequeño empujón, de cuya publicación se cumple este año
el décimo aniversario (Thaler y Sunstein, 2008). Estos pensadores han
ejercido una influencia enorme en las políticas modernas, pues han
asesorado nada menos que a los reguladores del presidente Barack Obama y
del primer ministro británico David Cameron. La creación de una unidad
de nudging o «impulso» en el gabinete ministerial de Cameron propició la
aparición de unidades similares en todo el mundo, desde Australia hasta
México y el Líbano, por nombrar solo algunas.
El progreso de la economía conductual entre ambos hitos, los premios
nobeles de 2002 y 2017, refleja su transición de una disciplina en gran
medida teórica a otra de inmensa relevancia política en el mundo real,
en el diseño de políticas tanto públicas como comerciales. También tiene
mucho que ofrecer a las personas de la calle, en el sentido de
ayudarlas a entender cómo toman las decisiones. Pero la economía
conductual es una disciplina mucho más antigua de lo que pueden sugerir
los dos hitos del siglo XXI. Hay quien diría que toda economía debería
ser conductual, puesto que el comportamiento es lo que guía las
elecciones y la toma de decisiones. Después de todo, la economía se basa
en el estudio de las decisiones. Pero, a partir del siglo XIX, la
economía empezó a distanciarse del comportamiento, entendido este como
la psicología de la elección, hacia la observación de las elecciones
interpretadas como medida de unas preferencias manifiestas. Al
proporcionar un relato sencillo y convincente de estas preferencias
cuando hacemos una elección, los economistas asumen que quienes toman
las decisiones lo hacen constreñidos por reglas de comportamiento
estrictas, en concreto dan por supuesto que los consumidores buscan
satisfacción máxima y los negocios buscan beneficios máximos. En la
economía tradicional se da por hecho que consumidores y compañías hacen
esto lo mejor que pueden, usando reglas matemáticas para identificar las
mejores soluciones. Cuando los economistas modernos construyeron
modelos matemáticos precisos que expresaran las reglas de
comportamiento, eliminaron toda complejidad psicológica de la toma de
decisiones en la vida real.
Pero históricamente y antes de que la economía moderna confinara el
análisis de las elecciones al ámbito de las matemáticas, los economistas
dedicaron mucho tiempo a pensar en cómo los incentivos y las
motivaciones que forman parte del análisis económico se ven afectados
por factores psicológicos, remontándose hasta Adam Smith. A Adam Smith
se lo asocia siempre con la defensa del libre mercado, expuesta en su
obra maestra Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de
las naciones, en la que defiende que «la mano invisible» del mecanismo
de fijación de precios debería poder operar sin la intervención de los
gobiernos. Pero en su también obra maestra de 1759, Teoría de los
sentimientos morales, Smith escribió largo y tendido sobre la compasión y
otras emociones sociales que impulsan nuestras interacciones con
quienes nos rodean, conceptos clave en la investigación de la economía
conductual moderna.
El presente
Hemos hablado mucho del origen de la economía conductual y poco de lo
que hacen, de hecho, los economistas conductuales. Para comprenderlo en
profundidad puede ser útil echar un vistazo a la variedad de temas que
exploran los economistas conductuales, así veremos el poder y la
relevancia de sus aportaciones. La literatura sobre economía conductual
es ingente y hacerle justicia en el capítulo de un libro es imposible,
pero hay unos cuantos temas clave dominantes y aquí nos centraremos en
los más potentes y duraderos a la hora de ilustrar los problemas que
plantea la toma de decisiones en el mundo real. Estos incluyen: análisis
conductuales de incentivos/motivaciones; influencias sociales;
heurística, sesgo y riesgo; tiempo y planificación y los efectos de la
personalidad y las emociones en la toma de decisiones (para análisis
detallados de esta y otra literatura sobre economía conductual, ver
Baddeley, 2017 y 2018b).
