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¿El mayor tesoro? En tiempos convulsos por el coronavirus, el oro, valor refugio por
excelencia, gana enteros contra un mercado bursátil volátil y una renta
fija sin grandes, si los tiene, retornos. Tras perforar nuevos récords,
el mar de dudas por los titubeos de las economías, el choque
geopolítico entre EE.UU. y China o las nuevas medidas de
estímulo de Washington –pueden elevar la inflación y depreciar el dólar–
mantendrán al metal por encima de los 2.000 dólares, cotas inexploradas
hasta hace días, según los expertos.
En lo que va de año el oro se ha revalorizado el 35%, hasta
los 2.045 dólares al cierre de sesión europeo. Se comporta mejor que
cualquiera de las grandes bolsas, azotadas por la pandemia; los bonos,
influenciados por las medidas expansivas de los grandes bancos
centrales; el petróleo, con la demanda hundida; o los índices de
materias primas. En las últimas semanas ha superado con holgura los
máximos de 2011, cuando rozó los 1.900 dólares la onza, justo antes de
caer hasta bordear los 1.000 en los años siguientes.
Revalorización
El oro mejora el rendimiento de otras alternativas
En el camino de subida hasta hoy, la primera piedra
la pusieron los bancos centrales e instituciones, que se lanzaron a
comprar oro y sumaron 4.158 toneladas en diez años a sus reservas. Hoy
cuentan con 35.000 toneladas, con Estados Unidos, el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y Alemania a la cabeza. Pero esa tendencia ha
mermado y en el primer semestre las compras han caído, quedando por
debajo de la media de la última década, según datos del Consejo Mundial
del Oro.
¿Ahora quién empuja el carro? Aún siguen comprando bancos
centrales como el de China o Rusia para apuntalar sus divisas, explica
Javier Santacruz, profesor del IEB. Pero la gran demanda está entre los
inversores en busca de refugio. Confían más en el oro que en el resto de
alternativas. “Los inversores más conservadores buscan protegerse y los
institucionales equilibrar sus carteras”, sigue el economista. La
última razón de peso para apostar por el metal precioso es la previsión
de que en EE.UU. se aprueben nuevas medidas de apoyo a la economía, que
ya son billonarias. Para financiarlas se emitirá más deuda y se
imprimirán más billetes, lo que impulsará la inflación y devaluará el
dólar, se repite entre los analistas del mercado. “No hace falta ser un
economista de Harvard para entender el impacto inflacionario de toda esa
oferta monetaria en el dólar en el futuro, los inversores temen por el
estado de la balanza de pagos de EE.UU.”, resumía Barani Krishnan, de
Investing. Si se cumple, las carteras perderán valor, de ahí que se
quiera oro para apuntalarlas.
En estas, el dinero es miedoso. Se plasma en los ETF,
fondos cotizados respaldados en oro y hoy preferidos al invertir. Llevan
siete meses encadenando entradas de dinero, que se han acelerado desde
el estallido de la pandemia y el terremoto económico que ha dejado. Como
ejemplo, la mayor ETF de oro ha sumado 20.000 millones netos en lo que
va de año, empujando al oro a nuevas cotas. En tiempos de guerra, el oro
es buena trinchera, habrá pensado más de uno. Pero desde Julius Baer se
pide calma. Creen que el mercado está demasiado alcista y que la
seguridad que provee el oro “se ha vuelto muy cara”. Que el mercado hoy
está más acomodado para vendedores a corto plazo que para “buscadores de
refugio”, se leía en un análisis de la entidad con la firma de Carsten
Menke.
Precios
Julius Baer pide calma a los inversores
Venga lo que venga, en el fondo que suba no ayudará a recuperar la economía per se.
“Es una inversión idiota, estéril. No crea riqueza y no aporta nada”,
decía este miécoles cortante Philippe Chalmin, de la universidad de
París-Dauphine, en un artículo en el francés Les Echos. “Funciona
como cobertura más que como una generación de riqueza”, apunta
Santacruz. Lo que sí puede ser es un termómetro que entrevea una
recuperación de otras materias primas, como el petróleo o el trigo, que
sí puedan tirar de las economías, añade. Un arrastre que se ve en la
plata, que sube casi el 50% en el año, o el paladio, el 14%.
“El oro continuará la tendencia al alza en el corto
plazo. El escenario es para que se mantenga... Consolidará los 2.000
dólares”, vaticina Fátima Herranz, analista de Singular Bank. “Si
continúan los rebrotes y no se certifica pronto una vacuna, los
inversores continuarán protegiéndose”, añade Diego Morín, de IG. En sus
últimas previsiones Goldman Sachs prevé una escalada a 2.300 dólares.
Bank of America apuntaba a 3.000 dólares en abril. Como todo hoy en día,
el virus dirá.
