LA
ECONOMÍA COMO PROFESIÓN
"Salta
hombre sobre tus propias fronteras,
pues
ya no cabes en ellas". Jorge Zalamea
Por:
Amylkar D. Acosta Medina
Mucho
se ha discutido si la economía como disciplina es una ciencia, pese a casi tres
siglos de evolución y a sus desarrollos teóricos, los cuales le merecieron
entrar a la galería de los premios Nóbel a partir de 1.968. Del economista se
ha dicho que "es alguien que explicará mañana por qué lo que predijo ayer
no se ha cumplido hoy"(1);
que ve algo que está funcionando en la práctica y se pregunta "si
funcionará en principio"[2].
En la medida en que no es ni ha sido una ciencia exacta, sino una ciencia
social, se nos endilga a los economistas la falta de rigor científico y la
carencia de un método que pueda reputarse como tal. La complejidad de su objeto
de estudio y su mutación permanente hacen de él un blanco móvil, inasible y en
ocasiones confuso y difuso.
Todo
análisis de la sociedad, ya sea desde la perspectiva de la sociología, de la
historia, de la ciencia política o de la ciencia económica, conlleva una cierta
carga de subjetividad e ideología. Por ello, no es dable esperar de ellas
dogmas o doctrinas universales, que las anquilosarían; se caracterizan, más
bien, por una constante lucha dialéctica desde polos opuestos, entre una y otra
interpretación. De allí que hayan surgido distintas concepciones y diferentes
escuelas del pensamiento económico; cada una de ellas hundió sus raíces en su
propia realidad.
Las
discrepancias de unas escuelas con otras van desde sus concepciones y
conceptualizaciones divergentes, pasando por el marco teórico, hasta la
terminología empleada; todo lo cual dificulta y de qué manera la comprensión y
el entendimiento entre las diversas escuelas económicas. A este propósito, el
profesor Beethoven Herrera trae a colación dos ejemplos, sumamente
ilustrativos: la traducción literal al español del título en inglés de la obra
del Nóbel de economía Amartya Sen, Desarrollo como libertad, terminó
desvirtuando totalmente su contenido. Para el autor Desarrollo y libertad, que
fue su título en español, no es lo mismo que Desarrollo como libertad. En el
primer caso se conciben el desarrollo y la libertad como dos procesos
coetáneos, independientes y paralelos; en el segundo, la libertad antecede al
desarrollo, pues para Amartya Sen esta es condición imprescindible de aquel. El
otro ejemplo, hace alusión a lo que aconteció recientemente con la obra del
Nóbel Joseph Stiglitz, que se convirtió rápidamente en un best seller. Su
título original en inglés, La gran desilusión, quedó convertido por cuenta del
marketing, al momento de traducirse al español, en El malestar en la
globalización, que no es lo mismo. Y así, podríamos arribar a una confusión de
lenguas, dificultándose el diálogo y los consensos.
Tal
vez a ello se atribuya por parte de Sir Winston Churchill el que "Si
metemos a dos economistas en una habitación, saldrán de allí con dos
opiniones diferentes; a menos que uno de ellos sea Lord Keynes, en cuyo caso
obtendremos tres" o el gracejo de George Bernard Shaw, cuando afirmó
que "Si tendiéramos a todos los economistas en el suelo, uno a
continuación de otro, no se llegaría nunca a una conclusión"
Por
muchísimos años el trabajo en las ciencias sociales se circunscribió a la
búsqueda y hallazgo del acervo de datos y cifras, que luego servirían de base
para demostrar ciertas hipótesis, tratando de establecer las relaciones o
correlaciones entre distintas variables, en procura de obtener unos resultados
no pocas veces deleznables.