Incentivos y motivaciones
Ya hemos dicho que la economía tiene que ver sobre todo con los
incentivos y las motivaciones. El incentivo tradicional ha sido el
dinero, por ejemplo, cuando se explica la decisión de trabajar como un
acto de equilibrio en el que el salario persuade a los trabajadores de
que renuncien a su tiempo libre. En la economía conductual, los
psicólogos aportan una explicación más amplia de la motivación,
concretamente, diferenciando las motivaciones extrínsecas de las
intrínsecas. Las motivaciones extrínsecas incluyen las recompensas y los
castigos que nos son externos (el más obvio es el dinero, pero los
castigos físicos serían otro ejemplo). Luego están las motivaciones
intrínsecas, como el orgullo por el trabajo bien hecho, el sentido de la
responsabilidad y el compromiso intelectual. Debemos algunos de los
experimentos conductuales más famosos al psicólogo Dan Ariely y su
equipo (ver Ariely, 2008). Algunos de estos estudios experimentales
muestran que las decisiones de los participantes de dar dinero a una
organización benéfica o a un bien público están en parte motivadas por
factores sociales: las personas son más generosas cuando sus donativos
se hacen públicos que cuando no se divulgan. Las motivaciones
intrínsecas son el motor del esfuerzo, a menudo tanto o más que los
incentivos monetarios externos. A los estudiantes, por ejemplo, los
motiva más un desafío intelectual que el dinero. Esto demuestra que no
actuamos movidos solo por incentivos y desincentivos externos, sean
estos dinero, recompensa/castigo físico o repercusiones sociales. El
ajedrez, los juegos de ordenador y también los desafíos físicos
asociados a los deportes concitan la atención y el entusiasmo de las
personas incluso cuando no hay recompensas monetarias por medio.
Identificar las motivaciones intrínsecas y extrínsecas, sin embargo,
no es fácil. Existe la complicación añadida de que los incentivos
extrínsecos tienden a «desplazar» los intrínsecos. Hay un estudio
clásico al respecto conducido por los economistas conductuales Uri
Gneezy y Aldo Rustichini. Una guardería israelí que se enfrentaba al
problema de padres que llegaban tarde a recoger a sus hijos decidió
instituir un sistema de multas. Sin embargo, las multas tuvieron el
efecto contrario, ya que aumentaron los retrasos de los padres en lugar
de reducirlos: Gneezy y Rustichini atribuyeron esto a un problema de
efecto desplazamiento: la introducción de la multa eliminó el incentivo
de los padres de cumplir con su deber llegando a tiempo a recoger a sus
hijos. Los padres interpretaban la multa como un precio: al pagar la
multa estaban pagando un servicio, de manera que recoger a sus hijos se
convertía en un intercambio económico en el que el deber de ser
puntuales perdía importancia (Gneezy y Rustichini, 2000).
Los economistas conductuales han dedicado mucho tiempo a explorar un
conjunto específico de motivaciones: las sociales. Probablemente lo que
mejor las ilustra sea el famoso experimento conductual llamado juego del
ultimátum, inventado por Werner Güth y sus colegas (Güth et al., 1982).
En el juego del ultimátum, el encargado del experimento le da a un
participante una suma de dinero que tiene que distribuir. Por ejemplo:
dale a Alice cien dólares y pídele que proponga dar una parte de este
dinero a un segundo participante en el experimento, Bob. A Bob se le dan
dos alternativas: aceptar la oferta de Alice o rechazarla. Si Bob
rechaza la oferta de Alice, entonces ninguno de los dos recibe nada. La
ciencia económica estándar predice que Alice jugará motivada por su
interés propio e intentará hacer a Bob la oferta más baja posible que
crea que este pueda aceptar. En este caso, ofrecería un dólar a Bob y,
si Bob es igual de racional, aceptará un dólar porque un dólar es mejor
que cero. En la realidad, sin embargo, en un espectro muy amplio de
estudios sobre el juego del ultimátum, incluidos estudios conducidos en
culturas, contextos socioeconómicos diversos e incluso con monos en los
que los incentivos eran zumo y fruta, los proponentes son mucho más
generosos y ofrecen mucho más que el equivalente a un dólar. Por otro
lado, los receptores a menudo rechazarán incluso ofertas relativamente
generosas. ¿Qué está pasando? Los economistas conductuales explican
estos resultados y los de otros juegos similares aludiendo a nuestras
preferencias sociales. No nos gusta ver resultados desiguales,
experimentamos aversión a la inequidad y la experimentamos de dos
maneras: aversión a la desigualdad desventajosa y aversión a la
desigualdad ventajosa. La desventajosa es cuando nosotros no queremos
ser víctimas de la desigualdad. En el juego del ultimátum, Bob sufrirá
aversión a la desigualdad desventajosa cuando Alice le haga una oferta
mezquina y ello puede llevarlo a rechazar ofertas relativamente
generosas, Por otro lado, la aversión a la desigualdad ventajosa trata
de no querer ver a quienes nos rodean tratados injustamente. Así, en
nuestro ejemplo, Alice no hará la mínima oferta posible a Bob porque su
razón le dice que sería injusto. Como es lógico, nos preocupa mucho más
la aversión a la desigualdad desventajosa que la ventajosa, pero se ha
demostrado —con un gran número de estudios experimentales— que ambas
tienen una fuerte influencia en nuestra tendencia a la generosidad.