(Esta entrada es una versión adaptada y resumida del post del autor en VoxEU)
De acuerdo a la evidencia, la banca de la zona euro es
particularmente reticente a reducir el pago de dividendos durante la
fase bajista del ciclo. Es decir, buena parte del ajuste ante shocks
negativos que afecta a sus beneficios se hace vía beneficios no
distribuidos. En esta entrada argumento que dicho patrón puede
amplificar el impacto que un shock negativo de oferta (como ha sido el
COVID-19) tiene sobre el crédito bancario y la actividad económica.
Propongo un modelo dinámico, estocástico, de equilibrio general y con
sector bancario, calibrado para datos trimestrales de la zona euro y
concluyo que restringir la distribución de dividendos de los bancos
tiene el potencial de mejorar significativamente la efectividad de los
colchones de capital contracíclicos para garantizar que las entidades de
crédito continúan financiando a los hogares y empresas durante la
crisis del COVID-19.
Recomendación del BCE (Mecanismo Único de Supervisión)
El pasado 28 de julio de 2020, el BCE prorrogó la vigencia de su recomendación a los bancos sobre distribución de dividendos
hasta enero de 2021. Las entidades de crédito no deben distribuir
dividendos correspondientes a los años 2019 y 2020 ni recomprar acciones
hasta enero del año próximo. El objetivo es garantizar que los bancos
continúen financiando a familias y empresas a pesar de la crisis del
COVID-19. La recomendación – que originalmente se emitió el 28 de marzo
de 2020 (con vigencia hasta el 1 de octubre de este año) – no tiene
precedentes, en la medida en que es la primera vez que el BCE solicita a
los bancos que no distribuyan dividendos incluso si están cumpliendo
con sus requerimientos de capital.
En esta entrada, presento una serie de resultados que proporcionan
apoyo teórico y empírico a este tipo de recomendación ante la situación
actual. Otras contribuciones recientes en las que se ha abogado por una
restricción en la distribución de dividendos en el contexto del COVID-19
incluyen, entre otras, Abad y Suarez (2020), Acharya y Steffen (2020), Beck et al. (2020), y Stein et al. (2020).
Evidencia empírica: patrones en las distribuciones de dividendos en la banca de la zona euro
La Figura 1 muestra la evolución de los dividendos en efectivo y de
los beneficios de los bancos incluidos en el Euro Stoxx Banks’ Index
(i.e., SX7E) con una frecuencia trimestral, para el periodo
2002:I-2018:II. La fuerte preferencia de los bancos por suavizar el pago
de dividendos en efectivo a lo largo del ciclo (Figura 1a) tiene dos
implicaciones relevantes. Primero, la ratio dividendo-beneficio del
sector es notablemente contracíclica (Figura 1b), lo que implica que los
bancos distribuyen una proporción de sus beneficios relativamente mayor
precisamente cuando sus posiciones de capital son – presumiblemente –
más frágiles. Segundo, este patrón afecta significativamente a la
dinámica del capital bancario en la medida en que las reservas
(beneficios no distribuidos acumulados) representan una proporción muy
significativa de aquel y ambas variables están alta y positivamente
correlacionadas (Figura 1c).
La Figura 2 presenta el componente cíclico de reservas, capital
bancario, activo total de la banca, y PIB real. La Figura 2a confirma
que la correlación entre beneficios retenidos (acumulados) y capital
bancario es muy elevada, sugiriendo que aquéllos son un motor importante
de la volatilidad de este. Debido a la importancia del capital propio
como fuente de financiación y a la restricción que impone la identidad
del balance, no sorprende que la correlación entre capital y activos
totales de la banca (como proxy de crédito bancario) sea también elevada
y positiva (Figura 2b). En resumen, hay un elevado grado de
comovimiento entre reservas de los bancos, crédito bancario y PIB real
(Figuras 2c y 2d).[1]
La reticencia de los bancos a reducir el pago de dividendos ante
shocks negativos que afectan a sus beneficios lleva a caídas en sus
reservas y capital bancario. Para cumplir con sus objetivos de ratios de
capital regulatorio en un contexto de presión sobre su capital y
desaceleración (o incluso recesión) económica (periodos en los que hacer
ampliaciones de capital suele ser más costoso o incluso inviable para
algunos bancos), los directivos de los bancos tienen incentivos a
restringir la oferta de crédito para reducir el denominador de la ratio
de capital regulatorio. A nivel agregado, esta estrategia (individual)
tiene el potencial de amplificar los ciclos financieros y económicos.
Restricciones de dividendos dinámicas
Basándome en el modelo cuantitativo DSGE que propongo en Muñoz (2020);
evalúo la deseabilidad (o no) de recomendar a los bancos que limiten
temporalmente su distribución de dividendos (incluso si cumplen con sus
requerimientos de capital) con el fin de mantener el flujo de crédito a
la economía durante la pandemia COVID-19.