Hoy
en día prima el razonamiento teórico sobre el cúmulo de información que nos
abruma, el cual permite desenredar la madeja de los cada vez más complicados
procesos socioeconómicos de los cuales da cuenta. En este sentido, ya para
1.967, Lauchlin Currie insistía "en la prioridad de una preparación básica
en teoría económica en los términos más sencillos y menos técnicos que fuera
posible" [3],
al prevenir sobre los riesgos de que la formación del economista se inclinara
más por la economía cuantitativa. Según él, ésta en cierto modo era una especie
de "escape del mundo confuso e insatisfactorio de las ciencias sociales,
de donde pueden excluirse los legos y los economistas pueden escribir y
conversar entre sí como ´verdaderos´ científicos"[4]. También alertaba él
sobre los peligros que entrañaba entremezclar la formación del economista
propiamente dicho, con la de disciplinas afines, como son la administración,
que para él era una ocupación y la planeación que la asumía como un arte. Para
su época, no se había desarrollado aún la econometría, pero sí se empezaba a
incursionar en la programación lineal, poniéndola al servicio de ciencia
económica; al referirse a ella se dolía de que "Lo que debiera ser una
herramienta altamente especializada de análisis económico está viniendo a
reemplazar a la economía en sí y los economistas se están convirtiendo
únicamente en aquellos que pueden manejarla"[5]. Y concluye sus disquisiciones llamando la
atención sobre el hecho de que, por esa vía, estábamos llegando al punto
donde se sabía más y más con respecto a menos y menos.
Según
afirma el codirector del Banco de la República, Sergio Clavijo, "La labor
analítica requerida en este nuevo siglo es más exigente, pues las piezas del
rompecabezas científico se han venido expandiendo a medida que los países se
desarrollan y se profundiza el intercambio cultural, de bienes y servicios.
Dicho de otra manera, el nuevo siglo exige talentosos profesionales que cuenten
con un mejor discernimiento científico para evitar perderse en la abundancia
informativa"[6]
y para no confundirse en medio de tantas fórmulas y modelos abstrusos,
perdiendo el hilo conductor que no es otro que la base conceptual. Ello es
tanto más necesario, cuando se observa cuán a menudo se suele confundir los
medios con los fines y las causas con las consecuencias, a la hora de formular
o de poner en práctica la política económica.
Puede
afirmarse, que en el país han hecho carrera dos tendencias muy definidas, en
cuanto a la formación académica del economista. La una ha puesto el énfasis en
la formación teórica, básica; la otra, ha tendido a ser más pragmática y
aplicada. Ambas tendencias han estado influidas e imbuidas por las corrientes
teóricas en boga, ora la del desarrollismo, ora la de la escuela de Chicago o
la cepalina de Raul Prebish. A este le cupo el mérito de haber contribuido a
forjar un modelo propio, que tuvo su vigencia y operatividad; muy criticado hoy
en día, pero no superado por el nuevo modelo impuesto a partir del Consenso de
Washington, pues hoy no estamos mejor que cuando estuvimos peor!.
Uno
de los retos que tenemos quienes tenemos algún grado de responsabilidad, ya sea
como profesores, directivas y estudiantes, es el de ser capaces de reformular
nuestro modelo, de tal modo que responda más a nuestras especificidades y
singularidades, sin perder la perspectiva, desde luego de la economía global.
Esta, per se, no es ni buena ni mala, es simplemente una realidad a la que se
le saca ventaja o se le padece, según cómo se administre; las asimetrías entre
unos países y otros que son una realidad no pueden ignorarse a la hora de
reglarla, si es que ello es posible.
Según
la señora Robinson, nuestra labor como economistas no es decir lo que debe
hacerse, pero sí advertir cuando lo que se hace no está de acuerdo con los
buenos principios. Para ello hay que superar las tendencias al encasillamiento
teórico y las tendencias fundamentalístas; no hay que temer al eclecticismo,
como lo entiende Bobbio, resultante de tomar lo que nos sirva de cada uno de
los modelos conocidos, con el pragmatismo con el cual China acopló el mercado a
sus propias condiciones, no dejando que sus leyes funcionen sino haciéndolas
funcionar en beneficio de su crecimiento y desarrollo económico, perfilándose
como una gran potencia económica. La heterodoxia no tiene por qué ser
irresponsable; nos podemos apartar de la ortodoxia sin abandonar la disciplina
fiscal; cuando la medicina tradicional agota sin éxito sus recetas, no es
insensato ensayar las recetas de la medicina alternativa. Afirma García Márquez
que "Nuestra virtud mayor es la creatividad y, sin embargo, no hemos hecho
más que vivir de doctrinas recalentadas y guerras ajenas"[7]
Creo
que sigue teniendo actualidad una de las conclusiones de un estudio de la Unión
Panamericana, citado por el profesor Currie: "El mayor valor de una buena
educación económica radica en la forma de pensar y en los métodos de abordar
los problemas que ella confiere…Para alcanzar este objetivo, sin embargo, se
requiere no solamente un cambio en la manera de enseñar, sino también una
disminución en el énfasis puesto sobre la acumulación de material informativo y
el número de cursos"[8].