Influencias sociales
A partir de estas constataciones sobre preferencias sociales, los
economistas conductuales han explorado otras maneras en que las
influencias sociales afectan nuestras decisiones y nuestras elecciones. A
grandes rasgos, estas influencias sociales pueden dividirse en
informativas y normativas (Baddeley, 2018a). Las influencias
informativas tienen que ver con cómo aprendemos de los demás. En
situaciones en las que no tenemos mucha información o nos enfrentamos a
un conjunto complejo e incierto de resultados potenciales, nos parece
lógico fijarnos en lo que hacen otros, deduciendo que deben saber mejor
que nosotros cuál es la actuación más correcta. Los economistas han
analizado este fenómeno en términos de actualización de nuestros
cálculos de probabilidades y el ejemplo clásico sería la elección de
restaurante descrita por Abhijit Banerjee (Banerjee, 1992). Estamos
recién llegados a una ciudad, quizá de visita turística, y vemos dos
restaurantes, se parecen mucho, pero no tenemos ni idea de cuál es
mejor. Vemos que uno está lleno y que el otro está vacío y, quizá en
contra de lo que dictaría el sentido común, no elegimos el vacío, que
puede ser más cómodo y tranquilo. ¿Por qué? Porque deducimos que todas
esas personas que han preferido el restaurante lleno al vacío saben lo
que hacen y seguimos su ejemplo, usamos sus acciones (su elección de
restaurante) a la manera de información social. Respondemos a estas
influencias informativas de manera racional: quizá no sea la
racionalidad extrema que constituye la piedra fundacional de gran parte
de la ciencia económica, pero aun así es sensata, pues resulta de un
proceso de razonamiento lógico.
Las influencias sociales normativas son racionales de una manera
menos obvia y tienen que ver con cómo respondemos a las presiones de los
grupos que nos rodean. Para explicar estas presiones sociales, los
economistas conductuales recurren a conceptos clave acuñados por
psicólogos sociales tales como Stanley Milgram, Solomon Asch y sus
colegas. Stanley Milgram suscitó controversia con sus experimentos de
descargas eléctricas. El experimentador ordenaba a los participantes que
aplicaran lo que estos creían eran fuertes descargas eléctricas a otras
personas a las que no podían ver. Los participantes en los experimentos
de Milgram sí oían a las personas a las que se suponía estaban
aplicando descargas eléctricas. En realidad eran actores, pero los
participantes en el experimento no lo sabían y un número significativo
de ellos (no todos) se mostraron dispuestos a aplicar lo que se les
decía que eran descargas eléctricas potencialmente letales. Los actores
simulaban estar sufriendo mucho dolor, gritaban y, en algunos casos,
guardaban un silencio inquietante después de la descarga. Milgram
explicaba que el hecho de que los participantes en su experimento
estuvieran dispuestos a actuar de esta manera en apariencia despiadada
probaba que eran susceptibles a la obediencia a una autoridad. Tendemos a
hacer lo que se nos dice, sobre todo enfrentados a situaciones física y
psicológicamente duras. La evidencia de Milgran se usó en parte para
explicar algunas de las atrocidades asociadas al Holocausto, en un
intento por dar respuesta al enigma de por qué ciudadanos corrientes no
solo se convierten en observadores pasivos de atrocidades, sino también
participan en ellas. Otro conjunto de experimentos de piscología social
que han influido en los economistas conductuales los debemos a Solomon
Asch (Asch, 1955). Este diseñó un experimento con líneas para poner a
prueba la conformidad: se pedía a los participantes que miraran el
dibujo de una línea y, a continuación, lo emparejaran con otra línea de
la misma longitud. Era una tarea fácil, pero Asch y sus colegas la
complicaron enseñando a los participantes lo que habían elegido los
demás. Sin que los participantes lo supieran, entre los grupos que
decidían sobre la longitud de las líneas había cómplices del
experimentador a los que a este había dado instrucciones de mentir sobre