El modelo incorpora el mecanismo clave a través del cual el ajuste
ante shocks negativos que afectan a los beneficios de la banca es
soportado, fundamentalmente, por los beneficios no distribuidos, lo cual
induce volatilidad en el capital bancario y, en última instancia,
amplifica el ciclo crediticio y económico.[2]
En concreto, los bancos: (i) tienen preferencia por la distribución
de una fracción elevada y estable (en el tiempo) de sus beneficios, (ii)
acumulan capital vía retención de beneficios, (iii) están sujetos a una
restricción de balance y (iv) cumplen con sus requerimientos de capital
periodo a periodo.
En Muñoz (2020), las restricciones de dividendos dinámicas se modelizan mediante lo que denomino objetivo prudencial de dividendos
(DPT, por sus siglas en inglés). El DPT es un objetivo regulatorio
sobre el pago de dividendos, el cual debe ser tomado como referencia por
parte de los bancos a la hora de planificar sus distribuciones de
beneficios. Dicho objetivo es dinámico en la medida en que reacciona
ante desviaciones del indicador seleccionado por la autoridad pública
con respecto a su tendencia, y entra en una función de penalización
(cuadrática) que juega el papel de mecanismo sancionador y está
orientada a incentivar a los bancos a que no se desvíen
significativamente de dicho objetivo regulatorio. El DPT óptimo es
contracíclico y llama a que el pago de dividendos sea procíclico y
relativamente más volátil con el fin de suavizar el flujo de crédito
mediante unas reservas y capital bancario más estables.
Uno de los principales resultados del paper es que este tipo de
restricciones de dividendos dinámicas es particularmente eficaz a la
hora de complementar y reforzar la efectividad de la liberación del
colchón de capital contracíclico (CCyB, por sus siglas en inglés) en
términos de suavizamiento del crédito y del PIB real. La razón
fundamental es que sendas herramientas de política prudencial operan a
través de mecanismos de transmisión diferenciados. En concreto, el DPT
aborda el “problema” que está amplificando la prociclicidad desde su
raíz (i.e., la preferencia de los bancos por el suavizamiento de los
dividendos).
Tal y como puede observarse en la Figura 3, relativa a las respuestas
de ciertos agregados ante un shock negativo al capital bancario, el DPT
óptimo es más eficaz que el CCyB óptimo a la hora de contener la caída
del capital propio – vía mayor volatilidad en los dividendos – lo cual,
al combinarse con el CCyB, refuerza la efectividad en términos de
suavizamiento del crédito y de diversos agregados de la economía real
(línea negra con diamantes).
El análisis cuantitativo que presento en Muñoz (2020) concluye no
sólo que regular la distribución de dividendos es óptimo (aún bajo el
supuesto de que los bancos cumplen con sus requerimientos de capital)
sino que – a nivel agregado (asumiendo una variedad de shocks
financieros y no financieros) – el DPT es más eficaz que el CCyB a la
hora de estabilizar el ciclo crediticio y económico. El bien
diferenciado canal de transmisión a través del que operan uno y otro
instrumento se traduce en que el DPT es particularmente más eficaz que
el CCyB ante shocks no financieros (incluyendo los shocks de oferta). La
Figura 4 muestra las respuestas del capital, del crédito y del PIB real
ante una perturbación negativa de productividad.[3] Con independencia del criterio de optimización elegido, el DPT es más eficaz que un CCyB optimizado y muy reactivo.[4]
Este resultado es particularmente relevante a la luz de estudios
recientes que demuestran que el CCyB es relativamente menos eficaz ante
shocks de productividad que ante shocks financieros (vease, e.g., Angelini, Neri y Panetta 2014).
Conclusión
Debido a los distintos mecanismos a través de los que operan cada una
de las dos herramientas de política prudencial, restringir la
distribución de dividendos ante un shock de oferta negativo
(presumiblemente el tipo de perturbación al que corresponde el COVID-19)
tiene el potencial de ser particularmente eficaz a la hora de
complementar la liberación del CCyB con el fin de sostener el flujo del
crédito a la economía real y la actividad económica durante la fase más
aguda de la crisis.
Nota del autor: las opiniones expresadas en esta entrada son del
autor y no reflejan necesariamente ni las opiniones del Banco Central
Europeo ni las del Eurosistema.
[1]
Nótese que los beneficios retenidos acumulados, capital y activos
totales son variables stock mientras que el PIB real es una variable
flujo. Presumiblemente, la correlación entre PIB real y beneficios no
distribuidos (variable flujo) sería todavía mayor que aquella entre PIB
real y reservas.