Ello es tanto más válido habida cuenta de que ya no estamos formando
profesionales de la economía que han desenvolverse en el estrecho marco de las
fronteras patrias, sino al ciudadano de la aldea global.
A
este respecto, para terminar, nos viene como anillo al dedo la anécdota contada
por Sir Ernest Rutherford, Presidente de la Sociedad Real Británica y Premio
Nóbel de Química en 1.908, de la cual podemos extraer una gran lección para
aprender: cuenta él que hacía algún tiempo había recibido una llamada de un
colega. Estaban a punto de ponerle un cero a un estudiante por la respuesta que
le había dado a un problema de física, pese a que éste se sostenía en que su
respuesta era la correcta. Profesores y estudiantes acordaron pedir un nuevo
calificador y el elegido fue él. Comenzó por leer la pregunta del examen que a
la letra decía; demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio
con la ayuda de un barómetro. El estudiante había respondido: lleve el
barómetro a la azotea del edificio y átele una cuerda bien larga; luego,
descuélguelo hasta la base del edificio, marque y mida. La longitud de la
cuerda es igual a la longitud del edificio.
En
efecto, el estudiante había planteado un serio problema con la forma ingeniosa
como resolvió el ejercicio, por que él había respondido a la pregunta correcta
y completamente. No obstante, si se le concedía la máxima puntuación, al
obtener una nota más alta, ello certificaría su alto nivel de conocimientos en
física; empero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.
Sugirió, entonces, Ernest, que se le diera al alumno otra oportunidad. Fue así
cómo le concedió seis minutos para que le respondiera la misma pregunta, pero
esta vez con la advertencia de que en su respuesta debía demostrar su dominio
de la física. Pasados cinco minutos el estudiante no había contestado nada. Le
preguntó, entonces, si deseaba retirarse, pero el alumno le contestó al
profesor que él tenía muchas respuestas al mismo problema. Su dificultad estribaba
en elegir la mejor de todas. Le rogó, entonces, que continuara, no sin antes
excusarse por haberlo interrumpido. En el minuto final que le quedaba,
sorpresivamente escribió la siguiente respuesta, que dejó atónito al profesor:
tome el barómetro y láncelo al suelo desde la azotea del edificio, tome el
tiempo de caída con un cronómetro; luego aplique la fórmula de un medio de la
altura por la aceleración de la gravedad y por el cuadrado del tiempo y así
obtenemos, como producto, la altura del edificio.
En
ese momento, cuando el estudiante entrega su examen, el profesor indaga a su
colega si lo dejaba retirar del salón de clases en donde se estaba realizando
la prueba, a lo cual este asintió, conviniendo en asignarle la nota más alta.
Luego
el profesor Ernest se encontraría, de sopetón y fuera de la clase, al
estudiante de esta historia y no pudo vencer la curiosidad por conocer cuáles
eran sus otras respuestas a la pregunta, ya que lo había dejado intrigado.
Bueno, respondió el asombrado estudiante, hay muchas alternativas: por ejemplo,
tome el barómetro en un día soleado y mida la altura del barómetro y la
longitud de su sombra; si medimos a continuación la longitud de la sombra del
edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también, de este modo,
la altura del edificio. Perfecto, le dijo, ahora cuéntame cuál podría ser otra
forma? Sí, contestó el alumno, este otro procedimiento para medir un edificio
es muy sencillo, diría que elemental, pero también sirve. Veamos: en este
método, se toma el barómetro y se sitúa en las escaleras del edificio, en la
planta baja,; según se suben las escaleras se va marcando la altura del
barómetro y se cuenta el número de marcas hasta la azotea. Se multiplica al
final la altura del barómetro por el número de marcas que se ha hecho y listo,
así se obtiene la altura. Este último método es muy directo.