la longitud de las líneas. Para ilustrarlo con un ejemplo sencillo:
imaginemos que veinte participantes tienen que completar juntos la
tarea, pero diecinueve de ellos están compinchados con el
experimentador, de modo que hay un único participante genuino. Si el
resto propone una respuesta incorrecta y absurda a esta sencilla
pregunta sobre líneas, ¿qué hará el participante número veinte? Asch y
sus colegas comprobaron que muchos de los participantes genuinos
(aunque, y esto resulta revelador, no todos) cambiaron de opinión
respecto a la respuesta correcta y eligieron una obviamente incorrecta
cuando vieron la elección de los demás. En otras palabras, muchos
participantes parecían inclinados a asegurarse de que sus respuestas
coincidían con las de los otros participantes de su grupo, sin
considerar la posibilidad de que estos pudieran estar equivocados o
mintiendo. Las respuestas emocionales de los participantes eran
variables. Aquellos que defendían sus respuestas originales, lo hacían
con seguridad. Los conformistas que cambiaban sus respuestas para
adecuarlas a las del grupo variaban: algunos dudaban de sí mismos y eso
les provocaba malestar; otros culpaban a otros participantes de sus
equivocaciones. ¿Por qué iba a cambiar de opinión una persona y elegir
una respuesta que parece a todas luces equivocada? Este experimento no
resuelve el dilema entre lo racional y lo irracional. Elegir la
respuesta incorrecta solo porque ves a otros hacerlo puede parecer
irracional. El premio Nobel de Economía Robert Shiller propuso una
explicación distinta, consistente con la toma de decisiones racional:
quizá los participantes reales pensaron que era más probable que su
decisión individual fuera equivocada a que lo fuera la de diecinueve
personas. Sopesaron las probabilidades y llegaron a la conclusión de que
las posibilidades de que un número tan elevado de personas estuviera
equivocado eran pequeñas y, por tanto, tenía sentido imitarlas (Shiller,
1995).
Las influencias sociales pueden dividirse en informativas y
normativas. Las primeras tienen que ver con cómo aprendemos de los demás
mientras que las segundas con cómo respondemos a las presiones de los
grupos que nos rodean
De manera más general, muchos de nosotros usamos las elecciones de
otros a la hora de elegir y actuar, como en el caso de la elección del
restaurante expuesto arriba. Cuando copiamos a otras personas, estamos
usando una regla de uso común, una sencilla herramienta de toma de
decisiones que nos ayuda a desenvolvernos en situaciones complejas, en
especial aquellas caracterizadas por sobrecarga de información de
elecciones posibles. En el mundo actual, la ubicuidad de información y
reseñas en línea es otra manera de usar las elecciones y acciones de
otros a modo de guía. Por ejemplo, cuando nos compramos un ordenador o
reservamos un hotel, consultamos lo que han hecho y opinan otros antes
de decidir. En estas situaciones, cuando seleccionar de entre gran
cantidad de información y muchas opciones posibles supone un desafío
cognitivo, tiene sentido seguir a los demás y adoptar lo que los
economistas conductuales llamarían «heurística» gregaria. Seguir a la
mayoría es una manera rápida de decidir. Lo que nos lleva a la abundante
e influyente literatura sobre heurística y sesgo desarrollada a partir
de los extensos trabajos experimentales en dicho campo de Daniel
Kahneman y su colega Amos Tversky.
Heurística, sesgo y riesgo
¿Qué es la heurística? La heurística son las reglas de toma de
decisiones rápidas que usamos para simplificar nuestras elecciones
diarias y que a menudo funcionan bien, pero en ocasiones crean sesgos.
En otras palabras, en determinadas situaciones, la heurística nos lleva a
cometer errores sistemáticos. El psicólogo Gerd Gigerenzer hace la
importante observación, sin embargo, de que las reglas heurísticas a
menudo constituyen una buena guía para la toma de decisiones porque son
rápidas y frugales. Suelen funcionar bien, sobre todo si se da a las
personas técnicas sencillas que les permitan usar la heurística de
manera más efectiva (Gigerenzer, 2014).