[2]
En concreto, hay dos canales a través de los cuales el suavizamiento de
dividendos de los bancos puede exacerbar la contracción en la oferta de
crédito durante la fase bajista del ciclo: la restricción impuesta por
la identidad del balance (asumiendo que todo lo demás se mantiene
constante, una mayor volatilidad en el capital propio se traduce en un
incremento de la volatilidad en el activo), y los requerimientos de
capital (para cumplir con los requerimientos de capital sin tener que
reducir el pago de dividendos significativamente, los bancos tienden a
hacer el ajuste vía restricción de activos).
[3]
Un shock negativo de productividad, estándar, tiene ciertas similitudes
con un shock de tipo COVID-19 en la medida en que ambos se traducen en
la generación de un menor nivel de PIB dados unos factores productivos.
En el caso de un shock de tipo COVID-19, la caída en la productividad
total de los factores proviene de los límites que un periodo de
cuarentena impone sobre el uso y combinación de factores productivos
disponibles (movilidad de trabajadores limitada, etc). Tal y como se
menciona en Baldwin y di Mauro
(2020), el cierre de establecimientos, las restricciones de viajes y
otras reacciones humanas ante la pandemia han tenido un impacto directo
sobre la economía por el lado de la oferta. Hasta la fecha, distintos
autores han modelizado el shock de oferta de tipo COVID-19 de distintas
maneras. Por ejemplo, Guerrieri et al. (2020) asumen un MIT shock a la oferta de trabajo mientras que Fornaro y Wolf (2020) consideran que un shock a la tasa de crecimiento tecnológico caracteriza mejor el episodio del COVID-19.
[4]
Muy reactivo en el sentido de que se trata de un CCyB de acuerdo al
cual un incremento del output gap en un punto porcentual se traduce en
un incremento de los requerimientos de capital en un punto porcentual
Buenos días.
Antes que nada felicidades por la entrada. Es muy duro escribir sobre un
papel en blanco aunque pueda estar más o menos de acuerdo con lo que se
escriba.
Intentaré expresar mi humilde opinión de la manera más COLOQUIAL posible.
En primer lugar, los temas bancarios, concretamente los avances
académicos del análisis macroprudencial, se han realizado lejos de
entender la problemática bancaria y como se gestionan las entidades y
que el comportamiento agregado debería ser recogido en la regulación
convenientemente. Es decir el regulador/supervisor debe estar mucho más
cerca de las “cabezas” gestoras de las entidades financieras.
Obviamente si se restringe la distribución de beneficios en los bancos
claro que mejora la efectividad de los CCB’s, en algunos casos ni los
tocará, y si en tiempos de bonanza se multiplican x10 pues mejor que
mejor, cuanto más mejor, incluso si un MREL x5 aquí no cae ningún banco,
pero tiene sentido económico con los niveles de rentabilidad de
mercado?. Todo esto es obvio.
La cuestión es qué mensajes lanzas al mercado si cancelas la
distribución de dividendos? Pues la respuesta también es obvia, el
mercado dirá…el sector financiero tiene un problema de tal dimensión
dentro de sus balances que como no son capaces ni de calcularlo y el ECB
dice que mejor acopiar capital por cualquier vía para así estar mejor
preparados para lo que venga. Como en la anterior crisis lo hice mal y
el coste fiscal fue altísimo, mejor en esta voy poniendo la tirita no
sea que luego me señalen. Consecuencias…, caídas de la cotización de
bancos a mínimos históricos, dudas de viabilidad, propuestas sin sentido
de fusiones (cuando los temas estos no se solucionan por fusiones, esto
da para otra entrada…). Es decir, cualquier entidad razonable que
necesite captar capital que se olvide. Pues empezamos mal para gestionar
una crisis. Pero sabe el ECB calcular bien lo que hay dentro de las
entidades financieras? Buena pregunta…. Esto también da para otra
entrada…
Estoy totalmente de acuerdo que antes crisis el comportamiento de las
entidades es ajustado por el denominador, pero esto es porque hay
problemas de base en los recursos para afrontar las crisis y sobre todo
por falta de confianza en los acreditados y su viabilidad (como prueba
empírica la evolución del crédito bancario con los avales ICO en Pymes
cuando el Estado se hace cargo del 80% de las pérdidas esperadas… vs. al
inicio de la anterior crisis donde se hizo fuerte ajuste del
denominador de la ratio de capital al afrontar la incertidumbre
directamente las entidades). El flujo de crédito no aumenta por la no
distribución temporal de dividendos, aumenta por la confianza en la
viabilidad de los acreditados y por las dudas que se tienen de la
potencial burbuja interna en las entidades y los recursos de cobertura
para afrontar el riesgo de crédito (entre otros) cuando se inicia una
crisis, pero para esto hace falta preguntarse cuestiones que están en un
fase anterior…
La originación del negocio bancario es correcta? Fija los precios
conforme a un pérdida esperada media del ciclo con visión forward
looking? Es posible que las morosidades implícitas que surgen de la
fijación de precios en el entorno de pre-crisis estén muy lejos de al
menos la media del ciclo?. La normativa IFRS 9 de riesgo de crédito para
una balance normal en el momento de originación que te exige? No es
demasiado procíclica a incorporar perdidas esperadas TTC pero cuando ya
están en dudosos y no están bien fijados los precios?, te permiten los
regualadores tener coberturas adicionales a la IFRS 9 como gestión
contra-cíclica?.