Por
supuesto, continuó diciendo el estudiante, si prefiere un procedimiento más
sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un
péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la
gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la
gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la
perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores y aplicando una
sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del
edificio. En este mismo estilo, se ata el barómetro a una cuerda y se lo
descuelga desde la azotea a la calle; usándolo como un péndulo se puede
calcular la altura midiendo su período de presesión. En fin, concluyó el
aventajado alumno, existen muchas otras maneras de establecer la altura del
edificio en cuestión y continuó diciendo, probablemente la mejor de todas sea
tomar el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del portero y cuando
este abra, decirle que tengo un bonito barómetro y si me dice la altura del
edificio se lo regalo.
En
este momento de la conversación, el profesor le pregunta al alumno si él
conocía la respuesta convencional a la pregunta (la diferencia de presión
marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la
diferencia de altura entre ambos lugares). La respuesta fue más sorprendente
todavía: Claro que sí la sabía, pero que sólo le molestaba que durantes sus
estudios sus profesores habían intentado a todo transe enseñarle a pensar. El
estudiante resultó ser Niels Bohr, físico danés, premio Nóbel de física en
1922, más conocido por haber sido, nada menos, el primero en proponer el modelo
de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodean. Fue
fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.
La
gran moraleja de esta anécdota no es otra que, si alguna pertinencia tiene la
formación que se imparte al economista, consiste en su orientación a promover y
fomentar el espíritu investigativo, la creatividad, para así contar con
profesionales capaces de pensar con cabeza propia, sin grilletes ideológicos,
sin prejuicios por camisa de fuerza. Los conocimientos son muy importantes, más
no suficientes; tanto o más importantes que ellos son la capacidad de pensar y
la idoneidad para el discernimiento. Aunque suene presuntuoso, además de formar
pensadores, las facultades en donde se forma al economista o se sirve dicha
asignatura para otras disciplinas del saber, es también importante que los
egresados se entrenen en plasmar sus ideas en la práctica, pues es consabido
que un número creciente de ellos leen mal y escriben peor.
Manos,
pues, a la obra!
Notas:
[8]
Lauchlin Currie. La enseñanza de la
economía en Colombia. Ediciones Tercer mundo. 1967
Si la ciencia económica no le convence, pruebe en realizar acciones prueba/error como hacían las monarquías pasadas y sus cortes, que no sabían que les pasaba cuando se creaba inflación, o creaban hambrunas que duraban decenas de años, al quebrar su país sin saber bien sus causas, o enviar a sus ciudadanos a la guerra, por no pagar las deudas a otros países
Estando de acuerdo en que los economistas deben de aconsejar que no se debe hacer en contra de los principios o leyes fundamentales**, y sabiendo que en las primeras lecciones, siempre se indica que es la ciencia que busca los optimos al saber que existen unos limites naturales.
**el cuarto principio:http://brujulaeconomica.blogspot.com.es/2015/10/teoria-de-incentivosjames-mirrlees-y.html
Si la ciencia económica no le convence, pruebe en realizar acciones prueba/error como hacían las monarquías pasadas y sus cortes, que no sabían que les pasaba cuando se creaba inflación, o creaban hambrunas que duraban decenas de años, al quebrar su país sin saber bien sus causas, o enviar a sus ciudadanos a la guerra, por no pagar las deudas a otros países
Estando de acuerdo en que los economistas deben de aconsejar que no se debe hacer en contra de los principios o leyes fundamentales**, y sabiendo que en las primeras lecciones, siempre se indica que es la ciencia que busca los optimos al saber que existen unos limites naturales.
**el cuarto principio:http://brujulaeconomica.blogspot.com.es/2015/10/teoria-de-incentivosjames-mirrlees-y.html
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