Cuando seleccionar de entre gran cantidad de información y muchas
opciones posibles supone un desafío cognitivo, tiene sentido seguir a
los demás y adoptar lo que los economistas conductuales llamarían
«heurística» gregaria
Si hoy buscamos en Google «sesgo conductual», obtendremos una lista
larga y desordenada; a la hora de elaborar una taxonomía de la
heurística y de los sesgos que lleva asociados, es una buena opción
empezar por la taxonomía de las reglas heurísticas de Daniel Kahneman y
Amos Tversky, descrita en su artículo de la revista Science de 1974
(Tversky y Kahneman, 1974) y resumido para los legos en la materia en
Kahneman (2011). Kahneman y Tversky identifican tres categorías de
reglas heurísticas, basándose en evidencias procedentes de un amplio
espectro de experimentos que condujeron y que incluyen la heurística de
disponibilidad, de representatividad y de anclaje y ajuste.
La heurística de disponibilidad consiste en usar información de fácil
acceso, ya sean acontecimientos recientes, primeros momentos o sucesos
emocionalmente vívidos o convincentes. Nuestros recuerdos de este tipo
de información importante distorsionan nuestra percepción del riesgo. Un
ejemplo clásico es el impacto que tienen las noticias vívidas y
sensacionalistas en nuestras elecciones y que están vinculadas a una
clase específica de heurística de la disponibilidad, la heurística
afectiva. Por ejemplo, relatos vívidos de accidentes graves de avión o
tren permanecen en nuestra memoria y nos conducen a evitar aviones y
trenes cuando, objetivamente, tenemos más probabilidades de que nos
atropelle un coche al cruzar la calle, algo que hacemos todos los días
casi sin pensar. Podemos calcular mal el riesgo —pensar que los
accidentes de avión y tren son más probables que los accidentes
peatonales— y ello se debe a que la información sobre accidentes de
aviación está más disponible, es de acceso más inmediato y nos resulta
más memorable.
La heurística de la representatividad se refiere a los juicios por
analogía: juzgamos la probabilidad de diferentes resultados según la
similitud que presentan respecto a cosas que ya sabemos. En algunos de
sus experimentos, Kahneman y Tversky pidieron a los participantes que
leyeran el perfil de una persona y juzgaran las probabilidades que tenía
esa persona de ser abogado o ingeniero. Descubrieron que muchos de los
participantes juzgaban las probabilidades de que la persona descrita
fuera un abogado o un ingeniero dependiendo de lo que se pareciera su
perfil a sus ideas preconcebidas y estereotipos de cómo son los abogados
y los ingenieros.
La aversión que experimentamos ante la inequidad tiene una fuerte influencia en nuestra tendencia a la generosidad
La heurística de anclaje y ajuste habla de cómo tomamos decisiones de
acuerdo a un punto de referencia. Por ejemplo, cuando se pidió a los
participantes de los experimentos de Kahneman y Tversky que adivinaran
el número de países africanos miembros de Naciones Unidas, se comprobó
que era posible manipular sus respuestas pidiéndoles que hicieran girar
primero una rueda para obtener un número. Aquellos que obtenían un
número más bajo al girar la rueda también daban un número menor de
países africanos en Naciones Unidas.
Otra aportación fundamental de Kahneman y Tversky procede de sus
análisis de heurística y sesgo: su teoría conductual del riesgo, lo que
ellos llaman «teoría prospectiva» (Kahneman y Tversky, 1979). Dicha
teoría la formularon sobre la base de una serie de experimentos
conductuales que ponían de manifiesto fallos fundamentales en la teoría
de la utilidad esperada, la teoría de riesgo estándar que usan los
economistas. Las diferencias entre estos dos enfoques de la comprensión
de la toma de decisiones de riesgo son complejas, pero una de las
características fundamentales de la teoría de la utilidad esperada es
que da por hecho que las preferencias de riesgo de las personas son
estables: si alguien asume un riesgo, entonces es una persona que asume
riesgos. No cambiará sus decisiones si las opciones arriesgadas que se
le presentan vienen enmarcadas de forma distinta. Esto está relacionado
con tres rasgos fundamentales de la teoría prospectiva: La primera es
que las preferencias de riesgo son cambiantes. Así, según la teoría
prospectiva, las personas tienden más a correr riesgos para evitar
pérdidas, lo que nos lleva a la noción clave de la teoría prospectiva:
la «aversión a las pérdidas». La economía estándar predice que, con
independencia de si nos enfrentamos a ganancias o a pérdidas, decidimos
en función de la magnitud absoluta del impacto que tiene para nosotros
esa decisión. En la teoría prospectiva, sin embargo, las personas se
enfrentan de manera distinta a las pérdidas y a las ganancias: nos
preocupan mucho más las primeras que las segundas, y una de las
consecuencias de esto es que estamos dispuestos a asumir riesgos mayores
para evitar pérdidas que para obtener ganancias. Esto a su vez conduce a
la tercera característica clave de la teoría prospectiva: Tomamos
decisiones de acuerdo a nuestro punto de referencia. Y este casi siempre
es el statu quo, nuestro punto de partida. Esta característica está
directamente vinculada con la heurística de anclaje y ajuste, ya
descrita.