Como las respuestas anteriores ya os anticipo que no van a ser muy
positivas…, la regulación crea MREL, no distribución de beneficios,
colchones de todo tipo… etc, etc.
Ojo!, estoy muy acuerdo con el CCB ó anticíclico, pero no de la
manera que se cuantifica (es una locura!!!, no tiene sentido), ni de la
manera que se activa a través del ratio Credit to GDP.
Me voy a mirar despacio que el DPT es más eficaz que el CCB, porque son muy fan del CCB sujeto a lo que antes he matizado.
De nuevo felicidades por la investigación, escribir algo nuevo en un papel en blanco es para quitarse el sombrero.
Mil disculpas por el rollo que he soltado.
Saludos para todos.
"El Producto Interior Bruto ha pasado de 39.819 millones en 1975 a
1.113.851 millones en 2016. Entre los años 1975 y 2000 el PIB creció, en
términos reales, un 89 % y en los últimos 20 años ha crecido un 142,5
%, pasando de 459.337 millones en 1995 a 1.113.851 millones en 2016
(precios corrientes)."
La economía española cumple 40 años en democracia
En el 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas en
España, cabe hacer un balance de lo acontecido en la economía española
desde el inicio de nuestra democracia. Somos un país más rico, más
igualitario, con una gran oferta de servicios públicos, que dispone de
una amplia red de infraestructuras y con un alto grado de apertura al
exterior. Pero también somos un país de baja productividad, con
dificultades para generar empleo suficiente y demasiado propensos al
endeudamiento.
La llegada de la democracia se forjó sobre grandes aspiraciones
por crear una sociedad libre e integradora y una economía competitiva y
abierta al resto del mundo. Para ello ha sido necesario un reconocido
esfuerzo de todos los agentes sociales y numerosos cambios, reformas y
acontecimientos, en materia política y económica, en estas últimas
cuatro décadas.
España partía de una situación de desventaja respecto a
nuestros “socios” europeos tras casi 40 años de dictadura. La
Transición se inició en un contexto de debilidades económicas y en plena
crisis del petróleo, que exigió cambios intensos y profundos
consensuados mediante los Pactos de la Moncloa en 1977. La economía
comenzó una senda de reforma y apertura al exterior con un acercamiento
progresivo a los países europeos como objetivo.
España inició una senda de fuerte auge y expansión,
fundamentalmente por la internacionalización de la economía y la entrada
en el euro
Desde los años 80 la economía española comenzó una
etapa de crecimiento económico y desarrollo del estado del bienestar. La
incorporación de España a la Comunidad Económica Europea (1986) y el
proyecto de Unión Económica y Monetaria (1990-1999) han sido factores
muy determinantes y de estímulo para el proyecto económico y social de
nuestro país.
Crecimiento económico
El Producto Interior Bruto ha pasado de 39.819 millones en 1975 a
1.113.851 millones en 2016. Entre los años 1975 y 2000 el PIB creció,
en términos reales, un 89 % y en los últimos 20 años ha crecido un 142,5
%, pasando de 459.337 millones en 1995 a 1.113.851 millones en 2016
(precios corrientes).
Atendiendo a su evolución, se pueden observar los distintos
ciclos económicos. La llegada de la democracia coincidió con un período
de recesión y estancamiento hasta 1985, año en el que se inició una
etapa expansiva. Tras la desaceleración experimentada a comienzos de la
década de los 90, España inició una senda de fuerte auge y expansión,
fundamentalmente por la internacionalización de la economía y la entrada
en el euro. Así, la economía española mostró un crecimiento del PIB
real en términos acumulados de un 34,5 % durante los años 2000 y 2007,
con una tasa media anual del 3,8 %.
Sin embargo, en 2008 estalló la mayor crisis económica y
financiera de las últimas décadas, generando las mayores caídas del PIB
en la etapa democrática. Como se observa en el gráfico 1, la última
puede calificarse como una crisis en dos etapas. De 2008 a 2010 el PIB
experimentó caídas de más del 3 % interanual y, a pesar de una ligera
mejora, entre 2010 y 2013 volvió a retroceder a ritmos del 2 %
interanual, lo que supuso un recrudecimiento de la crisis.
Atendiendo al PIB per cápita, éste se ha duplicado, en términos
reales, desde 1975. Este crecimiento ha posibilitado un proceso
progresivo de convergencia con el resto de países europeos. No obstante,
como se aprecia en el gráfico 2, seguimos alejados en renta per cápita
(en términos reales) de países como Francia o Alemania.
Esta mejora del producto por habitante refleja la fortaleza y
dimensión de un crecimiento que vino acompañado de un aumento de
población del 29 % desde 1976. En estos últimos 40 años ha aumentado
tanto el número de hombres (+29 %) como de mujeres (+28,7 %) y el
desarrollo económico ha atraído a numerosos inmigrantes a nuestro país.
Así, se pasó de acoger el retorno de emigrantes españoles con la llegada
de la democracia a ser un país receptor de inmigración extranjera,
principalmente entre 2000 y 2007, cuando el 90 % del crecimiento de
población (5 millones de personas) se explica por la entrada neta de
inmigrantes.
No obstante, el envejecimiento de la población presenta uno de
los grandes desafíos para la economía y su sostenibilidad, pues el
número de jóvenes disminuye progresivamente y, a día de hoy, los menores
de 30 años representan el 15% de la población.
Mercado laboral
El mercado laboral español presenta un problema estructural de
desempleo pues, si bien en los inicios de la etapa democrática la tasa
de paro se situaba en el entorno del 5 %, ésta solo bajó del 10 % entre
2005 y 2007. Con ello, se percibe la dificultad de España para generar
empleo y luchar contra el paro.
Entre los años 1980 y 2000, las tasas de paro se situaron en la
horquilla del 15 % y 23 %, niveles muy elevados que contrastan con la
expansión de la economía española. De hecho, desde 1976 el paro creció
hasta situarse por encima del 20 % en 1985. Aumentó el empleo pero
inició de nuevo una caída notable hasta 1994, año en el que la tasa de
paro superó el 24 %.
No obstante, el mercado laboral mostró un tono muy favorable en
los años posteriores, dinámica que mantuvo hasta el estallido de la
crisis económica. De hecho, el empleo creció 12 puntos porcentuales en
los siete primeros años del siglo XXI y la ocupación femenina avanzó
notablemente en estos años.
Sin embargo, desde 2008 el desempleo creció hasta tasas cercanas
al 25 % y, casi 10 años después del estallido de la crisis, la tasa de
paro sigue en un elevado 18,75 %.
España necesita dar una solución a este grave problema
estructural. Como se observa en el gráfico 4, a pesar de los ciclos
experimentados, la tasa de paro se ha mantenido en la mayoría de estos
años por encima del 15 %. Así, el desempleo ha sido el problema
económico y social más persistente y doloroso para la población española
en los últimos 40 años.
Modelo productivo
El crecimiento económico ha venido de la mano de una
transformación en la estructura productiva española, basada en una
intensa terciarización económica a costa de una notable caída de los
sectores agrario e industrial. Esto se puede observar analizando la
evolución del peso de los sectores productivos en el PIB así como
atendiendo a la población ocupada en dichos actividades.
Entre 1975 y 2016 el peso del sector servicios en el PIB ha
aumentado desde el 53,1 % hasta el 67,7 %. De forma paralela, la
industria ha perdido prácticamente la mitad de su peso en el PIB, desde
el 30,8 % hasta un 16,5 %. No obstante, merece especial atención la
política de “reconversión industrial” impulsada por el PSOE en 1983 para
mejorar la estructura productiva de la industria española.
Por su parte, el sector agrario ha descendido 4 puntos
porcentuales hasta representar el 2,5 % del PIB. Atendiendo a la
construcción, este sector llegó a alcanzar el 10 % del producto en el
período precrisis, pero tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, su
peso en el producto nacional se ha reducido a la mitad.
Esta terciarización de la economía se aprecia notablemente en el
mercado laboral español. Si en 1975 el sector servicios daba empleo al
40,1 % de la población, actualmente hasta el 75,8 % de los empleados
trabajan en este tipo de actividades. En el resto de sectores, por su
parte, la ocupación ha descendido a la mitad y, por ejemplo, el empleo
en el sector agrario ha pasado de representar el 21,9 % al 4,41 % en los
últimos 40 años.
Una conclusión se extrae también de este análisis: el mayor
proceso de cambio en el modelo productivo se produjo entre 1975 y 2000.
No obstante, al inicio de la democracia el sector servicios ya
representaba más de la mitad del PIB y daba empleo a casi la mitad de
los españoles.
Apertura económica
Uno de los principales cambios positivos experimentados por la
economía española ha sido el incremento en el grado de apertura hacia el
exterior. Dicho nivel de apertura, tradicionalmente medido a través del
porcentaje de exportaciones e importaciones respecto al PIB, se ha
duplicado desde el 30 % en 1976 hasta superar el 60 % actualmente.
Este proceso de apertura comercial ha sido uno de los mayores
impulsos para la transformación y el crecimiento económico de España.
Las exportaciones se han duplicado en los últimos 15 años y en el
actualidad la economía experimenta un histórico superávit comercial,
compatibilizándolo con el crecimiento de la demanda interna.