Tiempo y planificación
Hay todo un subgénero de la literatura sobre economía conductual que
explora nuestra capacidad de planificar nuestras elecciones y decisiones
en el tiempo. La economía tradicional predice que, con el tiempo, vamos
adquiriendo unas preferencias estables, lo mismo que ocurre con el
riesgo. Esto significa que el horizonte temporal no importa. Si somos
impacientes, somos impacientes con independencia del contexto. Los
economistas conductuales proponen, en cambio, apoyándose en evidencias
considerables procedentes de experimentos, que en el corto plazo somos
desproporcionadamente impacientes; sufrimos, en suma, lo que en economía
conductual se llama «sesgo del presente». Sopesamos los beneficios y
costes que llegarán antes y los que llegarán más tarde. Por ejemplo, si
estamos decidiendo entre gastar mediante la tarjeta de crédito hoy o
mañana y comparando esta elección con gastar dentro de un año o un año y
un día, la economía estándar predice que nuestras elecciones serán
consistentes en el tiempo. Es decir, que si preferimos gastar hoy,
entonces también preferiremos gastar mañana. Pero los experimentos
conductuales muestran que somos desproporcionadamente impacientes en el
corto plazo comparado con el lago plazo. Preferimos gastar hoy a mañana,
pero cuando planificamos el futuro preferimos gastar dentro de un año y
un día que dentro de un año. Sopesamos las recompensas inmediatas.
Economistas conductuales como David Laibson han plasmado esto
incorporando a la economía estándar teorías de descuento social
alternativas, en concreto en forma de descuento hiperbólico (Laibson,
1997). Se trata de algo más que una curiosidad académica, porque tiene
importantes consecuencias en nuestra vida diaria, al explicar muchos
comportamientos, desde la procrastinación a la adicción. El sesgo del
presente puede explicar por qué aplazamos acciones costosas o
desagradables. También explica determinados malos hábitos o ausencia de
buenos. Un experimento especialmente revelador fue el conducido por los
economistas Stefano DellaVigna y Ulrike Malmendier en su estudio sobre
hábitos de ir al gimnasio. Al consultar los datos de un gimnasio real,
encontraron que había clientes que suscribían un contrato anual y luego
iban solo al gimnasio unas cuantas veces, aunque se les había ofrecido
la modalidad de pagar por visita (DellaVigna y Malmendier, 2006). En el
curso de un año, a veces más, estos usuarios muy ocasionales del
gimnasio estaban de hecho pagando sumas de dinero considerables por
visita, algo innecesario de haber predicho de manera más exacta su
comportamiento futuro cuando se apuntaron al gimnasio. Esto es difícil
de explicar en términos de análisis económico estándar, pero una vez los
economistas conductuales aportan el sesgo del presente, el
comportamiento de estas personas resulta más comprensible. Los usuarios
planean en un principio ir muchas veces al gimnasio, pero cambian de
planes cuando se enfrentan a la elección inmediata entre ir al gimnasio
frente hacer otra actividad (más) agradable.
Los experimentos conductuales muestran que somos
desproporcionadamente impacientes en el corto plazo comparado con el
largo plazo. Preferimos gastar hoy a mañana, pero cuando planificamos el
futuro preferimos gastar dentro de un año y un día que dentro de un año
El sesgo del presente también explica por qué comemos de más y nos
cuesta tanto renunciar a la nicotina, al alcohol y a otras drogas.