Como se aprecia en el gráfico 6, a pesar de las desviaciones, el
grado de apertura refleja una tendencia muy creciente, sobre todo en la
década de los noventa y, en estos últimos años, la caída del precio del
petróleo o los bajos tipos de interés han propiciado un repunte en este
ámbito. Parece, con ello, que la economía española tiende hacia la
convergencia europea, pues el grado de apertura de la eurozona es de
casi el 87 %.
Además, esta apertura al exterior se ha producido a pesar del
incremento de los costes laborales unitarios, lo que afecta
negativamente a la competitividad de la economía española.
Administración pública
En la etapa democrática las administraciones públicas españolas
han experimentado, en la mayoría de años, situaciones de necesidad de
financiación.
El déficit público llegó a superar el 6 % entre 1985 y 1995 y
hasta el 10,5 % en 2012. No obstante, antes del estallido de la crisis
económica el superávit público se situó en el 2 %.
Atendiendo a los empleos y recursos no financieros, éstos
representaban prácticamente el mismo porcentaje del PIB en 1975 y,
aunque ambos han ganado mucho protagonismo, actualmente los empleos
tienen un peso bastante mayor en el producto nacional que los recursos
(43,8 % frente a 38,6 %). Esto es debido, sobre todo, al repunte de los
empleos destinados al desarrollo del estado del bienestar.
Atendiendo a los recursos no financieros, éstos crecieron
notablemente entre 1975 y 2007, si bien con la crisis económica
experimentaron un gran retroceso que actualmente se ha recuperado. Los
impuestos sobre renta, patrimonio y capital son los que más peso han
ganado en el PIB, pasando de representar el 4,6 % del producto en 1975
al 10,4 % en 2015.
Igualmente, los impuestos sobre productos y producción han
experimentado un notable crecimiento, duplicando su peso en el PIB. Por
su parte, las cotizaciones sociales también han incrementado ligeramente
su protagonismo en el producto nacional (2 puntos porcentuales). Sin
embargo, las transferencias corrientes y de capital y ayuda a la
inversión o los intereses y rentas de la propiedad son recursos que han
perdido protagonismo.
Respecto a los empleos no financieros, éstos han crecido
sustancialmente, incrementándose casi 20 puntos porcentuales en estos
últimos 40 años y representan actualmente el 43,8 % del PIB.
La Seguridad Social es la gran protagonista. En estos últimos 40
años casi ha duplicado su peso en el PIB (desde el 9,9 % en 1975 al
17,11 % en 2015). Lo mismo ha ocurrido con la sanidad, que ya representa
el 6,2 % del producto. La enseñanza, por su parte, ganó peso hasta 1995
pero desde entonces ha disminuido su importancia y se encuentra en una
situación muy similar a hace cuatro décadas.
Atrapados en el mismo problema
Los principales problemas de la economía española desde el año
1975 hasta hoy no han variado sustancialmente. Nuestro aparato
productivo no ha sido capaz de generar la suficiente productividad como
para financiar la capacidad de crecimiento. Y esta baja productividad se
ha traducido en una infrautilización continua de la capacidad
productiva y en una insuficiente generación de empleo.
Por eso ha sido tan importante la entrada en el Mercado Único y
en el Euro. Hemos adquirido financiación extra, bien por transferencia
de fondos o por reducción de los tipos de interés (el aumento del
crédito también ha sido gracias a que los bancos han obtenido
financiación externa de los socios europeos), que nos ha permitido
crecer y sobre-invertir.
Así, el crecimiento de la economía española en estos últimos 40
años ha estado más fundamentado en crédito que en incrementos de
productividad. En buena parte hemos crecido “por encima de nuestras
posibilidades”.
Por un lado, España mantiene un problema de productividad total
de los factores (PTF). El pequeño tamaño empresarial, la falta de
capacidad de innovación e inversión en I+D o los problemas derivados de
la formación profesional hacen que la PTF apenas contribuya al
crecimiento económico.
Por otro lado, la expansión de nuestra economía obedeció en gran
parte al crecimiento del crédito. Los tipos de interés reales negativos
de los años ochenta y la gran caída de tipos desde la entrada en el euro
han facilitado un endeudamiento excesivo. Un endeudamiento que, además,
ha sido en gran parte externo aprovechando las ventajas del euro en
solvencia y tipos de interés.
El lado negativo de este crecimiento es que cuando la
financiación paró, la economía, el empleo y las rentas retrocedieron y
hemos necesitado 7 años para desendeudarnos y volver al dinamismo
económico.
El lado positivo es que nuestra renta per cápita ha aumentado,
las infraestructuras públicas son, según el WEF, de las mejores del
mundo y algunas empresas han conseguido suficiente capitalización para
convertirse en multinacionales (en 1995, prácticamente no teníamos ni
una y ahora hay más de 2500).
El problema del presente y del futuro próximo sigue
siendo aumentar la productividad de manera que nos permita financiarnos
internamente y aumentar nuestra reputación internacional (que nuestra
productividad nos permite pagar las deudas) para obtener financiación
externa y seguir mejorando las rentas y las condiciones de vida
domésticas.
Jordi Sevilla , Economista
y vicepresidente de contexto económico de Llorente & Cuenca. ,
Ministro de Administraciones Públicas del Gobierno de España entre 2004 y
2007.
Con la colaboración de Llorente y Cuenca
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no del Foro Económico Mundial.
Buenos días.
Antes que nada felicidades por la entrada. Es muy duro escribir sobre un papel en blanco aunque pueda estar más o menos de acuerdo con lo que se escriba.
Intentaré expresar mi humilde opinión de la manera más COLOQUIAL posible.
En primer lugar, los temas bancarios, concretamente los avances académicos del análisis macroprudencial, se han realizado lejos de entender la problemática bancaria y como se gestionan las entidades y que el comportamiento agregado debería ser recogido en la regulación convenientemente. Es decir el regulador/supervisor debe estar mucho más cerca de las “cabezas” gestoras de las entidades financieras.
Obviamente si se restringe la distribución de beneficios en los bancos claro que mejora la efectividad de los CCB’s, en algunos casos ni los tocará, y si en tiempos de bonanza se multiplican x10 pues mejor que mejor, cuanto más mejor, incluso si un MREL x5 aquí no cae ningún banco, pero tiene sentido económico con los niveles de rentabilidad de mercado?. Todo esto es obvio.
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La cuestión es qué mensajes lanzas al mercado si cancelas la distribución de dividendos? Pues la respuesta también es obvia, el mercado dirá…el sector financiero tiene un problema de tal dimensión dentro de sus balances que como no son capaces ni de calcularlo y el ECB dice que mejor acopiar capital por cualquier vía para así estar mejor preparados para lo que venga. Como en la anterior crisis lo hice mal y el coste fiscal fue altísimo, mejor en esta voy poniendo la tirita no sea que luego me señalen. Consecuencias…, caídas de la cotización de bancos a mínimos históricos, dudas de viabilidad, propuestas sin sentido de fusiones (cuando los temas estos no se solucionan por fusiones, esto da para otra entrada…). Es decir, cualquier entidad razonable que necesite captar capital que se olvide. Pues empezamos mal para gestionar una crisis. Pero sabe el ECB calcular bien lo que hay dentro de las entidades financieras? Buena pregunta…. Esto también da para otra entrada…
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Estoy totalmente de acuerdo que antes crisis el comportamiento de las entidades es ajustado por el denominador, pero esto es porque hay problemas de base en los recursos para afrontar las crisis y sobre todo por falta de confianza en los acreditados y su viabilidad (como prueba empírica la evolución del crédito bancario con los avales ICO en Pymes cuando el Estado se hace cargo del 80% de las pérdidas esperadas… vs. al inicio de la anterior crisis donde se hizo fuerte ajuste del denominador de la ratio de capital al afrontar la incertidumbre directamente las entidades). El flujo de crédito no aumenta por la no distribución temporal de dividendos, aumenta por la confianza en la viabilidad de los acreditados y por las dudas que se tienen de la potencial burbuja interna en las entidades y los recursos de cobertura para afrontar el riesgo de crédito (entre otros) cuando se inicia una crisis, pero para esto hace falta preguntarse cuestiones que están en un fase anterior…
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La originación del negocio bancario es correcta? Fija los precios conforme a un pérdida esperada media del ciclo con visión forward looking? Es posible que las morosidades implícitas que surgen de la fijación de precios en el entorno de pre-crisis estén muy lejos de al menos la media del ciclo?. La normativa IFRS 9 de riesgo de crédito para una balance normal en el momento de originación que te exige? No es demasiado procíclica a incorporar perdidas esperadas TTC pero cuando ya están en dudosos y no están bien fijados los precios?, te permiten los regualadores tener coberturas adicionales a la IFRS 9 como gestión contra-cíclica?.
Como las respuestas anteriores ya os anticipo que no van a ser muy positivas…, la regulación crea MREL, no distribución de beneficios, colchones de todo tipo… etc, etc.
Ojo!, estoy muy acuerdo con el CCB ó anticíclico, pero no de la manera que se cuantifica (es una locura!!!, no tiene sentido), ni de la manera que se activa a través del ratio Credit to GDP.
Me voy a mirar despacio que el DPT es más eficaz que el CCB, porque son muy fan del CCB sujeto a lo que antes he matizado.
De nuevo felicidades por la investigación, escribir algo nuevo en un papel en blanco es para quitarse el sombrero.
Mil disculpas por el rollo que he soltado.
Saludos para todos.