También hay matices en la manera en que algunos de nosotros gestionamos
nuestra susceptibilidad al sesgo del presente. Los más sofistica dos
somos conscientes de que estamos padeciendo un sesgo del presente, de
manera que nos imponemos una obligación futura, usando lo que los
economistas conductuales llaman mecanismos de compromiso. Por ejemplo,
podemos congelar nuestra tarjeta de crédito dentro de un bloque de hielo
para impedir que nuestro futuro yo gaste de forma impulsiva. En torno a
estos mecanismos de compromiso han surgido nuevos negocios, incluidas
herramientas en línea de seguimiento como Beeminder. Cuando uno se
registra en Beeminder, se marca unos objetivos y, si no los cumple,
Beeminder le cobra.
Una característica clave del sesgo del presente es que no todos somos
igual de susceptibles. Algunos tenemos más autocontrol que otros y hay
una extensa y creciente literatura sobre diferencias individuales,
incluidos rasgos de la personalidad y el papel que desempeñan a la hora
de explicar nuestros distintos grados de susceptibilidad al sesgo del
presente. Siguiendo las enseñanzas de los psicólogos, los economistas
conductuales están empleando test de personalidad para ayudar a explicar
algunas de las diferencias en la susceptibilidad a sesgos como el del
presente. Uno de los conjuntos de test más usados hoy por los
economistas conductuales es el test de los Cinco Grandes Factores de la
Personalidad (conocido en inglés por el acrónimo OCEAN). Estos cinco
factores son: Apertura a la experiencia, Responsabilidad (tesón),
Extraversión, Cordialidad/Amabilidad y Estabilidad emocional. En su
análisis del impacto de las diferencias individuales en el éxito
económico, Lex Borghans y el premio Nobel de Economía James Heckman
encontraron, por ejemplo, que el tesón es un rasgo de la personalidad
estrechamente relacionado con el éxito en la vida, lo que confirmaba
hallazgos anteriores del psicólogo Walter Mischel, famoso por el
experimento del malvavisco, que estudiaba la capacidad de niños de
resistirse a la tentación cuando tenían que elegir entre comerse un
malvavisco hoy o dos mañana. Aquellos niños que mostraban mayor
autocontrol a la hora de resistir la tentación también tenían más
probabilidades de triunfar en la vida (Borghans et al., 2008; Mischel,
2014).
El futuro: más allá del «empujoncito»
Todas estas aportaciones de la economía conductual están cambiando la
economía tradicional y también están influyendo en el diseño de
políticas mediante el llamado «empujoncito», como se subrayaba en la
introducción. ¿Hay, por tanto, nuevos horizontes para la economía
conductual o sabemos ya todo lo que hay que saber? Hacen falta más
pruebas que demuestren lo sólidas y efectivas que son en realidad las
políticas de impulso y, en ese sentido, ya se han hecho progresos. Otra
área ignorada en gran medida hasta fecha reciente es la macroeconomía
conductual. El economista británico John Maynard Keynes fue uno de los
primeros en analizar las influencias psicológicas, en concreto las
convenciones sociales, en los mercados financieros y las consecuencias
para la macroeconomía en general (ver, por ejemplo, Keynes, 1936).
Algunas de las propuestas de Keynes están siendo reformuladas hoy, por
ejemplo, por los premios nobel de economía George Akerlof y Robert
Shiller (ver, por ejemplo, Akerlof, 2002; Akerlof y Shiller, 2009).
Estas reflexiones las ha complementado recientemente el economista
estadounidense George Katona con sus teorías macroeconómicas, en
concreto su análisis de los sentimientos del consumidor (Katona, 1975).
La influencia de Katona está presente en el Índice de Sentimientos del
Consumidor de la Universidad de Michigan, cuyos resultados siguen
usándose ampliamente en la actualidad (ver, por ejemplo, Curtin, 2018).
Existe un importante obstáculo, sin embargo, para la macroeconomía
conductual: es difícil agregar de forma coherente dentro de un modelo
macroeconómico las complejidades del comportamiento identificado por
economistas conductuales en un contexto microeconómico. No obstante, se
están diseñando nuevas metodologías, en forma, por ejemplo, de modelos
computacionales basados en agente y aprendizaje automático. Si estos
nuevos métodos consiguen aplicarse con éxito al desarrollo de modelos
macroeconómicos conductuales coherentes, entonces la economía conductual
generará más aportaciones innovadoras nuevas y emocionantes en la
próxima década de lo que lo ha hecho en la última.
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Cita esta publicación
Baddeley, M., "Economía conductual: pasado, presente y futuro", en
¿Hacia una nueva Ilustración? Una década trascendente, Madrid, BBVA,
2018.